¿Nos tienen envidia?

26/02/2015
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La noticia ha salido en todos los medios, el presidente de Estados Unidos Barack Obama en un encuentro con el embajador peruano en su país, otrora intocable Ministro de Economía Luis Miguel Castilla, ha dicho que “el Perú es la envidia del mundo”. Sin escatimar elogios, Obama ha sustentado esta frase por el “sobresaliente” crecimiento económico que ha llevado a sacar de la pobreza a “millones de peruanos”.
 
Al gobierno de Ollanta Humala, que en estos días anda más solo y más golpeado que nunca, le ha caído como un caramelo lo dicho por el presidente estadounidense y ha tratado de colocar esta noticia por todo lo alto. Y si bien la frase de que nos tienen envidia, tomando en cuenta de quien viene, es bastante mediática poco tiene que ver con lo que ha venido pasando esta última década en nuestro país.
 
Justamente, el drama del modelo peruano está anclado en la poca resonancia del crecimiento económico en mejoras sustanciales de estándares sociales en ciertos sectores que no son minoritarios. Por ejemplo, los niveles de pobreza y pobreza extrema se han reducido en el país, sin embargo las diferencias entre los peruanos que viven en las zonas urbanas y rurales son escandalosas. Mientras que en el 2013, según cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 17% de los peruanos de zonas urbanas vivía en situación de pobreza y pobreza extrema; en las zonas rurales el 64% estaba en estos márgenes. Es decir de cada 10 peruanos rurales un promedio de 6 es pobre o extremadamente pobre. Situación de desigualdad que expresa lo mal distribuido que está este crecimiento.
 
Pero hay problemas sociales que no han podido ni superarse ni reducirse significativamente. Es el caso del embarazo adolescente, hecho que está directamente asociado a la reproducción de círculos de pobreza y a la falta de oportunidades sobre todo para las mujeres. En el 2012, año donde crecimos 6.29%, el 11% de adolescentes peruanas ya había estado embarazada alguna vez solo 2 puntos menos al porcentaje de 1992 cuando el embarazo adolescente fue de 13%. En 20 años el manejo económico y social del país no pudo cambiar esta situación, que se agrava aún más en ciertas zonas del país como Loreto donde las cifras superan el 30%. 
 
Las cifras no pueden ser más elocuentes en lo que refiere a la salida de peruanos y peruanas al exterior con el objetivo de residir. Mientras que en el 2000 migraron 49 mil 200 en el 2010, uno de los años de mejores cifras macroeconómicas, lo hicieron 210 mil 100. Según una encuesta realizada por el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú en diversos países de destino de la migración peruana un 53.6 % declara haberse ido del país por mejoras económicas y porque estaba desempleado.
 
Esta realidad es más lamentable si hacemos la comparación “odiosa”, no con países desarrollados del norte, sino con vecinos de la región. Mientras en nuestro país el salario mínimo actual es de 280 dólares, en Chile, donde viven más de 200 mil peruanos, es de 420 dólares. En Argentina, donde viven más de 300 mil peruanos, es de 523 dólares. ¿Y se supone que debemos creer que nos tienen envidia?
 
Da para muchos ejemplos más los comentarios del presidente de Estados Unidos. Lo cierto es que el crecimiento “envidiable” peruano del que habla se ha sostenido en no resolver problemas sociales de sectores mayoritarios y esto se expresa de diversas formas: en irrupciones de movimientos importantes como el juvenil que logró la derogatoria de “ley pulpín”; en focos de resistencia ante proyectos mineros que dañan el medio ambiente que, si bien están arraigados a territorios específicos, están ya instalados como hechos de la política nacional que cuestionan el modelo; y hasta en encuestas, el año pasado se publicó una en la cual el 51% de los encuestados declaró estar en contra del modelo económico.
 
El país necesita cambios profundos, que no pasan por programas sociales híper focalizados como piensa el presidente Ollanta Humala y sus antecesores, aunque todos terminan sus mandatos casi sin apoyo de la población.
 
Se trata más bien de cambiar hacia otro modelo económico centrado en los derechos y beneficios para la población, y hacia una democratización que respete por igual a todos y termine con la insoportable división entre ciudadanos de primera y segunda categoría. Solo así podremos empezar a pensar, acaso, seriamente, en ser dignos de envidia.  
 
 
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