Atrapados en eufemismos
- Opinión
En condiciones “normales” los pueblos no necesitarían inventar eufemismos para tipificar la política comunicacional que quieren desplegar en sus “medios”. No sería necesario “idear” adjetivos para referirse a las fuerzas expresivas que las comunidades requieren para fortalecer sus tareas organizativas, vitalizar sus identidades, caracterizar a sus enemigos y enriquecer sus agendas de lucha. No debería ser necesario ponerle nombres “suaves”, ni “disfraces” de coyuntura, a las acciones o los problemas que son inexcusables para sacudirse toda alimaña ideológica y toda opresión laboral o saqueadora de recursos naturales.
Pero la “realidad”, producto de las tensiones entre las clases dominantes y las clases subordinadas, ha generado estragos en la libertad de expresión de los pueblos y, para sobrevivir, se ha vuelto “parte del paisaje” el “arte” de inventar nombres de estrategia capaces de eludir censuras de todo tipo y represiones violentas oriundas de las oligarquías. Con una variedad amplísima de matices, las organizaciones sociales en lucha, incluso varios partidos políticos, logran camuflar sus agendas más profundas con nominaciones tenues y con códigos legibles, no sin cierta complicidad, sólo por aquellos que entienden el peligro de llamar, bajo las condiciones actuales, a las cosas por su nombre.
Es verdad que cierta “creatividad” ha debido desarrollarse más por razones de defensa que por otras razones. Es verdad que el “ingenio popular” ha encontrado, por necesidad, los modos de hacer transitar ideas y acciones inteligentes que han logrado burlar los diques de la censura dominante y es verdad, también, que existe ya una tradición de resistencia que ha producido blindajes fundamentales para la sobrevivencia de las luchas. Pero ninguna de esas virtudes y logros ha de impedir recordar las causas de su invención y el hecho inocultable de que tales causas no se derrotan sólo eludiéndolas.
Algunos “medios” de comunicación se hacen llamar “alternativos” porque es imposible llamarse “revolucionarios” sin poner en peligro la integridad física y la vida misma. Hay periodistas que se ven orillados a saturar con circunloquios sus sintaxis, por la imposibilidad de poner nombres y apellidos de terratenientes, “políticos”, funcionarios, clérigos o militares… que reprimen permanentemente, y a domicilio, toda rebeldía y todo derecho al disentimiento. En la teoría y en la práctica. No son pocos los folletos, las cátedras, los libros, las revistas, la prensa y las volantes que para denunciar con precisión hechos y personas involucradas con alguna canallada, han de fundamentar sus argumentos con recursos narrativos indirectos.
Pesa sobre la comunicación de las bases una presión de censura y auto-censura que es “termómetro” político que mide con claridad la poca (o nula) libertad con que los pueblos se comunican entre sí y para sí. Es una especie de miedo muy diversificado que para paliar sus efectos busca y rebusca tácticas y estrategias narrativas muchas veces determinadas por la falta de materiales, de tecnologías y de tiempo concreto para trabajar la calidad y la cantidad de la comunicación. Y no pocas veces pesan también los estereotipos narrativos burgueses que han impregnado con su doble moral el modelo predominante de comunicación para impedir que las cosas sean dichas y reconocidas tal como son. Esa influencia burguesa impuso modelos en los que nunca de habla, claramente, de la explotación de la clase trabajadora, de la plusvalía, de la enajenación o de los privilegios reservados a quienes no sólo controlan el modo de producción sino, también, las relaciones de producción. Retórica de eufemismos, demagogia de disfraces.
Pero vale la pena, también, tomar distancia de la linealidad simplista que, desde otro extremo de la sintaxis, supone que, para trasladar las ideas basta y sobra con enunciados inteligibles y sin recursos retóricos. Es esa una de las calamidades que, por ejemplo, cierta interpretación del “Realismo Socialista” incurrió en nominaciones y descripciones carentes de la más elemental de las riquezas expresivas de los pueblos, carecen del bastión narrativo de las metáforas ideadas por los pueblos para describir sus métodos de lucha y sus victorias; y carecen de la más elemental de las vocaciones poéticas que tienen y contienen baluartes revolucionarios promisorios e indispensables. Sin mencionar al sentido del humor que ha jugado un papel decisivo tanto en el terreno donde se ponen “los puntos sobre las íes” como en los campos de lucha donde se dicen muchas cosas incluso no diciéndolas. De eso sabía mucho Chaplin.
Por eso cuando una corriente de pensamiento y acción -de las bases- inicia tareas de comunicación, se ponen en juego los desafíos históricos de la relación entre pensar y expresar, conocer y enunciar. Se trata de un momento crucial de una trama compleja donde no basta con ser “audaces” y no alcanza con ser “cautos”. Eso pone en evidencia el hecho de que ningún relato está despegado de sus sentido político y que debe asumirse como una lucha que no confunde la táctica con los principios y que, en la economía de la guerra comunicacional que padecemos, se debe medir con la mayor precisión posible la capacidad de producción simbólica y la capacidad de relación social de esa producción.
No descuidemos el hecho de que las oligarquías son expertas en usurpar y sabotear todo lo que pertenece a los pueblos y que eso mismo explica cómo existen, también, “medios alternativos” o “comunitarios” controlados subrepticiamente por las más diversas expresiones de la “derecha” en zonas urbanas y en zonas rurales. No olvidemos que la historia de la humanidad está repleta de casos en los que, bajo el nombre de los héroes populares más intocables, se han producido las canalladas más atroces.
Mientras los pueblos no alcancen el poder para gobernarse a sí mismos, en situación transicional, no aceptemos que la ideología de la clase dominante nos obligue a tipificar y bautizar nuestras ideas comunicacionales y nuestros medios, hagamos todo lo posible para que de esa situación opresiva obtengamos una fortaleza táctica y estratégica donde el método de lucha anticolonialista tenga por epicentro las propias luchas de la clase trabajadora. Ahí se acrisolan y maduran los lenguajes nuevos, los aciertos simbólicos y la dialéctica misma de la producción de contenidos que van demándanos la creación de acciones dinámicas y nuevas, paridas por las acciones que, en su ascenso, van perfeccionándose.
Dr. Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
http://www.dosisdiarias.com/2012/01/
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