Los nudos gordianos

03/09/2019
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Después del fin de la II Guerra Mundial, América Latina ha ensayado dos modelos/estrategias de modernización capitalista: el intervencionismo industrializante y el liberal reprimarizante (rebautizado desde los años 70 como neoliberalismo).

 

I

 

En la aludida materia, la praxis del país rioplatense resulta particularmente ilustrativa en la medida que permite identificar tanto los rasgos más característicos como las limitaciones principales –nudos gordianos- de cada uno de ellos.

 

En efecto, en la nación rioplatense el modelo intervencionista -y nacionalista defensivo- cobró significativa concreción durante los dos primeros mandatos de Juan Domingo Perón, extendidos entre 1946 y 1955, con sustento en los abundantes excedentes comerciales logrados por ese país durante la II Guerra Mundial y en el inmediato posconflicto.

 

Sustantivamente, tal modalidad de crecimiento/desarrollo buscaba avanzar en un proceso de industrialización sustitutiva de importaciones en la perspectiva de cristalizar un patrón autocentrado de acumulación y consolidar un Estado social al estilo de los welfare states metropolitanos. Todo esto a partir de un pacto bonapartista entre el gobierno, la fracción burguesa nacionalista y los sindicatos obreros. Amén de la puesta en vigor de un capitalismo de Estado (construcción de infraestructura física y energética).

 

Cabe subrayar que los promisorios logros iniciales de la antedicha fórmula proveyó de piso histórico al proyecto de capitalismo nacional autónomo; planteamiento que, racionalizado por Raúl Prebisch y la CEPAL, devino emblema, a veces retórico, de la mayoría de gobiernos latinoamericanos de los años 50 y 60 del siglo pasado.

 

¿Por qué se debilitó en la Argentina –y en otras latitudes- esa estrategia económica centrada en una industrialización inducida y en una redistribución directa e indirecta de la renta nacional?

 

En otras palabras, ¿qué nudo gordiano no pudo sortear el peronismo?

 

Esencialmente, la estrategia de marras se habría empantanado porque, a diferencia de las experiencias "clásicas" europeas de gestión del modo de producción capitalista, el proceso industrialista del país sudamericano no se apoyó en una remoción previa y drástica de la estructura latifundiaria, carencia que no sólo le impidió constituir un robusto mercado interno, que le permitiera retroalimentar la producción fabril. En ausencia de tal reforma el proceso industrial quedó confinado a un desenvolvimiento extensivo, con su inevitable deriva en crecientes necesidades de divisas extranjeras para financiar las importaciones de maquinaria, repuestos e incluso materias primas. Debilidad congénita que no podía sostenerse ni siquiera en el mediano plazo.

 

En efecto, cuando al término de la Guerra de Corea (1953) y el advenimiento de momentos recesivos para el capitalismo central se restablecieron las reglas normales –léase monopólicas- del comercio internacional, castigando a los bienes primarios (como el trigo y las carnes), el modelo industrialista gaucho empezaría a naufragar, dejando tras de sí una estela de desequilibrios externos y fiscales, inflación, desempleo, subproletarización y pobreza. Amén de sus correlatos políticos favorables a Wall Street y la ultramontana oligarquía criolla,

 

El tímido intento del propio Perón de relanzar el modelo industrializante y asistencialista a principios de los 70, terminó en un estruendoso fracaso, que Washington y la derecha criolla no tardaron en capitalizar con la instauración de la sanguinaria dictadura de Rafael Videla instaurada en 1976, cuyo ultraliberalismo paradójicamente alcanzó su cota más alta en la administración del peronista Carlos Saúl Menem y su ministro de Economía, Domingo Cavallo, un Chicago boy de tomo y lomo.

 

II

 

En los primeros años de la”era” menemista (1991-1999), la economía argentina fue celebrada como un "milagro” por el establecimiento internacional y local. El control de la hiperinflación, los equilibrios logrados en el presupuesto y en las cuentas externas, la reanudación del crecimiento y la dinámica articulación del país del Plata al mercado global sustentaban esa visión triunfalista y organizaban el optimismo de las élites locales y transnacionales.

 

El portento era atribuido a una rigurosa instrumentación del modelo del Fondo Monetario Internacional, asegurada por un esquema de cambio fijo, la famosa convertibilidad de un peso por un dólar implantada por Cavallo al despuntar el régimen menemista. Se trataba, en la práctica, de una dolarización camuflada.

 

La desregulación financiera, el festín de la infraestructura estatal y de las empresas públicas y un agresivo endeudamiento externo sostuvieron la ficción de una economía moderna y dinámica.

 

Los “milagros” suelen ser efímeros, especialmente en el capitalismo periférico.

 

El "efecto tequila” de 1994, la crisis asiática iniciada en 1997 y la rusa y brasileña particularmente virulentas en 1998 irían progresivamente desdibujando el sueño primermundista de “Carlitos” Menem y su alegre muchachada.

 

A la luz de este escenario externo/interno no resulta casual que los años 2000 y 2001 fueran testigos de un hundimiento nada metafórico de la nación rioplatense, ya en tiempos del indeciso Fernando de la Rúa.

 

Hiperrecesión, devaluación camuflada del peso y quiebra de facto de la convertibilidad, reducción de los salarios y de las pensiones de los jubilados, moratoria de la deuda interna, congelamiento de los depósitos (el temible "corralito” heredado de Cavallo), desempleo galopante, éxito numérico y moral del voto ''bronca” en las elecciones de octubre del 2000 para renovar el Parlamento, venalidad y autismo de la "clase política”, acciones contestatarias de sindicalistas y piqueteros, asaltos a supermercados, cacerolazos, estado de sitio, represión y decenas de víctimas mortales, escalada del llamado nesgo-país a alturas siderales, fuga rocambolesca de De la Rúa... ¿Cómo explicar el desplome de una economía que a principios del siglo pasado se colocaba en el escalafón de las seis más poderosas del planeta?

 

Para la Casa Blanca y el FMI (Fundamentalismo Monetario Internacional) la debacle obedeció a la insistencia de De la Rúa en una política ‘"populista”, con su correlativo impacto en las cuentas externas y fiscales. Nadie puede gastar permanentemente más de lo que recibe, fue –continúa siendo- el argumento de establecimiento internacional repetido a coro en el continente.

 

Semejante perogullada explicaba todo y a la vez muy poco del crack económico y financiero argentino, aunque permitía/permite al establecimiento instrumentar los típicos ''ajustes de cinturones” del pueblo llano; es decir, a la aplicación de medidas orientadas a que los salarios financien la salida del foso.

 

Ayer igual que ahora, y tenemos en mente la reciente “explosión” del neoliberalismo en manos de Mauricio Macri, no se logra percibir que los problemas fundamentales de nuestros países obedecen a complejas causas históricas y estructurales. Y, a esta altura de los tiempos, a un inocultable eclipse de la civilización del egoísmo y de las cosas.

 

¿Quién cortará los multiplicados nudos gordianos?

 

René Báez

Ex decano de la Facultad de Economía de la Pontificia Universidad Católica. Autor, entre otros, de Antihistoria Ecuatoriana (2010) y Antología Personal (2018)

 

https://www.alainet.org/es/articulo/201920
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