¿Tolerancia o coexistencia?

21/10/2016
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
tolerancia
-A +A

En el mundo, la tolerancia está en boga, a propósito de la complejidad que suponen las relaciones sociales, donde la diversidad en todos los ámbitos entraña conflictos. Se le convoca a propósito de los migrantes, de los grupos indígenas, de las preferencias sexuales, de las creencias religiosas, de las visiones políticas, de la etnicidad, y a final de cuentas, de la convivencia.

 

¿Qué significa la palabra “tolerancia”? La Academia Mexicana de la Lengua la define como “capacidad o práctica de respetar las creencias o el comportamiento de los demás”. Esta definición es vaga. ¿Qué dice la Real Academia Española (RAE)? La concibe más ampliamente: “1. acción y efecto de tolerar; 2. respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias; 3. reconocimiento de inmunidad política para quienes profesan religiones distintas de las admitidas oficialmente; 4. diferencia consentida entre la ley o peso teórico y el que tienen las monedas;5. margen o diferencia que se consiente en la calidad o cantidad de las cosas o de las obras contratadas; 6. máxima diferencia que se tolera o admite entre el valor nominal y el valor real o efectivo en las características físicas y químicas de un material, pieza o producto”. Hay una variedad de acepciones pero no son del todo satisfactorias si no se aclara el significado del punto 1, esto es, la “acción y efecto de tolerar”.

 

La Academia Mexicana de la Lengua explica que “tolerar” tiene dos acepciones: “1. permitir; no prohibir; y 2. llevar con paciencia, soportar.” A su vez, la RAE remite con más detalles, a cuatro significados: “1. llevar con paciencia; 2. permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente; 3. resistir, soportar, especialmente un alimento o una medicina; 4. respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.

 

De lo anterior se desprende que la palabra “tolerar” tiene una connotación un tanto cuanto peyorativa, toda vez que implica “permitir”, “llevar con paciencia”, “soportar” o más grave, en la acepción de la RAE: “permitir algo que no se tiene por lícito”. Es decir, tolerar no es sólo un verbo, sino que añade una calificación y un juicio de valor.

 

Intolerancia, intolerante

 

La Academia Mexicana de la Lengua no registra significado alguno para las palabras “intolerancia” e “intolerante”. En cambio, la RAE señala que proviene del latín, intolerantia, y significa “falta de tolerancia, especialmente religiosa”. ¿Y qué es para la Real Academia Española “intolerante”? También es un vocablo que proviene del latín, intolerans, intolerantis y denota como adjetivo, “que no tiene tolerancia”.

 

Es preocupante que la Academia Mexicana de la Lengua cuente con definiciones tan limitadas y no conciba significado alguno para términos como “intolerancia” e “intolerante”. Si es cierto aquello de que “el que calla, otorga”, entonces da mucho en qué pensar esta omisión, producto, ciertamente, de las condiciones sociales y políticas imperantes en el país.

 

Claro, los usos que se suelen dar a esta terminología pueden ser más o menos correctos. Una persona puede ser intolerante a la lactosa, al gluten, la cafeína, o a la penicilina. Son usos aceptados socialmente porque afectan primordialmente a quien ingiera o incorpore a su cuerpo u organismo dichos productos. Con todo, parece menos correcto que una persona sea intolerante a los homosexuales, a los indígenas, a los musulmanes, a los comunistas, a los judíos, a los mexicanos, a los asiáticos, a los negros, a las mujeres, a las personas de la tercera edad, etcétera, porque esa intolerancia tiene consecuencias más complejas.

 

En México, el 18 de octubre de 2010 abrió sus puertas el Museo de la Memoria y Tolerancia, asentado en la Ciudad de México. Sus objetivos son “fomentar los valores de la tolerancia y el respeto; impulsar a las nuevas generaciones a buscar una convivencia más sana y comprometida con su entorno; confrontar al visitante para crear una introspección y un cambio de actitud; fomentar la reflexión que derive en acción social; y educar y crear una conciencia de compromiso hacia las necesidades de los más vulnerables”. Todos esos objetivos son loables. Sin embargo, la palabra “tolerancia” no deja de tener cierta ambigüedad aquí, primero porque va más lejos de lo concebido por la Academia Mexicana de la Lengua y, más importante, porque aporta elementos como “convivencia más sana”, “cambio de actitud” y “educar”, todos muy importantes pero alejados de lo que el diccionario define como “tolerar”.

 

México no es el único país del mundo en contar con ese tipo de museo. En los Ángeles, California, ciudad que se caracteriza por la fuerte presencia mexicana –y de hispanos en general– y asiática, se creó el Museo de la Tolerancia, considerado como el brazo educativo del Centro Simón Wiesenthal, una organización reconocida por su trabajo en torno a la promoción de los derechos humanos y que fomenta el respeto y el entendimiento mutuo a través de la educación, las alianzas comunitarias y el compromiso cívico. Dada la fuerte influencia del lobby judío en Estados Unidos, el museo centra su atención en los crímenes perpetrados en la Segunda Guerra Mundial, en particular, el Holocausto. El Museo de la Tolerancia (MOT) abrió sus puertas en 1993 y se estima que a la fecha ha recibido más de cinco millones de visitantes, la mayoría estudiantes de secundaria. Los visitantes exploran la dinámica de la discriminación y la intolerancia. A través de exposiciones interactivas, eventos especiales y programas personalizados para adultos y jóvenes, el museo sensibiliza a los visitantes y los reta a asumir la responsabilidad personal del cambio positivo. El Centro Wiesenthal cuenta con oficinas en Nueva York y el MOT construyó otra sede, misma que se encuentra en Jerusalén, Israel.

 

También en Jerusalén existe el Museo Al Hatefer, también conocido como Museo de la Coexistencia o de la “línea de costura”. Creado en 1999, es un museo construido en la franja israelí en que se llevó a cabo la Guerra de los Seis Días y que hace alusión a dos partes separadas, la oriental y occidental de aquella “línea verde” que fue unificada tras el conflicto de 1967. Por supuesto que el museo inicia con reflexiones sobre los conflictos árabe-israelíes, pero poco a poco va introduciendo al visitante a otros sucesos mundiales que han dejado heridas que han requerido “suturas” –de ahí la alusión a la “costura”–, sin que terminen de sanar del todo.

 

En el museo se busca trascender las relaciones particulares en conflictos específicos y reflexionar, en cambio, sobre el entendimiento humano. Temas como el diálogo, la cooperación y la diversidad, se plantean a través de videos, pinturas, fotografías, e instalaciones, presentando al espectador las complejas raíces de la comunicación interpersonal. El museo no plantea soluciones, pero genera interrogantes acerca de las dificultades inherentes a la convivencia. Así, se asume que las diferencias son la esencia de toda coexistencia, exigiendo respuestas que respeten esta condición. Aquí la palabra clave es “coexistencia”, misma que a diferencia de la “tolerancia”, revierte el sentido unidimensional de esterotipar a los demás y “soportarlos”, proponiendo, en cambio, el reconocimiento de la existencia de uno y de todos, de la “otredad” sin descalificaciones.

 

¿Tolerar o coexistir?

 

En las definiciones expuestas “tolerar” equivale a “soportar”, o como lo sugería la RAE, “permitir algo que no se tiene por lícito”. El sentido, entonces, es negativo. Sugiere que hay que “soportar” a aquello que “es diferente”. “Soportar” tiene una acepción negativa, es algo malo o, incluso, ilícito. Es algo que existe, le guste o no a la sociedad –la cual, se infiere, estaría en mejores condiciones si ese “algo” no existiera. “Soportar” significa no aceptar algo o a alguien, pero lo importante es que se trata de algo o alguien a quien no se puede o debe suprimir o eliminar. Una cosa es no “soportar” el calor o el frío. Aquí, la persona afectada por el calor o el frío, tiene la opción de refrescarse, o bien, de abrigarse. En otro ejemplo, es posible que una persona tenga un vecino ruidoso todo el tiempo. Si el quejoso no puede mudarse, necesita “tolerar” al vecino, dado que la alternativa sería eliminarlo o suprimirlo, algo que, según los cánones sociales y jurídicos, no es posible. Es decir, cuando la tolerancia aplica a quien tolera, suele ser aceptable. Cuando hace alusión a los demás, a la “otredad”, no lo es.

 

En la Guerra Fría se acuñó un término “políticamente correcto”: coexistencia pacífica. La coexistencia, no figura entre las palabras definidas por la Academia Mexicana de la Lengua, mientras que para la RAE es la “existencia de una persona o una cosa a la vez que otra u otras”, así, sin adjetivos ni calificaciones. Con todo, la coexistencia supone algo más. Remite a culturas, comunidades y entornos políticos con sus propias formas de existir. Supone negociaciones y reacomodos. Implica que cada parte debe aprender primeramente a existir consigo misma, dado que, de otra manera, sería imposible negociar y reacomodarse con respecto a los demás.

 

Parece más apropiado coexistir que tolerar. La primera involucra un proceso de autoreflexión constante, una evolución del pensamiento y de las percepciones en torno a la persona y la “otredad”. La segunda se limita a permitir y soportar, siempre de manera pasiva. La coexistencia es una negociación y no conoce límites ni fronteras, la tolerancia sí.

 

En 1977 el cineasta mexicano Arturo Ripstein llevó al cine una novela de José Donoso denominada El lugar sin límites, protagonizada por Gonzalo Vega, Roberto Cobo, Lucha Villa, Ana Martin y Fernando Soler. Se trata de una de las producciones más controvertidas en la historia del cine nacional, si bien, es considerada una de las mejores. En ella se cuenta la historia de la Japonesa (Villa), su hija la Japonesita (Martin), y un travestí, la Manuela (Cobo), quienes poseen un prostíbulo en El Olivo, una estación de trenes. El cacique del lugar, Don Alejo (Soler) desea vender el prostíbulo. Cuando Pancho (Vega), un violento protegido del cacique, regresa al pueblo, acosa sexualmente tanto a la Japonesita como a la Manuela. Sin embargo, al paso del tiempo, en una borrachera, Pancho revela su homosexualidad al besar a la Manuela, y el final es trágico ara la mayoría de los protagonistas. La cinta ejemplifica los riesgos de la tolerancia y sus límites. La frase popular “mi tolerancia tiene un límite” cobra especial significado en este contexto. En la historia, de haber prevalecido la coexistencia, efectivamente se habría podido hablar de un lugar sin límites.

 

La mayoría de las sociedades del mundo apuestan a la tolerancia porque la coexistencia implica cambios y adaptaciones, algo que a muchos les genera resistencia por la incertidumbre que entraña. Dicen que con la edad viene el conservadurismo y la edad promedio de la población mundial tiende a aumentar.

 

Que la tolerancia divide a las sociedades, es más que evidente. En México, muchas de las personas que expresaron sus condolencias tras la muerte de Juan Gabriel fueron las mismas que marcharon el sábado 10 de septiembre contra la iniciativa presidencial que busca legislar en torno a las uniones entre personas del mismo sexo. Así, para que la coexistencia sea una forma de vida, falta mucho. De entrada, habría que comenzar por incorporar al acervo de la Academia Mexicana de la Lengua vocablos como “intolerancia”, “intolerante” y la propia “coexistencia”, porque, aunque están presentes su ausencia del léxico “académicamente correcto” dice mucho de la sociedad y la cultura mexicana.

 

María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales Universidad Nacional Autónoma de México

http://www.etcetera.com.mx/articulo/Tolerancia+o+coexistencia%3F/49710

 

https://www.alainet.org/es/articulo/181160
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS