Stop Trump!
Stop Trump!, ¡Frenen a Trump!, parece ser la consigna, en relación al magnate que se perfila como el candidato del Partido Republicano para la elección presidencial de Estados Unidos, el martes 7 de noviembre.
- Opinión
Con esta pequeña frase de dos palabras, se ha levantado un movimiento en Estados Unidos, México y podría decirse que en el mundo, que da título al reciente libro de Federico Campbell Peña, periodista mexicano y activista en favor de los migrantes, editado por la Coalición Binacional contra Trump (México, 2016. 60 pp.). Stop Trump!, ¡Frenen a Trump!, parece ser la consigna, en relación al magnate que se perfila como el candidato del Partido Republicano para la elección presidencial de Estados Unidos, el martes 7 de noviembre.
Con una retórica de corte discriminatorio y racista, principalmente contra la población afroamericana y mexicana, así como los de credo musulmán, que muchos consideran neonazi (incluso parte de la comunidad judía), el empresario inmobiliario borró a los demás aspirantes del partido cuyo símbolo es un burro, y ha puesto en un predicamento a la misma cúpula republicana, que tendrá que nominar en su convención, el próximo mes de julio, en Cleveland, Ohio, a un candidato incómodo por extremista.
De su campaña, impregnada de odio y violencia, emerge un extenso movimiento anti Trump, con el objetivo de pararlo, frenarlo, para que no llegue a la Casa Blanca. Músicos y artistas se han pronunciado en su contra, y su figura ha sido objeto de burla, a través de piñatas y mojigangas. Hasta el Papa Francisco, en febrero pasado, en el avión que lo llevó a Roma, de regreso de su gira por México, expresó: “Una persona que sólo piensa en construir muros y no puentes, no es cristiano”.
Como se dijo en la presentación del libro, Trump tendrá que moderar su discurso, que evidentemente fue de campaña prelectoral. Más, después de la masacre en Orlando, Florida. Un crimen de odio que tiene dos aristas: el de un extremista islámico que irrumpe en un bar gay, y cometió el peor atentado desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Es, como dice el presidente Barack Obama, es un discurso “para su consumo político” (la cacha de votos).
Su lema de campaña, de carácter xenófobo: Make America great again! (¡Hacer Estados Unidos grande de nuevo!), amerita un comentario: Estados Unidos de América se llama así mismo simplemente América, usurpando o agandallándose el nombre que corresponde a todo un continente, dentro de su visión expansionista, por no decir, imperialista, que se manifiesta en considerar a América Latina su patio trasero.
En cuanto a volver hacerlo grande de nuevo, se reconoce que Estados Unidos ha perdido hegemonía, en un mundo multipolar, y la visión de la crisis es sólo en su dimensión económica, enfocándose en los males que ha traído para EEUU el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN (1994), que deja de lado el componente financiero de la crisis (2008), con una serie de especulaciones y fraudes, por los cuales quedó al desnudo la desigualdad que permea a la sociedad estadounidense, en contra del 99 por ciento de la población.
Es ya célebre su perorata, hace un año, en junio de 2015, en que se lanza contra los mexicanos, y en que propone construir un muro a lo largo de toda la frontera sur: “No nos mandan a la gente correcta. Vienen no sólo de México, sino de América Latina y quizás probablemente de Medio Oriente”. De los tres mil 155 kilómetros que tiene su frontera con México, ya existe un muro en mil 54 kilómetros, de cemento y metal, equipado de cámaras, sensores infrarrojos y drones. Si se consuma la propuesta de Trump, analistas consideran que podría la economía estadounidense reducirse dos por ciento.
Curiosamente, Barack Obama ha tenido, en materia de migración, una postura contradictoria: por una parte, ha buscado durante sus dos periodos de gobierno una reforma migratoria que regularice a los migrantes indocumentados, en especial a los llamados dreamers (soñadores), que estudian y trabajan, o que se encuentran en el Ejército, y que no cuentan con la residencia legal. Pero, por otra parte, ha sido el presidente de Estados Unidos que más migrantes ha deportado: 25 por ciento más que George W Bush. “Creo que merecen un camino a la ciudadanía. No estoy de acuerdo con la actual política de deportaciones”, señaló el precandidato demócrata Bernie Sanders, en mayo pasado, en un acto en el Parque de la Amistad, al sur de San Diego, California, en la barda frente al Océano Pacífico.
Él mismo es hijo de migrantes: su madre, Mary McLeod, de Escocia, emigró a los 18 años a Estados Unidos, donde conoció y se casó con Fred Trump, hijo de inmigrantes alemanes. Su abuelo, Frederick Trump, llegó a Estados Unidos en 1885, “como emigrante económico y de forma ilegal”. Léase: pobre e indocumentado. Es más, su padre fue arrestado durante los disturbios de una manifestación en Nueva York del grupo extremista Ku Klux Klan. Hoy, que Estados Unidos, gracias a las oleadas de migrantes, que ha recibido a lo largo de su historia, Donald Trump quiere revivir la supremacía de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes), que, demográficamente, son cada día menos.
Lo que ha hecho popular a este neoconservador entre estratos de la población, con miedo a perder su empleo, es su discurso en contra de quienes dejan de invertir en el país y se llevan su capital a otros países, con menores costos de producción (salarios e impuestos), en particular, a México. De allí que una de sus propuestas, además de levantar un muro, en vez de tender puentes –como dicen Obama y Clinton—, sea la de abolir, por decreto, el TLCAN. Por la misma razón, se opone a la firma del Acuerdo Trans Pacífico.
El 6 de abril de 2016 afirma: “Espero que disfruten su nueva planta en México, pero cada vez que fabriquen un aire acondicionado y lo envíen por la nueva frontera reforzada, pagarán 35 por ciento por cada unidad. Porque vamos a reforzar la seguridad en la frontera y vamos a construir un verdadero muro”. Campbell informa que de “no pagar México entre 5 y10 mil millones de dólares para construir el muro fronterizo (similar al de Israel en suelo palestino), decomisaría las remesas que los migrantes envían a nuestro país”, para lo cual “se obligará a Western Union y otras empresas y bancos a no permitir el envío de dinero a México a quienes no cuenten con la ciudadanía estadounidense”.
Si su presencia en Estados Unidos es determinante: 6.8 millones de origen mexicano, de los 11.5 millones de indocumentados que hay en este momento, en lo que muchos ven una especie de reconquista (México perdió a mediados del siglo XIX la mitad de su territorio), su aportación a la economía mexicana no es menos relevante, pues las remesas sumaron 25 mil millones de dólares (2015), más de los ingresos por las exportaciones de petróleo y el turismo.
A Trump se le achaca no tener una agenda de política exterior, pero no hay que olvidar que su diplomacia está en función de sus intereses, y éstos se hallan desplegados por todo el mundo. Allí donde exista un estadounidense o un dólar, allí estarán los marines. Sin embargo, algo dicen sus reiteradas declaraciones “como un ferviente defensor de Israel”. Campbell revela que, en mayo pasado, “Trump se reunió en Washington con ‘el halcón republicano’, el ex secretario de Estado Henry Kissinger, para discutir una agenda de política exterior con el mismo personaje que derrocó al presidente Salvador Allende en Chile, en 1973, y provocó la guerra en Vietnam, entre otras fechorías. Un auténtico criminal de guerra. Nunca se supo qué discutieron ambos personajes”.
Una de las virtudes de este opúsculo de 60 páginas que se lee de una sentada, es la información que tiene de este contendiente republicano, ajeno a la política, pero que negocia, como su forma de hacer política. Sus antecedentes familiares, sus relaciones empresariales y sus socios en México, desfilan como en una pasarela que tiene la atención de los medios, en los que él mismo tiene intereses. Así, conocemos que posee una fortuna de 10 mil millones de dólares, con ingresos por 557 millones de dólares y activos en más de 500 empresas, pero que no ha pagado al fisco ni un centavo de dólar en impuestos sobre la renta, y bajo acusación de no pocos fraudes Con propiedades, lo mismo en Nueva York que en Dubai, en los Emiratos Árabes, son famosas sus torres de departamentos y negocios. No obstante, en su propio país “las principales calificadoras han degradado sus empresas”.
De particular interés es el espacio que se dedica a sus negocios en México, envueltos en el escándalo, lo mismo en Quintana Roo que en Baja California. Como observa el periodista Roberto Fuentes Vivar, al que cita Campbell: “en nuestro país, los socios de Trump han resultado ‘verdaderas fichitas’ (lo mismo, empresarios que políticos) que tienen en su haber la vinculación con fraudes, abuso de confianza, peculado, firmas dudosas y diversos ilícitos. En síntesis, Trump quiere apoderarse del país…” En el Instituto Mexicano de la Propiedad industrial, cuenta con más registros que ningún otro empresario estadounidense, y con inversiones que comprenden desde bienes raíces y campos de golf, hasta papel higiénico y tequila.
Como el poder, sea político y/o económico (incluso el mediático), se busca, llama y encuentra, la tercera boda de Donald Trump, en 2005 con Melania, tuvo entre los invitados a William y Hillary Clinton. Una década después, Trump enfatizó: “El esposo de Hillary respaldó el NAFTA (el TLCAN, en inglés), el peor acuerdo comercial firmado en la historia de nuestro país. Si la gente quiere llevarse nuestras empresas, habrá consecuencias. Por eso la importancia de construir el muro, un gran y hermoso muro”.
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