Bicentenario de independencia, motivo de alegría para la dignidad
- Opinión
La señora Nobel de la Paz, Rigoberta Menchu, con su sola presencia llena de alegrías los auditorios de la ciudad de Tunja, que el 6 de agosto cumple 481 años de fundada y que ha servido de escenario central para conmemorar desde las academias y el gobierno departamental y municipal, el diálogo y el encuentro para celebrar el Bicentenario de la independencia de Colombia.
El mojón de derrota al colonialismo, que finalmente nunca se ha materializado, fue la batalla del Puente de Boyacá, del 7 de agosto de 1819, con la derrota del general español Barreiro, propiciada por el ejército libertador de Simón Bolívar. Hoy el país es otro, la Nueva Granada de entonces, que debería haberse convertido en la patria grande y libre de América, es solo un recuerdo y un sueño todavía pendiente. Los derechos traducidos por Nariño años atrás, nunca se recuperaron de su condición de llegada, en calidad de ilegales, de afrenta al rey y de hecho delictivo. Así siguen siendo todavía, ofenden al soberano y anunciarlos para reclamar por mejores garantías para vivir con igualdad, es motivo de persecución para sus defensores, que son estigmatizados y tratados como delincuentes unas veces y, muchas otras asesinados como lo muestran las abultadas cifras del horror, que por ocurrir, ya no en tiempos de guerra total si no de paz firmada, son aún más oprobiosos y condenables.
Los pueblos sin embargo tienen mucho que celebrar, a pesar del desprecio del poder y las imprecisiones infundadas por la posverdad que trata de minimizar, ridiculizar y borrar de la historia hasta la misma palabra independencia. Cizaña, odio y relaciones hipócritas entre gobernantes, es lo que se dibuja todos los días en los diarios, noticieros y redes, que los muestra reunidos, declarando y proclamando alianzas que no consultan las demandas de sus pueblos. Los egos de los gobernantes son profundos, se muestran investidos con un aura de poder sin límites y poco interés por la suerte de sus países durante los próximos doscientos años, sus actuaciones se alinderan con el modelo contrario, de neocolonialismo, basado en modelos extractivistas y depredadores.
Rigoberta Menchú, la señora premio Nobel de la paz, es una voz de aliento, porque escuchar sus palabras, consejos, historias y recuerdos trae alegría y convoca a volver a la solidaridad y a mantener la esperanza, a volver a creer que es posible diseñar un futuro común, con muchos proyectos educativos que tengan por objeto principal educar al ser humano y saber respetar a todos los que coexistimos en este planeta que se agota y sufre por la avaricia del gran capital.
Hace 200 años en los campos de Colombia y del continente entero el grito de independencia, comandada por Simón Bolívar y después de muchas batallas y cientos de soldados mal armados y con incipiente formación guerrera, le mostraron al país que el sueño de libertad era posible y lo consiguieron. A doscientos años, retumba en las calles del país ya no un grito de independencia, si no de dignidad y de esperanza por un país soberano, en paz y con derechos para vivir plenamente la vida con dignidad.
Por eso es especial la visita de Rigoberta Menchu en estas tierras, de las que siempre queda la sensación de estar habitadas por gentes humildes, honestas y francas, de ruana y sombrero, con pequeños poblados de calles que parecen detenidas en el tiempo y jóvenes que saben atravesar mundos distantes para ser mejores humanos. Congratula oír los relatos de la Premio Nobel y reconocer que la humildad, siempre valdrá más que todo el oro o la riqueza material y llena de felicidad saber que los estudiantes la observan, se acercan, comparten sus afectos y dicen lo importante que es su presencia, para un país que quiere la paz por encima de todo y mostrarle que por donde siempre ellos caminan, su nombre hace eco y está presente como como un referente de lucha y resistencia.
Gracias señora Premio Nobel de Paz, por su visita, sus palabras, su tiempo para venir a tierras tan lejanas tierras a su natal Guatemala y por encontrar aquí en los rostros del bicentenario esas mismas ganas de ser libres y soberanos, que está tiempo de ser posible juntando la dignidad.
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