Reconocer los problemas y retomar las tareas democráticas
- Opinión
“Las revoluciones no se piensan, ellas se desatan y nos arrastran”
Desde la distancia y con sentimiento solidario escribo estas notas al calor de las luchas y esfuerzos que hacen los trabajadores y los pueblos de América Latina y, en especial, de Venezuela, por encontrar el rumbo libertario en este instante de nuestras vidas.
Observo, tanto en los diálogos que mantengo con personas de diversos estratos sociales y tendencias políticas como en el estudio y revisión de los escritos de los analistas e intelectuales venezolanos, una serie de ideas y planteamientos que sirven para entender el proceso de lucha de ese hermano pueblo, su enorme complejidad, las particularidades propias de ese país y las semejanzas con los demás países de América Latina.
Veo también, idealizaciones y distorsiones de la realidad; algunas, surgidas de una combinación de fervor revolucionario, entusiasmo altruista y esperanza en el futuro; otras, del interés calculado para obtener réditos del engaño; y unas más, de esquemas ideológicos que impiden entender los fenómenos que ocurren en medio del movimiento y la lucha real de nuestras gentes.
Es evidente que Chávez interpretó a su pueblo en un momento preciso de su historia. Él fue fruto de ese pueblo y de su devenir, y solo se lo puede entender en ese contexto. Sin embargo, muchos de sus “seguidores” no logran asimilarlo en sus orígenes, en su carácter de clase (que no es sólo económico sino histórico-socio-político y cultural), y en la lucha que desarrolló en medio del hacer, aprender, errar y avanzar. Así, al no entender esas ideas y prácticas en su real dimensión, se idealizan y esquematizan.
Lo que logró impulsar Chávez desde que se lanzó abiertamente a la lucha política (1992), está marcado tanto por una realidad compleja del mundo, de América Latina, de su propio país y de su pueblo, como también del mundo de las ideas y prácticas libertarias que hasta ese momento existían, que alimentaron –bien o mal– su práctica revolucionaria. No podía ser de otra manera. Las revoluciones no se piensan, ellas se desatan y nos arrastran en su torbellino de acontecimientos y realidades.
Tratar de entender la evolución de ese proceso es muy importante para el futuro de nuestras luchas. Intentar dilucidar las causas de los errores y aciertos en relación con otras experiencias pasadas o en desarrollo actual, es una tarea indispensable para poder construir nuevas miradas, mejores enfoques y prácticas más certeras que superen lo vivido. Este corto artículo sólo es una pincelada para avizorar el panorama y visualizar algunas pistas.
El contexto de los años 90s del siglo XX
Son muchos los aspectos que habría que analizar para atrapar la trama de la vida y poder conectarnos con el presente. En la década de los 90s –después del “Caracazo”–, el mundo salía de la “guerra fría”. Se hizo oficial la derrota del socialismo “estatista”, burocrático o del siglo XX. Los pueblos del mundo entero, entre ellos los latinoamericanos, entablaron una lucha abierta contra el neoliberalismo. Cuba entró en su “período especial” y en 1994 apareció la rebelión neo-zapatista en Chiapas (México), mientras la globalización neoliberal se mostraba triunfante. “El fin de la historia” cantó Fukuyama.
El pensamiento transformador y la teoría revolucionaria estaban en crisis. Fidel Castro analizando la caída del bloque socialista de Europa Oriental planteó de inmediato que el triunfo de las luchas de liberación nacional en América Latina no era viable por la vía armada. Los trabajadores a nivel mundial estaban a la defensiva y los partidos comunistas y socialistas se aferraban a las conquistas de los Estados de Bienestar.
En medio de las luchas populares de resistencia apareció Hugo Chávez. Después del intento de tomar el poder mediante un golpe militar (1992) asume –con sus compañeros del Movimiento Quinta República MVR– el camino de la revolución bolivariana por “vías pacíficas pero armadas”, con base en la alianza cívico-militar entre el pueblo y sus fuerzas armadas patrióticas. Las causas y azares más que la teoría (o la falta de teoría), lo condujeron de una inicial “tercera vía” hacia el llamado “socialismo del siglo XXI”.
Después de ser elegido presidente en 1998, de la aprobación de la Constitución Bolivariana de 1999, del golpe empresarial y el “paro petrolero” de 2002-3 (derrotados por la resistencia popular), el país entra en una fase de estabilidad y aprovecha durante una década los altos precios del crudo, y los logros en inversión social sorprenden al mundo. Paralelamente, se impulsa la integración regional latinoamericana con base en la irrupción de gobiernos progresistas y nacionalistas en numerosos países de la región.
No obstante esos avances, el 1º de diciembre de 2012, el presidente Chávez después de 13 años de gobierno, lanzó públicamente el llamado “Golpe de Timón”. Su contenido estaba centrado en cómo construir el poder comunal, cómo impulsar una economía alterna no dependiente del petróleo, y cómo combatir la corrupción y el burocratismo. Era un golpe directo a las fuerzas internas que frenaban el avance la revolución.
Para entender el momento actual debemos preguntarnos… ¿Por qué dichas propuestas no se pusieron en práctica cuando el presidente Chávez aún estaba vivo? Y… ¿por qué, una vez desparecido el principal líder de ese proceso, era imposible que ello ocurriera? Estas preguntas nos permiten afirmar que Chávez, un poco tarde y sin ser bien consciente de quién lo rodeaba, había caído en cuenta de los graves problemas que vivía el proceso revolucionario pero no tenía claro todo el panorama ni la estrategia.
Lo que en realidad nos interesa no es si Chávez y el pueblo venezolano hubieran podido avanzar en su idea si no hubiera muerto. Lo más seguro es que estaríamos en la misma situación. Lo importante, para sacar una lección hacia el futuro y poder abordar las tareas inmediatas con posibilidades de acertar, es comprender cómo se comportaron las diferentes clases y sectores de clase en los diversos momentos de este proceso.
Las diversas clases y sectores frente a la revolución bolivariana
El grueso de la burguesía parasitaria y entreguista se opuso desde el principio. Sólo un sector de la escasa burguesía industrial y comercial apoyó a Chávez en su fase inicial. Los trabajadores de base apoyaron instintivamente a los militares patriotas pero la mayoría de la burocracia sindical se opuso; parte de esa dirigencia reacciona después de la derrota del paro petrolero. El resto del pueblo, pobladores de barrios, trabajadores informales, campesinos e indígenas, se fueron sumando al proceso pero sin comprender muy bien su dinámica y alcances. Todo era tan nuevo, rápido y emocionante, que con sólo marchar y participar periódicamente en las numerosas elecciones, era suficiente.
Entonces, ¿de dónde surgen los dirigentes que actualmente están a la cabeza del gobierno? La mayoría proviene de las fuerzas armadas. Eran militares de cierto rango, de un ejército que en Venezuela ha sido un factor determinante. No son burgueses pero se entienden y se ponen de acuerdo con la clase social que se ponga al frente del Estado. Y es así que, a partir de 2003 apareció una “burguesía emergente” surgida de las clases medias, de la burocracia estatal y de los mismos militares, que en medio de la lucha por el control del Estado se puso al frente del proceso. Y no podía ser de otra manera.
Las clases subordinadas no tenían la formación ni la experiencia para dirigir un proceso revolucionario que se había incubado en sus propias luchas. No existía la organización revolucionaria ni la teoría política que orientara un esfuerzo dirigido en esa dirección. El lugar lo ocuparon representantes de esa “burguesía emergente” que cooptó a los pocos líderes obreros como Maduro, utilizó por un tiempo a intelectuales revolucionarios y funcionarios de cierto nivel, y construyó su propia dirigencia “cortesana” reclutada de entre sectores medios de la sociedad que aliados con los más avezados militares están hoy a la cabeza del Estado. Y en países vecinos la situación es similar (sin militares).
La ilusión del “socialismo del siglo XXI”1
En medio de ese proceso, Chávez con la ayuda de la dirigencia revolucionaria del mundo entero, en especial, con la más cercana y experimentada (Cuba y otros países), construye sobre la marcha algunas ideas sobre la construcción de un “socialismo democrático y cristiano” basado en el protagonismo popular y la esencia indo-euro-afro-americana. Frente a la oficialización de la derrota de los trabajadores a nivel global (1989), el hecho de volver a plantear la utopía socialista fue un bálsamo para miles de revolucionarios que durante toda su vida había luchado por ese ideal. Y el auge de los gobiernos progresistas y nacionalistas en América Latina sirvió para posicionar esa idea sin que se hicieran mayores cuestionamientos. Sólo el pueblo venezolano emitió un rechazo a esa propuesta en el referendo de 2007 que Chávez y los revolucionarios “bolivarianos” no atendieron en medio de sus sueños libertarios y emancipadores.
No existe un balance serio y sereno de esta carrera frenética que recién ahora, con los retrocesos, declives, derrotas electorales, ofensivas imperiales, descubrimiento de sucesos de corrupción dentro de los gobiernos progresistas, debilitamiento de las organizaciones y luchas populares, empieza a ser reconocida en toda su dimensión y ha pasado factura a casi todos los proyectos revolucionarios de nuestra región. Sólo ahora, cuando las fisuras dejan ver los boquetes ocultos, se empieza a reconocer el nefasto papel del caudillismo, la falta de formación de cuadros, el liberalismo y cierta ligereza con que se manejaron los recursos públicos que se convirtió en caldo de cultivo para la aparición de la corrupción político-administrativa, la ilusión de construir un “socialismo” sin evaluar las bases materiales, las experiencias fallidas y las reales condiciones subjetivas, y en fin, ha empezado a surgir la realidad de una costra que Chávez vio en 2012 pero que no supo cómo extirpar y detener.
Los acumulados existentes pero embolatados
Sin embargo, no todas son malas noticias. Así como debajo de la alfombra se iban fraguando y creciendo esas malezas, la acción y el discurso del comandante Chávez y de sus camaradas más entregados, lograron construir ciertos niveles de organización y de nuevos dirigentes populares que siguen sosteniendo, desde los barrios, pueblos, veredas y lugares de trabajo, lo que la revolución bolivariana les legó. Paralelamente, existen centenares de intelectuales, funcionarios, trabajadores y personas del común que se fueron distanciando de los burócratas y “boliburgueses”, y que –aunque– dispersos y algo confusos, están a la expectativa, tratando de explicarse lo sucedido y luchando con sus propias creencias, tradiciones y esquemas para reaccionar y tratar de recuperar la memoria. Son los acumulados de las luchas revolucionarias de nuestros pueblos.
Pero además, del otro lado está la vieja dirigencia de los partidos de la IV República, los adecos y copeyanos reciclados en los “partidos nuevos”, que representan en lo fundamental los intereses de la burguesía parasitaria pro-imperial, de la burguesía burocrática y de sectores descompuestos de las clases medias que han sobrevivido en medio de economías ilegales, ayudas internacionales y todo tipo de componendas politiqueras. Ellos no han podido construir una idea ni una verdadera organización ni una estrategia, y cuentan con la posibilidad de convocar a amplios sectores de las clases medias y de los trabajadores desilusionados del “chavismo” no tanto por sus cualidades y aciertos sino por los garrafales errores cometidos por el mismo Chávez y por la dirigencia bolivariana que al tratarlos de “escuálidos” en forma peyorativa y discriminatoria desde los propios inicios del proceso, levantó una barrera simbólica frente a esa población. Además, la revolución bolivariana no ha podido construir –al igual que los demás proyectos progresistas de América Latina– propuestas viables para los cientos de miles de profesionales, emprendedores, técnicos y tecnólogos, que necesitan iniciativas de tipo económico para generar empleo productivo, de alto nivel tecnológico y vinculado al mercado globalizado del mundo entero.
La situación actual y las tareas democráticas
Sólo si se juntan las fuerzas sanas de la Nación, si se articulan los cuadros de la verdadera revolución bolivariana, si se liberan de algunas ideas esquemáticas que se enquistaron durante estos 18 años, si se rompen ciertas lealtades insulsas basadas en la costumbre y la idealización, si se sueltan y encuentran con otros sectores y personas demócratas que están en la imaginaria “otra orilla”, si se identifican a las dos cúpulas corruptas y polarizantes que están a la cabeza de la MUD y el PSUV, si se desenmascara la estrategia con la que intentan mantener la confrontación para eternizarse o acceder al poder, esos miles de dirigentes y activistas honestos y decentes podrán retomar el camino y liderar a su pueblo.
La meta no es revivir un supuesto socialismo que es imposible de construir en un solo país como lo ha demostrado la experiencia, sino recuperar la senda de la revolución democrática que sólo puede ser encabezada por quienes tengan clara la tarea central que todo revolucionario debe visualizar en este instante de la realidad global, regional y local: la unidad del pueblo que es base para la paz y la convivencia; la independencia de la Nación que es vital para mantener la esperanza en una vida mejor; y la autonomía del país que es condición fundamental para construir el bienestar colectivo.
Si rompemos con idealizaciones y esquemas lo lograremos… ¡solo hay que intentarlo!
Popayán, 17 de julio de 2017
E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado
1 El Socialismo del siglo XXI es un concepto ideado por Heinz Dieterich Steffan, a partir de 1996, y muy difundido desde el 30 de enero de 2005, por el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez en ese entonces desde el V Foro Social Mundial. (Nota del Autor).
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