La cocaína y las armas que vienen del North
- Opinión
No hay ley que defienda con más ahínco el ciudadano ultraconservador de los Estados Unidos que la Segunda Enmienda de la Constitución. Esta dice textualmente: “Siendo necesaria una bien regulada milicia para la seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no debe de ser infringido”. Aunque su redacción se remonta a tiempos poscoloniales y resulte anacrónica, aún hoy es palabra sagrada para la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), una entidad no gubernamental nacida en 1871 con un lobby capaz de impedir que se sancione una mínima regulación que restrinja el uso indiscriminado de un arsenal de fuego en la sociedad más pertrechada del mundo.
Las cifras, paradójicamente, no convocan a la reflexión: hay nueve armas por cada diez estadounidenses; mueren 34.000 personas al año por disparos; cada 24 horas 222 personas sobreviven tras ser tiroteadas; mientras en Estados Unidos se provocan 35,5 homicidios con instrumentos de combate por cada millón de habitantes, según un estudio de Global Burden of Disease, en su vecino Canadá la cifra baja a 4,9.
Su poder no es solo de fuego. Donald Trump recibió gustoso el cheque de 30 millones de dólares de la NRA para su campaña electoral. Los cruzados del rifle ya habían incursionado en las grandes ligas en 1980, financiando a Ronald Reagan. Y justamente acababan de nombrar como nuevo director de la fanática entidad a alguien digno de ese linaje violento. Se trata del ex militar Oliver North, condenado judicialmente por la conspiración Irán-Contras para derrocar a la Revolución Sandinista.
Reagan, junto a su vicepresidente George H. Bush –ex director de la Agencia Nacional de Inteligencia, CIA– idearon una estrategia para financiar de manera encubierta a grupos paramilitares sin el control del Congreso, que había aprobado fondos pero limitados. Reagan llamó a los mercenarios antisandinistas “luchadores por la libertad, amantes de la libertad y la democracia, desde Afganistán a Nicaragua”. La espada operativa de esta arquitectura sucia fue el director de Asuntos Político-Militares del Consejo de Seguridad Nacional, el teniente-coronel del Cuerpo de Marines Oliver North.
Subvertir el orden interno de Nicaragua demandaba millones de dólares. Los mercenarios cuestan. Por eso la CIA buscó alternativas de financiamiento menos burocráticas.
Roberto Suárez era el narcotraficante más importante de Bolivia. North lo buscó como aliado vital para financiar a la Contra. El ex traficante, devenido en investigador de la temática, Michael Montalbo, aseguró que “entre fines de 1982 y principios de 1983 North contacto con la familia Suárez para comercializar cocaína y desviar esas ganancias hacia la Contra”.
Aida Levy, viuda de Roberto Suárez, confirmó esta versión en su libro El Rey de la Cocaína, mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado. En el jugoso capítulo 12 relata “los coqueteos entre la Agencia Central de Inteligencia americana y el Rey de la Cocaína”.
“El primer contacto directo que tuvo Roberto con la CIA fue la visita encubierta que el teniente coronel Oliver North le hizo a Roby en la prisión del condado de Miami, en la última semana de octubre de 1982. El militar americano le pidió a mi hijo que le transmitiera a su padre, con extrema confidencialidad, una tentadora contrapropuesta que le hacía su gobierno en respuesta a la carta remitida por él, que le entregó en manos propias el magnate Charles Bluhdorn al presidente Reagan, en la que ofrecía entregarse a cambio de la libertad de Roby y la condonación de la deuda externa de Bolivia”, detalla Levy.
Por entonces, la enmienda Boland limitaba la ayuda del gobierno estadounidense a la Contra nicaragüense, “razón por la cual los fondos que recibiría la agencia americana para continuar luchando contra la expansión del comunismo en América Central serían reducidos”, escribe Levy. “Por intermedio del teniente coronel, la CIA les ofrecía la cobertura oficial para comercializar en el floreciente mercado americano quinientas toneladas de clorhidrato de cocaína, que ellos transportarían e introducirían dentro de su territorio en sus propios aviones. Las ganancias que obtuvieran los gringos de esa operación sería destinada de manera íntegra para financiar su guerra particular Irán-Contra”.
En octubre de 1983, North almorzó en el Hotel Astoria de Santa Cruz de la Sierra con Roby Suárez (ya liberado), dos coroneles del ejército boliviano y dos agentes estadounidenses de la DEA. Allí terminaron de acordar los detalles operativos para ingresar la cocaína boliviana a Estados Unidos. El jefe del clan, con el adelanto de 200 millones de dólares que recibió por los “gastos operativos”, creó un laboratorio en un territorio inhóspito y pantanoso al que bautizaron Villa Mosquito, ubicado en la provincia del Beni y donde convivían bolivianos, colombianos y estadounidenses, entre ellos los bioquímicos Rico y Gallo, expertos de la DEA para controlar la calidad de la droga. Los aviones estaban a nombre de una compañía norteamericana que hacía los traslados a Florida, vía Costa Rica, que eran recibidos con total descaro por agentes de la CIA.
Todo supervisado al detalle por North. Así lo reseña Levy: “El agua y el lodo circundante era hábitat natural de lagartos y caimanes, y el exceso de humedad, cuna de larvas de mosquitos que dieron origen al nombre del complejo. El laboratorio gigante de Villa Mosquito era custodiado por más de un centenar de hombres armados con fusiles automáticos Steyr AUG de fabricación austriaca y Galil de origen israelí, equipados con visores nocturnos y miras láser. Los guardias eran en su mayoría ex oficiales del ejército y de la policía nacional, dados de baja de sus respectivas fuerzas por sus vínculos con el narcotráfico. Éstos habían sido reclutados por Klaus Altmann-Barbie (el criminal de guerra nazi) antes de su deportación a la Guyana francesa, además de Stefano delle Chiaie y su lugarteniente Pierluigi Pagliai (políticos de la ultraderecha italiana) en la ciudad de La Paz. Para fortalecer el adiestramiento de los mercenarios criollos en tácticas avanzadas de guerra y garantizar la seguridad del complejo, la CIA decidió traer de América Central a los tristemente célebres Novios de la Muerte, quienes se encontraban desde el año 1982 dando instrucción militar a los comandos de la Fuerza Democrática Nicaragüense en la selva hondureña”.
En 1986 estalló en los titulares el escándalo Irán-Contras. La publicidad del caso obligó a Reagan a soltar la mano de sus subordinados. En febrero de 1987 una comisión del Senado acusó a North de violar las leyes norteamericanas pero exculpó al presidente. La revista Time puso en portada al teniente-coronel de los Marines. Su foto y la frase: “Fui autorizado a hacer todo lo que hice”, escandalizaron a la opinión pública, sin embargo no pasó ni un día en prisión gracias a un acuerdo de inmunidad a cambio de información.
Esta semana la Asociación Nacional del Rifle le dio la bienvenida a “un guerrero legendario de la libertad en Estados Unidos”.
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