(Re)lectura de Maquiavelo

22/05/2017
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Los cimientos indispensables de todos los Estados, nuevos, antiguos o mixtos, son las buenas leyes y las buenas tropas”.

 

Maquiavelo, El Príncipe.

 

Introducción

 

En 1983 leí por primera vez El Príncipe1 de Nicolas Maquiavelo (1469-1527)2. Comenzaba apenas la licenciatura en filosofía y me las vi con este texto fundamental de la filosofía política moderna. Aunque se trató en aquel momento de una lectura detallada, línea por línea –bajo la guía la querida y recordada profesora Crista Béneke— y con la intención de encontrarle aplicación a las tesis de este autor, mi formación de entonces no me permitió ni entender bien las lecciones de Maquiavelo ni derivar de ellas las consecuencias pertinentes para la realidad nacional. Por una parte, me faltaba que leer a otros autores esenciales –Karl Marx, Antonio Gramsci, Norberto Bobbio, Max Weber, por ejemplo--, y por otro lado me faltaba una mayor experiencia de vida y también política. Han transcurrido más de treinta años desde entonces y, quizás mejor preparado que en 1983, he vuelto a leer El Principe3. Y como las huellas de mi primera lectura son casi inexistentes, bien puedo decir que he hecho mi primera lectura concienzuda de ese clásico del pensamiento político.

 

Recupero aquí algunas de las tesis de El Principe que, desde mi punto de vista, revisten una enorme actualidad. Antes, sin embargo, salgo al paso del prejucio que encierra la palabra “maquiavélico”4 no sólo para connotar “calculador”, “manipulador”, “cínico” o etiquetas parecidas (o peores), sino para dar a entender que quienes son calculadores, manipuladores o cínicos en la política lo que hacen es seguir los preceptos de Maquiavelo.

 

Y es que si bien este autor pretendía que sus reflexiones sirvieran de guía a los príncipes –es decir, a los gobernantes— su punto de partida es el examen de las realidades políticas de su tiempo (y también de otras épocas) con el fin de determinar las claves efectivas del éxito o fracaso de los gobernantes, y desde ahí derivar lecciones para su presente. En este sentido, los verdaderos maquivélicos serían los políticos realistas, pragmáticos, que se atienen a la realidad en la que viven y que actúan sin dar la espalda a las circunstancias en que ejercen el poder. En su dedicatoria del libro a Lorenzo de Médicis, apunta Maquiavelo su propósito realista:

 

“Deseando, pues, presentarme ante Su Majestad con algún testimonio de mi sometimiento, no he encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea más claro o que estime tanto como el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas, acciones que, tras examinar y meditar durante mucho tiempo y con gran seriedad, he encerrado en un corto volumen, que dirijo a usted”5.

 

 

 

  1. El realismo político y felicidad

 

El realismo de Maquiavelo no está destinado a legitimar el “todo vale” en la política. Más bien, las lecciones que él deriva de su “conocimiento de las acciones de los hombres” buscan ser un punto de apoyo para que un nuevo prícipe, en la situación concreta en la que él escribe, haga felices a los italianos, siendo este el propósito ético que debe guiar a aquél. No es casual que El Príncipe termine con la “exhortación a liberar a Italia de los bárbaros” (Capítulo XXVI) y que Maquiavelo, con la contudencia que loscaracteriza, anote lo siguiente:

 

“Después de meditar en todo lo expuesto, me preguntaba si en Italia, en la actualidad, las circunstancias son propicias para que un nuevo príncipe pueda adquiro gloria, y si se encuentra en ella, dado que es necesario, un hombre prudente y virtuoso para instaurar una nueva forma de gobierno, por la cual, honrándose a sí mismo, hiciera la felicidad de los italianos. Y no pude menos que responderme que eran tantas las circunstancias que concurrían a favor de un prícipe nuevo que difícilemente podría hallarse un momento más adecuado…. Si la ilustre casa de usted6 quiere emular a aquellos eminentes varones que libertaron a sus países, es preciso, ante todo, y como preparativo indispensable a toda empresa, que se rodee de armas propias; porque no puede haber soldados más fieles, sinceros y mejores que los de uno. Y si cada uno de ellos es bueno, todos juntos, cuando vean que quien los dirije, los honra y trata paternalmente es un prícipe en persona, serán mejores”7.

 

Realismo político y felicidad de los gobernados: estos son los dos ejes de El Príncipe. El uno es científico-político, el otro ético. Sin embargo, como el examen realista de la política lo demuestra, no simpre la política efectiva busca la felicidad de los súbditos, sino todo lo contrario: abundan los malos príncipes que causas desgracias a sus pueblos.

 

Con todo, cualquier gobernante que busque la felicidad de aquéllos no puede no ser realista acerca de lo que han hecho otros y que él mismo tiene que hacer para lograr ese loable propósito. Y no siempre, tal como lo enseña el examen histórico frío, los buenos príncipes –esos que buscaron la felicidad de los gobernados— hicieron uso de medios nobles y rectos. En este marco cobra sentido la tan llevada y traída afirmación de que el “fin justifica los medios”. No es cualquier fin, sino uno que apunte al bien común, cuya consecusión exije ser realista acerca de los medios efectivos para alcanzarlo.

 

En su escrito Del arte de la guerra, usando la voz de Fabrizio Colonna, sostiene Maquiavelo que se tiene que imitar a los antiguos en lo siguiente:

 

“En honrar y premiar la virtud, no despreciar la pobreza, estimar el régimen y la disciplina militar, oligar a los ciudadanos a amarse unos a otros, y a no vivir divididos en bandos o partidos; preferir los asuntos públicos a los intereses privados, y en otras cosas semejantes que son compatibles con los tiempos actuales. No es difícil persuadirse de la utilidad de tales reformas, cuando seriamente se piensa en ellas, ni establecerlas aplicando los medios oportunos, porque su utilidad es tan manifiesta que todos los hombres la comprenden. Quien tales cosas hiciera, plantaría árboles a cuya sombra se podría vivir más feliz y contento que en esta que ahora nos defiende de los rayos del sol”8.

 

Conviene anotar que por “felicidad” Maquiavelo no se refiere algo sentimental o afectivo, sino que se trata de una categoría amplia, que admite diversos contenidos en su concreción histórica. A lo largo de El Príncipe de destacan al menos tres situaciones que generan infelicidad en los gobernados y que por tanto comprometen a un buen gobernante en su solución: la amenaza de conquista (o la conquista efectiva) por otra nación, con el riesgo de sometimiento y esclavitud que ello supone; las divisiones internas y los odios entre facciones que impiden la unidad de la república; y desigualdades excesivas en riqueza y pobreza, que van en detrimento del pueblo.

 

 

 

2. Maquiavelo: lecciones para el presente

 

Entre ambos polos –el realismo político y las lecciones para un “nuevo príncipe” que haga felices a los ciudadanos— se tejen los argumentos y las tesis de El Príncipe. Anotaremos a continuación algunas de esas tesis que son también lecciones prácticas para el presente.

 

a)Evolución de los problemas hacia una mayor complejidad. Con una lucidez extraordinaria, Maquiavelo sostiene que cuando un problema político –y también social o económico— está en germen o en sus inicios de desarrollo es el mejor momento para atacarlo, pues a medida que pasa el tiempo ello será mucho más difícil o incluso imposible. “Porque previniéndolos a tiempo se pueden remediar con facilidad; pero si se espera que progresen, la medicina llega a deshora, pues la enfermedad se ha vuelto incurable… Así pasa con las cosas del Estado: los males que nacen en él, cuando se los descubre a tiempo, lo que sólo le es dado al hombre sagaz, se lo cura pronto; pero ya no tienen remedio cuando, por no haberlo advertido, se los deja crecer hasta el punto que todo el mundo los ve”9. Hay que ser prudentes, dice, no confiando en el lema que dice “hay que esperarlo todo del tiempo”, pues “el tiempo puede traer cuaquier cosa consigo, y… puede engendrar tanto el bien como el mal, y tanto el mal como el bien”10.

 

b) El buen gobernante debe alejarse de los poderosos y acercarse al pueblo. Realista como es, su análisis histórico le permite a Maquiavelo concluir que los poderosos no están interesados en el bienestar del pueblo, y por lo tanto se opondrán a un príncipe que busque la felicidad de los gobernados, cuando aquél ataque las desigualdades económicas. Los poderosos usarán su poder para atacarlo, por lo cual es absurdo que se les otorguen beneficios que los fortalezcan más de lo debido. A partir de ello Maquiavelo establece la siguiente “regla”: “el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina”11. Y en sintonía con ello, el príncipe no sólo debe cuidarse de los poderosos sino que debe buscar estar en sintonía con el pueblo, que es su mejor aliado. Veamos este texto de Maquiavelo, de enorme riqueza conceptual y política:

 

“Pero el que llega al principado con la ayuda de los nobles se mantiene con mayor dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo porque los que le rodean se consideran sus iguales y en tal caso se le hace difícil mandarlos y manejarlos como quisiera. Mientras que el que llega por el favor popular es única autoridad y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que esté dispuesto a desobedecer. Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo estos oprimir, y aquél no ser oprimido”12.

 

c) El pueblo es la mayor fortaleza política para el príncipe. Es decir, que este último no debe acercarse al pueblo sólo por bondad o por razones populistas, sino porque éste es capaz de sostenerlo en el poder. “El príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra él; pues más astutos y clarividentes siempre están a tiempo para ponerse a salvo, a la vez que no dejan nunca de congratularse con el que esperan resultará ganador”13.

 

Los poderosos, pues, son peligrosos, pero no difíciles de doblegar o contener, siempre y cuando el príncipe no los fortalezca excesivamente, creyendo que de esa forma se gana su fidelidad. Esta última sólo la puede esperar del pueblo, con el cual el príncipe debe vivir siempre por necesidad; no así con los nobles, “supuesto que puede crear nuevos o deshacerse de los que tenía, y quitarles o concederles autoridad a capricho”14.

 

En fin, “el que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse por conservar su afecto, cosa fácil pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. Pero el que se convierta en príncipe por el favor de los nobles y contra el pueblo procederá bien si se empeña ante todo en conquistarlo, lo que sólo le será fácil si lo toma bajo su protección”15. Y este vínculo del gobernante con sus ciudadanos, con el pueblo, es clave en tiempos dificiles, pues “en tiempos adversos, cuando el Estado tiene necesidad de los ciudadanos, hay pocos que quieran acudir en su ayuda. Y esta experiencia es tanto más peligrosa cuanto que no puede intentarse sino una vez. Por ello, un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él. Y así le serán siempre fieles”16.

 

d) Un gobernante –un príncipe— innovador debe saber que lo nuevo siempre genera resistencias. Ante todo, un príncipe prudente sabe que debe aprender del ejemplo de quienes le precedieron. “Los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones de los demás. Y aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni alcanzar la perfección del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos, para que, si nos los iguala en virtud por los menos se les acerque”17. Es imprudente, por tanto, no aprender de los demás y pretender partir de cero en el ejercicio del poder. Ahora bien, el gobernante que promueve un cambio en las leyes o las costumbres debe prepararse hacer frente a quienes se opondrán al mismo, porque

 

“las dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres… pues debe considerarse que no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que el introducir nuevas leyes. Se explica: el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban de las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas… De donde resulta que, cada vez que los que son enemigos tienen oportunidad para atacar, lo hacen enérgicamente, y aquellos otros asumen la defensa con tibieza, de modo que se expone a caer con ellos. Por consiguiente… es preciso ver si esos innovadores lo son por sí mismos, o si dependen de otros; es decir, si necesitan recurrir a la súplica para realizar su obra, o si pueden imponerla por la fuerza. En el primer caso, fracasan siempre, y nada queda de sus intenciones, pero cuando sólo dependen de sí mismos y pueden actuar con la ayuda de la fuerza, entonces no dejan de conseguir sus propósitos. De donde se explica que todos los profetas armados hayan triunfado y fracasado todos los que no tenían armas”18.

 

e) Es importante para un gobernante distinguir entre el ser y el deber ser, es decir, entre lo que se busca como fin de un ejercicio político y lo que puede lograr (o está forzado a hacer) este ejercicio político en cada situación concreta; debe distinguir entre lo ideal y lo real. “Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos, porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo de debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad”19.

 

El idealismo excesivo, alejado de la realidad, es una traba para un ejercicio político que quiera ser exitoso. Ser realista supone hacerse cargo de la maldad, las bajas pasiones y el egoísmo que imperan en las relaciones efectivas entre los seres humanos, y que son una amenaza para quien “quiera hacer hacer profesión de ser bueno”. El gobernante debe conocer las artes y los secretos de la maldad (la manipulación, la mentira, la crueldad, etc.) no para apicarlos en siempre y en todo lugar, sino “de acuerdo o no con la necesidad”. Y esto vale también para las grandes virtudes –la prudencia, la templanza, la rectitud, la prodigalidad, la lealtad, la valentía, el honor, el valor, etc.— que el príncipe debe hacer presentes según las circunstancias lo hagan necesario y sin perder de vista de que “nada hace más estimable a un príncipe como las grandes empresas y el ejemplo de raras virtudes”20.

 

“Dejando, pues, a un lado las fantasías, y preocupándonos sólo por las cosas reales, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por algunas de las cualidades que las valen o censura o elogio. Uno de llamado pródigo, otro tacaño…; uno es considerado dadivoso, otro rapaz; uno cruel, otro clemente; uno traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime, otro decidido y animoso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno grave, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente. Sé que no habría nadie que no opinase que sería muy loable que, entre todas las cualidades nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es posible poseerlas todas, ni observarlas siempre… le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le significarían la pérdida del Estado, y, si puede, aún de las que no se lo haría perder, pero si no puede no debe preocuparse gran cosa y mucho menos [debe preocuparse] de incurrir en la infamia de los vicios sin los cuales difícilmente podría salvar al Estado, porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por traer bienestar y seguridad”21.

 

f) El gobernante, aún reconocimiento la existencia del mal y asumiendo que por necesidad quizás tenga que recurrir a sus trampas y vicios, debe inclinarse por ser virtuoso, pero con realismo. “Declaro –escribe— que todos los príncipes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles. Y, sin embargo, deben cuidarse de emplear mal esa clemencia”22. Lo mismo dígase de las otras virtudes: “debe ser cauto en el creer y en el obrar, no tener miedo de sí mismo y proceder con moderación, prudencia y humanidad, de modo que una excesiva confianza no lo vuelva imprudente, y una desconfienza exagerada, intolerable”23. El equilibrio ante todo, partiendo de las exigencias que plantea la realidad, no las ilusiones o fantasías de un deber ser inexistente.

 

“Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado. Porque de la generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos… pero cuando la necesidad se presenta se rebelan. Y el príncipe que ha descansado por entero en su palabra va a la ruina al no haber tomado otras providencias; porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con la altura y nobleza de almas son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tiene menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca. No obstante lo cual, el príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio”24.

 

g) Un gobernante que pretende ser exitoso debe saber combinar en el ejercicio de su poder la virtud y la bajeza, la ley y la fuerza, el consenso y la coerción. Y es que “nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple con la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso a la fe jurada, envueto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas”25.

 

“Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre… De manera que, ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos”26.

 

h) Por último, el gobernante –el príncipe— debe saber elegir a sus ministros, secretarios y consejeros, pues es desde ellos que se mide su “buena o mala cordura”. Es decir, “la primera opinión que se tiene del juicio de un príncipe se funda en los hombres que le rodean; si son capaces y fieles, podrá tenérselo por sabio, pues supo hallarlos capaces y mantenerlos fieles; pero cuando no lo son, no podrá considerarse prudente a un príncipe que el primer error que comete lo comete en esta elección”27. Aquí es esencial no sólo que los ministros sean capaces de discernir y entender lo que otros disciernen, sino sean que honestos, fieles y leales.

 

“Para conocer a un ministro hay un modo que no falla nunca. Cuando se ve que un ministro piensa más en él que en uno y que en todo no busca sino su provecho, estamos en presencia de un ministro que nunca será bueno y en quien el príncipe nunca podrá confiar. Porque el que tiene en sus manos el Estado de otro jamás debe pensar en sí mismo, sino en el príncipe… Por su parte, el príncipe, para mantenerlo constante en su fidelidad, debe pensar en el ministro. Debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos, de manera que… los muchos honores no lo hagan desear más honores, las muchas riquezas no le hagan ansiar más riquezas y los muchos cargos le hagan temer los cambios políticos”28.

 

En lo que se refiere a sus consejeros, el príncipe debe huir de los aduladores para lo cual el remedio consiste “en hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad”. Por tanto, un príncipe prudente debe “rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y sólo en ellas. Pero debe interrogarlos sobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con paciencia y después resolver por sí y a su albedrío. Y con estos consejeros comportarse de tal manera que nadie ignore que será tanto más estimado cuanto más libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a ningún otro, poner en seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su complimiento”29.

 

 

3. Reflexión final

 

En conclusión, Maquiavelo hizo un examen minucioso de las tensiones existentes en la realidad y los ideales políticos. Los dos polos de su obra El príncipe son justamente el ser y el deber ser de la política, mismos que no son planos separados, pues entre ambos es posible un tránsito, pero que está condicionado por un ejercicio político real, tejido de prácticas alimentadas por el egoísmo, las bajas pasiones y los intereses particulares. Su obra tiene una finalidad práctica: contribuir al ascenso de un príncipe virtuoso que lleve felicidad a los gobernados. Para que ello sea posible, este es el empeño científico de Maquiavelo, hay que investigar las realidades políticas del pasado y del presente, para establecer cómo funciona la política, es decir, cuáles son sus mecanismos efectivos de funcionamiento, y desde allí extraer las consecuencias prácticas para un ejercicio de poder liberador. Saber político y compromiso ético se dan la mano en este intelectual italiano que, con su obra, dio inicio a una senda de análisis científico y búsqueda de ordenamientos políticos mejores que en este siglo XXI sigue siendo la nuestra.

 

San Salvador, 22 de mayo de 2017

 

 

1 Escrito en 1513 y publicado en 1532.

2 Para un análisis exahustivo de la vida y obra de Maquiavelo, ver M. Viroli, La sonrisa de Maquiavelo. México, Tusquets, 2000.

3 N. Maquiavelo, El Príncipe. México, Editores Mexicanos Unidos, 2015. Esta bonita edición recoge, además, dos textos de Maquiavelo de los que poco se habla: Del arte de la guerra y Belfagor Archidiablo. Todas las citas son de esta edición.

4 El mismo sonido de la palabra se presta a equívocos, pues su sonoridad remite a “cadavérico”, “demoníaco” y “maléfico”.

5 Ibíd., p. 17

6 Se refiere a Lorenzo de Médicis.

7 Ibíd., pp. 135 y 139.

8 Del arte de la guerra. Edición citada, p. 147.

9 El Principe, p. 27.

10 Ibíd., p. 28.

11 Ibíd., p. 31.

12 Ibíd., pp. 59-60.

13 Ibíd., p. 60.

14 Ibíd., p. 61.

15 Ibíd., pp. 61-62.

16 Ibíd., p. 63.

17 Ibíd., p. 37.

18 Ibíd., pp. 39-40

19 Ibíd., p. 84.

20 Ibíd., p. 117.

21 Ibíd., p. 85.

22 Ibíd., p. 89.

23 Ibíd., p. 90.

24 Ibíd., pp. 90-91.

25 Ibíd., pp. 93-94.

26 Ibíd., p. 94.

27 Ibíd., p. 123.

28 Ibíd., 124.

29 Ibíd., pp. 125-126.

https://www.alainet.org/es/articulo/185637
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