Cambio climático: Empleos verdes y desarrollo sostenible, el capitalismo triunfante
- Opinión
En el período previo a la Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU en Nueva York a llevarse a cabo durante la última semana de septiembre, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se trazó como objetivo pedir a los líderes gubernamentales que se comprometan a tomar medidas para garantizar que la transición a economías más verdes beneficie a las personas y al planeta.
La OIT insiste en que los empleos verdes son cruciales para el desarrollo sostenible y responden a los desafíos mundiales de protección del medio ambiente, desarrollo económico e inclusión social, al involucrar a gobiernos, trabajadores y empleadores como agentes de cambio activos.
Esto, añade, promueve la ecologización de las empresas, de las metodologías de trabajo y del mercado laboral en general. Estos esfuerzos sostienen el organismo, contribuyen a crear oportunidades de empleo decente, incrementar la eficiencia de los recursos y construir sociedades sostenibles de bajo carbono.
La aventura económica, del gran capital, aceptada por mediaciones externas del complejo institucional de Naciones Unidas, se convierte en distracción permanente, en un entretenimiento peligroso cuyo destino podría enfrascarnos en una espiral infernal.
Una mirada atenta sobre el acontecer del planeta pone de manifiesto rápidamente que existe en el actual proyecto de globalización una feroz batalla por la redistribución del mundo en el terreno económico, productivo y financiero.
Actualmente la gran mayoría de países recorre los senderos trazados por las instituciones internacionales, pero en virtud de la inquietud que origina a nivel mundial estas políticas económicas y el libre comercio, pero se acentúa la interpelación sobre sus consecuencias sociales.
La constante avaricia, la piratería y la insensatez constituyen la señal inequívoca del estilo transnacional de crecimiento económico, cuyo desenlace, si no se cambia el rumbo, es simplemente la extinción del Planeta.
Las instituciones internacionales de todo tipo, junto a los gobiernos, dicen estar atentos a esta evolución e imponen tratados disuasorios tendientes a controlar la emisión de gases tóxicos y contaminantes de anhídrido carbónico.
Pero esta incapacidad ejecutiva para dar una “salida” real, la hemos visto detrás de cada una de las cumbres del clima, en Copenhague (2009), Cancún (2010), sobre biodiversidad en Nagoya (Japón en 2010), Durban (2011) Varsovia (2013), la COP21 de Paris (2016), o la COP24 que se celebró en la polaca Katowice-, donde se ha entrepuesto los intereses políticos y económicos particulares a las necesidades colectivas de la gente y al futuro del planeta.
En realidad, en dichas cumbres se han planteado falsas soluciones al cambio climático, soluciones tecnológicas, desde nucleares, pasando por los agrocombustibles hasta la captura y almacenamiento de CO2 bajo tierra, entre otras, medidas que intentan esconder las causas estructurales que nos han llevado a la crisis ecológica actual.
Una crisis medioambiental que evidencia la incapacidad del sistema económico para sacarnos del “callejón sin salida” a la que su lógica del crecimiento sin límites, del beneficio a corto plazo, del consumismo compulsivo y la rentabilidad a todo coste, nos ha llevado.
El verde color de moda
Los vínculos estrechos entre aquellos que ostentan el poder político y el económico explican esta falta de voluntad para dar una respuesta efectiva, que implicaría un cambio radical en el actual modelo de producción, distribución y consumo. Enfrentarse a la lógica productivista del capital, o dicho de otra manera atacar el núcleo duro del sistema capitalista.
El desarrollo del capitalismo en su fase actual descubre la irracionalidad de la explotación del trabajo, para devastar el planeta en nombre de la libertad de mercado. Y quienes ostentan el poder político y económico no están dispuestos, a acabar con su “gallina de los huevos de oro”.
La economía verde -repetimos- sólo busca hacer negocio con la naturaleza y la vida. Se trata de la recolonización de los recursos naturales, aquellos que aún no están privatizados, y busca transformarlos en mercancías de compra y venta. Así están planteadas las investigaciones para el desarrollo de energías "limpias" adjetivadas alternativas o renovables, como pretexto dentro del marco de una economía social de mercado.
Las elites políticas y las empresas transnacionales, dueñas de la producción de energía, buscan de esta forma trasladar el siguiente mensaje: Ellos, nos dicen, “son responsables y se comportan con un rigor ejemplar frente al cambio climático”. Su nuevo credo es producir neveras, coches, aerosoles, reciclables y poco contaminantes: empresarios que apuestan por el futuro de las nuevas generaciones.
Esta nueva visión que nos presentan empresarios altruistas nos llama la atención. De la noche a la mañana han dejado de ser capitalistas y buscan un mundo mejor. Pero la realidad es otra. Han instrumentalizado las energías renovables y transformado una alternativa en mercancía.
Su sistema se fundamenta en el consumo ligado a la rentabilidad. Buscan obtener el máximo provecho de la energía sea solar, eólica, acuífera o proveniente de la biomasa.
Hoy múltiples empresas privadas ven en el calentamiento del planeta un gran negocio y por ello impulsan megaproyectos en el campo de las energías renovables en connivencia con el capital financiero y la complicidad de gobiernos neoliberales o socialdemócratas, que les subyuga la noción de desarrollo sostenible.
Las presas hidroeléctricas, los postes eólicos y las agroindustrias latifundistas de biocombustibles son las nuevas oportunidades, ya que de ellas se derivan patentes, innovaciones y subproductos, utilidades reinvertidas para seguir expoliando y desbastando el planeta y profundizar aún más la brecha entre países ricos y pobres en esa dicotomía que tanto gusta en los organismos internacionales: “desarrollados o emergentes”.
El control de las grandes multinacionales resulta cada vez más extremo. Empresas como Cargill, que controla el negocio del grano, Monsanto, Bayer o Basf, primeros fabricantes de semillas genéticamente modificadas o Yara, que domina el mercado de los fertilizantes, obtienen beneficios récord invirtiendo en el sector, desde la Patagonia al Orinoco pasando por la Amazonia y la selva subtropical.
Algunos expertos alertan que los cambios climáticos minarán la producción global de alimentos, y veremos con mayor frecuencia períodos de escasez. La crisis del 2008 fue un buen ejemplo, aunque concentrado en las finanzas y los mercados se relativizaron sus consecuencias.
Por otra parte, la previsible carencia del agua hace que muchos inversores acaparan tierras en África y América Latina para asegurarse sus reservas acuíferas.
Sin dudas, una de las habilidades del capitalismo es su destreza para transformar un problema -tangible como el agua o invisibles como el dióxido de carbono- en un activo financiero, con el objetivo de ganar dinero. Pero esta lógica de mecenazgo en las cumbres internacionales forma parte de su lavado de cara, aparte de facilitar la deducción de impuestos, o el lavado de capitales...
Esta idea de progreso lineal, propio de la fase actual del capitalismo, debe ser profundamente cuestionada, ya que sobre dicha base el actual orden político levanta su mito de irreversibilidad histórica. En realidad, su único afán sigue siendo obtener dinero a cambio de quemar energía, incluyendo otra quema de energía, la humana consumida bajo la forma de explotación.
Roto el vínculo entre naturaleza y producción, el modelo globalizador capitalista se alza dueño del mundo. Tal vez, como nos enseña la paleontología mediante el estudio de los fósiles, el destino final más probable de toda especie sea su desaparición. Pero esa evolución sucede a través de millones de años.
No obstante, hoy tenemos el sentimiento que la muerte deseada sea a fuego lento por este sistema deshumanizador, que se refugia en cada cumbre. Por eso creemos que el problema no radica en que Greta Thunberg, la adolescente sueca, falte un día a la semana a la escuela para protestar contra el cambio climático, para que las cosas cambien.
- Eduardo Camin es analista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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