Cuidado mucho con los “pueblos elegidos”
- Opinión
Generalmente, cuando en los medios o en alguna reunión se critica a los EE UU por su geopolítica abusiva e intervencionista, o confrontativa dependiendo del rival, se suele exponer una cuidadosa opinión políticamente correcta: “Detesto a los gobiernos gringos y a su política, pero no a su pueblo, que es admirable”.
Sin embargo, estudiando un poco la historia, las costumbres, los usos y la manera de pensar general de ese “maravilloso pueblo”, no encuentro que tal afirmación sea generalmente válida. Por supuesto que la mayoría de ese pueblo –de inmigrantes legales e ilegales, vale la pena recordar–, individualmente considerada y de dientes para afuera, son “buenos” en el sentido laxo del término. Es un pueblo muy religioso, como lo prueban las innumerables sectas derivadas del Cristianismo calvinista de los Padres Fundadores y de los Pilgrims que huyeron de la Europa de las hambrunas y las guerras religiosas, y llegaron en el Mayflower y posteriores naves con su carga de fanatismo a cuestas: van al servicio religioso cada domingo, oran y cantan en coro muy devotos, hacen filantropía los más ricos o simple caridad sus clases medias, y todos hacen, muy a lo boy scout, su buena obra del año… o del mes. Es decir, son “buenos, pero…”. Depende de lo que estemos hablando.
Sé que pensarlo y, peor aún, decirlo, es “generalizar” y, según las normas al uso, toda generalización es injusta y “equivocada”. Pero no estoy solo en tan políticamente incorrecta apreciación. También lo dice uno de sus intelectuales más críticos y lúcidos, Michael Moore (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=243304). Aunque el lameculismo regional lo considere, como a Noam Chomsky, a Oliver Stone, a Naomi Klein y a unos cuantos más, no solo “políticamente incorrectos” sino exagerados y “tendenciosos”, como alguna vez me dijo de Stone, a propósito de su filme JFK, uno de los opinadores de pantalla más conspicuos de la ultra derecha fascistoide ecuatoriana. Pero sus libros y filmes críticos de la “cultura” y la política del Imperio, son ya clásicos en el análisis socio-ideológico de esa nación en general, y de su “maravilloso pueblo” en particular. Con las muchas excepciones que, como el mismo Moore y los mencionados, puedan existir. Pero el generoso calificativo es tan generalizado y parecido a esas verdades originadas en mentiras mil veces repetidas, que uno entra en sospechas.
Un poco de historia antigua
Fue ese pueblo el que durante la Conquista del Oeste y desde sus caballos, diligencias y vagones de la Pacific Union Railroad asesinaba con sus Winchesters y Colts a indios, búfalos y bisontes, en ese orden. Ante tal genocidio, la Conquista luso hispana de América Latina fue la pálida sombra de una sombra, sin tratar de negarla o minimizarla. Pero aquí hubo más adoctrinamiento y catequización, que no hubo allá, que muertes por asesinato. La gran mayoría de víctimas andinas fueron, sí, por causa de ellos, pues trajeron viruela, tifo, sífilis y lepra que no existían por estos rumbos.
La saga del Far West fue escrita con sangre a lo largo de la Ruta de Santa Fé, al oeste de los Apalaches y hasta Las Rocosas y las orillas del Mar Pacífico, al igual que las páginas negras de la Fiebre del Oro en California y en Alaska, que levantó fortunas inmensas al tiempo que cavó miles de tumbas. Y no de indios solamente. Todas las versiones de Los 7 Magníficos (aparte de las novelas de Zane Grey), por ejemplo, dibujan esa gesta sangrienta: el minero nuevo rico, prevalido del poder del oro, arrebata a bala sus tierras a los granjeros, campesinos y pioneros que abrieron las rutas de la conquista y del progreso: tras ellos llegaron el Pony Express y el telégrafo, y se tendieron los rieles del Ferrocarril que cruzó el continente de uno a otro mares, trayendo a los “afiebrados por el oro”, futuros terratenientes que a sangre, fuego y despojo sembraron la simiente de la Revolución Industrial.
Esa “Cultura Colt” se apoyaría en la Segunda Enmienda para armar a los ciudadanos de la nueva nación, y no excluyó de ella a mujeres ni a niños: “Calamity” Jane y Billy “The Kid”, enrojecieron a tiros las calles del Oeste y edificaron con sus hazañas criminales la historia de una conquista territorial que luego devino, culturalmente, mundial. Pero ya no a caballo sino a bordo de la maquinita mágica de los hermanos Lumiére, difundida de cabo a rabo por el Edison Empresario, más importante como comercializador del Séptimo Arte que como “inventor” de ideas ya pensadas por otros pero no realizadas. ¿No jugaban los niños del Occidente Cristiano a vaqueros y bandidos, a policías y ladrones, a sheriffs y asaltatrenes?
Pero hay más en la historia del pueblo de los EE UU. Fue el creador del Ku Klux Klan, destinado desde su racista raíz de antorchas, túnicas y cucuruchos blancos, a violar, asesinar, encadenar y quemar negros remisos a la esclavitud o reacios a los crueles caprichos del Amo blanco (Acabo de ver de nuevo Mayordomo, un buen filme de Lee Daniels con Forrest Whitaker y Oprah Winfrey, que dibuja en sus inicios esa tragedia).
Son sus individuos los que conforman la Asociación Nacional del Rifle y enseñan a sus hijos desde la niñez a disparar, es decir, a matar. Son quienes, cuando se convierten en marines aspirantes a héroes de guerra, violan y abusan de jóvenes y niñas y niños donde quiera que tengan una Base Militar. Fueron y son los que eligieron Presidentes a Teddy Roosevelt, el del big stick; a Ronald Reagan, el Gran Impulsador del neliberalismo tatcheriano; a los dos Bush, G., el de la Tormenta del Desierto y G. W., al que le “dieron pensando” el atentado contra las Torres Gemelas para que le impusiera al mundo su Doctrina de la Seguridad Nacional; a Hillary Clinton, la guerrerista, aunque, Compromisarios mediante, se tranzara por Donald Trump, el patán que odia a los niños migrantes latinos, árabes y pobres. Y fueron esos mismos ciudadanos los que entraron con sus armas al barrio Chorrillos de Panamá y asesinaron a miles buscando a un fugitivo inmoral que había sido su socio y su amigo. Y fueron integrantes de ese pueblo los que escupieron balas, metralla, obuses y toneladas de napalm sobre el pueblo Vietnamita, por el grave delito de pensar distinto y querer vivir a su manera. Para no hablar de las 2 bombas aquellas… Aplaudidas por la mayoría de ese pueblo, en venganza por la pantomima de Pearl Harbor, burdo pretexto para entrar tarde a una guerra que el Cabo austríaco ya tenía perdida, y pasar a controlar medio mundo.
De adolescentes pistoleros a niños idem
Cada tanto somos testigos virtuales del tiroteo del día o de la masacre del mes, ocasionadas por cualquiera que, menores de edad o psicópatas en potencia o en acto, tenga Tarjeta de Crédito con que comprar un rifle o una pistola en la armería de la esquina. Todo ello porque, aunque hipócritamente lo nieguen o lo barran bajo la alfombra la Asociación Nacional del Rifle y los Congresistas, “aceitados” como un winchester de repetición, la Constitución de Filadelfia, que quiso garantizar la existencia de Una Milicia (un Cuerpo Legal bajo la tutela del Estado) para proteger, dizque, la Seguridad de los Estados de la Unión, lo que hizo, con toda intención, fue facultar a cualquiera para que adquiera un arma… y la use. En el Siglo XIX contra indios levantiscos, negros huidizos y pioneros pobres pero tercos; hoy contra los nietos de aquellos negros, los latinos pobres que buscan el Sueño Americano sin darse cuenta de que caen en la Pesadilla Imperial, y los árabes graduados de Terroristas por los Primeros Terroristas del Planeta.
Copio la Segunda Enmienda: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado Libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas. (SIC. Las negrillas son mías).
Esa Cultura de los 6 tiros y sus consecuentes 6 pies de tierra gringa, antes india, dio origen al Gen del verdadero arquetipo estadounidense, el prototipo generacional del Imperio, que se incrustó en su ADN sin tiempo para la lenta evolución y la honda decantación de las condiciones psicológicas humanas: El Winner y su obvia contraparte, el Loser. Con raíces calvinistas, como ya lo explicó Weber, el Ganador y el Perdedor son los dos pilares sobre los que se construyó la cultura mercantilista norteamericana, y se levantó el rascacielos del Capitalismo Salvaje. Si hay un Arquetipo gringo inamovible, es el Ganador. Incluso el Perdedor, resultado lógico de que exista el Ganador, aspira a revertir su suerte en la próxima jugada: no en vano está en el Paraíso de las Oportunidades. Pues una de las Reglas Básicas de la Moral Capitalista es Aprovechar la Oportunidad, puesto que el Ganador solo se mide en dinero; ni siquiera en prestigio si no va acompañado de una gruesa chequera. Y sufra quien sufra… Pues cuando alguien gana mucho, hay muchos que pierden algo. O todo…
Basura y fake news en lugar de Información y Artes
En otra dirección del análisis, las Artes en General y las intelectuales interpretativas en particular (La Arquitectura es utilitaria, la escultura descriptiva), suelen dibujar, valga la expresión, al ser general o al ser íntimo particular del Artista. Nada hay gratuito en el Arte, como no sea en el Arte Conceptual Posmoderno, en el que casi todo es gratuito y sin sentido. El Artista interpreta, “lee” la realidad desde su óptica y sus experiencias, y traslada o traduce esas percepciones, siempre adobadas de emociones y sentimientos, a la tela o al papel, a la hoja pautada o al escenario de la danza y el teatro… O a las pantallas grande y chica.
EE UU tiene, para recordar a Borges, en el cine, su Arte por excelencia, el que los interpreta y traduce, el que los explica y describe. El Ciego visionario decía que el Western es el Género Dramático de los EE. UU. Pero otros géneros también lo son, y también, a la manera clásica: el Género Comedia, el Género Violencia, el Género Terror, la Science Fiction, el Héroe y el super héroe, casi semi dioses.
Pero tal vez ninguno dibuje tan precisamente el ser estadounidense como el Género Policial, de crímenes y violencia, tanto física como psicológica y, por cierto, económica. Son los filmes que escudriñan y entran en el alma del criminal y el delincuente, ya sea el sociópata común o el Alto Ejecutivo de la especulación financiera. Ahí están Tiempos Modernos, Masacre en Texas, Los 7 Magníficos, El silencio de los corderos, Columbine, etc. O los filmes autocríticos que retratan la violencia financiera del Imperio: La Hoguera de las Vanidades, Inside Job, El informante, por ejemplo.
Quien guste de las estupendas teleseries que filman el alma nacional a propósito de su Crónica Judicial y sus expedientes policiales, encontrará que ningún país del planeta exhibe tal muestrario de criminales sin escrúpulos ni conciencia como EE UU. El Arte solo expresa lo que alguien, o un pueblo, es en su esencia más profunda. Sin perjuicio de que también dibuje el otro extremo: el bueno porque sí, el noble porque así es su corazón, el generoso sin estruendo, el que se sacrifica o muere por el “otro”. Que también los recoge el cine… detrás de la Literatura. Como en ese estupendo filme que le dio un Oscar a Gregory Peck, y ficcionó un tipo humano que, ese sí, y ojalá siquiera la décima parte de los gringos fueran semejantes, es catalogado desde hace decenios como “El Mejor Americano”: Atticus Finch, el protagonista de la novela de Harper Lee y el filme de Robert Mulligan, Matar un ruiseñor. Una pena que el Mejor Americano de la historia, sea de ficción…
Sin embargo, pudiendo hacerlo, a EE UU le fue comercialmente más rentable atiborrar al Mundo, y de paso domesticarlo, con su farándula barata, sus héroes de pacotilla, sus super héroes de Papel Maché, sus patos y ratoncitos parlanchines, en lugar de enviarnos por los mismos medios masivos su Gran Literatura, su estupendo Arte, su Cine de verdad cimero como la imagen de Paramount, su Música, de raíces afros y caribes, por cierto. Pero solo lo hicieron a cuentagotas porque de lo que se trataba no era de elevar mentes sino de degradarlas para que la explotación y el dominio les quedaran fácil. Aunque, cuando se han puesto algo difíciles, siempre les han quedado los Dictadores de bolsillo, las élites comprables, su CIA tan corrompida como corrompedora. Y sus Marines, por si hace falta…
A manera de conclusión
Finalmente, un pueblo que ha tenido históricamente dirigentes políticos, sociales e ideológicos –Padres Fundadores y sucesores– que le han vendido cultural, religiosa y publicitariamente la idea de que es un Pueblo Elegido por Su Dios para dominar el mundo e imponer SU Democracia, y se ha tragado patrioteramente ese postulado no solo falaz sino infame e inhumano, NO es un pueblo confiable para el mundo ni sus dirigentes lo son ni lo han sido. No son mejores, aunque sean más cultos, instruidos y educados, que Gengis Kahn y su horda de mongoles, que Julio César y sus huestes romanas, que Felipe II o Carlos V y el Imperio donde no se ponía el sol, con sus conquistadores de arcabuz, sus cruzados de espada y puñal y sus inquisidores de horca y potro de torturas. Y, por cierto, no son mejores que Hitler y el nazismo. Ni que Stalin y sus Lubiankas noscovitas y sus Gulags siberianos, en mucho semejantes a sus cárceles Privadas y su justicia manipulable y negociadora.
No, yo tampoco los odio. He tenido incluso, individualmente, unos pocos buenos amigos gringos y una que otra inteligente y bella amiga. Pero en conjunto, permítanme que tome precauciones, tenga mis reservas y me resista a tragarme entera la Rueda de Molino del “Extraordinario, noble y generoso” pueblo gringo…
Porque, si existe una Nación de la que la humanidad DEBE CUIDARSE (http://www.tomdispatch.com/post/176430/tomgram%3A_engelhardt%2C_what_can%27t_be_walled_out_–_or_in/#more), esa Nación es EE. UU. El Imperio… Que está solo desde hace más de cien años en su declive irreferenable; solo en la solitaria cima del Poder abusivo y absoluto. Lo percibió con maestría Isaac Asimov hace más de cuarenta años en su Trilogía sobre el Imperio Galáctico: Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación.
Segunda fundación que, en este caso, es bastante improbable porque “las estirpes condenadas a Cien años de Soledad, no tienen una segunda oportunidad sobre la Tierra”, como también previó hace medio siglo Gabriel García Márquez.
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