Esperanzar y no defraudar
- Opinión
Aprovechando la visita del Padre José Numa Molina a la Isla de Margarita, estado Nueva Esparta, Venezuela, en misión pastoral con motivo del 108º Aniversario de la Coronación Canónica de la Virgen del Valle (8 de septiembre), nos pareció pertinente reeditar nuestro análisis sobre las reflexiones hechas por el Papa Francisco a respecto de la esperanza que son muy valiosas para nuestro pueblo, sobretodo en estos momentos de recrudecimiento del bloqueo imperialista contra Venezuela.
El sorprendente discurso del Papa Francisco del 2015, abogando para que “el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra”, sigue cada más vigente y necesario.
En aquella oportunidad, el Papa Francisco había visitado tres países latinoamericanos (Ecuador, Paraguay y Bolivia) dejando en cada uno de ellos un mensaje de compromiso y esperanza para las poblaciones más necesitadas de nuestro continente. Como otros Papas en el pasado, Francisco llevó el mensaje de la iglesia buscando renovar la fe cristiana entre los creyentes y en lo posible sensibilizar a los descreídos y escépticos en lo que los cristianos llaman “la palabra de Dios”. Hasta ahí todo parecía “normal”. Sin embargo, el discurso que pronunció en el encuentro con los movimientos populares reunidos en la ciudad boliviana de Santa Cruz el día 9 de julio de 2015, rompió como se dice en el lenguaje diplomático, todos los protocolos tradicionales de la Iglesia. No en lo que respecta a las formas y maneras de proceder, sino en el discurso, en el contenido mismo de sus palabras. Algo increíblemente nuevo se está moviendo bajo el Sol.
Antes de analizar sus palabras, empezaremos por destacar una frase que el Papa acuñó al final del mismo, una frase que desde nuestra perspectiva parece destinada a convertirse, por su potencia, en una lección y desafío para todos los que queremos “predicar” y hacer una revolución. Nos arriesgamos a decir que todo el debate crítico que ha venido realizando la Revolución Bolivariana, resumido en la necesidad de “una revolución dentro de la revolución” recibió del Papa Francisco, en esa oportunidad, un nuevo estímulo revolucionario para reafirmar su verdad y su credibilidad. Se trata de un tremendo desafío. El Papa les ha dicho a los movimientos populares que sigan luchando con la fuerza de la esperanza, pero no con cualquier esperanza, sino con la esperanza que no defrauda.
Y esa preocupación para no defraudar a la gente con sus esperanzas el Papa la hace a partir de una aguda reflexión sobre el bla bla bla de los golpes de pecho y de una crítica estéril que no sirve para nada y que contribuye a aumentar la frustración y el pesimismo: “Sufrimos cierto exceso de diagnóstico que a veces nos lleva a un pesimismo charlatán o a regodearnos en lo negativo. Al ver la crónica negra de cada día, creemos que no hay nada que se puede hacer, salvo cuidarse a uno mismo y al pequeño círculo de la familia y los afectos”.
Ese criticismo impotente también lo conocemos en la Revolución Bolivariana. Por eso, si el propio Comandante Chávez hubiese querido encontrar una frase capaz de resumir su concepción revolucionaria de la vida y de la política, escogería “la esperanza que no defrauda” usada por el Papa Francisco y convocaría a todo el país para discutirla. Porque de eso se trata, de reflexionar para actuar sobre cómo es posible alentar la esperanza sin defraudarla.
Pero, aunque esta frase en sí misma es el punto de partida para el gran debate de cualquier revolución auténtica, adelantamos desde ya que el Papa fue mucho más allá.
Su discurso es sorprendentemente político y comprometido con los sectores excluidos de la población mundial. Pero más que político tenemos que decir que es claramente, léase bien, anticapitalista.
El Papa Francisco no se ha limitado a denunciar vagamente las desigualdades sociales, el egoísmo y la codicia del mundo actual. Ha criticado “este sistema [que] ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza” y sin medias tintas ha dicho: “Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común”. Por todo esto no ha dudado tampoco en denunciar que “estas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global” y que los pueblos del mundo padecen “los efectos malignos de esta sutil dictadura”. Para el Papa se huele en el aire el tufo de “tanta muerte y destrucción”. Un olor hediondo que Francisco ha preferido denominar elegantemente como «el estiércol del diablo», según una expresión de Basilio de Cesarea.
Ante “los efectos malignos de esta sutil dictadura” representada por ese “sistema idolátrico que excluye, degrada y mata”, el Papa dice que hay que oponerle una “resistencia activa” porque es “un sistema con otros objetivos” contrarios a los designios de Dios: “Ese sistema atenta contra el proyecto de Jesús. Contra la Buena Noticia que trajo Jesús”.
¿Pero qué quiere decir el Papa con eso de ejercer una “resistencia activa”? Que necesitamos llevar adelante un “proceso de cambio”:
“(…) digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los Pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco”.
Y el Papa, expresando una sabiduría solo vista en revolucionarios experimentados, ha dicho claramente que en lugar de un “cambio” a secas prefiere más la visión de un “proceso de cambio” porque en los procesos “(…) la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar proceso y no por ocupar espacios”.
Denunciando la globalización neoliberal excluyente, el Papa resalta la sutil diferencia de un sistema de intereses “que son globales, pero no universales” no solo porque afectan a los más pobres sino también a los más ricos: “Incluso dentro de esa minoría cada vez más reducida que cree beneficiarse con este sistema reina la insatisfacción y especialmente la tristeza. Muchos esperan un cambio que los libere de esa tristeza individualista que esclaviza”.
Por eso, se hace necesaria otra globalización que sí sea para todos, universal, “La globalización de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la exclusión y la indiferencia”.
De ahí que el Papa deposite su confianza para esa “resistencia activa” en las mayorías populares:
“El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los Pueblos; en su capacidad de organizar y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio”.
El Papa dice que como los movimientos populares “son poetas sociales” tienen un rol esencial, “no sólo exigiendo y reclamando, sino fundamentalmente creando” y que, por eso, “pueden hacer mucho”. Los alienta a no disminuirse (“¡No se achiquen!”) pues con su “participación protagónica” y su “capacidad de organizarse y promover alternativas creativas” pueden incidir en los grandes procesos de cambio nacionales, regionales y mundiales.
Táctica y estrategia
Coherente con su llamado a una resistencia activa, el Papa presentó en Santa Cruz un plan de acción dividido en objetivos tácticos más inmediatos y objetivos estratégicos de más largo plazo.
Los objetivos tácticos los resumió en la lucha por “las famosas tres T”: techo, tierra y trabajo para todos.
“Ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez.”
Ya en el plano más estratégico, el Papa nos presenta tres grandes tareas que según él “requieren el decisivo aporte del conjunto de los movimientos populares”. A saber: 1) Poner la economía al servicio de los Pueblos; 2) Unir nuestros Pueblos en el camino de la paz y la justicia; y 3) La que considera más importante, Defender la Madre Tierra.
1) Poner la economía al servicio de los Pueblos significa para el Papa que esta “no debería ser un mecanismo de acumulación sino la adecuada administración de la casa común” de todos los habitantes de la tierra. “Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra”.
La misma crítica es dirigida por el Papa contra la sacrosanta propiedad privada y por eso dice que “La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo. No basta con dejar caer algunas gotas cuando lo pobres agitan esa copa que nunca derrama por sí sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrán sustituir la verdadera inclusión: ésa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario”.
Por eso, el Papa afirma que es necesaria “Una economía verdaderamente comunitaria, podría decir, una economía de inspiración cristiana” que sea capaz de garantizarle dignidad a los pueblos «prosperidad sin exceptuar bien alguno». Para él, esta economía cristiana y comunitaria “no es sólo deseable y necesaria sino también es posible. No es una utopía ni una fantasía. Es una perspectiva extremadamente realista. Podemos lograrlo. Los recursos disponibles en el mundo, fruto del trabajo intergeneracional de los pueblos y los dones de la creación, son más que suficientes para el desarrollo integral de «todos los hombres y de todo el hombre» (Pablo VI)”. En pocas palabras, para el Papa “Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece”.
2) Unir nuestros Pueblos en el camino de la paz y la justicia es la forma “discreta” que utiliza el Papa Francisco para presentarle al mundo su postura claramente antiimperialista.
Para él, “la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en los derechos de los pueblos particularmente el derecho a la independencia”. Por eso afirma que “Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía”. Hoy más que nunca los pueblos han dejado claro que “No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados”.
Los pueblos deben luchar para “hacer respetar su soberanía, la de cada país y la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros Padres de antaño, llaman la «Patria Grande».”
Muchas veces “se pretende convertir a los países pobres en «piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco».” Y agrega el Papa: “El colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la mano… precisamente porque al poner la periferia en función del centro le niega el derecho a un desarrollo integral.” Por todo esto, el Papá termina siendo muy claro, para espanto de los poderes imperiales: “Digamos NO entonces a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos SÍ al encuentro entre pueblos y culturas. Felices los que trabajan por la paz.”
3) Defender la Madre Tierra es para el Papa la tarea más importante y eso ya había quedado claro en la Encíclica “Laudato si” (Alabado seas) que publicó en mayo del 2015 y que tiene como subtítulo: “Sobre el cuidado de la Casa Común”.
Aquí de manera muy breve vuelve a expresar sus preocupaciones por Nuestra Casa, la cual pese a que “está siendo saqueada, devastada, vejada impunemente” no recibe de nosotros el tratamiento que requiere la gravedad de su deterioro. Al contrario, la humanidad asiste de manera decepcionante a una sucesión de cumbres internacionales que ocurren “sin ningún resultado importante”. Dice Francisco: “Existe un claro, definitivo e impostergable imperativo ético de actuar que no se está cumpliendo”.
La ideología del amor
Ya habíamos mencionado antes sobre la predilección del Papa por la idea de un “proceso de cambio”, dada la calidad y capacidad de hacer las cosas con la paciencia pedagógica no inmediatista de los procesos. Francisco está convencido que este es el mejor método para poder llegar a la nueva sociedad “de fraternidad y justicia que [todos] esperamos”. ¿Qué sociedad es esta? El Papa confiesa que eso “no es fácil de definir”. ¿Será la bolivariana y socialista del Siglo XXI que estamos construyendo en Venezuela?
El Papa Francisco, un argentino hijo de La Patria Grande, de la cual se reivindica, ha puesto el debate sobre la mesa para sorpresa de creyentes y no creyentes.
Pero, si él no se siente capaz de definir en este momento que sociedad es esa por la que estamos luchando, si tiene muy claro que necesitamos “ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura del encuentro porque ni los conceptos ni las ideas se aman; se aman las personas”.
La entrega, “la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades… rostros y nombres que llenan el corazón.”
El Papa está convencido que nosotros luchamos “siempre motivados por el amor fraterno que se rebela contra la injusticia social” por una sencilla razón: “nuestra fe es revolucionaria”.
El discurso del Papa hacia los movimientos populares y su consecuente praxis en un ejemplo y una inspiración de lo que debemos hacer pues como dice el Padre Numa “la palabra es una criatura que hunde sus raíces en el espíritu humano, pero cuando la acompañamos de la coherencia, es decir, de la praxis de lo noble, de lo hermoso, de lo justo, ella se hace capaz de transformar vidas, de cambiar escenarios históricos y hasta de mover montañas si además va acompañada de bastante fe”.
Llegamos así al final de esta reflexión, confesando que está hecha por un “no creyente” pero de espíritu abierto como para sentirse protegido por la Virgencita del Valle que es “la más tierna y dulce de las madres”, inspiradora de bondad y solidaridad para todos los neoespartanos de buena fe.
¡Somos la esperanza que no defrauda!
¡Leales siempre, traidores nunca!
-Anisio Pires es venezolano, Sociólogo (UFRGS/Brasil), profesor de la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV)
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