Terremoto ayer y hoy: Los desafíos

29/09/2017
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Edificio Nuevo León – Terremoto 1985
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Como superviviente del terremoto del 19 de septiembre de 1985, habiendo presenciado el colapso del edificio Nuevo León en la unidad habitacional Nonoalco Tlatelolco, más, un día después, el derrumbe de las fábricas de costureras sobre la Calzada de Tlalpan –puesto que cuando los soldados nos desalojaron de nuestro inmueble en Tlatelolco ubicado a escasos metros del Nuevo León, caminamos por horas hasta llegar a un hotel en Tlalpan, donde nos pilló la réplica del 20 de septiembre-, escribo estas líneas para analizar lo que, desde mi óptica, hemos aprendido desde aquel lamentable suceso y los desafíos que enfrentamos de cara a los dos terremotos del 7 y 19 de septiembre del año en curso.

 

Una comparación entre los sismos de 1985 y, en especial, el del pasado martes, revela, al día de hoy, avances indudables en muchos ámbitos, aunque también numerosas tareas pendientes, tanto de parte de las autoridades como de la sociedad en su conjunto. En 1985 México carecía de un sistema de protección civil apropiado –es verdad que ya se contaba, desde 1966, con el Plan DN-III-E, pero ante la magnitud de la ocurrido hace 32 años, resultó, a todas luces, insuficiente. Los reglamentos de construcción eran deficientes. La tercera parte de la infraestructura hospitalaria colapsó, justo cuando más se le necesitaba. La red de agua potable quedó severamente dañada. La destrucción alcanzó a diversas partes de la capital del país: Lindavista, Tlatelolco, Centro Histórico, Roma, Tlapan… Las vías de comunicación estaban dañadas en extremo. Las instalaciones de Televisa Chapultepec se derrumbaron, por lo que la información de lo sucedido llegó a las pantallas de los hogares, sobre todo a través de Imevisión. Gracias a la cobertura de Jacobo Zabludovsky en la radio –él era uno de los pocos seres humanos en contar con teléfono móvil en aquellos tiempos- y de Guillermo Pérez Verduzco en su helicóptero, fue que empezó a fluir la información y se tomó conciencia de lo sucedido. Las transmisiones de radioaficionados fueron cruciales para que en los diversos estados de la República Mexicana se organizaran grupos de brigadistas, bomberos y demás para ayudar a la Ciudad de México. Los servicios básicos, incluyendo luz, teléfonos, gas, agua, escaseaban. Había incendios, fugas de gas, decenas de edificios colapsados y otros a punto de caer. Debido a la cantidad de defunciones y para evitar una epidemia, el Parque Delta que era un estadio de béisbol, fue improvisado como una gigantesca morgue para el reconocimiento de los cadáveres. La ayuda fluía con lentitud. El gobierno de Miguel de la Madrid desestimó el impacto del siniestro y tardó en aceptar la asistencia internacional. Gran parte de la ayuda se concentró en la Ciudad de México, pero había otras partes, que también la requerían, y no llegaba. Un caso verdaderamente dramático, que no el único, fue el de Ciudad Guzmán, en Jalisco, muy afectada por el terremoto, pero olvidada por las autoridades. Tlatelolco recibió más atención mediática debido a que el tenor Plácido Domingo, cuyos familiares residían en el edificio Nuevo León, convocó a apresurar la remoción de escombros. La rapiña y la corrupción, salieron a relucir. Pero también afloró la sociedad civil para asistir a las víctimas y ayudar. El costo político para el Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue enorme: comenzó una transición democrática que le llevaría a perder, entre otras cosas, la gestión de la Ciudad de México.

 

¿En qué situación se encuentra ahora la capital del país, considerando lo sucedido el 7 de septiembre y sobre todo los eventos del pasado martes 19? Hoy existe una cultura de protección civil. El 6 de mayo de 1986 nació el Sistema Nacional de Protección Civil por decreto presidencial para coordinar, en los tres órdenes de gobierno, la asistencia a la población de cara a los desafíos emanados de fenómenos geológicos, hidrometeorológicos, químicos, sanitarios y socio-organizativos. Gracias a esta cultura de protección civil se realizan, por ejemplo, simulacros de evacuación y se fomenta, en la población, el conocimiento para saber qué hacer en el caso de que se presente alguna de las problemáticas descritas. En 2001, se estructuró el Plan Marina por parte de la Secretaría de Marina-Armada de México, con propósitos similares al Plan DN-III-E de la Secretaría de la Defensa Nacional. Ambos disponen el auxilio a la población, en coordinación con otras instancias, en situaciones de emergencia como las que hoy viven la Ciudad de México, Morelos, Puebla, Guerrero y Oaxaca, entre otras entidades. En la Ciudad de México, de manera sistemática, se aplican protocolos de seguridad ante cualquier eventualidad y las autoridades comunican –aunque no siempre a tiempo y en forma- lo que sucede.

 

Los reglamentos de construcción se modificaron tras lo sucedido en 1985. Se tomó la decisión de rehabilitar los hospitales, algunos, donde se encontraban originalmente y otros más, al sur de la ciudad, donde los suelos son, aparentemente, más sólidos –bueno, ya vimos que no son seguros. Hoy se cuenta con más mecanismos de comunicación, gracias a las tecnologías de la información y las redes sociales, lo que garantiza una mayor cobertura –si bien, no siempre veraz- de los acontecimientos. Tenemos alertas sísmicas que permiten a las personas evacuar o replegarse, dependiendo de donde estén.

 

Como resultado de ello, la Ciudad de México parecería encontrarse en mejores condiciones para enfrentar un cataclismo como el del 19 de septiembre pasado, a juzgar por las imágenes aéreas de la gran urbe tras el siniestro. Hay devastación, pero mucho más focalizada que hace 32 años. En esta ocasión y, a diferencia de 1985, el sur de la capital fue más golpeado. La infraestructura hospitalaria en general, está de pie. Los medios de comunicación han podido operar sin mayores dificultades. Los servicios básicos, salvo en las zonas más siniestradas, han sido restablecidos. La declaratoria de desastre, ayuda a asegurar fondos para el auxilio a la población y la reconstrucción. Con prontitud se crearon albergues para asistir a las personas que perdieron sus hogares o que no pueden volver a ellos por el daño que tienen. La sociedad se organizó para ayudar en la distribución de alimentos, vestido, medicinas, materiales diversos para los damnificados y para remover escombros. Las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad del Estado se encuentran desplegados en buena parte de las zonas afectadas. El Presidente, quien iba rumbo a Oaxaca en el momento del terremoto, pidió regresar a la Ciudad de México y desde la base aérea de Santa Lucía, en helicóptero, recorrió la ciudad para verificar el daño ocasionado –a diferencia de lo sucedido con Miguel de la Madrid hace 32 años. De inmediato se reunió con sus colaboradores y el jefe de gobierno de la Ciudad de México para coordinar las acciones a realizar. Creo que todo ello es positivo. Pero también hay muchos “negritos en el arroz.”

 

Para empezar, la ciudad ha vivido, a mi manera de ver, una especulación inmobiliaria sumamente irresponsable. Una mirada somera a las colonias Del Valle, Narvarte, Roma y otras más, da cuenta de la gran cantidad de construcciones de edificios de departamentos y centros comerciales en los últimos años, lo que ejerce una mayor presión sobre los suelos de estas zonas sin dejar de lado una creciente demanda para el aprovisionamiento de servicios. Me llama profundamente la atención que, en la Delegación Benito Juárez, donde más especulación inmobiliaria hemos visto en los últimos años, el desastre haya sido tan enorme. No creo que sea una coincidencia y no hablo de que los edificios nuevos o viejos hayan o no colapsado. En la Cuauhtémoc, que, detrás de la Benito Juárez, es donde igualmente ha abundado la especulación inmobiliaria, también el cataclismo fue muy severo.

 

Otro punto a destacar es que, si bien hay una cultura de protección civil, muchas personas no siguen los protocolos. Pongo el ejemplo del sismo-réplica del pasado 23 de septiembre. A las 8 de la mañana yo estaba dormida en casa de mi mamá en Tlatelolco y no me despertó la alerta sísmica, sino los gritos de terror de una vecina que alertaba: ”¡corran! ¡esto se va a caer!” mientras bajaba a toda prisa por las escaleras, seguida de muchas otras personas. Se entiende que todos estamos nerviosos y con miedo. Yo misma, mientras escribo éstas líneas, estoy mareada, siento las piernas como gelatina y tengo muchos problemas para dormir. Es entendible. Además, la alerta sísmica, no sé a ustedes, pero a mí, me provoca mucho temor y ansiedad. En cualquier caso, habrá que trabajar más en los protocolos y sensibilizar a las personas en torno al consabido “no corro, no grito, no empujo.” Ello puede salvar vidas. Conozco varios casos de lesionados, no por el sismo en sí, sino porque la gente los empujó, cayeron o incluso las personas pasaron por encima de ellos en la desesperación por salir de donde se encontraban.

 

Las alertas sísmicas deben mejorar. Ya se sabe que sobre todo están instaladas en el Pacífico, porque es ahí donde se produce una cantidad importante de sismos. Pero como se vio el pasado 19 de septiembre, la alerta sísmica sonó durante el terremoto y no antes, debido a que, en donde se produjo el epicentro, no había un sistema de monitoreo apropiado para alertar a la población.

 

Paso ahora a un tema que no quisiera omitir, dado que me lastima y preocupa como mexicana. He visto en los medios y sobre todo en redes sociales, un afán, a mi manera de ver, enfermizo, por encontrar culpables ante lo sucedido. A mi Messenger han llegado frases insultantes en que un par de personas –no diré sus nombres, no vale la pena- me reclaman diciendo “¿qué están haciendo los intelectuales para ayudar a la población?” “¿dónde están cuando la sociedad los necesita?” “debería darles vergüenza que mientras todos sufrimos, ustedes cómodamente ven lo que sucede desde sus hogares.” He visto mensajes similares contra otras personas y profesiones. Mi querido amigo Humberto Vélez me hacía notar llamados similares, en las redes sociales, para linchar a los actores, “quienes no están haciendo nada ante esta catástrofe.” A esas personas lo que puedo decirles es que no estoy en un lecho de rosas y algo que aprendí desde 1985: mucho ayuda el que no estorba. Veo que ahora proliferan los “expertos” en mecánica de suelos, geología, estructuras, búsqueda y rescate. Creo que ya todos tomamos nota de los falsos Topos, algo que es, a todas luces, lamentable. Aprovecho para decir que me parece de pésimo gusto, para decir lo menos, ver imágenes de personas tomando selfies con los escombros como escenografía, sin dejar de lado a quienes divulgan noticias falsas. Y para terminar con este punto, me permito afirmar lo siguiente: si quieres y puedes ayudar hazlo. No tienes por qué cacarearlo.

 

Me entusiasma ver las brigadas y grupos de voluntarios de la sociedad civil. Pero me preocupa leer que muchos de ellos afirmen que las fuerzas armadas no están haciendo su trabajo o que hay que retirarlas de donde se encuentran porque están violentando el estado de derecho –he recibido varios mensajes sobre el particular. Me permito recordar a los lectores que las fuerzas armadas cuentan con planes debidamente estructurados –siempre perfectibles, por supuesto-, además del entrenamiento, para actuar en casos de desastre. No sé si ya alguien se haya dado una vuelta por la Secretaría de Marina-Armada de México en el sur de la ciudad, pero quedó muy dañada. Los oficiales y empleados de esa dependencia duermen poco, apenas un par de horas, para poder atender la emergencia que nos aqueja. Algunos de ellos tienen familiares en zonas siniestradas, fuera de la Ciudad de México, pero deben permanecer aquí, para apoyar las tareas de rescate, vigilancia y apoyo a la población en general. Sirva la presente reflexión para reconocer la importante labor que realizan. Los tenemos realizando el trabajo que otras instituciones no quieren o no pueden hacer: los ponemos a combatir el narcotráfico, los sobre saturamos con chamba –hay que recordar la gran cantidad de huracanes que han desfilado por el territorio nacional y que igual que en el caso del terremoto del martes pasado, han dejado a su paso una estela de destrucción ante la que los oficiales han respondido- y ellos lo hacen con la mejor de las voluntades. Merecen todo nuestro reconocimiento.

 

Sobre el tema de la niña “Frida Sofía” se han dicho muchas cosas. Pienso que, en situaciones tan dramáticas, es relativamente sencillo que se generen confusiones y malos entendidos. Puedo entender la desesperación de las autoridades y los voluntarios por salvar una vida. La presión debe ser inmensa, amén de la atención mediática. Y cuando las cosas no resultan, siempre hay la tendencia a buscar responsables. Yo sólo quisiera comentar que más allá del presunto afán de protagonismo de las televisoras y de algunos periodistas, la cobertura mediática ha influido en la atención que se le ha prodigado a ciertas zonas afectadas, a costa de otras donde la ayuda no fluye o no figura en las proporciones requeridas. Ahí es donde veo que no hemos avanzado desde hace 32 años. Cierto, la Ciudad de México es el centro político del país, pero no se habla –o se hace poco- de Puebla y sobre todo Morelos, donde hay zonas devastadas y en las que hace falta mucha ayuda. Incluso en la Ciudad de México pareciera como si los efectos del terremoto se circunscribieran a Coapa –o más bien, al Colegio Rebsamen-, cuando en Xochimilco, Tlalpan y otros puntos, miles de personas lo están pasando muy mal. Los medios tienen una responsabilidad social y hoy por hoy, y salvo contadas excepciones, creo que nos han quedado a deber.

 

La atención a damnificados y personas que perdieron sus hogares y patrimonio es imperiosa. Es lamentable, pero todavía hoy y desde 1985, hay personas que siguen viviendo en la calle porque en aquel entonces lo perdieron todo y en más de tres décadas las autoridades no han coadyuvado a resolver el problema. Esto no puede volver a pasar. Las políticas de reconstrucción y/o edificación de viviendas deberán ser incluyentes y expeditas, con especial énfasis en quienes en estos momentos están durmiendo en albergues o en la calle.

 

Por otra parte, he visto en muchas partes sugerencias de que el presupuesto que tienen los partidos políticos para las elecciones, sea destinado, en su totalidad o en buena parte, a la reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto. Con el debido respeto, creo que quienes proponen semejante cosa, abonan al establecimiento de una dictadura. Somos una democracia, imperfecta, claro está, pero las democracias funcionan así. La democracia cuesta y la nuestra es especialmente cara. Ni modo. Quitarle recursos al Instituto Nacional Electoral (INE) o a los partidos políticos, nos dejaría en una situación cuasi dictatorial, sin dinero para hacer elecciones y garantizar el desarrollo democrático nacional –con todos los asegunes que tenemos, claro está. Lo voy a decir de otra manera. Restarle recursos al INE y a los partidos políticos –por más detestables que éstos sean a los ojos de la ciudadanía- nos dejaría a merced de intereses de particulares o personales. Un ejemplo es Estados Unidos, donde los recursos privados son los que fundamentalmente financian las campañas políticas. ¿No nos gusta Trump? Bueno, en Estados Unidos no hay un INE y, como se ha visto, un individuo acaudalado como Trump puede llegar a la presidencia pagando su campaña política de su propio bolsillo. ¿Eso es lo que queremos? O peor aún, dado el enorme poder económico de la delincuencia organizada: ¿pretendemos que los dineros sucios irrumpan en las instituciones políticas, lo que seguramente derivaría en que algún individuo que represente los intereses de la mafia o del narcotráfico llegue al poder?

 

El terremoto del pasado 19 de septiembre, al igual que el de hace 32 años, ha hecho aflorar lo mejor y lo peor de nosotros. Hay rapiña, oportunistas, falsos Topos, ladrones, funcionarios corruptos, intereses de algunas de las empresas de medios tratando de ganar audiencias a cualquier precio. Pero también he visto a mexicanos, de todas las clases sociales, con las profesiones más diversas, de diversas partes –incluso residentes en el exterior- que han mostrado una solidaridad y un deseo genuino por ayudar, encomiables. Me conmueven las escenas del rescate de personas y mascotas, el entusiasmo que fluye cuando se recupera a alguien con vida entre los escombros, al igual que el dolor y la tristeza cuando no ocurre así.

 

Termino estas líneas recordando un hecho que vale la pena traer a colación. El año pasado, durante la presentación de un libro mío sobre las misiones de paz de Naciones Unidas, una persona del público asistente me manifestó su absoluto rechazo por la ayuda que México manda a otros países cuando acontece algún cataclismo, trátese de tsunamis, terremotos, deslaves u otros. Su argumento era que aquí tenemos demasiados problemas como para ser “candiles de la calle.” El comentario me pareció muy mezquino. Recuerdo haber dicho a esa persona las mismas palabras con las que inicié este artículo y añadí que nadie, en ninguna parte del mundo, está exento de un cataclismo como el que hoy nos aqueja –u otros más, trátese de fenómenos naturales o de accidentes provocados por la mano del hombre. Siempre hay momentos en la vida en que necesitamos ayuda y otros en que podemos solidarizarnos con quienes la necesitan, dentro o fuera del país. Por ello, me permito traer a cuenta el comentario del Presidente de Honduras, cuando decidió enviar a México, tras el terremoto del pasado martes, a un grupo de 36 rescatistas del grupo Katrachos USAR, para apoyar en las tareas de búsqueda y rescate de las víctimas. Para muchos, podrá parecer una contribución insignificante, si bien no lo es. En el comunicado en que el mandatario centroamericano dio sus condolencias a México, expresó que aquella nación no olvida que, en 1998, cuando el Huracán Mitch provocó una devastación sin precedente, las autoridades mexicanas fueron de las primeras en enviar ayuda. Por eso la principal avenida en Tegucigalpa se llama República de México.

 

- María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

septiembre 25, 2017

https://www.etcetera.com.mx/opinion/terremoto-ayer-y-hoy-los-desafios/

 

https://www.alainet.org/es/articulo/188328
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