Impactos de la aplicación de la nueva Ley de Riego sobre el suelo
- Opinión
El pasado mes de octubre de 2017 y a instancias del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca (MGAP) el Parlamento aprobó la modificación a las disposiciones de la Ley N° 16.858 (del 3 de setiembre de 1997), conocida popularmente como Ley de Riego. Dicha modificación busca, mediante mecanismos de exención fiscal, favorecer la creación de embalses de agua a través de inversiones privadas (y cuya gestión estará en manos de capitales privados), para favorecer y expandir así a los 1,6 millones de hectáreas dedicados a la agroindustria en Uruguay.
Sin embargo, conviene analizar esta ley y el proyecto que la sustenta en el marco actual de los llamados "Planes Nacionales de Agua" que se están gestando en todo el continente. Resultan llamativas las similitudes encontradas, constatación preocupante de que en el fondo de todos ellos hay un fuerte componente de inversiones en infraestructura, producto de decisiones tomadas por intereses lejanos a los de los uruguayos, lo que conlleva un fuerte endeudamiento de nuestros países con los Bancos multilaterales (Banco Mundial y otros), etc. Es necesario incluir además otro aspecto en este análisis que es el relativo a la incompatibilidad de esta ley recientemente aprobada con el Artículo 47 de nuestra Constitución.
Más aún, dentro de lo que es nuestro propio país y antes del propio Plan Nacional de Aguas (PNA), debemos ver y considerar un documento que lo antecede (presentado en 2015) por lo que debemos preguntar cómo se compatibiliza este PNA con el documento "Estrategia de fomento del desarrollo de la agricultura regada en Uruguay" del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), como parte del programa de Asistencia Técnica No Reembolsable que ha venido desarrollando el equipo técnico del Banco Mundial(BM) en Uruguay en 2013‐2014.
En los agradecimientos queda establecido que hubo conocimiento de varias reparticiones ministeriales incluida la Dirección Nacional de Agua (DINAGUA-MVOTMA) y de su contenido podemos concluir que el objetivo es recaudar, fomentar la así denominada "ventanilla única" que implica acelerar los trámites, asunto que estaría en discusión entre la Dirección de Recursos Naturales Renovables (RENARE-MGAP) y DINAGUA-MVOTMA.
Lo tomamos como un ejemplo de entrecruzamiento de líneas de acción-confusión en una lucha inter-ministerial que no se da en función del interés general y en cumplimiento de la normativa constitucional, por lo que surge preguntarse cómo se coordinaría el Plan de RENARE en relación a predios y riegos, con las políticas y planes de ordenamiento territorial de la Dirección Nacional de Ordenamiento Territorial (DINOT-MVOTMA).
En suma, el MGAP la ha estado impulsando en forma paralela y tratando de tramitarlo por una ventanilla única y rápida.
Previo -también- a la elaboración del PNA se plantearon argumentos a favor de favorecer el riego que se han ido naturalizando cual resignación a la inevitabilidad de seguir produciendo en el marco actual, lo cual queda de manifiesto cuando -por un lado- insisten en que el incremento del precio de la tierra lleva aparejado la necesidad de la intensificación en la producción para conseguir mantener el rendimiento de los factores productivos.
Es llamativo que no haya cuestionamientos a la causa de ese incremento de precios ni intenciones de que quienes tienen el poder en la toma de decisiones no apunten a frenar dicho incremento. De esta manera, refuerzan sus argumentos diciendo que una vía que encuentra la intensificación de la producción a nivel predial es la incorporación del riego en diversos sistemas productivos, creyendo que con ello se aseguran el aumento de la productividad por hectárea. Es oportuno tener presente que cuando se habla de rendimiento o de aumento de la productividad, se refiere casi solamente a aumentar el lucro, como es también lucro el hecho del aumento desmedido del valor de la tierra.
Por otra parte, en diferentes paneles de discusión se ha presentado al riego como un factor de equilibrio para hacer frente a la variabilidad de los regímenes de lluvia impuesta por el cambio climático.
Teniendo en cuenta este marco político/productivo cabe preguntarse si es necesario que Uruguay siga en el camino de la intensificación productiva con objetivos que no se centran en priorizar el bienestar de su población.
La historia oficial
Según expresiones de distintas autoridades de instituciones, así como de direcciones vinculadas al sector agrícola, el riego está fuera de toda discusión: sus beneficios están a la vista. Para el ex Ministro Aguerre: "Los beneficios de la ley de riego duplicarán la producción agrícola" (28/07/2017)1. En tanto, para la ex directora de RENARE, Mariana Hill: “… para aumentar la producción y competitividad del sector agrícola y ganadero, mejorar la adaptación a la variabilidad y al cambio climático y contribuir al desarrollo del sector agropecuario, resulta clave impulsar el desarrollo del riego.”2
Asimismo, datos aportados por el MGAP que comprenden información obtenida entre 2004 y2012 sugieren que “… el rendimiento promedio de los cultivos de maíz y soja con riego en establecimientos agrícolas comerciales muestra un incremento significativo en relación a la producción por hectárea usualmente obtenida en secano. En el caso de la soja el aumento es de 1.500 y 1.400 kg/ha para soja de primera y segunda, respectivamente. Mientras que el cultivo de maíz genera unos 6.100 kg/ha adicionales3. De esto se desprende que incrementar la agricultura regada está fuera de toda discusión para nuestro gobierno.
Desde la academia se han emitido diversos comunicados relacionados a los riesgos que implica la aplicación de la reforma a la mencionada ley, sobre todo en relación al deterioro de la calidad del agua que acompaña a la generación de embalses en un entorno productivo como el nuestro en el que se aplican (y se estimula con beneficios fiscales) ingentes cantidades de fertilizantes. Sin embargo, poco se ha hablado sobre los impactos del riego sobre la calidad y fertilidad de los suelos, bienes comunes que deberíamos proteger con el mismo fervor que al agua.
El agua, disolvente universal
De las opiniones vertidas por distintas autoridades nacionales relacionadas al agro quedaría en claro que mediante el agua de riego es posible sortear las imposiciones del clima en materia de lluvias. El agua ya no sería una limitante para la producción de biomasa, en el espacio (Kg/ha) y en el tiempo (año, quinquenio, decenio).
Con el riego es posible en el día a día, “borrar” ahora las imprevisiones meteorológicas. Y con ello, también la estacionalidad de los eventos de lluvias, que caracterizan al territorio uruguayo; una región de clima templado/templado subhúmedo, de marcados contrastes estacionales. Tal como argumentan las autoridades, el recurso agua es imprescindible para la producción de cultivos; de su disponibilidad depende la formación de nueva biomasa vegetal.
Sin embargo, en sus argumentos no se plantea que esta biomasa crece no sólo a expensas del aporte agua, sino también del aporte de nutrientes que provee el suelo (y de su capacidad de regenerarlos).De ahí que, para una mayor y mejor comprensión de la relación cultivo-agua-suelo, es preciso un análisis desde otra perspectiva, basado en nuevos elementos. Como dijo Albert Szent-Györgyi, “investigar es ver lo que todo el mundo ha visto, pensando en lo que nadie ha pensado”.
Un primer aspecto a considerar es que un suelo en estado natural, tiene un balance hídrico regulado por la precipitación, evaporación, capilaridad, flujo de agua subterránea, tipo de cubierta vegetación, entre otras variables. Estas variables fluctúan alrededor de promedios de largo plazo que tienden a definir una posición de equilibrio hídrico más o menos estable. Con el riego, este equilibrio se modifica por la adición de volúmenes discrecionales de agua en el suelo, alterando así dichos valores por encima de sus promedios históricos.
De modo que se tiende a un nuevo equilibrio alrededor de la cual las variables del sistema buscarán ajustarse, siempre que este ajuste no induzca a cambios estructurales o funcionales en el suelo (ej. compactación, salinización, anoxia, etc.), ya que, de lo contrario, el equilibrio será transitorio. O sea, el riego no sólo modifica el estado natural del suelo por intervención directa sobre el mismo, sino que da origen a cambios más profundos – estructurales o funcionales – que pueden ser potencialmente negativos, no sólo desde el punto de vista agrícola sino también ambiental.
Por su ubicación geográfica, el territorio uruguayo forma parte de la Provincia Fitogeográfica Pampeana, la que es caracterizada por estaciones climáticas que difieren significativamente entre sí, en términos de humedad y temperatura. Estas diferencias se desdibujan a medida que aumenta o desciende la latitud. Este clima bastante particular por sus contrastes, permitiría explicar el predominio de ecosistemas de pastizales en esta región4, así como también el tipo de suelos asociados a la misma.
De hecho, los procesos de formación de suelo (pedogénesis) están estrechamente relacionados al tipo de cubierta vegetal, la que ha evolucionado en equilibrio con el clima regional dominante (ej. pradera, sabana o bosque). De modo que el reemplazo de esta cubierta vegetal natural por un cultivo alteraría el normal transcurso de la pedogénesis.
Más aún, si con el cultivo el agua deja de ser un factor limitante, independizándose de la estacionalidad, habría un aumento en los niveles de humedad del suelo y una producción de biomasa controlada ahora por factores no naturales sino humanos.
Así, las nuevas condiciones serían suficientes por ejemplo para promover la alteración de la fracción mineral del suelo, en particular a los minerales arcillosos. Éstos son de gran importancia en la fertilidad de suelos en los climas templados ya que participan, fundamentalmente, en la captura, retención y acumulación de materia orgánica al interior de estos suelos. De su presencia precisamente proviene la tradicional denominación de “praderas pardas” y “praderas negras”, con la que se conoce a la mayoría de los suelos agrícolas del país.
La posibilidad de que la cubierta vegetal pueda influir en la estabilidad de los minerales arcillosos es ya reconocida en la literatura científica5,6,7,8,9. En ella se establece que ciertos minerales arcillosos del suelo (arcillas denominadas tipo 2:1), pueden reaccionar tan rápido como un sistema biológico.
Durante el ciclo de vida de la planta, la demanda y captura de nutrientes, así como su tiempo de ciclado, deben estar forzosamente acompañados por la capacidad de las arcillas en proveerlos en tiempo y forma. Generalmente, esta demanda nutricional en un cultivo fluctúa acorde a la especie y/o a la variedad utilizada (ej. de eucalipto, de soja, de cebada), así como también al manejo agronómico aplicado.
En consecuencia, el cambio registrado en la estructura cristaloquímica de las arcillas que proveen los nutrientes ha de ser fuertemente dependiente de tales variables. En otros términos, los cambios en la estructura de las arcillas del suelo dependen en gran medida de la gestión y manejo agrícola. Adicionalmente, en esa demanda-oferta de nutrientes entre cultivo-suelo emerge habitualmente un “promotor” de la oferta que hace el suelo.
Se trata del proceso de acidificación (o descenso del pH), el que suele alcanzar valores bastante por debajo de lo normal en un suelo agrícola debido a que el manejo de los cultivos es fuertemente dependiente, no sólo del agua, sino también del uso de agroquímicos. Este es el caso de los fertilizantes como nitrógeno, fósforo y potasio (también conocido como NPK), así como también los herbicidas (como el glifosato) por su acción en el ciclo del fósforo.
En particular, los fertilizantes nitrogenados como las amoniacales en su pasaje de amonio (NH4+) a nitrato (NO3-) liberan protones (H+), los que en determinadas condiciones de manejo pueden producir la acidificación del suelo. El efecto acidificante depende de factores tales como la textura, contenido de materia orgánica y capacidad de intercambio catiónico (CIC), pero sobre todo de la dosis y frecuencia de aplicación de estos fertilizantes nitrogenados
.Otro proceso de acidificación está asociado a las pérdidas por lixiviación (o lavado) de iones calcio (Ca2+) y magnesio (Mg2+) en los primeros centímetros del perfil de suelo (0-15 cm) debido al aumento en su contenido de agua. Consecuentemente, hay un aumento sustancial de las concentraciones de ion férrico (Fe3+) y de ion aluminio (Al3+); este último, tóxico para las plantas.
Agua como un factor no limitante
Actualmente existe una gama muy variada de técnicas de riego. A nivel mundial, el mayor porcentaje de proyectos de riego ha sido por inundación o por surco. Más recientemente y a pesar de su costo comparativamente mayor, ha habido un aumento del uso de sistemas de riego por goteo y aspersión ya que ambos sistemas suponen una mejora comparativa en la eficiencia del uso del agua.
Otro aspecto a considerar es también la existencia de fuentes de agua de calidad muy variada (mayor o menor contenido de sales disueltas, sólidos en suspensión, materia orgánica, gases disueltos, etc.). Ambos factores mencionados (tipo de riego y calidad del agua) son determinantes del nivel de deterioro que pueda alcanzar un suelo, incluso para el nivel de desarrollo del propio cultivo. Esto se debe a la emergencia de desequilibrios nutricionales, tales como el exceso de sodio o de cloruro, ocasionados por la reducción de la absorción de otros nutrientes por parte de la planta que son vitales.
Como ya se mencionó, la salinización y saturación del suelo es uno de los efectos negativos más extendidos en la mayoría de los proyectos de riego. Se estima que, a causa principalmente de ambos fenómenos, el riego a nivel mundial determina una pérdida anual de la superficie de suelos agrícolas en una proporción igual a la superficie que entra en servicio bajo riego.
En el caso de la salinización, las sales disueltas en el agua de riego tienden a concentrarse en el suelo por acción de la evaporación y la transpiración de las plantas. Asimismo, estos factores contribuyen a que el nivel de las aguas subterráneas se eleve hasta muy cerca de la superficie del suelo y con ello también las sales disueltas, afectando así a las raíces.
Como resultado final, ocurre un aumento de la dispersión coloidal del suelo (o de sus partículas elementales), se altera su estructura (o agregados) y aumenta su impermeabilización, lo que conduce a una menor aireación en la zona radicular.
En cuanto al fenómeno de saturación, este es fundamentalmente causado por el riego excesivo y por un drenaje lento a muy lento. La combinación de ambos factores conduce por un lado a la acumulación de sales cerca de la superficie del suelo y, por otro lado, a la reducción de su conductividad hidráulica, lo que causa uno de los problemas principales de los suelos irrigados: la dispersión de minerales arcillosos10.
En condiciones naturales (sin riego) la dispersión de arcillas conduce a un reordenamiento de las partículas más finas y de los micro agregados del suelo, mientras que durante los periodos de desecación se cementan formando micro y macroagregados11.
En este estado de agregación las estructuras (agregados o terrones del suelo) son más estables frente a la lluvia, mientras que ocurre lo contrario en un estado de dispersión de las arcillas10. Por eso, en el caso de suelos bajo riego, en los cuales el agua no es una limitante, éstos pueden colapsar a causa del aumento en el tiempo en que las arcillas están en estado disperso. Esta pérdida de macro poros y de estructura del suelo (o de terrones) promueve el escurrimiento y con ello fenómenos de erosión e inundación12, además de tornarse anaeróbico y de sufrir una reducción en su tasa de infiltración. La arcilla que se mantiene dispersa puede también moverse en profundidad mediante el agua de infiltración, acumulándose y formando un estrato arcilloso dentro del perfil del suelo, más o menos denso (horizonte Bt),ocasionando un escaso o nulo drenaje10.
Acción del agua en la reserva orgánica del suelo
La respuesta de la materia orgánica del suelo frente a un incremento del tiempo en la cual normalmente permanece húmeda – o sea, fuera de las épocas y días normales de lluvias – es uno de los aspectos menos estudiados de los sistemas de riego. En parte, por el escaso avance de la Ciencia en la compresión de la estructura bioquímica y función de lo que, genéricamente, se le ha denominado “materia orgánica del suelo” (o MOS).
Consecuentemente, esta denominación se ha traducido en un concepto impreciso, del que existen varias bibliotecas, sobre todo hoy día, cuando el tema del Cambio Climático y los gases de efecto invernadero, los “sumideros de carbono” y el rentable mercado de “bonos de carbono” ideado por el Banco Mundial está sobre el tapete en muchas discusiones.
A pesar de su importancia en la producción agropecuaria, aún no es bien comprendido el papel de la reserva de MOS en los procesos fisicoquímicos que controlan el suelo. En lo que sí parece haber opiniones de consenso es que la MOS es una mezcla heterogénea de compuestos orgánicos con propiedades diferentes y límites no bien definidos. Gracias a la aplicación de ciertas técnicas, de uso extendido aunque costosas, se ha consensuado entre los expertos que al “interior” de la MOS existen diferentes fracciones reconocibles y jerárquicamente, clasificables.
Por ejemplo, en función del tiempo en que los residuos de las plantas pasarían a integrar la reserva orgánica del suelo, es decir, en función de su mayor o menor biodisponibilidad o susceptibilidad a la descomposición microbiana, es posible diferenciar fracciones orgánicas acorde a su tiempo medio de residencia en el suelo. Surgen así una fracción activa (o fácilmente descomponible) que tendría un ciclado rápido dentro del suelo (de 1 - 2 años) y otra fracción con un tiempo de ciclado intermedio (2 -5 años), mientras que los componentes orgánicos restantes que logran sortearla biodegradación y por ende son de más lento ciclado (> 5 de años a miles de años), compondrían la fracción estable (o recalcitrante).
Esta última fracción, si bien no aportaría a las plantas una cantidad significativa de nutrientes, sí juega un papel vital en el sostén de la estructura (y propiedades fisicoquímicas) del suelo, ya que su asociación a la fase mineral del suelo es de suma importancia, al igual que otros componentes como el hierro y el aluminio.
En tierras de cultivos bajo riego, un aumento en los días en que el suelo permanece húmedo puede estimular, entre otros fenómenos, la emisión de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono y el óxido nitroso. Además, la emisión de estos gases también va a depender del contenido inicial de MOS y del tipo clima que tenga la región.
En estudios de riego por inundación versus riego por goteo, este último fue el que registró un aumento comparativamente mayor en la emisión de CO213. En ambos tipos de riego el contenido de agua y la temperatura del suelo fueron los principales factores que afectaron los flujos de CO213.En cuanto a la emisión de óxido nitroso bajo riego, por lo general ésta aumenta cuando los compuestos nitrogenados pasan a estar disponibles en el suelo14. Esto ocurre fundamentalmente en cultivos agrícolas cuando se aplica un fertilizante nitrogenado, práctica habitual en Uruguay.
En síntesis, los diferentes aportes presentados advierten acerca de la importancia de contemplar otros aspectos relacionados con la adopción de un sistema de riego, cuando se evidencia un estrés hídrico por déficit de lluvia adjudicado al Cambio Climático.
En esta relación de causalidad, propia de la mecánica newtoniana, seguramente, el desarrollo de sistemas de riego se verá como plausible ante la opinión pública. Pero, cuando ante la duda se recurre a otras visiones como la Teoría General de Sistema de Ludwig von Bertalanffy (1969), la cosa cambia. Existe otra perspectiva para analizar una misma realidad: “Las dificultades no están sólo en la complejidad de los fenómenos, sino en la definición de las entidades consideradas.”
Uruguay nunca se planteó que las ciencias pueden avanzar más rápido que la capacidad de sus asesores políticos en asimilarlas. En un mundo actual del conocimiento y la información, la toma de decisión política debiera siempre incluir, inteligentemente, el balance costo-beneficio de sus externalidades ambientales. Este es el caso de quienes pergeñaron la Ley de Riego.
Referencias
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Aharonian es Ingeniera Agrónoma, Piccini Doctora en Biología, Céspedes Doctor en Ciencias Agrícolas, integrantes de la Comisión Multisectorial y Comisión Nacional en Defensa del Agua y de la Vida. Distribuido por el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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