La religión: la otra cara de la conquista

21/04/2017
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La cosmovisión que nuestros pueblos originarios tenían antes de la propagación de la nueva religión,  traída por la invasión española era distinta, ésta tenía que ver, sobre todo, con la madre naturaleza y con la tierra, y en base a esta descubrieron que todo está relacionado y que el ser humano es parte de la misma relación; por eso sus dioses y diosas eran representados por  algunos elementos  de la naturaleza,  de la cual es posible la vida en la tierra, también  creían  que había un inframundo, (mictlan), donde moraba el señor de la muerte (mictlantecutli) y su esposa (mictecacihuatl). La conquista o invasión a través de la religión que las congregaciones religiosas españolas trajeron, desembocó en cambiar la percepción de los sabios conocimientos y costumbres de los pueblos originarios, no sólo de México sino de todo el Continente. No lograron borrar o destruir todo, lo que pudo sobrevivir evolucionó con el paso de los tiempos.

 

Las congregaciones se repartieron  los territorios y pueblos, con mayor población  para llevarles el bautismo,  que  muchas de las veces fue de manera colectiva; los grupos religiosos que se dieron a esta misión o tarea fueron los frailes mendicantes regulares (que hacían votos de pobreza) y el clero secular; el  primer  grupo lo conformaban  los franciscanos, los  dominicos y los agustinos, que  se encargaron  de las parroquias, los sacramentos y las misiones; el segundo grupo eran los clérigos de la jerarquía episcopal.

 

Las principales ciudades o pueblos originarios -Tenochtitlán, Tlatelolco, Tlamanalco y Xochimilco estaban bajo la orden de los franciscanos; los dominicos tenían la responsabilidad de la provincia de Chalco y las dos villas (del marquesado de Cortés –Coyoacán y Tacubaya-); los agustinos construyeron iglesias y monasterios en Acolman, Culhuacan y Mizquic. Las discrepancias y disputas por el control y la asignación de pueblos era parte del gaje u oficio. Los franciscanos poseían la mayor parte, le seguían los dominicos y agustinos; la extensa parte del norte del valle estaban bajo dominio del clero secular, incluyendo zonas de los franciscanos. Los misioneros jesuitas fueron los últimos en llegar a lo que llamaron La Nueva España, o sea México, en el año de (1572); se dedicaron con mucho esmero a las misiones y a aprender los idiomas de los diferentes pueblos originarios de México, se establecieron en zona de los chichimecas, que eran grupos guerreros, y se ganaron su simpatía y confianza; fundaron escuelas o colegios en diferentes partes. Desafortunadamente en 1767 fueron expulsados de la Nueva España, por temor que generaron a los gobiernos católicos de España, por su gran preparación y poder de conocimientos y organización. Carlos III Rey de España ordenó la expulsión no sólo de México, sino de todos los demás dominios españoles.

 

El avance doctrinario fue tan rápido, que Pedro de Gante funda la primera escuela en Tenochtitlán, y después se propagaron los conventos en todos los demás pueblos; el colegio franciscano más conocido fue el de la Santa Cruz en Tlatelolco, allí seleccionaban a los indígenas que debían estudiar las tradiciones y el conocimiento europeo; otro centro fue el Hospital de Santa Fe, (1530), donde se estudiaba la utopía de Tomás Moro. Las poblaciones indígenas entraron en la dinámica, aparte de la agricultura, a las artes y oficios calificados y a la parte doctrinal sobre el cristianismo, la moralidad y el humanismo inculcados por Vasco de Quiroga.

 

Pero una parte considerable de pueblos originarios, siguieron conservando la visión politeísta, los lugares donde practicaban las ceremonias eran en cualquier parte, sin necesidad de grandes iglesias, templos,  monasterios, centro de  procesiones e imágenes de santos, solo algunas prácticas fueron tomadas en cuenta,  como el matrimonio, la penitencia,  el bautismo, las ofrendas, entre otras; el símbolo de la crucifixión fue adoptado como un acto de sacrificio y aceptaron el concepto cristiano  del  alma, pero haciéndola extensible para los animales y plantas; de esta forma  los indígenas  agregaron a la fe cristiana  sus toques de  matices, es decir su estilo propio.

 

Para algunos estudiosos de esa época, la idolatría y la superstición no habían sido erradicadas;  en el Siglo XVIII apareció  un documento de Hernando Ruiz de Alarcón, llamado Tratado de las Supersticiones (1629) y,  otro de  Jacinto de la Serna –Manual de Ministros- (1656), según estos escritos,  describían que éstas prácticas se seguían llevando a cabo en diferente zonas del centro del valle; en cambio para el  fraile de la orden de los franciscanos, Toribio de Benavente (Motolinía)  afirmaba que la idolatría sí  había sido erradicada, en cambio  el etnólogo Bernardino de Sahagún, no compartía  el punto de vista de Motolinía.

 

Las nuevas jurisdicciones de la Iglesia se delineaban en –doctrina, curato, partido y parroquia-, la doctrina estaba asentada en las cabeceras principales, los pueblos aledaños a esta, eran llamadas visitas, para mayor control de cada pueblo, se les ponía un prefijo o un nombre cristiano, añadido a los nombres indígenas; este reacomodo lo establecieron tanto los mendicantes como el clero secular.

 

Las  discrepancias entre el clero secular y los frailes mendicantes se debía a que el clero secular no sólo ejercía el dominio en las cabeceras-doctrinales, sino que también se inmiscuían en los pueblos-sujetos que estaban bajo el gobierno tlatoani, presionando a estos gobernantes indígenas a que les dejaran las cabeceras, para ello los seculares formaron un grupo doctrinario llamado Guadalupe, que también se gobernaban bajo la figura de tlatoani, éstos  ocuparon –Huehuetoca y Zumpango- sujetos de Cuauhtitlan, poco  después  pasaron a control o dominio del clero secular. Otro dato que ejemplifica los problemas entre el clero secular, mendicantes y tlatoanis sucedió en el año de 1569, en Tenochtitlán, el virrey aconsejó al clero secular a que oficiara misas en espacios asignados o dirigidos todavía por los franciscanos; los feligreses en su mayoría indígenas, se levantaron contra ellos, haciéndose una trifulca o pleito, el clero secular fue apedreado, finalmente restablecieron a los franciscanos.

 

El proceso de secularización termina cuando crearon la figura política de intendente-delegado, y cuando por órdenes venidas desde España le pusieron fin a toda administración mendicante, quedando solamente Texcoco para los franciscanos y Azcapotzalco para los dominicos.

 

En los siglos XVI y XVII la población indígena empezaba apenas a tomar conciencia, de que no era necesario asistir al cumplimiento de las tareas religiosas, dándose el libre albedrío, más en momentos en que ocurrían los conflictos antes señalados, ante tales situaciones la repartición o asignación de las parroquias entre clérigos y mendicantes fue en base al número de habitantes y del crecimiento de la población, en cada uno de los pueblos o cabeceras.

 

El clero secular fue perdiendo adeptos, en cuanto se congraciaron a las encomiendas, viéndolas con cierto agrado, pues no pudieron hacerlos desistir de los crueles modos de super-explotación hacia los pueblos originarios.

 

La cantidad  de frailes y clérigos fueron  disminuyendo al grado que las visitas eran escasas, al igual que las misas, matrimonios, etc., la población indígena dejó  de asistir a las parroquias e iglesias, por lo que la iglesia nombró a varios responsables entre ellos,  para obligarlos a asistir, castigándolos en caso de que no fueran a las misas;  la ocupación de mano de obra para la edificación de iglesias, conventos y otros edificios clericales, llegaba en ocasiones  a juntar 300 trabajadores, fue entonces que edificaron la Catedral, edificios de la Santa Inquisición, la Concepción, Santa Clara, Santa Veracruz, San Antón  y otras más; además de tres monasterios mendicantes: San Francisco, San Agustín y Santo Domingo, todas estas construcciones fueron terminadas,  en base al  servicio laboral obligatorio, reclutamientos forzados, obligados por los caciques, las  donaciones de los  indígenas fueron bajo presión. En cada pueblo se fueron edificando iglesias, en la parte céntrica de éstos y en las regionales o aledañas se edificaban pequeñas ermitas, es decir iglesias de visita.

 

Con estas edificaciones se fueron desarrollando, a parte de la albañilería, otros trabajos como jardineros, cocineros, conserjes, sacristanes, acólitos, músicos, entre otros; pero el trabajo seguía dándose bajo la figura de  voluntarios, forzados u obligados, las donaciones y el  cobro del diezmo se daba  con mucha frecuencia, en cambio,  los más altos funcionarios de la iglesia recibían un salario de la corona española o de fondos de los encomenderos,  que formaron un fideicomiso para suministrar al clero 100 pesos y (50 fanegas)  de maíz, entendiéndose esta como un recipiente de medida, que se utilizaba en España, antes del Sistema Métrico Decimal. Algunos encomenderos se quejaron,  argumentando pérdidas,  porque el pago de tributos de los indígenas  se empezaba a dar  directamente al clero,  a través del diezmo,  donaciones  de tierras y otras especies, la queja por   el aporte que ellos hacían al  sostenimiento económico  del  clero,  era cada vez mayor. Ante ello, el clero regular, es decir, los frailes también se opusieron, dándoles la razón,  mientras que el clero secular,  aprobaba lo ya establecido;  el clero regular y los indígenas lograron que el pago del diezmo, es decir del 10 por ciento sobre los ingresos y mercancías no fuera de manera obligatoria –sino opcional-,  y que no debía cobrarse en los demás bienes de las  pocas propiedades de los indígenas; pero sí habría gravamen del diezmo con respecto a las transacciones que se hicieran con las propiedades de  españoles, en relación al ganado, al  trigo y las  tierras. Estos acuerdos sólo fueron  por un periodo corto, después, la avaricia del clero fue más allá, aplicando nuevas disposiciones que empobrecían a los pueblos originarios,   por el desorbitado pago  de tributos y otras exigencias mayores, como el cobro por derechos y servicios.

 

La influencia que ejercía el clero era tal, que pronto se convirtieron en grandes terratenientes; las tierras eran adquiridas por maniobras burdas y manipulaciones sobre las conciencias de las poblaciones, para que estos les “donaran” grandes porciones de tierras productivas, de esa forma las propiedades pasaban a control de la Iglesia y, en ocasiones éstas eran tomadas de forma arbitraria. Después, aparecieron las Cofradías (asociaciones religiosas de hermandad entre los feligreses), estas ofrecían a sus miembros cierta seguridad basada en los servicios y derechos, como eran los entierros de sus muertos, misas para difuntos, misas cantadas, fiestas patronales, matrimonios, etc. Entre las cofradías más importantes estaba la de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, en Cuauhtitlán, esta era especial, pues no se admitían entierros con españoles, negros, mulatos, mestizos, chinos, esta era reservada sólo para indígenas. Las cofradías surgieron por distintas partes, se diferenciaban de acuerdo al tamaño y, cada una tenía su propia forma de organización de acuerdo al lugar, sus pobladores y necesidades, otras más fueron la Cofradía de la Veracruz y la de la Soledad, en Xochimilco y la Cofradía del Santísimo Cristo de Burgos en Culhuacán fundada en 1770.

 

Las cofradías fueron sustentables por los  pagos de los servicios, es decir,  por la propia feligresía, pero muy pronto lo fue también por las posesiones de tierras agrícolas y en estas estaban los mayores negocios; tan solo en Chimalhuacán Atenco en el siglo XVIII habían 5 grandes instituciones o cofradías: Santa María Magdalena, Nuestra Señora de Guadalupe, San Gregorio, San Ecce Homo y la Asunción; todas estas eran consideradas tierras de santos, refiriéndose a las imágenes de los santos que se representaba en cada lugar. En estas se cultivaba maíz y magueyes, el maíz se vendía de acuerdo al precio del mercado, lo mismo se vendía pulque y heno; las ganancias eran para cubrir gastos de las fiestas de cada santo, entre otros. Pronto habrían de aparecer cofradías sostenidas por los artesanos de la ciudad de México, y entre los trabajadores del tabaco (mestizos e indígenas) a finales del siglo XVIII.

 

Las cofradías se habían convertido en una organización comunal,  que regían a las poblaciones en cuanto al mantenimiento de la religiosidad o de la fe,  esto se mostraba en tener una especie de caja chica,  para los gastos de las fiestas patronales, misas  cantadas, música y danzas; después devino  el culto a imágenes milagrosas y misteriosas. El culto principal era el que se dedicaba a la Virgen de Guadalupe del Tepeyac, venerada mucho antes de la conquista, convertido en centro de peregrinaje; en un principio los españoles se molestaron porque la imagen de la Virgen de Guadalupe y la fuerte devoción que fue teniendo, competía de cierta manera con la Virgen de los Remedios, de los españoles.

 

Todo lo relacionado a las imágenes de los santos y santas, las pinturas religiosas y objetos fueron parte de devocional que cada población elegía, es decir, de su preferencia, ejemplo, en Tlatelolco el santo patrón era Santiago, montado en un caballo y portando una espada, cuando el pueblo sufría alguna calamidad, al santo lo vestían de manera diferente y sin espada, así el santo representaba los infortunios de la población.

 

Con el  paso del tiempo, algunos frailes y sacerdotes como Vasco de Quiroga, influyeron para que se dieran cambios políticos y sociales  en México, el Maestro Vicente Lombardo Toledano escribió al respecto:  “Don Vasco de Quiroga y otros misioneros, que eran contrapartida del pensamiento de Hernán Cortés y de sus soldados burdos y solo interesados  en la explotación de los hombres y de las riquezas de nuestra tierra, era una preocupación que venía directamente de las grandes preocupaciones y de los grandes caminos abiertos en Europa por el Renacimiento. Ellos, vasco de Quiroga y los otros, son los primeros fundadores de la escuela nueva en nuestro país, porque no fueron, de ninguna manera, puntales para asegurar la conquista como una aventura sangrienta. Fueron los que, iluminados por la filosofía renacentista, consideraron que en esta tierra habría una tarea extraordinaria que cumplir y que esta tarea consistía en elevar al alto rango de hombres a todos los pobladores del Anáhuac y del territorio de las otras tribus de lo que hoy es México, y combatieron, como todos sabemos, contra los excesos de la explotación, contra autoridades esclavistas civiles, contra la rapiña de los militares aventureros a quienes sólo interesaba nuestro país como productor de metales preciosos. Por desgracia, la obra de Vasco de Quiroga y de los otros renacentistas en tierras de México no se continuó. Después que ellos cayeron, la teoría del imperio español se impuso al fin y al cabo sobre las preocupaciones profundamente humanas y filosóficas de los renacentistas españoles.”

 

Otros largos años pasaron durante la Colonia, para que se volviera activar la conciencia de hombres y mujeres con ideas libertarias de América del Norte y de la Revolución Francesa.  En México los movimientos libertarios estuvieron guiados por Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, sobre todo Morelos, que dio programa y rumbo a la Revolución de Independencia y, quienes la hicieron fueron los mexicanos en su mayoría católicos.

 

 Notas

 

  1. Algunos datos fueron tomados del libro “Los Aztecas bajo el dominio español”, 1519-1810” de Charles Gibson. Siglo XXI América Nuestra.

 

  1. Libro, Conquista y Coloniaje, del Maestro Vicente Lombardo Toledano.

 

  1. El Estado y la Iglesia de autoría del Maestro Vicente Lombardo Toledano.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/184963
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