Meryl Streep y Donald Trump, ganadores de película
- Opinión
Hay que ser ingenuo para creer en los eventos mediáticos que se efectúan de cara a los poderes fácticos, producidos ahora en la escena política internacional. La reciente intervención de la actriz Meryl Streep en la recepción de los premios Golden Globe puede considerarse una de esas medias verdades a que nos tiene acostumbrados la política del espectáculo en los Estados Unidos. Streep nos dice en su inteligente alocución que Trump es la encarnación del irrespeto a los lisiados, discapacitados, pobres u homosexuales, y sobre todo a los inmigrantes, un irrespeto dirigido hacia un periodista discapacitado que constituyó una torpeza más de Trump, ahora enredado en la construcción de un muro para México. Al apoyar a la prensa, Streep está haciendo una jugada maestra, pues está respaldando a uno de los principales poderes de EE.UU, capaz de debilitar o derribar gobiernos. Se pudiera pensar entonces que se trata del simple asunto de denunciar un irrespeto a Hollywood o a la prensa, cuando en verdad en un fenómeno político, o mejor dicho ideológico, en donde Streep está implicada.
Trataré de explicarme. Meryl Streep habla en nombre de Hollywood y defiende a la prensa, habla en nombre del “gremio” de los actores, que algún día dejaría de tener oportunidades en un país gobernado por un tipo tan irrespetuoso como Trump, y que si prescinden de extranjeros en esa digna comunidad se quedarán sólo con el fútbol americano y otras pocas cosas.
La verdad es que Hollywood no es ninguna familia de gente honesta; se parece más a un grupo de millonarios que hacen lo que quieren, actores que cobran sumas astronómicas por representar papeles de otros para una empresa trasnacional con tentáculos en todas las redes mediáticas del mundo, a través de las cuales imponen argumentos, gustos, teorías, costumbres, uso de productos, imágenes, iconos y prototipos para el bien o para el mal; todo a través de argumentos previos que se producen en base a estudios de mercado, basados en las preferencias del gran público, de masas consumidoras en términos puramente cuantitativos, sin tomar en cuenta necesidades individuales.
Por ejemplo, en Hollywood una película no es la decisión de un director, sino de un productor que se reúne con directores de los Estudios a programar el próximo filme basado en la pura rentabilidad, de acuerdo a tendencias imperantes que cambian cada cierto tiempo (horror, cine histórico o político, western, ciencia ficción, melodrama, comedia, acción, etc.). El sondeo de mercado marca la pauta y los productores negocian con los gerentes de los estudios, quienes a su vez hacen una convocatoria, una especie de concurso de directores y les hacen una propuesta para dirigir el filme; luego llegan a un acuerdo comercial que implica un movimiento gigantesco de cientos de millones de dólares, de los cuales se deduce una ínfima suma para el director, por supuesto, que es una pieza más del proyecto; si éste no acepta, se lo ofrecen a otro.
Después nombran a un director de reparto que a su vez negocia con el director de la película la participación de determinados actores, de acuerdo a las tipologías de los personajes a encarnar en el filme, y a su disponibilidad de acuerdo a las tarifas que éstos cobren. Estas tarifas dependen del prestigio de cada actor, de su cotización en el mercado cinematográfico. Cada uno está cotizado de acuerdo a las tarifas que hayan cobrado en películas anteriores, y llegan a un acuerdo. En caso de no llegar a ese acuerdo, nombran a otro director de reparto (casting), y éste a su vez elige a otros actores de acuerdo a una tipología que aparece en un catálogo disponible en Hollywood. Todo esto recibe el nombre de Star System.
De modo que es un ingenuo quien crea que las cosas en Hollywood son sencillas, que todo se reduce a hacer películas para que formen o diviertan o no a los ciudadanos. Es difícil para actores y directores de talento salirse de ese Star System. Este puede ser implacable si te le enfrentas. Le ocurrió a Orson Welles, que se le enfrentó y lo pusieron a pasar hambre. Le pasó a John Casavettes, que pretendió hacer películas a su modo y lo marginaron para siempre. Le ocurrió a Marlon Brando, que se atrevió a criticar los premios Oscar y no le dieron más contratos protagónicos. Los premios Oscar y los premios Golden Globe son premios instituidos por Academias pagadas por Hollywood, para acrecentar el prestigio de los estudios cinematográficos, concediéndoselo a determinados actores cada año, con lo cual éstos se cotizan más en ese mercado. Estos galardones no se conceden por puros méritos artísticos, por supuesto. Se conceden a películas con taquilla que tengan actuaciones relevantes y producciones complejas, que impliquen grandes inversiones.
Hay premios Oscar absurdos que se conceden a efectos especiales, iluminación, sonido, escenografía o vestuario, que antes no se daban. A medida que los filmes producen más dinero, se reproducen los premios, y el negocio por concepto de transmisión televisiva del evento se multiplica a nivel mundial, con lo cual todos salen ganando. Lo cual explica a veces que se concedan Oscars a buenas actuaciones en películas mediocres, lo cual constituye un sinsentido. O lo contrario: que se conceda un Oscar a la mejor película sin tener en cuenta a su director; o se premie al mejor director o al mejor actor principal en una película con un guión mediocre, como si una película no fuese un todo, una obra redonda y cumplida, sino una mezcla de cosas buenas y cosas malas que se premian por separado. Es como si a una novela se le concediera el premio Nobel de literatura porque tiene un extraordinario argumento, pero está mal escrita; o se premie por su extraordinario lenguaje pero su argumento es banal.
El Star System de Hollywood puede negociar cualquier cosa. Es la industria cultural más poderosa del mundo. Puede hacer una convocatoria para producir una película sobre cualquier cosa en cualquier momento, y nadie puede negarse, debido al dinero y al prestigio que ofrece. Puede crear una película sentimental, bélica, humorística o histórica y darle un contenido ideológico. Puede jugar con todos los contenidos y adaptarlos a los intereses políticos del momento, debido al radio de acción que el producto implica. Lo que no hay que poner en duda es el acabado de estos productos, que pueden pasar por formatos muy sofisticados y muy bien hechos. Yo he visto infinidad de excelentes películas de Hollywood, sobre todo de mediados del siglo XX, pero cada vez es más raro ver grandes filmes hoy día, cuando el arte de la actuación y de la buena dirección están casi ausentes, con la desaparición física de los grandes directores y actores.
Meryl Streep es una de las mujeres más ricas de Hollywood y de los Estados Unidos, y se lo merece. Se ha ganado premios Oscar, premios Golden Globe y muchos otros en diversas partes del mundo. Nadie va a negar que se trata de una excelente actriz, con un gran carisma personal. Pero tampoco es la más autorizada a hablar en nombre de la honestidad y de la pureza del gremio de Hollywood. Cuando se mostró partidaria de la candidatura de Hilary Clinton en las recientes elecciones presidenciales, ya era vocera del Partido Demócrata, y al ser derrotado ese partido por el cual ella ha trabajado desde Hollywood, ella también perdió, como perdió Clinton y perdió Barack Obama, quien es en verdad el gran fracasado de esta contienda, con sus fallidas e hipócritas políticas de intervención militar en todo el mundo, en las que ya no pudo ni puede creer el pueblo norteamericano.
No es que haya ganado mucho el pueblo norteamericano con el triunfo de Trump, eso está por verse, debido al temperamental carácter del nuevo presidente, a sus frecuentes desplantes a la prensa y a los otros partidos. Eso no se sabe aún. Pero Hollywood nunca va perder. Hollywood tiene su capital asegurado.
© Copyright 2017 Gabriel Jiménez Emán
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