Garantizar el futuro de la vida y de la Tierra
- Opinión
En el mundo entero y también entre nosotros se celebra con eventos y discusiones ecológicas la Semana del Medio-Ambiente. Lógicamente, el «medio»-ambiente no nos satisface, pues queremos el ambiente «entero».
El Papa en su encíclica «Sobre el cuidado de la Casa Común» (2015) superó este reduccionismo y propuso una ecología integral que abarca lo ambiental, lo social, lo político, lo mental, lo cotidiano y lo espiritual. Como han dicho grandes exponentes del discurso ecológico: con este documento, dirigido a la humanidad y no sólo a los cristianos, el Papa Francisco se coloca a la cabeza de la discusión ecológica mundial. En su detallada exposición sigue el guión metodológico de la Iglesia de la Liberación y de su teología: ver, juzgar, actuar y celebrar.
Fundamenta sus afirmaciones (el «ver») con los datos más seguros de las ciencias de la Tierra y de la Vida; somete a un riguroso análisis crítico («juzgar») lo que él llama «paradigma tecnocrático» (nº 101), productivista, mecanicista, racionalista, consumista e individualista, cuyo «estilo de vida sólo puede desembocar en catástrofes» (nº 161). El juzgar implica una lectura teológica en la que el ser humano emerge como cuidador y guardador de la Casa Común (todo el capítulo II). Coloca como hilo conductor la tesis básica de la cosmología, de la física cuántica y de la ecología: el hecho de que “todo está relacionado, y todos nosotros, seres humanos, caminamos juntos como hermanos y hermanas en una peregrinación maravillosa… que nos une también con tierno afecto al hermano Sol, a la hermana Luna, al hermano río y a la Madre Tierra” (nº 92). Propone prácticas alternativas («actuar») pidiendo con urgencia una “radical conversión ecológica” (nº 5) en nuestro modo de producir y de consumir, «alegrándonos con poco» (nº 222) «con sobriedad consciente» (nº 223), «en la convicción de que cuanto menos, tanto más» (nº 222). Destaca la importancia de «una pasión por el cuidado del mundo», «una verdadera mística que nos anima» (el «celebrar») para asumir nuestras responsabilidades ante el futuro de la Vida.
Actualmente se libra una batalla feroz entre dos visiones con respecto a la Tierra y a la naturaleza que afectan nuestra comprensión y nuestras prácticas. Esas visiones están presentes en casi todos los debates.
La visión predominante, que constituye el núcleo del paradigma de la modernidad, ve la naturaleza como algo que ha sido destinado para nosotros, cuyos bienes y servicios (el sistema prefiere llamarlos «recursos», los andinos «bondades de la naturaleza») están disponibles para nuestro uso y bienestar. El ser humano está en la posición adánica de quien se considera «maestro y señor» (Descartes) de la naturaleza, fuera y por encima de ella. Considera a la Tierra una realidad sin propósito (res extensa), una especie de baúl, lleno de bienes y servicios infinitos, que sostienen un proyecto de desarrollo/crecimiento también infinito. De esta actitud de dominus (dueño) surgió el mundo científico-técnico que tantos beneficios nos ha traído, pero que al mismo tiempo ha creado una máquina de muerte que, con armas químicas, biológicas y nucleares, nos puede destruir a todos y poner en peligro la biosfera.
La otra visión, contemporánea, que tiene más de un siglo de vigencia pero que nunca logró hacerse hegemónica, entiende que somos parte de la naturaleza y que la Tierra está viva y se comporta como un superorganismo vivo, auto-regulado, combinando los factores físico-químicos y ecológicos de forma tan sutil y articulada que siempre mantiene y reproduce la vida. El ser humano es parte de la naturaleza y aquella porción de la Tierra que en un proceso de altísima complejidad comenzó a sentir, a pensar, a amar y a venerar. Nuestra misión es cuidar de este gran Ethos (en griego significa casa) que es la Casa Común. Somos el frater (hermano) de todos. Debemos producir para atender las demandas humanas pero en consonancia con los ritmos de cada ecosistema, cuidando siempre de que los bienes y servicios puedan ser usados con una sobriedad compartida, con vistas a las futuras generaciones.
En una mesa redonda con representantes de varios saberes, se discutían formas de protección de la naturaleza. Había un cacique pataxó, del sur de Bahia, que habló por último y dijo: «no entiendo el discurso de ustedes; todos quieren proteger a la naturaleza; yo soy la naturaleza y me protejo». Aquí está la diferencia: todos hablaban sobre la naturaleza como quien está fuera de ella, nadie sintiéndose parte de ella. El indígena se sentía naturaleza. Protegerla es protegerse a sí mismo que es naturaleza.
Este debate todavía está en curso. El futuro apunta a la segunda visión, la de mirar a la Tierra como Gaia, Pachamama, Gran Madre y Casa Común. Lentamente vamos tomando conciencia de que somos naturaleza y que defenderla significa defendernos a nosotros mismos y a nuestra propia vida. De lo contrario, la primera visión, la de la Tierra y la naturaleza como un baúl de «recursos infinitos», nos puede llevar a un camino sin retorno.
2019-06-09
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