Ayuda (in)humanitaria
- Opinión
Además de los azotes que la naturaleza reparte por diversas zonas del planeta con consecuencias sociales devastadoras en las esferas habitacional, alimentaria y sanitaria, el capitalismo (que no tiene nada de natural) produce efectos proporcionales en segmentos considerables de las sociedades. Generalmente de forma menos abrupta y repentina, aunque más ensañada y continua en el tiempo hasta que, llegado un punto, son necesarias intervenciones solidarias para paliar la crisis humanitaria que puede reconocerse cuando las políticas asistenciales quedan desbordadas por la precariedad de la economía, la infraestructura o la extrema vulnerabilidad social.
En estos días se discute la necesidad de acercar ayuda humanitaria a Venezuela y se producen conatos de bloqueo y agresión sobre la que supuestamente se encuentra en sus fronteras. Creo que ese país la necesita, como muchos otros a los que referiré más adelante. Personalmente he podido reconocer ya en el año 2015, un ostensible desabastecimiento de medicamentos elementales y de varios productos alimentarios consecuencia de un verdadero desquicio económico en el que derivó lo que fue llamado “socialismo del siglo XXI” que no ha sido más que un capitalismo “intemporal” que entró en una fase de descontrol hiperinflacionario y corrupción con consecuencias sociales que asemejan más a la acumulación primitiva de los siglos XIV y XV que expone Marx en el primer tomo de “El Capital”. En parte como resultado de medidas bloqueantes y expropiatorias de los gobiernos hostiles, tanto como por la ineficiencia y continuismo primarizador de la economía en un contexto internacional declinante y recesivo. Es hoy inocultable el éxodo de ingentes masas que logran reunir las divisas para volar hacia países lejanos, generalmente jóvenes profesionales producto de la explosión universitaria que construyó el chavismo que terminan penosamente repartiendo pizzas en bicicletas o realizando tareas simplistas, además de los que huyen por medios de transporte más rudimentarios, incluso pedestres, hacia las fronteras. El chavismo ha sido la más consecuente y radical de las iniciativas integradoras de América Latina, enfatizando el antiimperialismo y la institucionalidad basada en medidas concretas y sustentables. Pero en el contexto regional actual y en la propia crisis en la que se desenvuelve, la retórica antiimperialista resulta huera y sus bravatas más risibles que estimulantes y movilizatorias.
Creo que es mucho más razonable reconocer la crisis, tanto como rechazar las formas y remitentes actuales de la supuesta ayuda humanitaria para situarla en el contexto en que la propia ONU la define, es decir basada en medios económicos (devolviendo por caso todo lo que es expropiado por los imperios) productos de primera necesidad, comida y medicinas. Pero a través -y con la supervisión- de los organismos internacionales públicos dependientes de la ONU, tal como están previstos con “principios humanitarios de imparcialidad, neutralidad, humanidad e independencia operacional”. Exactamente lo contrario de los sospechosos e inhumanitarios camiones enviados por el estado terrorista imperial y los gobiernos títeres del llamado grupo de Lima.
Insistiré lo expuesto en artículos anteriores en que Maduro y el chavismo deberían hacer una exhibición de su arsenal democrático constitucional (la carta magna más avanzada del mundo) adelantando el referéndum revocatorio, con todas las garantías y veedores internacionales que siempre han convocado a fin de que sea la ciudadanía la que decida si quiere continuar la experiencia de un capitalismo con pretensiones redistributivas y contención social, aún fallido, o bien las tradicionales formas salvajes y esclavizantes que propone la oposición.
Tanto el argumento de la movilización opositora y la represión, cuanto el nivel de abstención que arguye el cartel de la restauración, queda desmentido no sólo al advertir su indiferencia ante la magnitud de las protestas sabatinas que enfrenta Macron, sino también por la actual coyuntura haitiana. En las elecciones del 2015 la participación fue del 21% del electorado, cosa que no impidió que los cuestionadores del abstencionismo venezolano reconocieran inmediatamente al ganador. Pero además fueron tan groseras las irregularidades que esas elecciones debieron anularse y repetirse con idéntico resultado. Hoy las calles de Puerto Príncipe están plagadas de manifestantes exigiendo la renuncia de Jovenel Moise y son reprimidas contando varios muertos entre ellos. No hay ayuda humanitaria ni cuestionamiento de la legitimidad del primer mandatario. Todas las estadísticas, desde la expectativa de vida hasta la disponibilidad de saneamiento o el ingreso per cápita, denuncian una realidad que merece la ayuda inmediata. Trágica paradoja la de esa media isla que sintetizó pioneramente en un mismo movimiento histórico, una revolución nacional, social y racial, pagando el (des)precio de la libertad, igualdad y fraternidad que se arrogaban para sí sus colonizadores, negándosela al resto.
Pero ni el de Venezuela ni el de Haití resultan los únicos casos de crisis con necesidades humanitarias. El informe 2018 de la “Food and Agriculture Organization” (FAO) de la ONU (suscripto además por Unicef, International Fund for Agricutural Developement, World Health Organization y World Food Program) ubica a Venezuela con crecimiento de la “prevalencia de la subalimentación 2015/17” pero no es el país de Sudamérica con la tasa mayor, aunque luego no hay datos de ese período de inseguridad alimentaria tanto para Haití como para Venezuela (págs. 122 y 123). Pero no alegrará a Macri saber que el récord de crecimiento de tal indicador en ese período lo tiene Argentina (pág 123) aumentando del 5,8 % (2.500.000 personas) en el período a 8,7 % (3.800.000 personas).
Si de ayuda se trata, no vale la pena esperarla de los más inhumanos.
Emilio Cafassi
Profesor Titular e Investigador
Universidad de Buenos Aires
Publicado en Caras y Caretas (Uruguay), 1° de marzo de 2019
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