Las mujeres en Davos
- Opinión
Esta semana parece que emergerá de las discusiones globales el asunto de las mujeres como una fuerza fundamental para que la crisis del sistema capitalista se resuelva. Algunos especialistas comparan con la tremenda depresión de 1929, y no se sabe cómo quieren que nosotras asumamos el resultado de una fiesta a la que nunca fuimos invitadas.
Por un lado, en Davos, Suiza, se discute la grave situación. Ahí están participando más de dos mil 500 líderes del mundo, hombres y mujeres, que discuten como se están afrontando los retos que impone la cuarta revolución industrial a toda la humanidad. Discuten también la escasez de capital humano para responder a esa nueva revolución, donde es el conocimiento la moneda de cambio.
Es lamentable que en algunos países, como México, esta revolución nos encuentra en una mala situación: no hay un sistema educativo nacional que responda.
En Davos, entre los cientos de paneles donde personas expertas analizan, me llamó la atención una discusión que no es noticia mundial y que será relevada también estos días en Yucatán, México.
Melinda Gates, Jonas Prising, Justin Trudeau, Sheryl Sandberg, Zhang Xin y Lyse Doucet, hablaron y aportaron interesantes ideas de cómo enfrentar el tema de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, en especial, la nivelación de salarios y cómo construir novedosas formas de trabajar.
Recientemente me decía la experta en la Convención contra Todas Formas de Discriminación de la Mujeres, la peruana Gladys Acosta, que es increíble cómo hemos avanzado en la producción de leyes de igualdad; cómo hemos creado algunas instituciones de justicia, pero todavía las mujeres en toda América Latina, ganamos 30 por ciento menos que los hombres.
En Davos estas mujeres en animada conversación recordaron la famosa respuesta que pronunció el señor Trudeau cuando le preguntaron por qué quiso tener al menos el 50 por ciento de mujeres en su gabinete. Sus palabras fueron sencillas: “Porque estamos en el año 2015”. Se refería a la profunda crisis y al tema de la revolución industrial de nuevo cuño.
Con esta frase, el joven funcionario canadiense mostraba su convencimiento en la teoría que señala que en la mayoría de las investigaciones de las escuelas de negocios: que para tener éxito y asegurar la sostenibilidad de países y empresas, se necesitan equipos excepcionales formados por personas de ambos sexos que sean talentosas, sobre todo, por la urgente necesidad de navegar en la cuarta revolución industrial.
Las personas expertas señalan que, de este fenómeno global, lo único de lo que se tiene certeza es de que se trata de los albores de una nueva era que combina innovación, cultura, humanismo y tecnología, temas que la reunión internacional en Mérida, serán abordados al recordar a las ancestras que hicieron allá la primera agenda de género en 1916.
Parecería que lo que se dice en Davos 2016 coincide con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, por una parte, en especial con el punto de la igualdad de género. Y, por la otra, que ya no es posible vivir en desigualdad entre hombres y mujeres.
Cada vez se escucha mayor sintonía por alcanzar el reto de incrementar la representación de las mujeres en los niveles más altos de las organizaciones productivas, de la política y del Estado, a través de iniciativas claves de liderazgo y de foros de discusión, los cuales ayudarían a desarrollar a las líderes y asegurar un mejor futuro para las actuales y próximas generaciones.
Esto significa promover una cultura de meritocracia, en la cual el candidato o la candidata mejor calificado y más exitoso continúe siendo la primera opción para llenar las posiciones vacantes, creando igualdad de oportunidades para ambos sexos, sin favorecer a uno sobre la otra.
Se vuelve crucial entonces impulsar una cultura de corresponsabilidad entre hombres y mujeres, en la que se acentúe la importancia y necesidad de contar con las dos visiones para edificar una empresa, una sociedad y una familia más humanas. Lo ideal es construir una sociedad y “una empresa con madre y una familia con padre”, se diría.
Nuria Chinchilla, autora del libro “La ambición femenina”, cree que tras las jornadas eternas se esconde uno de los mayores problemas para el avance de las mujeres. Para ella, “la solución transcurre por una transformación radical de la percepción de que si uno no ocupa su silla hasta suficientemente tarde, no está trabajando”. Chinchilla demuestra con los estudios realizados para elaborar su libro “que cada vez son más los hombres que exigen, como aspecto a valorar en su trabajo, incluso, por encima del sueldo, que el horario les permita volver pronto a casa. Eso significa que, de aquí a unos años, puede que queden pocos jefes dispuestos a alargar el día, porque prefieren trabajar mucho a estar en casa con sus hijos”.
Lo que parece cierto, como me dijo Gladys Acosta Vargas, es que a las mujeres les toca actuar cuando los hombres reconocen que ya no pueden con la carga de sus propias equivocaciones.
Si como dice la primera plana del sábado pasado del diario La Jornada, estamos a punto de entrar en una situación semejante a la depresión de 1929, tendríamos que atender los beneficios de mujeres capaces, premiadas, científicas, con una inmensa capacidad de creatividad que de respuestas a esa crisis.
Pero, además, las queremos en posiciones de mando y capaces de tomar decisiones, en las cámaras, en los gobiernos municipales, en los espacios de poder de los gobiernos estatales, en las empresas, en la casa y en el proceso de aprendizaje, en escuelas y universidades.
Si de verdad se prevé en Davos que ello pasa por el reconocimiento a la mitad de la población como una fuerza innovadora, entonces en Mérida tendremos las primeras respuestas. Hoy, de acuerdo a la UNESCO y a las informaciones de la Secretaría de Educación Pública, las mujeres permanecemos más en la escuela, desertamos menos; también aprendemos más, digamos, sacamos mejores calificaciones y somos mayoría en maestrías y doctorados.
Quiere decir esto que hay datos que indican que hoy tiene sentido reconocer y aprovechar ese capital humano capaz de hacer menos doloroso el tránsito en el que ya estamos embarcados: la cuarta revolución industrial, donde nuestros antiguos medios de intercambio -las materias primas— han perdido valor y donde las fuentes de energía tradicionales, como el petróleo, han dejado de garantizar los recursos.
Todavía no tenemos el mapa, pero es verdad de muchísimas jóvenes están incursionando en temas de nuevos inventos para dar soluciones a problemas planteados por esta revolución; decenas son premiadas por sus capacidades en los terrenos de las nuevas tecnologías; algunas están contribuyendo en la medicina, la nanotecnología, la física, la astronomía y las ciencias del espacio.
Esto merece una buena y responsable revisión. Quizá esto comience seriamente en Mérida y así, lo de Davos, tendrá sentido y México irá a un camino menos doloroso.
No podemos considerar superficial los datos que acompañan esta, una visión optimista, menos salario por igual trabajo; respuestas del siglo XIX a la participación paritaria en política, violencia incontenible contra las mujeres y una masa de pobreza inmensa, donde las capacidades de las mujeres son tiradas de un lado a otro, sólo para la sobrevivencia. Una multiplicidad de desgracias en la economía, donde sus aportes productivos los oculta una realidad lacerante.
Veremos
SemMéxico, 25 enero de 2016
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