Y los chinos, de contragolpe, se la pusieron en el ángulo
- Opinión
Es una metáfora futbolera. El presidente yanqui tomó dos veces medidas muy graves contra la economía china. Y Beijing, de contragolpe, se la metió en el ángulo.
No hay causa injusta en el mundo que no tenga que ver con las políticas decididas por Donald Trump y los jerarcas de su gobierno en el Departamento de Estado, el Pentágono y la secretaría de Comercio.
Por ejemplo, firmó sanciones contra China en vez de seguir los trámites en la Organización Mundial de Comercio. También acusó a Siria, Rusia e Irán de estar detrás de un ataque químico no corroborado en Duma, y amenazó con tomar duras represalias. Expulsó a 60 diplomáticos rusos con otra acusación falsa como la anterior, de haber envenenado en el Reino Unido a un exagente doble ruso-británico. Y la última de la serie, sólo por ahora, mandó militares a la frontera con México para “controlar” (léase detener) a inmigrantes que sueñan con una vida mejor en el Norte. Esto, en tanto pone en marcha un muro del apartheid que quiere hacer pagar al vecino.
De todo ese paquete de agresiones a diversos pueblos hoy se analizará lo resuelto contra China, por la envergadura que puede tomar este conflicto, de implicancias para la economía global, incluyendo Argentina.
El cronista lo valora como un hecho negativo, en contraste con comentarios interesados del capitalismo argentino que aspiran a que la economía macrista se vea beneficiada por una mayor compra china de soja y otros productos antes adquiridos a productores norteamericanos. Estos fenómenos son parte de la problemática mundial, no deben verse con la óptica de mercaderes y números de una balanza comercial.
En marzo pasado comenzó la escalada de Trump. Ese mes había sido uno de los mejores del gobierno chino, pues entre el 17 y el 20 de marzo se desarrollaron las “dos sesiones”: la XIII Asamblea Popular Nacional y el Consejo Consultivo Político del Pueblo. La primera instancia había consagrado presidente a Xi jinping, por unanimidad, respaldando su liderazgo ratificado en octubre pasado como secretario general del Partido Comunista de China en su XIX Congreso.
En esos eventos se respiraba felicidad por el crecimiento promedio del 6,5 por ciento anual, con eje en el consumo y servicios, con producción más focalizada en artículos de mayor tecnología. Esa producción viene teniendo un mercado interno con 400 millones de chinos de clase media, pero también está orientada al exterior, en vez de artículos textiles, juguetes y otros poco sofisticados que antes eran la marca registrada china.
Quién ataca y quién defiende
El 20 de marzo, cuando culminaban las referidas “dos sesiones” consagratorias del presidente Xi, llegó la primera agresión estadounidense. Entró en vigencia una suba de aranceles ordenada por Trump, del 25 por ciento para el acero importado y del 15 para el aluminio. Supuestamente esas barreras arancelarias iban a golpear a todos sus socios comerciales, pero eran sólo para China pues fueron dispensados de esas alzas los países europeos, Canadá, México y Argentina, entre otros. China quedó sola en el banquillo de los condenados.
Beijing por medio de su Ministerio de Comercio deploró la medida como atentatoria de las convenciones de la OMC y los acuerdos del GATT, Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio.
El 3 de abril vino un segundo golpe desde Washington, al anunciarse barreras contra 1.300 productos chinos, estimándose una pérdida de 50 mil millones de dólares para la balanza comercial del país socialista.
El presidente Xi debe haber confirmado allí que la cosa era mucho más grave que las barreras al acero y aluminio chino, y que el enemigo quería herir de muerte su proyecto de llegar al 2049, el centenario de la revolución, con un nivel de vida acomodado para sus 1.360 millones de habitantes.
Los chinos se pusieron firmes y el 4 de abril elevaron del 15 al 25 por ciento los aranceles para 128 productos estadounidenses, desde carne de cerdo, soja, automóviles, etc.
Más dura que esa medida de autodefensa, el Ministerio de Comercio chino declaró que visto el cariz que habían tomado las cosas no había lugar para conversaciones bilaterales. En otras palabras, que prevalecía la lucha, no la negociación. Quizás atemorizado, el secretario de Comercio de EE UU, Wilbur Ross, aclaró que “incluso los conflictos armados acaban en negociaciones”. Por supuesto que las va a haber, pero ahora China sacó músculo y se prepara para sanciones propias de una guerra comercial.
Trump, el 5 de abril, ordenó al representante de Comercio Internacional de EE UU, Robert Lighthizer, tomar nuevas sanciones, por otros 100 mil millones de dólares. La cancillería de China, ironizando, dijo que “si alguien nos envía un regalo, debemos enviarle uno de vuelta”.
La posición del imperio decadente es de debilidad, por tres razones.
Una, en noviembre de 2018 habrá elecciones de medio término. Iowa, Minessota, Indiana, Missouri, Dakota del Norte y Ohio pueden dejar de votar a los republicanos, bajo el peso de menores ingresos debido al conflicto con Beijing.
Dos, en el comercio bilateral, China tiene un superávit de 350 mil millones de dólares anuales con EE UU; cuenta con un mayor colchón para aguantar una crisis comercial con ese cliente.
Tres, la tesorería oriental tiene 1.2 billones de dólares en bonos del Tesoro como ahorros y puede comprar o vender parte de esas reservas, impactando en el precio del dólar, tasas de intereses, etc.
El conflicto es ante todo político. Y Trump es una mala palabra universal, en tanto China tiene simpatías extendidas, algunas por su aporte a un mundo multipolar y muchas más por negocios derivados del BRICS, créditos, la nueva Franja y Ruta de la Seda y el foro de Boao, el Davos asiático que comenzó ayer en Hainan.
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