Dudas y certezas en el horizonte brasileño
- Análisis
La incansable campaña del PT brasileño intentando revertir en ballotage el funesto resultado de la primera vuelta, no está exenta de dificultades. La primera de ellas es la renuencia a debatir por parte de Bolsonaro con la pueril excusa de la recomendación médica que también se extiende a su candidato a vice, Mourâo, ya sin pretexto alguno. El rédito que les ha otorgado el juego mediático impulsado por el oligopolio comunicacional del que no debe excluirse a la radio y TV evangélica o las “fake news” en redes, prácticamente los obliga a eludir cualquier interposición de la razón en la escena. La segunda es la soledad en la que deben encararla. El resto de las -también derrotadas- fuerzas políticas no parecen advertir la gravedad de la situación ni las dramáticas perspectivas que dibuja el ascenso del neofascismo hasta la toma del poder político por medios electorales. La profundidad de la crisis del régimen político fue desvitalizando la ciudadanía hasta dejarla tan indignada como inerme, con el único consuelo del “voto castigo”, esta suerte de acto reflejo ineficiente que castiga sujetos mientras mantiene intacto el sistema que los produce y reproduce, escogiendo tan sólo ofertas de dirigentes. Aquella que ya Schumpeter había definido en 1942 llamándola “democracia existente”: los votantes funcionan como consumidores y los políticos como empresarios.
Si bien las redes sociales están mayormente dominadas por los slogans y las “fake”, también pueden encontrarse allí ocasionalmente algunos insumos explicativos o al menos nutrientes para futuros debates que no debieran excluirse de la campaña, si se concluye que es el castigo al PT el que está orientando casi excluyentemente al electorado. La autocrítica y la intención de renovación, junto con el subrayado de los peligros que conlleva Bolsonaro y la exposición de un programa realista de mejoramiento de las condiciones de vida popular, también pueden ser parte de la campaña. Tal el caso del post de un profesor petista de filosofía de la Universidad de Iguaçu, Gustavo Bertoche Guimarães, que cobró notoriedad, o como se dice en las redes, se “viralizó”.
El eje de su intervención es la ausencia de autocrítica del PT. Sostiene taxativamente que “la culpa del surgimiento de esa ola es nuestra, exclusivamente nuestra”. Pero no lo menciono por compartir tal ausencia, sino por algunos aspectos del autoexamen demandado. Recientemente el ex ministro del gobierno de Lula, ex gobernador del estado de Rio Grande del Sur y ex presidente del PT, Tarso Genro, a quien considero junto a Raúl Pont de los mejores cuadros petistas, responsables del apogeo del PT en la gestión de Porto Alegre y del estado, visitó Montevideo invitado por el FA y expuso su punto de vista en “la huella de Seregni” que no careció de autocrítica. Particularmente respecto al gobierno de Dilma y las decisiones del Ministerio de Hacienda, o la existencia de corrupción. Respondió además, parcialmente, algunas punzantes preguntas de los asistentes que no sólo fueron importantes referentes frentistas sino también simples militantes.
La distinción es hacia dónde se orienta la mirada autocrítica. Bertoche será más enfático y radical en la crítica de las políticas gubernamentales. “Adoptamos el método más podrido de conquistar mayoría en el congreso y en las asambleas legislativas, por haber preferido el poder a la virtud”. Agregaré que tampoco pudieron advertirse las alarmas de 3 años atrás cuando un millón de brasileños se movilizaron por las calles de todo el país, convocados fundamentalmente por partidos de derecha, demandando cárcel contra los corruptos simultáneamente con la eliminación de recortes en el gasto social que impulsaba la gestión de Dilma para cumplir con la receta de la ortodoxia neoliberal de reducir el déficit fiscal. Ya en aquellas manifestaciones se pudo advertir la aparición de activistas que reivindicaban el golpe militar.
Sin embargo no cifraría en el mayor o menor tono crítico del desempeño gubernamental la principal diferencia, sino en la organización de la fuerza política, cuestión en la que Genro tiene necesaria responsabilidad como ex presidente partidario. Mientras Genro elude las transformaciones -algunas inevitables- desde la oposición al ejercicio del poder político, Berteche subraya allí el centro de la cuestión. “Nos engañábamos con los éxitos electorales, y nos convertimos en un movimiento de la élite política. Perdimos la capacidad de comunicarnos con el pueblo, con las clases medias, con el ciudadano que trabaja 10 horas al día…”
Cualquiera sea la respuesta a algunas de las preguntas del profesor de filosofía la pertinencia de su formulación me parece vital, para la presente campaña, para el futuro y para el resto de las fuerzas de izquierda que miramos con atención el devenir de las experiencias de pretensión transformadora: “¿Dónde están las convenciones partidarias lindas de los años 80? ¿Dónde están las corrientes y tendencias lanzando contra-pre-candidatos? ¿Dónde están los debates internos? ¿Cuándo fue que el partido pasó a tener un dueño?”. El florecer de las dudas no debilita sino que refuerza la certeza esencial.
La única salida inmediata para Brasil es el triunfo de Haddad.
Emilio Cafassi
Profesor Titular e Investigador
Publicado en Caras y Caretas, 22/10/2018
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