El metro elástico
- Opinión
En el Liceo público, laico y gratuito que servidor frecuentó en su niñez, le hablaron del sistema métrico decimal. Y luego del mol, del amperio, del grado Kelvin, de la Candela, del Newton, del kilógramo y del segundo. No menciono los ohmios, ni el voltio, ni el watt, ni el electrón-voltio, ni el Joule, ni los parsec, para no liarla.
Tú ya sabes que en física clásica “medir” significa poner de manifiesto propiedades que caracterizan un sistema antes de efectuar la medición. La medición no altera esas propiedades: las revela.
Pedro Quijada, mi admirado profesor de física, sacudió mi juvenil imaginación al precisar que la norma planetaria para el metro, –un metro patrón fabricado con platino e iridio–, era conservada preciosamente en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas de París.
El metro (del griego metron = medida) fue obra de la Revolución Francesa. La Academia de Ciencias de Francia definió el metro, en 1792, como la diezmillonésima parte de la distancia que separa el polo de la línea del ecuador terrestre, a través de la superficie del globo terráqueo. Esa definición fue remplazada, el 29 de octubre de 1983, por otra mucho más precisa: un metro es la distancia que recorre la luz en el vacío durante un intervalo de 1/299.792.458 de segundo.
Si te cuento el ídem es porque periódicamente los economistas confiesan que el PIB, el metro de la economía, sirve para todo menos para medir el estado de la economía. Así como lo lees. Subió el PIB, bajó el PIB, se mantuvo el PIB, no quiere decir nada.
En estos días la Unión Europea recuperó el PIB que tenía hace ocho años, cuando estalló la crisis de los subprimes. La crisis provocó un bajón, y ocho años después la economía de la Europa comunitaria vuelve al nivel del año 2008. ¿Estamos igual? Desde luego que no. El PIB es el mismo, pero ahora la UE tiene, oficialmente, 23 millones de desempleados (30 millones en realidad), o sea un 50% más que en el año 2008. Según Eurostat, la UE dobló su tasa de desempleo pasando de un 7% a un 14%.
España, que en el año 2008 tenía 8,3% de currantes sin laburo, tiene ahora 22,5%. Bélgica tenía un desempleo del 7,5% y ahora está en el 8,6%. Francia estaba en un 8,3% y ahora tiene un 10,8%. Grecia, 8,3% y 25,2% respectivamente. Luxemburgo, el país más rico de la UE, pasó de un 4,7% al 5,7%. Irlanda del 4,6% al 9,5%.
¿Vale la pena que te cuente que en el mismo período los ricos se hicieron más ricos, y el personal cada día más atorrante? ¿O que la industria aceleró su desaparición, porque la transfirieron a países de salarios bajos? ¿O qué los empleos de baja calificación aumentaron cosa mala?
Si en la UE el PIB del año 2016 es el mismo del año 2008, la realidad económica es muy distinta. El PIB es un metro elástico, mide lo que quieren medir los manipuladores de la opinión pública. De entrada, los agregados estadísticos (las cifras colectadas para producir cifras) son definidos y reunidos en modo diferente en todos los países de la Unión Europea y del mundo. La inexactitud es la regla.
Un ejemplo: el PIB de Nigeria fue corregido en un 89% en el año 2014, cuando los analistas ajustaron sus métodos de cálculo. El PIB pasó de simple a doble por arte de birlibirloque. ¿Qué tal?
The Economist ofrece otros ejemplos sabrosones. En materia de PIB “Prevalecen las conjeturas: se estima que el volumen del mercado del sexo en Gran Bretaña crece en línea con el aumento de la población masculina; la evolución de los precios es estimada según lo que cobran las casas de putas (lap-dancing clubs)”. ¿Te vas enterando?
Hace unos meses, la Unión Europea debatió muy seriamente incorporar al PIB la facturación de las putas y el consumo de marihuana, con el loable propósito de hacer crecer el crecimiento, de agregarle algunas décimas al jodido PIB a como diese lugar. Estas cosas no se inventan.
A Thomas Piketty le llevó 15 años escribir su opúsculo “El Capital en el siglo XXI” porque fue necesario homogeneizar masas de datos completamente incoherentes, que en el estado en que fueron producidos no permitían ninguna comparación.
The Economist, para comparar el poder adquisitivo en diferentes países del mundo, inventó un índice propio: el “Índice Big Mac” (Big Mac Index). Esta payasada compara la proporción de tu pinche salario que te gastas comiendo porquería según estés en Tombuctú o en la 5ª Avenida de New York.
El Índice Big Mac está basado en la teoría al pedo de la Paridad del Poder Adquisitivo (PPA), que sostiene que "el dólar debe comprar la misma cantidad de bienes o servicios en todos los países". Dicho en lenguaje de economista, la teoría de la Paridad del Poder Adquisitivo afirma que los tipos de cambio entre las diversas monedas deben ser tales que permitan que una moneda tenga el mismo poder adquisitivo en cualquier parte del mundo. Apaga y vámonos.
Edward Prescott, economista yanqui, premio Nobel de economía 2004, cuando le preguntaron la causa de las fluctuaciones en los precios de las divisas respondió: “No sé, no entiendo eso, y no creo que haya en el mundo ni un economista que lo entienda”.
Lo que no quita que los linces del Banco Mundial, del FMI y otros organismos aún más inútiles, traduzcan el PIB en PPA para darte la impresión que ya estás cerquita del cielo, que tu poder adquisitivo se aproxima sensiblemente al de los países del primer mundo. Si el PIB es un metro elástico, imagina lo que da convertido al PPA. Una estafa.
Los economistas lo saben. A veces, avergonzados, lo reconocen, y sugieren abolir el inútil PIB para definir otro metro patrón, uno que realmente de cuenta del estado de la economía. Vasto programa, como hubiese dicho el General de Gaulle.
The Economist –que junto al Financial Times y al Wall Street Journal constituye la biblia de los economistas que saben leer, que también los hay– se interroga esta semana sobre “Cómo medir la prosperidad” (How to mesure prosperity). El subtítulo lo dice todo:
El PIB es un mal calibrador del bienestar material. Ya es hora de un enfoque nuevo.
Como ves, The Economist aborda la cuestión de fondo. La cosa no consiste en saber cuantas toneladas de cobre, de oro, de plata, o aún de merluza austral se roban (ellos dicen se producen) en Chile, sino cual es el nivel de bienestar de su población, y cómo evoluciona.
El aumento del parque automóvil en Santiago incrementa el PIB, al tiempo que hace aumentar la nube de mierda que flota sobre las cabezas de los santiaguinos, lo que a su vez hace aumentar el PIB: las enfermedades respiratorias traen consigo consultas médicas, consumo de medicamentos, desplazamientos no previstos, etc., y eso genera “valor agregado”, o sea más PIB.
¿Puede decirse que estos incrementos del PIB se traducen en el aumento del bienestar material de la población?
Aunque parezca curioso, las inundaciones provocadas por la incuria de quienes trabajan en el lecho del río Mapocho contribuyeron a aumentar el PIB. ¿Aumenta por consiguiente el bienestar material de los capitalinos?
Simon Kuznets, economista bielorruso avecindado en los EEUU, premio Nobel de economía 1971, inventó el PIB en los años 1930 para evaluar la capacidad productiva (o la tasa de ocupación de la capacidad productiva) en la época de la Gran Depresión. Al presentar su engendro se cuidó de prevenir: No se les ocurra utilizar esta vaina para dar cuenta del estado de la economía porque para eso no sirve.
El que previene no es traidor: no podemos culpar al pobre Kuznets –que por otra parte inventó cosas peores, como su famosa curva– de la boludez de quienes hacen puñetas con el PIB.
The Economist dice que el PIB es “una defectuosa medida de la prosperidad que se deteriora a ojos vista”. No obstante, “el PIB se ha transformado en la estrella polar a la hora de definir políticas impositivas, atacar el desempleo y controlar la inflación”.
Nuestros propios genios –de Lagos a Valdés, pasando por Luksic, Vergara, Rincón, Larraín y Bachelet– solo juran por el sagrado crecimiento medido en incrementos del PIB, lo que da la justa medida de su ignorancia o de su mala fe.
El semanario The Economist, por el contrario, estima que el PIB “Puede estar deformando los niveles de ansiedad en los países ricos a propósito de todo, desde los salarios estancados al decepcionante aumento de la productividad”.
En medio de una incomprensión total, los economistas revisten con los perendengues de un “enigma” cuestiones que mi abuelita Leontina daba por sabidas usando el sentido común. Entre esos “enigmas” están los salarios que no crecen desde hace 25 a 35 años según el país del que se trate (EEUU, Francia, Alemania). O el estancamiento de la productividad a pesar de la inyección de tanta virguería tecnológica. O, como te comentaba hace unos días, el uso de los créditos para pagarle dividendos a los accionistas de empresas que van de culo.
The Economist, con un retraso tercermundista, sugiere pues la adopción de un instrumento de medida riguroso, no sujeto a tanto manoseo ni a tanta manipulación. Ya era hora.
Lo de retraso lo digo porque en enero de 2008 Nicolas Sarkozy, a la sazón presidente de Francia, inventó una “Comisión sobre la Medida de las Performances Económicas y del Progreso Social” con el propósito de “reflexionar sobre los medios de escapar de un método demasiado cuantitativo, demasiado contable, de la medida de nuestras performances colectivas” y elaborar nuevos indicadores de la riqueza.
La Comisión debía tomar en cuenta, entre otros, todos los menudos trabajos que no consiguen remuneración ni son el objeto de una transacción mercantil, como la crianza de niños, la atención a tus adultos mayores, la ayuda que le prestamos al prójimo, la amistad, la solidaridad, el amor, en fin, todo lo que contribuye a acrecentar el bienestar del ser humano.
No te rías: Sarkozy le confió la presidencia de la Comisión nada menos que a Joseph Stiglitz, economista yanqui dizque progresista y premio Nobel de economía 2001.
El Profesor Amartya Sen, –de la Universidad de Harvard, premio Nobel de economía 1998, el boludo más aburrido que yo haya leído, y gurú de una ética al pedo–, fue nombrado consejero de Joseph Stiglitz.
Jean-Paul Fitoussi, del Instituto de Estudios Políticos de París, presidente del Observatorio Francés de Coyunturas Económicas, fue designado coordinador de la Comisión.
Tal augusto areópago contó con la colaboración de un mogollón de “expertos” internacionales, de los genios de la OCDE y de los servicios del INSEE –instituto nacional de estadísticas de Francia–, gracias a lo cual entregó su informe en el mes de septiembre del año 2009.
Cuando todo el mundo terminó de cagarse de la risa, los miembros de la Comisión eructaron las últimas flatulencias del champagne y los petit-four con los que celebraron el chiste, y pasaron a las cosas serias: un cassoulet de Castelnaudary regado con tintos de Cahors que estaban de mascarlos.
¿Resultados? Los más significativos tuvieron relación con los ingredientes del cassoulet: alubias, grasa de pato, salchichas de cerdo de Toulouse, muslos de oca, tocino, cuero y costillar de puerco, huesos de ave y de cochinito, zanahorias y cebollas, sal, y abundante pimienta de molinillo.
Joseph Stiglitz y Amartya Sen se tiraron sendos pedos largos y abundosos, musicales y perfumados, antes de relajarse con fruición, contar el billete tan agradablemente ganado, y abandonarse a una siesta digna de lo más granado de los señoritos de Andalucía.
Desde esa fecha nunca más se oyó hablar del tema, hasta este momento en el que te hago el cuento.
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