La paradoja Bolsonaro: la democracia, una realidad entre la economía y la seguridad
- Opinión
Hace un tiempo, entre los diferentes informes de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) uno de ellos llamó la atención, con un análisis económico, que parecía algo extraño porque su contradicción implicaba una metáfora, una pirueta semántica llamativa sobre los niveles de crecimiento, que es además propia del sistema capitalista.
En años recientes, decía la OIT “la economía ha transitado hacia lo que se podría considerar como la “nueva normalidad”, a saber, niveles inferiores de crecimiento. El concepto de un crecimiento continuamente reducido ha adquirido importancia: las tasas de crecimiento siguen situándose por debajo de lo esperado y registran niveles inferiores a las tasas observadas antes de la crisis.
Si este alargado periodo de menor crecimiento resulta ser estructural y no cíclico, será necesario aplicar un enfoque ajustado para reducir los déficits de empleo decente. En efecto, los actuales niveles de crecimiento podrían poner en entredicho la capacidad de la economía mundial de crear una cantidad suficiente de empleos de calidad y de alcanzar el objetivo de brindar “empleo pleno y productivo y (…) trabajo decente para todos”, como lo dispone el Objetivo 8 de la agenda de desarrollo sostenible”.
Este informe sirve de pretexto para enfocar los problemas paralelos originados por el sistema económico que predomina. En efecto, al pasar del nivel de las representaciones teóricas al de la realidad, se constata como la transformación de las relaciones económicas son el punto de partida para la constitución de una sociedad gobernable, o no: en ella se originan conductas individualistas y conservadoras en los conglomerados populares, que reducen la emergencia de las acciones colectivas y la capacidad de cuestionamientos reales al orden de desigualdad.
La liberalización del mercado del trabajo, (flexibilización) que libra al capital de las limitaciones jurídicas conquistadas por las luchas sociales, hace crecer la competencia entre trabajadores, aumenta su disposición a la desvalorización de su fuerza de trabajo, y por ende su subordinación al capital para conservar su fuente de empleo, esto conlleva a individualizar la negociación salarial, fragilizando la influencia sindical.
El desempleo arroja a varios sectores hacia la sobrevivencia individualizada (mal llamadas sector informal) que desvalorizan la fuerza de trabajo, sin espacios colectivos para su defensa, con lo que se reproducen regresiones en sus experiencias y grados de conciencia clasista, que determina a la vez, una creciente marginalidad política.
Todo individuo que se ve confrontado a esta realidad sufren profundos desajustes sicológicos, tendencias al ostracismo y al individualismo. Muchas veces sometidos a planes de emergencia estigmatizado a la imposición de pautas de consumo suntuario, que induce a muchos de los sectores empobrecidos a consumirlos con una variante adicional de sus necesidades básicas, calidad alimenticia, salud, vivienda, educación e información, lo que sin dudas aumenta su condición dependiente y marginal y fuerza las actividades económicas especulativas y parasitarias, muchas veces en los senderos de la delincuencia.
El desempleo y la pobreza incrementan las conductas delictivas de los pobres y con ello la percepción de inseguridad, haciendo la sociedad más proclive a formas de privatización de las acciones coercitivas y más permisivas con las prácticas autoritarias, la reciente elección de Bolsonaro tiene mucho de común de lo que describimos.
Pero también se advierte que aunque estas promesas de transformaciones sociales disminuyan algunos de los niveles de conflictividad a través de los atajos de la violencia del Estado, los mismos seguirán sin soluciones reales, porque la polarización de la estratificación social no permite su contención absoluta, aunque desde todas las filas del capitalismo muchos de sus representantes más genuinos recorren el mundo y gritan cuasi al unisonó que la lucha de clases es algo del pasado de hace 200 años atrás, los mismos que nos dan cátedra de economía con las recetas del eterno liberalismo.
Aislar los conflictos
La experiencia indica que las estrategias de gobernabilidad se orientan a aislar los conflictos tratándolos como particularidades (étnicos, generacionales, de género o religiosos, entre otros) y explotando su especificidad para que se articulen en una noción de lo popular, agitando los fantasmas de la violencia de los pobres.
La sumisión, la resignación, el egoísmo y la pasividad no solo son consecuencias de estas trasformaciones sociales, sino también valores promovidos para reproducir esos cambios. El bienestar sustituido por la posesión, los derechos sociales sustituidos por el consumo de servicios, el desarrollo humano transformado en competencia fagocitaria, el temor ante el futuro incierto convertido en pragmatismo conservador .
Estos son los valores del virtuosismo cultural que el capitalismo de la postmodernidad defiende y reproducen vastos sectores de intelectuales ahora orgánicos de la dominación conservadora. El valor de la desigualdad como el factor más dinámico del desarrollo social es en definitiva la consagración del liberalismo como pensamiento de derecha.
La sociedad de la inseguridad sirve como estandarte de la derecha para ganar elecciones y para revivir las teorías políticas del individualismo posesivo como en el Leviatán de Thomas Hobbes, para hacer del Estado muy poco más que el guardián de la propiedad.
Pero la historia enseña que el problema de la gobernabilidad no es nuevo como tampoco lo es el de la dominación sea esta con legitimidad o no. En este sentido debemos recordar que las dictaduras latinoamericanas construyeron la gobernabilidad que requería el neoliberalismo para imponerse.
La soberanía del capital
Cuando estas dejaron de garantizar la estabilidad política, el problema de gobernabilidad adoptó la forma de democracia gobernable, claro se podrá decir que el problema de gobernabilidad tiene poco interés teórico más allá del problema del equilibrio, y que lo relevante son los procesos políticos e ideológicos que hacen posible que se identifique gobernabilidad con democracia.
Porque si la estabilidad de la dominación capitalista (gobernabilidad) se obtiene al impedir que las política intervenga sobre las cuestiones económicas - noción esta también válida para los países industrializados- que quedan solo reservadas a la soberanía del capital, en países donde la desigualdad y la pobreza son la condición mayoritaria, la búsqueda de gobernabilidad deja de ser una estrategia dominante conservadora para ser obligatoriamente reaccionaria.
Las elites políticas construyen los equilibrios mediante consensos entre sí, que es la única forma que puede adoptar la política democrática, consensus hacia los intereses dominantes y no confrontación de proyectos de sociedad distintos.
En tiempos electorales la derecha trata de recomponer la imagen de sus gobiernos o partidos tratando de compensar el desprestigio de las instituciones democráticas con acciones puntuales contra la corrupción y el crimen organizado encarcelando algunos políticos, también faltaba más, se hacen algunas reformas del Poder Judicial para reforzar su imagen de independencia. Pero el desprestigio de la política y las instituciones corren en paralelo al de las políticas económicas.
En medio de la crisis civilizatoria que enfrenta el mundo a causa de los efectos perniciosos del capitalismo y su “última fase” en todos los casos si podemos decir en una de las más predatorias del neoliberalismo por más que sus apologistas nieguen la realidad, el fascismo golpea a sus a puertas, … Y algunos ya las abrieron.
Eduardo Camín
Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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