Verdad: ¿verdadera o funcional?

16/06/2015
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Erigir una Comisión de la verdad es un paso decisivo en la dirección de toda salida negociada a un conflicto o una dictadura. Doloroso y crudo pero necesario. No se puede hablar de paz sin verdad. No se puede hablar de transición sin verdad. La verdad resulta ser una instancia crucial para que el proceso siga su curso. Instalar una Comisión de la verdad es una clara señal de la madurez del proceso. O un aviso notable de su trampa. Madurez porque es el culmen de las buenas intenciones del proceso transicional. Trampa porque donde haya verdad verdadera no podría haber transición de las armas a los escaños. Ni el derecho, ni las víctimas, ni el establecimiento lo permitirían.

 

No lo permitiría el derecho porque los delitos de lesa humanidad han quedado por fuera de toda transacción política. No lo permitirían las víctimas que declararían ilegítimo cualquier acuerdo político incapaz de restablecer de forma definitiva el alcance y el tamaño de su dolor. No lo permitiría el establecimiento, o una parte de éste, porque se pondría en evidencia su naturaleza de guerra como forma de concebir la institucionalización del poder público o como negocio. La verdad verdadera de los procesos transicionales es inexistente e innecesaria.

 

La verdad que sí tiene lugar en estas instancias es una verdad funcional. Instrumental, amañada, disfrazada. Es el moño de Fígaro. Es una verdad a medias. Justificada y maquillada para que los números de la agenda sigan su curso. Es la verdad que el proceso necesita. Y cuando digo proceso me refiero a Juan Manuel Santos y su despacho, a los grupos negociadores, a los países amigos, a los veedores internacionales de Estados Unidos y la Unión Europea, o sea Alemania. A los representantes legales de las multinacionales que esperan la formalidad de la paz para venir a sortearse los mejores predios para el desarrollo del biocombustible y de la megaminería.

 

Una Comisión de la verdad es una estrategia, dolorosa y útil, para decir a medias lo que le convenga a la negociación. Sería suficiente con atender las preguntas por los familiares desaparecidos. En nombre de la verdad se tiene el derecho a saber dónde están sus muertos. Algo más, quizá un poco menos. La verdad verdadera, me temo, aún nos es lejana. Lejana porque la verdad implica buena voluntad. Lejana porque en todo proceso de negociación política transicional la verdad no es fin sino medio. Lejana porque la verdad se relativiza en cada ideología política desde donde se relate el suceso. Lejana porque no hemos sido educados para preferirla. Pues cuando algunos han querido decir la verdad, más allá de cálculos políticos, han sido silenciados, desaparecidos o desvirtuados con la afirmación de que “no se le debe creer a un bandido que acusa a los hombres de bien.” Como decía Hannah Arendt cuando explicaba la Banalidad del mal: este hombre de bien, capaz de cometer los actos más despiadados bajo la lógica de la guerra, puede ser un alto funcionario estatal, un generoso empresario, un distinguido militar, un honorable intelectual, un dirigente político o un vocero de paz.

 

Junio 10 de 2015

 

jfrestr1@gmail.com

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/170422
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