¡No me defiendas, compadre!

11/05/2018
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Con la designación desde Los Pinos del presidente del Revolucionario Institucional, René Juárez Cisneros, entre los comentaristas se da por hecho el inicio de un relanzamiento de la campaña de José Antonio Meade, ubicado en un muy lejano tercer lugar, después de Ricardo Anaya (“Estoy absolutamente convencido de que voy a ganar en forma contundente”, repite una y otra vez con una sonrisa entre cándida y cínica), quien se ubica en segundo lugar, con entre 10 y 20 puntos porcentuales abajo del puntero Andrés Manuel López Obrador. Anaya se ocupa hasta la obsesión de AMLO en demérito de la mejor promoción de sus propuestas de gobierno, en lo que coincide puntualmente con el cuatro veces secretario de Felipe Calderón y Enrique Peña.

 

Por ningún lado se observan las políticas ni siquiera medidas que avalen un relanzamiento en marcha, a no ser que Meade Curibreña ya porta chamarra con el color del que dice no es su partido, el PRI; la presentación de un libro propio del que no recordó ni su nombre cuando lo anunció en Primer Grado de Canal 2; la enjundia que mostró en ese programa al decir de Joaquín López-Dóriga –un comprometido con este gobierno y los anteriores desde José López Portillo, quien le indicaba que entrevistara a tal o cual dirigente opositor para el Canal 13 de Imevisión–; y ahora la defensa del jefe del grupo gobernante y sus aliados, entre ellos el corruptísimo dirigente sindical petrolero Carlos Romero Deschamps.

 

La defensa llega a tales niveles que en Milenio Televisión interrumpió una y otra vez a los entrevistadores, con el manido recurso de “pérame” y en Las Estrellas jugó con respuestas largas a preguntas precisas y otras para las que se pedía un monosílabo.

 

De tal suerte que el esposo de Juana Cuevas e hijo del Fobaproa, por su señor padre, no sólo no producirá el deslinde con el gobierno de su gran elector, Peña Nieto, diferenciación que no es sinónimo de pleito y menos de ruptura, sino que ahora es defensor de la corrupción institucionalizada en este gobierno que la llevó a niveles característicos de Miguel Alemán Valdés y Carlos Salinas de Gortari.

 

Ningún relanzamiento es dable hoy cuando el presidente “de todos los mexicanos” insiste una y otra vez en regañar a los electores con frases agraviantes como “votar con el estómago”, cuando de acuerdo con cifras oficiales 9.5 millones de paisanos viven en la miseria y la mitad de la fuerza laboral empleada en el sector formal gana 160 pesos al día.

 

Tampoco cuando insiste con desafortunado sentido del humor, comparable al de Ernesto Zedillo que hacía chistes que todos le festejaban por servilismo, con que “No me estoy metiendo con ninguno, ni en favor de alguno de los candidatos porque, sobra decirlo, ustedes ya lo saben (quién es su favorito)… para qué les digo”.

 

Exigió, antes, “pensar con la cabeza y definirse en el sufragio a partir de valorar las propuestas de cada candidato, la que más llene, la que más satisfaga los anhelos de una sociedad. Frente a la percepción, hay que imponer la razón”. Y lo dice el presidente al que rechazan 78 de cada 100 ciudadanos.

 

Los estrategas de Meade aún pueden concentrase en la disputa de una o dos gubernaturas, las cámaras federales y algunas importantes alcaldías ante lo que se avizora como la derrota más grande en 79 años. Sólo que para ello es indispensable que el primer priista del país asuma con realismo que él es el principal pasivo del Yo Mero, para que éste y el fracasado secretario de Educación y ahora jefe de campaña no exclamen: ¡No me ayudes, compadre!

 

 

 

 

 

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