Primeras observaciones sobre las elecciones argentinas
- Opinión
La impopularidad del gobierno de Cristina Fernández y de su Frente para la Victoria (FpV) era notoria pero nadie –ni politólogos ni encuestadores, ni funcionarios o dirigentes políticos- previeron la magnitud del desastre electoral que acaba de sufrir el equipo kirchnerista en una elección en la cual la participación superó el 79 por ciento y en la que hubo poquísimos votos en blanco.
Daniel Scioli, el candidato del oficialista FpV, logró el 36,86 por ciento de los votos, apenas 2,5 más que Mauricio Macri (que obtuvo el 34,35). Con respecto a la elección de Cristina Fernández, Scioli perdió 14 puntos y con respecto a las últimas primarias, realizadas hace dos meses, perdió dos (mientras Macri ganó cuatro, a expensas del oficialismo y de partidos menores). Cuando todos creían que Scioli podría ganar en la primera vuelta, superando el 40 por ciento y obteniendo una diferencia mayor a 10 puntos con respecto a Macri, ahora depende en cambio de lo que decida ese 21,34 por ciento del electorado que votó por Sergio Massa, peronista de derecha a quien la presidente Cristina Fernández había nombrado jefe de Gabinete (primer ministro) hasta que se enteró que su “hombre de confianza” era informante regular de la embajada estadounidense.
Para completar la derrota, el FpV perdió 26 diputados y tendrá sólo 117, perdiendo así la mayoría absoluta que tenía en la Cámara baja (que requiere 125 votos), aunque conserva la mayoría en el Senado. Macri, por su parte, con su coalición Cambiemos, logró 91 diputados que, además se dividirán entre los respectivos bloques de los partidos que la forman (sobre todo, la Unión Cívica Radical y el PRO de Macri que entre sí tienen muchas diferencias). De modo que, si es elegido Scioli tendrá que tratar con un Congreso incontrolable y, si el elegido es Macri, deberá negociar cada proyecto de ley con el FpV o gobernar a puro decreto de urgencia sin respaldo parlamentario.
La característica central de las elecciones fue que los votantes debían elegir entre tres candidatos de derecha, dependientes de industriales y financieros y muy semejantes en su pasado y sus propuestas y que, además, los principales candidatos representan diferentes versiones de la derecha peronista y tienen en común su formación política detrás de Carlos Saúl Menem, el presidente del neoliberalismo ultrancista y la dependencia total de Estados Unidos. Los tres proponen, de diferentes modos y con diferentes plazos, el endeudamiento exterior, la devaluación del peso y un ajuste (en palabras pobres, la reducción del poder adquisitivo de los trabajadores) y represión a los conflictos gremiales. Los tres utilizarán también a los millonarios conservadores que dirigen las burocracias sindicales para frenar las protestas obreras y ya realizaron reuniones con los principales “sindicalistas” peronistas cuya unidad promueven.
El peronismo siempre fue un movimiento burgués con base social obrera y popular con dirigentes clasemedieros preocupados antes que nada por preservar las ganancias capitalistas. Su gran mérito ante la burguesía argentina y mundial consiste en haber difundido en todas las clases una ideología nacionalista y clerical reaccionaria y en haber retardado todo lo posible la formación de una conciencia independiente y de clase entre los trabajadores, con el apoyo de sus “intelectuales progresistas” mistificadores del pasado histórico y del mundo actual.
La mayoría del país es por eso conservadora y ciega en cuanto a los resultados de sus votos y optó por algunas de las tres indigestas salsas que se le proponían para ser devorada por el capital debido a ese conservadurismo peronista y a la infamia de los partidos socialista y comunista que, tras aliarse con Washington y la oligarquía contra Perón en 1945, abriéndole el camino para el control de la clase obrera, pasaron a someterse incondicionalmente a los epígonos del peronismo (Scioli tuvo también esta vez “socialistas” y “comunistas” en sus listas de diputados).
Ese conservadurismo tranquiliza a los capitalistas y da un margen de maniobra tanto a Scioli como a Macri para aliviar la pésima situación económica y adoptar medidas antipopulares. El egoísmo y el consumismo así como el nacionalismo de las clases medias que se expresa sólo en el racismo contra los inmigrantes bolivianos, paraguayos o peruanos y en las competencias deportivas les da también margen a los posibles presidentes para la represión antiobrera y anticomunista y para un nuevo alineamiento con Washington.
Sin duda, Cristina Fernández aparece como mariscala de la derrota, con su prepotencia y su ceguera política al atacar durante años a Scioli y después presentarlo como candidato o elegir como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires a un reaccionario impresentable como Aníbal Fernández. En el peronismo oficialista habrá por consiguiente una disputa pública entre los kirchneristas que queden de pie y los sciolistas, los cuales posiblemente busquen recuperar a los derechistas tradicionales de Massa y fusionarse con ellos no sólo para ganar el balotaje el 22 de noviembre sino también para tener mayor poder de negociación.
En estas condiciones el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) realizó una buena elección al obtener para presidente el 3,75 por ciento y casi 800 000 aunque no llegó al 4 por ciento esperado ni retuvo todos los de la elección presidencial anterior. En Buenos Aires logró el 6 por ciento, 4 en la provincia de Buenos Aires, 12 en Mendoza y una buena votación en Jujuy, a pesar de sus conflictos internos que le hicieron perder un posible apoyo mayor. Ahora aparece como el único eje de la izquierda, sobre todo ante la juventud obrera y en las fábricas donde habrá conflictos debido a la caída de las exportaciones a Brasil y China y al fortalecimiento del dólar. También en el FIT se impone la necesidad de un balance político y de un salto en el nivel político de sus integrantes para ayudar a madurar una conciencia anticapitalista mientras se resiste a la inevitable ofensiva del capital y de sus gobiernos.
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