Venezuela: llegó la hora

19/05/2017
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Lentamente pero sin descanso, Venezuela y el proceso que se inició al principio de este siglo han sido objeto de uno de los más arteros ataques por parte de un sector de la sociedad que no puede ni siquiera ser considerado oposición, sino un conjunto de partidos erráticos y movimientos reaccionarios y desenfocados.

 

Movidos por una desatada ambición de poder, han puesto todo su empeño en sabotear, interrumpir y finalmente destruir todo aquello que se ha construido o intentado construir en el país a través de un modelo distinto de concebir la política, guiado por una voluntad de inclusión social, democracia participativa y protagónica de los trabajadores, misiones sociales, programas de vivienda, seguridad social, sistemas de distribución de alimentos, colocación de vehículos, taxis y buses, computadoras, con obreros y profesionales unidos en objetivos comunes, enfrentados éstos a poderosos intereses fundamentados en la concentración de capital, privatizaciones de los servicios públicos, fugas de capitales a través de empresas de maletín y complicidades con parcelas sociales corruptas que desean ser avaladas por un gobierno débil, que ceda a la menor presión de estas castas de crasos comerciantes autodenominados de manera eufemística el “sector empresarial”, dispuesto a privatizar todo para erigirse al final en dueño del capital y de las empresas públicas, que desean convertir en trasnacionales.

 

Ahora  esta oposición terrorista se encuentra en franca pugna con estadios gubernamentales que luchan por la nacionalización, la identidad cultural, el pleno conocimiento de la historia política y económica del país, mientras aquellos buscan la desmemoria, la amnesia social, el manejo de la economía dirigido al enriquecimiento insaciable de unos en detrimento de la precariedad de otros, a la alienación a los símbolos comerciales por encima de los culturales; aquellos optan por la supremacía de la astucia financiera sobre el trabajo productivo; la negociación rentista por encima del bien laboral; la privatización de la salud y la educación para convertirlas en fenómenos rentables y no constructivos, acríticos.

 

Los gobiernos de Chávez y Maduro –con todos los tropiezos y errores que debemos reconocer dentro del espíritu de una sana autocrítica-- han echado mano de cualquier recurso socialista  para lograr una concertación social con voceros políticos adversos, con quienes pudiera llegarse a acuerdos sensatos sobre asuntos básicos, sobre todo en los rubros de producción alimentaria, agraria, textil  o automotriz. Pero la derecha política, con el visible triunfo parlamentario el año pasado, creyó haber aplastado al gobierno, prometiendo echar al presidente Maduro antes de culminar su mandato.

 

Entonces las presiones mediáticas se hacen sentir junto a las de los organismos internacionales, el FMI, la OEA, los bancos y diarios poderosos tejen entonces una coartada para escamotear  los objetivos de una Venezuela que desea ser distinta, y al no poder lograrlo, se quitan la máscara y acuden primero a un golpe suave de acaparamiento y reventa de alimentos, contrabando de gasolina, sabotajes, contratos con paramilitares y mercenarios para asesinar revolucionarios, progresistas, estudiantes o a todo aquello que atente contra el Dios Dinero, intentando acorralar a Venezuela en una tempestad de violencia, quemando hospitales, maternidades, casas de gobierno y hasta guarniciones militares. Las daños en este caso no son sólo físicos, materiales o políticos, sino sobre todo sociales y morales, de resquebrajar la alegría, la espiritualidad del venezolano, de tornar su alegría y su afabilidad en odio y rencor. Esa es la peor de las calamidades: que hayamos sido conducidos a este límite de drama y de tragedia social, de volcarnos los unos contra los otros.

 

Han declarado una guerra abierta con la ayuda de fuerzas exógenas, con la complicidad incluso de gobiernos corruptos como los de Colombia, Perú, Brasil o España, cuyas pruebas sobre corrupción ya han salido a la luz pública, pero desvían la atención de su falseada realidad calificando a Venezuela de dictadura, de totalitarismo comunista.

 

Entonces introducen la diferencia cualitativa y radical: no hay diálogo que valga, pues buscan el enfrentamiento directo, la violencia, la sangre. Parece haber llegado la indeseada hora trágica para Venezuela en este siglo, situados a las puertas de una guerra surge la lamentable opción de aceptar el reto, mas no con las mismas armas y valores que los del enemigo.

 

Se trata ahora de lo mejor del pueblo, defendiendo a capa y espada la  Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y el nuevo proyecto contemplado en ella de una Asamblea Nacional Constituyente, donde descansará desde ahora la garantía de un pueblo dispuesto a defenderla junto al ejército, en una unión cívico militar que se ofrece ahora como una opción para salir de esta triste situación que vive el país a diario, con la muerte de tantos inocentes asesinados por paramilitares o francotiradores, quienes ponen en la mira a inocentes para achacárselos al gobierno, al cual califican de criminal o dictador, y luego sobre esta base armar toda clase de videos o filmaciones para diseminarlos por las redes sociales,  llamando la atención de la mediática internacional para que ésta se encargue de ser la transmisora de los mensajes adversos a Venezuela, y se logre así la intervención militar de los Estados Unidos en nuestro país, la cual posibilitaría a los invasores apoderarse de nuestro petróleo y de sus más importantes recursos naturales.

 

Llegó la hora de defender la patria, de salir a la calle en unión de nuestros militares patriotas, conscientes del rol que cumplimos en este momento decisivo de nuestra historia, para impedir que las potencias extranjeras se apoderen de nuestro amado país.

 

© Copyright 2017 Gabriel Jiménez Emán 

 


 

https://www.alainet.org/es/articulo/185606?language=es
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