Reflexión sobre la huelga general argentina

03/04/2015
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La huelga fue grande. Se sintió desde Jujuy hasta Tierra del Fuego.  En la Argentina, el sindicalismo tiene poder y esa es una buena noticia. Cuando se quiere hacer escuchar, el país escucha. Cuando pega, hace sentir el golpe. Es la herencia de Perón, los trabajadores debemos cuidarla y acrecentarla, no debilitarla y fragmentarla. En cualquier caso, el país quedó bastante paralizado y eso merece una reflexión sobre la naturaleza, causas y orientación de la protesta.  Como en la economía popular no estamos ni cerca de ganar 15.000 pesos por mes, desconocemos los pormenores de la negociación en torno al impuesto a las ganancias, principal motivo del reclamo gremial. Desde ya, descartamos que esta lucha sea la prioridad del movimiento popular en un país donde 11 millones de trabajadores ganan menos de 5.500. No por ello, la protesta deja de tener sólidos fundamentos.

 

Doy un ejemplo: mi amigo Ángel Castro, metalúrgico patagónico, gana 18.000 brutos (15.550 neto), le descuentan un promedio de 2.500 al mes en concepto de impuesto a las ganancias y, como no tiene casa propia, también paga el impuesto al “sintecho” (un alquiler de 3500 pesos). Tomás, jefe de compras de esa misma empresa, cobra más o menos lo mismo que mi amigo y, naturalmente, paga el gravamen por el mismo monto. Lo que el recibo de sueldo no dice es que Tomás es el hijo del dueño y heredó dos propiedades. En un departamento vive exento del impuesto al sintecho, el otro se lo alquila al pobre Ángel.

 

Ángel no es un aristócrata. Por el sólo hecho de haber nacido en un hogar obrero empezó la vida tres millones de pesos debajo de Tomás y arranca cada mes con 7.000 pesos menos. Para colmo, se tiene que bancar que una elegante diputada puertomadereña lo acuse de ser gorila porque tiene la muy burguesa ilusión de ahorrarse la plata del impuesto para algún día comprar una casita en el conurbano neuquino y dejar de reglarle a Tomás un cuarto del sueldo. Es cierto: Tomy se queja de lleno, tiene más de lo que necesita y no hay que aflojarle un mango. Pero no es menos cierto que Ángel está caliente con absoluta razón. Son las paradojas de un sistema impositivo que no le toca el bolsillo a los propietarios.  Por Ángel, apoyo la protesta.

 

La solidaridad con Ángel no implica desconocer la orientación política descaradamente reaccionaria que pretenden imprimir a su justa bronca ciertos jefes sindicales. Mucho menos legitimar a quienes usurpan las estructuras históricas del sindicalismo peronista para satisfacer sus ambiciones personales. No tengo dudas de que el “rusito” Kicillof[i] tiene bastante más que ver con los intereses de Ángel, del pueblo trabajador y del proyecto de una Argentina justa, libre y soberana que Barrionuevo. Sin embargo, el deber de la militancia popular es –en todo caso- disputar la (des)orientación del movimiento obrero, no confrontarlo como a un enemigo, menos aun desestimando los reclamos con frases despectivas e irrespetuosas hacia los laburantes. La petulancia reservémosla para el imperialismo, los buitres y la oligarquía.

 

Reconozco que se hace difícil mantener la calma cuando rufianes como el mencionado deshonran el salón Felipe Vallese[ii] con surrealistas cátedra de sindicalismos revolucionarios, ovacionados por la reacción neoliberal y alentados por la mafia mediática. El gastronómico, portador de un arcano secreto culinario que le permite mezclar descaro e hipocresía, reclama la suculenta torta que administra la Superintendencia de Salud. Quiere recuperar ese pastel de 25.000 millones de velitas para compartirlo con sus compinches de juerga, una banda que secuestró el sistema de obras sociales para despojarlo de su carácter obrero y convertirlo en una red de prepagas berretas.  En su desfachatado reclamo, Barrionuevo dejó escapar un concepto al menos tan xenofóbico como el epíteto “rusito” pero que, lamentablemente, no despertó la misma indignación. Dijo que el problema era que se usara su cajita feliz para “pagar planes sociales”. Con cuanto dolor escuché en estos días a mucho trabajadores repetir ese argumento infame.

 

Los beneficiarios de los demonizados planes son, en general, nuestros compañeros y compañeras, los trabajadores de la economía popular, lo que no pueden siquiera vender su fuerza de trabajo porque el Capital la considera una mercancía superflua. El “salario social” de nuestros compañeros se compone de lo que obtiene directamente por la actividad que desempeña más el imprescindible complemento que reciben del Estado a través de distintos programas y asignaciones. Las cooperativas populares, por naturaleza infracapitalizadas, necesitan indefectiblemente subsidios para seguir generando el trabajo que el mercado no crea. Si el Estado no recauda y reparte, a mis compañeros se les reducen el salario a la mitad, les aumenta el “impuesto a la pobreza”. Si, como sugiere Barrionuevo, se financiara la eliminación del impuesto a las ganancias sin gravar a los casinos, los bancos, las mineras, los jueces o propietarios sino con el hambre de los nuestros, recortando planes sociales, es absolutamente inevitable que la cosa termine en tragedia. Si le tocan a los compañeros lo poquito que tienen, en vez de ver un país paralizado, vamos a ver un país estallado. 

 

El mayor fracaso del movimiento obrero y popular en la Argentina sería que la puja distributiva enfrente a los asalariados mejor remunerados con los trabajadores de la economía popular. Esta confrontación que algunos quieren azuzar queda latente cuando la conducción obrera en vez de plantear una reforma tributaria global para mejorar la situación de los trabajadores más empobrecidos que necesitan del Estado, machaca como bandera de guerra el reclamo parcial de un conjunto de trabajadores que sí pueden prescindir de él. Defender a Ángel no es exigir que ningún salario, ni siquiera el de Tomás, tribute nada cuando la mitad de sus vecinos ni siquiera tiene salario y se la rebusca en la feria, el cartonéo o la cooperativa. Sin una reforma global que garantice la redistribución justa tanto de los ingresos que se generan como de la riqueza acumulada de una minoría privilegiada para que todos gocemos de un piso mínimo de dignidad, lo que estamos haciendo no es combatir al Capital, no es luchar por la torta, sino pelearnos entre nosotros por las migajas.

 

 


 

[i] Ministro de Economía Argentino. Fue tildado despectivamente de “rusito” por el sindicalista neoliberal Luis Barrionuevo

 

[ii] Salón de conferencias de la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), llamado así en honor al primer obrero desaparecido. 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/168673?language=es
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