El estigma de la diferencia…
- Opinión
Con el paso de los días después de los atentados de París, quienes seguimos de cerca la noticia, hemos atestiguado cómo en las redes se ha pasado de la solidaridad total a la acusación, de la persecución de lo musulmán a la legitimación de los bombardeos posteriores en Siria. En sí, la discusión sobre el futuro de los europeos ante el terrorismo, ha pasado por extravagantes ideas como la de transformar al próximo foro sobre el cambio climático de la COP21 a celebrarse en diciembre en París, en una reunión internacional sobre terrorismo.
Se ha pasado del miedo y la defensa de las libertades, al miedo y la seguridad como respuesta gubernamental. Se ha denunciado que detrás de las masas de desplazados de guerra hay un cardumen de terroristas infiltrados esperando a entrar a Europa. En sí se ha pronunciado la existencia de un patrioterismo exacerbado por lo francés a nivel global que hace calcas discursivas propias de la extrema derecha. Sin embargo, sabemos que todas las lecturas de la realidad que incluso acá se expongan son básicamente falsas. Y es así porque cada vez es más grande la incapacidad de percibir una realidad total, y puesto ésta no es más que la digestión organizada de un cumulo de datos informativos cuyo cuerpo es la interpretación de una interpretación que a penas y se filtra.
Al final lo que proponemos (o nos proponen como realidad) es un crisol que es además de opaco es de acceso restringido. A pesar de ello, todavía hay recovecos mediáticos que se abren, como el que se dio cuando Vladimir Putin denunciaba la existencia de relaciones comerciales por petróleo, de entrenamiento y capacitación, y de financiamiento para armas entre Estados Unidos y algunos países de europeos con el ISIS (pista por demás ignorada por la mayoría de medios de gran alcance).
Más allá de las especulaciones muchos nos preguntamos ¿Cuál será y es el papel de la política exterior francesa ante una geopolítica mundial cada vez con mayores tensiones? Recientemente Dominique Villepin, ex primer ministro francés en la era de Chirac, anunció que a pesar de que Francia ha sido tradicionalmente una fuerza política conciliadora, hoy ha decidido apostar por un modelo de superpotencia atacante aún sin contar en su territorio con las mínimas medidas de seguridad para combatir la mano invisible (no del mercado) del terrorismo. Denuncia, Villepin que el rol histórico de Francia como mediador de conflictos se ha perdido y que hay que recuperarlo. Idea loable, pero vale la pena preguntarse si ¿no son acaso los ataques conjuntos de Francia y Rusia a ISIS un desmarque de la alianza de Francia con EUA? Pareciera que estamos ante una acción militar que pudiera colocar a Francia como una fuerza mediadora entre las tensiones Rusia-China-Irán con la OTAN, si así fuera, los atentados le dieron a Francia la holgura necesaria para ganar mayor autonomía en la escalada de un conflicto global que le asigne un papel como actor mediador ante las futuras tensiones geopolíticas entre potencias? Respuestas que no tendremos evidentemente a corto plazo.
Otra situación igualmente preocupante es la denunciada por Slavov Zizek el día de hoy en su texto[1]. La cuestión que el autor acentúa es la del papel de la Europa occidental ante la llegada masiva de los migrantes. Zizek denuncia que el problema es la incompatibilidad de los valores sociales. No sin hacer gala de una esquematización sorpresiva en un filósofo reconocido. Muestra una visión torcida de los desplazados que huyen y denuncia que “al ser éstos –en su mayoría musulmanes– no comparten los mismos valores que los ciudadanos occidentales”, y “que debería de hacerse una especie de reglamento para aquellos que ansían entrar a territorio europeo para hacérselos respetar”, además concluye que es necesario “asignarles una geografía específica, misión que se puede hacer únicamente con la intervención del ejército”. ¿Puede la Europa –se pregunta el esloveno– satisfacer las aspiraciones o deseos de los migrantes e integrarlos en una sociedad para compartir un mismo modelo de vida?, Aparentemente, sin consideramos la demanda de los migrantes sobre la libre circulación como derecho, pareciera que la respuesta es no. La visión de “los otros”, es decir de los europeos ante los migrantes no es percibida como la de un grupo que viene a fortalecer sus economías, sino más bien que llegan a debilitarlas en detrimento de sus sistemas sociales y en aumento de los conflictos al interior de la sociedad. La migración como una especie de commodity, resulta benéfica para asegurar la acumulación de capital de las sociedades industrializadas, siempre y cuando los “nuevos integrados” sean meros robots sin derechos. Para volverlos este tipo de objetos se necesita estigmatizarlos como peligrosos: El aura del posible terrorista que habita en un migrante, ha resultado útil para contener y criminalizar a la migración, pero también es muy útil en una Europa explotadora y necesitada de mano de obra barata. Le permite aumentar la explotación económica de un sector social que no tendrá ni derechos ni prestaciones, sino que por el contrario, será susceptible de ser utilizado sin ninguna regularización salarial ni laboral. Estamos pues efectivamente ante la pérdida de un “piso” moral compartido. De hecho, todo se vale: Al convencer a los franceses, pueblo con un alto capital cultural, de que la seguridad es un valor más importante que la libertad, se contribuye a construir una sociedad de otredades. ¿Estaremos como supone la periodista Naomi Klein ante la clímax de una obra dramática escrita por Milton Friedman?, ¿realmente somos los despojos de una clase media sin más horizonte que la próxima guerra que nos espera? Tal parece que sí, que en realidad nuestro papel es el del testigo mudo que observa la reacción iracunda de un ser que se mira al espejo y que no acepta ni reconoce que lo ve es su propio reflejo, o ¿no es acaso el ISIS el mismo reflejo del occidentalismo bélico y radical en su más pura crudeza?
Hablar de valores comunes y de libertades compartidas en este contexto es una quimera: Roto el vínculo como está actualmente, el reflejo entre las sociedades occidentales y orientales expone la vulnerabilidad del proceso de transmisión cultural originario. Se crea un ciudadano totalmente expuesto al modelo cultural instrumental, individualista y carente de todo sentido vital más allá de aquel que refiere a su capacidad de consumo. En el fondo, es el sentido mismo de la vida lo que está puesto en duda ante la crisis que habitamos.
¿Cuál ha sido el aprendizaje que podemos sacar a una semana del noviembre 13 parisino?. La respuesta es al menos la posibilidad abierta de que una gran parte de la población que siguió la noticia pudiera visualizar la violencia directa de la sociedad globalizada. Muchos han podido evidenciar que los efectos fragmentadores no son exclusivos a su realidad sino que están presentes en todas las sociedades. Los atentados han sido un espejo para mirarse desde las diferentes geografías. La injusticia es la moneda de cambio en todo el mundo. Sea en Asia, África o Europa; séase musulmán, cristiano, budista; séase rico, pobre o de una diferente casta, en cualquier lugar de la orbe mundial se siente el asedio del terrorismo continuo. No necesariamente el del fundamentalismo de los fusilamientos selectivos como el de Francia o el de Kenia, ni el del genocidio silencioso mexicano, sino ante uno más complejo: El fundamentalismo del egoísmo, de la ignorancia que acompaña la condición de excluido, el de la ortodoxia sórdida de la violencia, el del dogma inquebrantable a causa de inanición imaginativa, el de la marginación dentro de una democracia que no alcanza para nada más allá que el simulacro…
Desquebrajados como están los principios básicos de cualquier derecho fundamental de lo llamado “humano”, yace sin fisuras el vínculo primigenio del poder que sigue anteponiendo al otro, el estigma de la diferencia.
[1] “In the Wake of Paris Attacks the Left Must Embrace Its Radical Western Roots”. Consultable en: http://inthesetimes.com/article/18605/breaking-the-taboos-in-the-wake-of...
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