Abolición de la esclavitud semántica
- Opinión
Suele ser una manía el secuestro de significados para conformar un lenguaje hegemónico cuyo plan semántico se impone, con el reloj de la lucha de clases, en sus “definiciones”, sus paradigmas, su interpretación y su uso. Así lo hacen los poderes sectarios -de todas las áreas- que se adueñan de nociones y usos para reinar a sus anchas en los territorios semánticos. “La cortesía del filósofo es la claridad” decía Adolfo Sánchez Vázquez.
Casi cualquiera, con suficiente egolatría, inventa terminajos y jergas, a diestra y siniestra, para caracterizar eso que él cree descubrir u ordenar, como nadie antes lo ha hecho. Como un Cristóbal Colón de los saberes, inaugura continentes del conocimiento, los da por inventados y los bautiza según el antojo y las pleitesías de ocasión. Y la proliferación de esos genios de la terminología termina produciendo oscurantismos tipológicos nuevos muy caros al esnobismo burgués y a la balcanización de los saberes. Pocas, muy pocas, son las excepciones. “…todo lo que conduzca a la superioridad de un idioma sobre otro –ya sea intencionalmente o no- crea graves problemas…” Informe MacBride p.141
Al contrario de lo que se necesita (claridad e inteligibilidad) para comprender al mundo y todas sus complejidades, tenemos en el escenario de las explicaciones un circo abigarrado, generalmente tramposo, empeñado en secuestrar el conocimiento para enjaularlo en terminologías de “expertos”. Incluso para las cosas más sencillas, siempre aparece un grupo sabelotodo dispuesto a proferir jerigonzas a granel mientras comercia con lo que dice saber. Se hacen pasar (y se hacen pagar) como iluminados del saber con quienes sólo se puede interactuar bajo los efluvios de cierta fe fabricada a media del negocio. Y, como hablan enredoso, hay que creerles y obedecerles. Algunos se hacen llamar científicos, expertos o técnicos.
Este no es un problema sólo de comprensión es, particularmente un problema ético. Complicar el saber, que es en suma un producto social y un derecho humano fundamental, no parece ser el mejor método para su democratización. La invención desaforada de terminajos sectarios sólo produce “grietas”, abismos. Y no se trata de negar el valor de conceptos cuya capacidad de síntesis facilita la ordenación de categorías propias en la lógica que el conocimiento requiere para su consolidación científica. Se trata de exigirle, a tal capacidad, la destreza indispensable de hacerse accesible, inteligible para la satisfacción de las necesidades colectivas en la resolución de los problemas más disímbolos. No es lo mismo investigar que divulgar pero ambas fases del saber son indisociables e indispensables en la dialéctica del conocimiento material y concreto, objetivo y subjetivo. No es mucho pedir.
Así, la erudición que es un valor social fundamental, se garantiza un poderío colectivo que hasta ahora ha sido mayormente reducido a diálogos ineluctables entre interlocutores más enamorados de su prosa, y sus egos, que del aporte social para la producción social del conocimiento al alcance de todos. Es decir la democratización de la inteligencia. Necio sería descalificar el aporte de nomenclaturas científicas, de lo que se trata es de completar su valor con el valor de la extensión y el poderío del conocimiento movilizado socialmente. Abolir las cadenas terminológicas. Peor es cuando las explicaciones de los “expertos” se presentan en idiomas extranjeros.
Un análisis panorámico, demostraría fácilmente cómo la invención de términos ha impuesto una dinámica ideológica hegemónica creada para imitar a ciertos formatos descriptivos empeñados en exhibirse como progreso científico de unos cuantos. Eso trae consigo otros problemas en la instrumentación de políticas democratizadoras de la Ciencia y la Tecnología. Son reductos cuya lógica se impone, desde afuera de una sociedad, para profundizar las brechas entre el que sabe y el que no. No pocas veces comerciando con eso.
En general los modelos de producción terminológica son estrategias para presentarse como saber universal e independiente de una comunidad específica, pero semejante ambición deja fuera de lugar a la diversidad de problemáticas educativas en una sociedad donde debieran servir para la apropiación colectiva de una determinada riqueza semántica. En consecuencia la democratización de los saberes se convierte en una imposibilidad porque los conocimientos in-inteligibles pierden su carácter formativo, dislocados de su pertenencia social.
Dotar de comprensión social-contextual, al conocimiento multiplica el desarrollo de una cultura que se adueña de la ciencia, de la tecnología y de la libertad de expresarlas diseminándolas más allá de los ámbitos formales de producción de conocimiento. La democratización del conocimiento, con todos sus significados con sus vocablos básicos, permite además abrirle opciones a la cultura misma para reconocer las variedad de las estructuras semánticas que, en general, no se perciben como algo propio de los pueblos y que, por el contrario, se presentan como un universo esotérico de espaldas a la inteligencia social. Facilitar la comprensión de los conceptos acarrea beneficios múltiples y enriquece también al espíritu científico, que corre riesgos si no logra abrirse a un modo colectivo, necesitado de conocer el sistema de los saberes y enriquecer otras formas de saberse.
Desde un enfoque crítico de las terminologías y las jergas, es posible desarrollar un abordaje democrático de los métodos de nominación tradicionales y de la proliferación misma del conocimiento. Eso permite impulsar cambios a la valoración de la inteligencia vinculada con la transformación profunda de la sociedad, no porque esté imposibilitada para entender conceptos complejos sino por la necesidad de esclarecer sus contenidos hasta ponerlos al alcance de la mayor cantidad posible de personas. Por cierto, no caigamos en la emboscada ideológica del “cuanto más sencillo” más alcance tendrá, se trata de que lo profundo, lo complejo y lo rico estén a la mano de todos.
Toda capacidad crítica, frente a las terminologías incomprensibles, debe ser decisiva para revolucionar el conocimiento y emancipar a la semántica, eso implica liberarla y convertirla en fuerza de creación necesaria para terminar con los vicios de cierta “comunidad de iluminados” que se apropia de los saberes en todas sus ramas. También, hay que desplegar una lucha incansable que sea capaz de romper con los “diccionarios” del oscurantismo y afrontar la urgencia social de poner el conocimiento al servicio de la transformación del mundo. Para que se entienda.
Dr. Fernando Buen Abad Domínguez
Director del Instituto de Cultura y Comunicación
Universidad Nacional de Lanús
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