A dónde va Nicaragua
- Análisis
Me resulta ya muy difícil permanecer callado acerca de los últimos acontecimientos que se suceden en Nicaragua. Por prudencia y por no “defraudar” a ciertas izquierdas me he limitado a pronunciarme en círculos muy cercanos. Pero siento que es hora de hacerlo públicamente. Para mí, es doloroso reconocer la deriva autoritaria de Daniel Ortega y su gobierno. No en vano, me vinculé a la solidaridad con la revolución sandinista a finales de los setenta, he viajado a ese país del que me siento parte, no menos de 25 veces, llegando a vivir y trabajar un tiempo como periodista, y me siento sandinista intelectual y sentimentalmente.
De modo que, al menos últimamente, yo también he sido participe de un comportamiento de la izquierda que consiste en callar, silenciar y dar la espalda a realidades que no nos gustan criticar porque entendemos, erróneamente, que al hacerlo perjudicamos a nuestra causa. Al contrario, deberíamos ser partícipes de ese principio ético de que la verdad es siempre revolucionaria. Realmente, lo que nos hace daño es tapar y justificar actuaciones de la izquierda que deben ser criticadas por otras izquierdas. Desde una posición sana, deberíamos interesarnos en esclarecer la verdad, para fortalecernos política y moralmente.
Cuando escribo este artículo, las cifras dadas por Amnistía Internacional superan el centenar de muertos y más 800 heridos, gran parte de ellos de bala. Cifras coincidentes con las que ofrece el CENIDH de Nicaragua que también señala un número indeterminado de desaparecidos. Las cifras oficiales ya se colocan en cifras parecidas. Semejante matanza ha sido el resultado de un despliegue represivo cuya responsabilidad política recae en el presidente Daniel Ortega. Si un gobierno calificado de izquierda dispara a quienes protestan ¿en que nos diferenciamos de la derecha?
Las protestas contra la disminución de las pensiones en un 5%, y contra el aumento de las cotizaciones de los trabajadores y empresarios al INSS, debiera haber conducido a la apertura de un diálogo con las partes sociales interesadas. También debieron ser debatidas como exigen las leyes de Nicaragua en la Asamblea Nacional, pero se pretendieron imponer por decreto presidencial. Es verdad que el Gobierno reculó ante la oleada de protestas, pero los manifestantes en lugar de guardar las pancartas las han vuelto a sacar a las calles y plazas, extendiendo sus reivindicaciones al cuestionamiento de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Todo el país, desde hace semanas, está jalonado por barricadas, hogueras y enfrentamientos desiguales de jóvenes estudiantes con fuerzas represivas gubernamentales y también con las famosas “milicias motorizadas” que forman un cinturón de hierro en defensa del régimen. Hasta que el lunes 23 de abril un río humano de más de cien mil personas, la mayoría de menores de 30 años y la mitad por lo menos de mujeres, recorrió Managua, e hizo ver a Ortega y Murillo que no les quedaba mejor alternativa que negociar. Decenas de muertos después, la negociación parecía abrirse camino, lo que explica al mismo tiempo el fracaso de un régimen algo más que autoritario y el poder, en este caso heroico, de la calle. Pero lo cierto es que el diálogo está estancado después de la última represión, el día de la Madre, que dejó un saldo de 11 muertos y 79 heridos, lo que fue la repuesta del Gobierno a una manifestación muy superior a todas las anteriores. Otra vez Ortega-Murillo optó por la vía autoritaria.
Pero ¿qué pasa en Nicaragua? ¿Por qué tanta gente se ha sublevado? Daniel Ortega accedió al poder en 2007, casi dos décadas después que lo perdieran los sandinistas ante la Unión Nacional Opositora que ganó las primeras elecciones tras la década revolucionaria, con Violeta Chamorro de candidata. Ortega tuvo que hacer una travesía política y personal para ganar por fin la presidencia y en su caso además el poder, tras perder tres elecciones presidenciales desde 1990. Su victoria mucho tuvo que ver, con el apoyo del cardenal Obando y Bravo que logró, a cambio, que los diputados del Frente Sandinista derogaran la ley de aborto terapéutico, haciendo de Nicaragua uno de los cinco países del mundo que lo prohíbe.
Inmediatamente de ser investido presidente, Ortega debió haber abierto un proceso de reconciliación interna en el FSLN, pero en lugar de hacerlo se alejó de muchos dirigentes del Frente Sandinista, otrora en el poder. De los nueve comandantes que formaron la Dirección Nacional del FSLN durante el gobierno revolucionario, tomaron distancia de sus políticas y liderazgo, su hermano Humberto Ortega, y los comandantes Víctor Tirado, Henry Ruiz, Jaime Wheelock y Luis Carrión. Quedaron con Ortega, Bayardo Arce y Tomás Borge, ambos muy implicados en negocios algunos de ellos cuando menos opacos. Imposible saber en qué lugar estaría hoy Carlos Núñez, fallecido en 1990. Por su parte, los hermanos Fernando y Ernesto Cardenal, las comandantes Dora María Téllez y Mónica Baltodano, el ex jefe de la policía René Vivas, la poetisa y novelista Gioconda Belli y el escritor Sergio Ramírez, encabezan un ingente número de hombres y mujeres que reivindicando el sandinismo se han apartado de un FSLN propiedad de la poderosa pareja Ortega-Murillo que rápidamente se rodeó de un grupo de incondicionales, con cuya complicidad ejercen el poder de forma no democrática.
La pareja gobernante parece querer instaurar una dinastía en el poder, al punto de que sus propios hijos ocupan de manera irregular responsabilidades de estado por mandato autocrático, sustituyendo en viajes oficiales a ministros e incluso al canciller. Lo cierto es que todo el poder está concentrado en la familia Ortega-Murillo y en un pequeño grupo de incondicionales que alimentan la existencia de un caudillaje que les proporciona seguridad para ejercer de cargos públicos con derecho a mejorar su patrimonio. Como afirma el histórico guerrillero Henry Ruiz, «ya no hay ideología, no hay mística, no hay normas, no hay debate, no hay nada». Pero este vacío no impide que con el lenguaje del antiimperialismo Ortega siga manteniendo un ascendente significativo sobre una amplia parte de la sociedad. En parte por apoyos que vienen de tiempos de la revolución, en parte por una práctica de clientelismo que se alimenta de un asistencialismo en forma de pequeños lotes agrarios, de láminas de zinc, de bicicletas, y otras donaciones cubiertas hasta ahora con dinero procedente de la generosidad petrolera venezolana. Además, favores personales, premios y castigos, que se completan con una vigilancia diaria a través del cinturón de hierro tejido por la vicepresidenta Rosario Murillo, que ha sabido crear una fuerza social que presta servicios al Gobierno bajo la fórmula de participación ciudadana.
Hay que remontarse a las derrotas electorales de Ortega frente a Violeta Barrios de Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, para comprender cómo se ha llegado al momento presente. He de decir que nunca me gustó el acercamiento interesado al cardenal Obando con el fin de lograr al menos la neutralidad de la Iglesia Católica, ya que ello llevaba consigo el precio de políticas de gobierno confesionales. Ortega comenzó a asistir a los oficios de la catedral desde donde pidió perdón al pueblo de Nicaragua por los excesos de la Revolución, llevándose consigo a las misas televisadas al que fue el poderoso jefe de los servicios secretos Lenin Cerna. Así es como Daniel Ortega comenzó a fabricarse una imagen de hombre devoto, bien guiado por Rosario Murillo que a su vez expresó públicamente su rechazo al aborto en cualquier circunstancia. De esta conversión surgió su gran lema político que sigue vigente «Nicaragua cristiana y socialista». Un socialismo confesional que no deja de ser una originalidad surrealista.
La conversión no fue sólo religiosa. El mítico comandante Henry Ruiz, el más veterano de la guerrilla en la montaña, lo denuncia: «Al principio nos pareció que su programa apuntaba a una economía de desarrollo nacional. Fue un espejismo. Se fue rapidito al INCAE para asegurar a los grandes empresarios nacionales que respetaría sus negocios e impulsaría privatizaciones. Ustedes hagan la economía y yo haré la política, les dijo». Pero lo cierto es que el país sigue prisionero de un problema estructural que mantiene al 80% de la población económicamente activa en la economía informal. Nada está cambiando, si no es a peor, en una economía que funciona bajo la obediencia al Fondo Monetario Internacional, y por consiguiente aumenta las desigualdades sociales. La estrategia del asistencialismo siempre otorga ventajas a un gobierno, pero es poco recomendable cuando se trata de transformar la sociedad.
Pero como digo, muchos son los motivos que confluyen en la indignación de una multitud. En primer lugar las izquierdas tenemos que abrir los ojos y ver las políticas reales de Daniel Ortega. Mónica Baltodano señala algunos elementos:
-No, no estamos en ninguna segunda etapa de la Revolución, no se están realizando transformaciones que consoliden en Nicaragua un sistema de justicia social. Todo lo contrario: se ha fortalecido, como nunca antes, un régimen económico-social en el que los pobres están condenados a rebuscarse la vida en trabajos informales, precarios, por cuenta propia o a trabajar por salarios miserables y en largas jornadas, condenados a emigrar a otros países en busca de trabajo, condenados a pensiones de jubilación precarias. Se trata de un régimen de inequidad social con un creciente proceso de concentración de la riqueza en grupos minoritarios.
-En segundo lugar se ha profundizado la subordinación del país a la lógica global del capital. Nicaragua, se ha ido entregando a las grandes transnacionales y a los capitales extranjeros, que llegan a explotar riquezas naturales o a aprovecharse de la mano de obra barata, como sucede en las zonas francas. El caso más patético de esta lógica entreguista del país y de sus recursos es la concesión para la construcción del Canal Interoceánico, pero ha habido previamente muchas otras concesiones mineras, forestales, pesqueras, en la generación de energía, que han ido ocupando todo el país.
-En tercer lugar el actual sistema económico-social imperante en Nicaragua trata de reducir a la mínima expresión las resistencias sociales.
-Por otra parte se ha desarrollado un desmedido proceso de concentración de poder en la pareja Ortega-Murillo y su círculo más cercano. Es un poder que amenaza con destruir todo vestigio de institucionalidad democrática.
¿Tiene remedio Nicaragua? La comandante guerrillera Mónica Baltodano, hoy socióloga e historiadora, pone sus esperanzas en la sociedad civil y en particular en una nueva generación de jóvenes no contaminados por el poder. Ella critica a la oposición: «Desde que subió Ortega al Gobierno, todas las luchas que ha empujado la oposición han girado alrededor de las elecciones. Vamos a las elecciones para conseguir alcaldías, o para lograr diputados, y vamos a las presidenciales en condiciones de desventaja, pero aquí no existe un movimiento popular autónomo independiente. Yo creo que la única manera de construir otra correlación con la gente a la que no le parece cómo se hacen las cosas en este país, es con otras formas de organización que superen el electoralismo».
Lo cierto que la sublevación frente al gobierno Ortega-Murillo podía haber estallado por otros motivos. De ninguna manera se trata de una operación orquestada desde el exterior. El mayor enemigo de la pareja Ortega-Murillo es su modo de ejercer el gobierno. La reforma del INSS ha sido un detonante como podía haber sido el canal interoceánico contra el que ya se han llevado a cabo más de cien marchas en los últimos años. La sublevación lo es por las libertades y la democracia, contra el intento de una familia por instaurar una especie de monarquía absolutista. Una familia que ha desnaturalizado el Frente Sandinista de Liberación Nacional, aunque afortunadamente el sandinismo sigue vivo fuera de sus filas, entre los que me cuento.
¿Se puede sostener la idea de que el movimiento de protesta esté orquestado por el imperialismo? Es verdad que el imperialismo norteamericano está detrás del ataque a los gobiernos clasificados como de izquierda y progresistas de América Latina. No podemos negar la campaña sistemática contra el chavismo. Ni su participación en los golpes de estado en Honduras y Paraguay. Su hostilidad hacia Evo Morales. ¿Podemos creer que el imperialismo nada tiene que ver con lo que está sucediendo en Brasil? Sí, también en Nicaragua hay un interés norteamericano en debilitar a Daniel Ortega. La Casa Blanca siempre juega a este juego en América Latina. Y no porque a Estados Unidos moleste las políticas económicas de Daniel Ortega que cumple con el Fondo Monetario Internacional, sino que más bien por razones de ajustes de cuentas pendientes con el sandinismo. Pero, no nos engañemos, las multitudes que se manifiestan en Nicaragua, con estudiantes a la cabeza de la protesta tienen razones propias, nacionales, y no obedecen a ninguna dirección exterior. Quien quiera pensar lo contrario, está en su derecho, pero es poco razonable. No, no creo que a las izquierdas nos haga ningún bien el achacar todos nuestros males al imperialismo. En el caso de Nicaragua sólo hay que analizar, desapasionadamente, la deriva seguida por Daniel Ortega y Rosario Murillo, desde 2007. En Venezuela hay partidos y políticos con nombre y apellidos responsables de la inestabilidad del país, en Nicaragua, por más que el Gobierno habla de que todo está manipulado por partidos políticos no nombra a ninguno. Muchos de los que seguimos la vida política de Nicaragua sabemos que las fuerzas opositoras ni tienen la fuerza ni la credibilidad para hacerse seguir por decenas de miles de personas. Ya digo que los mayores enemigos de Ortega-Murillo son ellos mismos con su concentración de poder y su mentalidad autoritaria.
Hay un hecho significativo que quiero recordar. Era noviembre de 2017 cuando el ex presidente Pepe Mújica estaba a punto de arribar a Managua desde Panamá, para recibir la distinción del Doctorado Honoris Causa de parte de la Universidad Autónoma de Nicaragua (UNAN) Sorpresivamente, Daniel Ortega suspendió unilateralmente el acto que ya no se celebró. Durante un tiempo pensé sobre cuál sería la razón. Pasado un tiempo, ahora sí creo saberlo.
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