Entre fantasmas y realidades

29/07/2015
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Asustar a la ciudadanía con el fantasma del populismo no pareciera hoy, a tres años de la elección presidencial, un pieza retórica eficaz cuando las dificultades se agolpan con el aún más “mediocre crecimiento de la economía de los últimos 33 años” y 11 reformas estructurales después, endeudamiento público sin precedente o un billón de pesos por año, incorporación de 2 millones de mexicanos a las filas de la pobreza moderada y salida de sólo 100 mil de la miseria en dos años con todo y el repunte de las remesas de los migrantes y el cuantioso gasto social, fuga del valor del peso frente al dólar estadunidense (tras la realizada por Joaquín Guzmán) y en las narices de Agustín Carstens y Luis Videgaray (economistas laureados por ser “los mejores del año”), más el caro litigio en puerta con la Sección 22 y la Coordinadora Nacional –envuelto con la fraseología del envalentonamiento del incompetente Emilio Chuayffet–, amén de que 10 meses después perdura el reclamo por los desaparecidos y asesinados en Iguala, Guerrero, sin que las investigaciones ministeriales concluyan en ninguna sentencia.

 

Más lo que usted desee agregar. Incluso ese exagerado afán por colocar en el centro de la agenda informativa la lograda renuncia de Miguel Herrera como director técnico de la Selección Mexicana, resultó más eficaz como distractor magnificado por el oligopolio radiofónico y televisivo, que el afán de Enrique Peña Nieto de conmover con el esperpento del populismo –que practicó muy bien como candidato presidencial con la compra de millones de votos y la entrega de tarjetas Soriana en 2012 y ahora con la de millones de pantallas de plasma–, a los 10 mil priístas que lo arroparon en Insurgentes Norte como en los mejores tiempos, que parecían idos, del priato hecho gobierno 86 años después.

 

Involuntariamente fui testigo la noche del 24, durante 75 minutos, en la calle Luis Donaldo Colosio, del desfile de cientos de agentes del Estado Mayor Presidencial que preparaban la seguridad de Peña Nieto respecto de sus entusiastas partidarios: gobernadores, secretarios de Estado, senadores, diputados, presidentes municipales, veteranos caciques sindicales y militantes que le solicitaron fotografiarse y retrasaron el acto matutino del sábado 25.

 

“Será el arranque formal de la contienda por la Presidencia en 2018”, auguró la víspera un colega. Pero resulta que el mexiquense de Atlacomulco ordenó todo lo contrario durante un discurso en contra del populismo y la demagogia, en la que tantas y brillantes lecciones dan buena parte de los políticos de casi todos los colores y sabores.

 

Y muy difícilmente no incurrirá en ella, la demagogia, el primer priísta del país que juró, como lo hicieron sus antecesores, aunque “algunos se adelantan al calendario electoral de 2018, para los priístas estos son tiempos de trabajar y de cumplirle a México. Hoy no hay espacios para proyectos personales”.

 

Con la debilidad del titular del Ejecutivo federal, proceso que reconoce y analiza hasta el trío más cotizado y famoso de Televisa –Aguilar, Castañeda y Zuckermann–, e incluso recientemente Brozo pidió su renuncia presuntamente inducido por sus patrones, el señor no está en condiciones de frenar la batalla interna, despiadada, por la candidatura presidencial de los que estaban colocados en la primera fila del acto tricolor.

 

Sencillamente no puede hacerlo. Sus hasta ahora subordinados lo seguirán aplaudiendo y hasta lisonjeando, lo que dicen algunos cercanos al primer círculo le encanta a Peña, pero cada uno trabajará por su propósito para 2018. Es la ley de la vida (política mexicana). 

 

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