El mensaje de la transfiguración

04/08/2015
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Las fiestas de San Salvador están estrechamente vinculadas al relato bíblico de la Transfiguración de Jesús. El 5 de agosto se hace una representación de ese episodio en lo que popularmente se conoce como la “bajada del Señor” y el 6 de agosto la liturgia de la palabra está orientada a explicar el sentido teológico y pastoral de esa revelación de fe. Por ello, son festividades dedicadas al Divino Salvador del Mundo. ¿Cuál es el mensaje de este episodio evangélico? ¿Qué desafíos representa para la fe del pueblo? ¿Qué lectura puede hacerse considerando los principales problemas de nuestra realidad? Cuando hay vacaciones y fiesta, casi siempre se piensa en la diversión y muy pocas veces en la meditación. Es un rasgo cultural (romper con el estrés y la rutina) necesario, pero que conlleva el peligro de la dispersión que banaliza los tiempos libres o los utiliza para evadir las crisis de la realidad. El sentido religioso de la fiesta, en cambio, tiene la pretensión de situarnos ante los valores cristianos y humanos que animan estos momentos especiales de la vida de los pueblos, y que pueden constituirse en fuerza y luz para enfrentar la dureza de la cotidianidad.

 

En lo que respecta a la Transfiguración, se sabe que es narrada por Mateo, Marcos y Lucas. Esto es señal de que el relato tenía un mensaje importante para los primeros cristianos. Era una gran ayuda para superar la crisis que el rechazo y la persecución provocaban en los discípulos y discípulas. Y sigue siendo una ayuda para superar las crisis que caracterizan a nuestro mundo. El teólogo José Antonio Pagola, tomando como punto de referencia la versión de Lucas (9, 28b-36), ofrece cinco consideraciones en torno al pasaje bíblico.

 

Primero, en la cumbre de una montaña alta, los discípulos más cercanos ven a Jesús con el rostro transfigurado. Le acompañan dos personajes legendarios de la historia de Israel: Moisés, el gran legislador del pueblo, y Elías, el profeta de fuego que defendió a Dios con celo abrasador. Segundo, los dos personajes, representantes de la ley y de los profetas, tienen el rostro apagado: solo Jesús irradia luz. Por otra parte, no proclaman mensaje alguno; vienen a conversar con Jesús. Solo él tiene la última palabra, solo él es la clave para leer cualquier otro mensaje. Tercero, Pedro no parece haberlo entendido: propone hacer tres chozas, una para cada uno; es decir, pone a los tres en el mismo plano, no ha captado la novedad de Jesús. Cuarto, la voz surgida de la nube aclara las cosas: “Este es mi Hijo, el escogido. Escúchenlo”. No hay que escuchar a Moisés o a Elías, sino a Jesús, el Hijo amado. Sus palabras y su vida nos descubren la verdad de Dios. Quinto, vivir escuchando a Jesús es una experiencia única. Por fin estamos escuchando a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué y para qué vivir. Alguien que ofrece las claves para construir un mundo más justo y más digno.

 

En suma, la centralidad del pasaje deriva de dos motivos: a los discípulos les ayudaba a recordar el misterio encerrado en Jesús y les invitaba a seguir su ejemplo. Por eso recogen y comunican la buena noticia del modo de ser de Jesús. Por ejemplo, les atrae y rememoran que Jesús enseñe con autoridad y mande incluso a los demonios; que toque a las personas impuras, como al leproso, curándolo contraviniendo las leyes antiguas; que cure a un paralítico y perdone sus pecados; que intencionalmente ponga en entredicho y contraríe las leyes curando en día sábado; que dé de comer al pueblo compartiendo y multiplicando la comida; que interprete con libertad y con tanta autoridad las leyes y la palabra de Dios. Y también recuerdan la actitud de rechazo que mantenían hacia Jesús los poderes religiosos de su época. Los doctores de la ley decían que blasfemaba contra Dios; que era amigo de pecadores y cobradores de impuestos; que estaba poseído por el demonio; que irrespetaba la observancia del sábado; que no guardaba el precepto del ayuno; que no tenía autoridad para enseñar.

 

Ahora bien, la buena y gran noticia que nos comunica el mensaje de la Transfiguración no es solo que en Jesús ha aparecido el Mesías esperado, el Hijo de Dios vivo, sino que a partir de él se puede construir una nueva humanidad. Ya los primeros cristianos experimentaron a Jesús como fuente de vida nueva; por eso, después de su muerte y resurrección, prosiguieron su causa. ¿Qué puede significar esto para nosotros?

 

En El Salvador ha habido una tradición rica y valiosa que procura que la fiesta de la Transfiguración no quede en mera solemnidad litúrgica presidida por las altas autoridades y un pueblo simplemente expectante. Al contrario, lo que se ha buscado es escuchar en serio la voz de Dios y la voz del pueblo. En la experiencia de fe cristiana, cuando la voz de Dios ilumina e inspira la realidad histórica, esta puede orientarse a más justicia, solidaridad y misericordia; en otras palabras, hacia su transfiguración. En este sentido, vale recordar la conocida homilía del padre Rutilio Grande del 6 de agosto de 1970. A lo largo de su prédica, fue comentado el significado de la bandera y su lema “Dios, unión, libertad”. Anhelamos ardientemente, dijo, que la tercera palabra estampada en nuestro pabellón, “libertad”, sea una realidad para todos los salvadoreños en virtud de la transfiguración total de nuestra patria, según los postulados de Cristo que transfigura al mundo y a toda la historia con el mensaje de su Evangelio.

 

De mayor impacto son las cartas pastorales escritas por monseñor Romero en el contexto de las fiestas patronales al Divino Salvador del Mundo. En cada una de ellas aparece con fuerza la convicción de que la Iglesia debe llegar a ser fiel a su identidad y a las urgencias humanas que se le presentan en la historia. Con excepción de la primera carta (de abril de 1977), las tres siguientes fueron escritas en el marco de las celebraciones de la Transfiguración del Señor, en 1977, 1978 y 1979. La selección del momento tenía un profunda motivación de fe: actualizar, desde las circunstancias históricas de la Arquidiócesis, la voz del Padre que, a través de la liturgia de la Iglesia, proclama que Jesús (el patrono del país) es el Hijo de sus complacencias y que nuestro deber es escucharlo (Mt 17,5).

 

En consecuencia, la fiesta del Divino Salvador del Mundo es una buena oportunidad para que la jerarquía actual de la Iglesia católica diga una palabra relevante, desde su perspectiva pastoral, sobre la situación del país. En la presente coyuntura, pareciera que frente a los dos principales problemas de la sociedad salvadoreña (la violencia del crimen organizado y la crítica situación económica) prevalece una actitud de conformismo. Ante situaciones críticas prolongadas, es fácil desarrollar comportamientos sociales de pesimismo, derrotismo y resignación. Pero cabe otra posibilidad radicalmente distinta, que no es mero optimismo. Se trata de responder a la crisis asumiéndola como una oportunidad de nueva vida, propiciando distintos dinamismos, potenciando las fuerzas positivas, orientando la realidad hacia otra dirección, abriéndola hacia nuevas y mejores posibilidades, generando esperanza real para los que han vivido malas situaciones. El mensaje de la Transfiguración de Jesús nos ofrece motivaciones de fondo para este propósito, enfatizando la necesidad de sembrar semillas de nueva humanidad, de compasión y generosidad, de justicia e inclusión.

 

- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.

https://www.alainet.org/es/articulo/171521
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