Del canal de Panamá al canal de Nicaragua
26/02/2015
- Opinión
El presidente Daniel Ortega con empresarios chinos |
Si hacemos un poco de memoria para tener en mente la infinidad de conflictos que aparejó la construcción del Canal de Panamá, podremos concluir que aquella vasta cantidad de dificultades físicas y problemas surgidos adquirió una notoria variedad de matices. Estos últimos fueron de orden político, económico, técnico, internacional, humano y, –lo más terrible– el ecológico.
1. Un poco de historia. Para el año 1869, la empresa francesa del ingeniero Ferdinand de Lesseps concluyó una extraordinaria como heroica obra en Egipto, al triste costo de ciento veinticinco mil trabajadores muertos –veinte mil, según la versión oficial–. Se trataba del Canal de Suez que, luego de diez duros años de trabajo y la entonces rudimentaria tecnología, coronó tan gigantesca labor con el éxito de toda obra colosal, que unió el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo. Las penurias del trabajo y el daño ecológico podrían ser narrados por los trabajadores, si resucitaran y también por los miles de camellos sacrificados, si tuviesen el don de la palabra. Sin embargo, el sólo unir las aguas del Mediterráneo, contaminadas en miles de años, con las limpias del Mar Rojo implicaba destruir la pureza de este último.
Ante semejante éxito, la compañía constructora adquirió interés en realizar similares trabajos uniendo el Océano Atlántico con el Océano Pacífico a través de la región de Panamá, que en ese entonces era una provincia de Colombia. Quede constancia que la idea del canal interoceánico ya fue idea de los primeros monarcas españoles a comienzos de la Conquista de América; de la misma forma que el Canal de Suez, surgió ya con los faraones del antiguo Egipto.
El Rey Carlos V dispuso, en 1534, estudios para abrir un paso sin resultados positivos. Felipe II insistió en el proyecto, pero fue informado que al encontrarse el Pacífico a mayor altura del Atlántico, la diferencia de niveles podría provocar una catástrofe de horribles e insospechadas consecuencias. También Felipe III se interesó en el tema, pero igualmente fue advertido que, por seguridad de su propio reino, no convenía semejante obra. Además de separar sus dominios con dos océanos, aquello provocaría conflictos internacionales, y aun guerras, por el derecho al uso del mar para circulación de todos. Sin embargo, fue tanta la importancia del istmo de Panamá que, aprovechando su estrechez, las riquezas extraídas del sur particularmente la plata de Bolivia y otros minerales del rico Perú, los barcos de carga se desplazaban por el Pacífico hacia Panamá, para sufrir un proceso de transbordo por las montañas –mediante carretones tirados por mulas– para luego ser reembarcadas desde el otro lado –el Atlántico– rumbo a la metrópoli colonial española.
Los tiempos cambiaron luego de la independencia de las colonias hispanas. El mundo moderno, impulsado por la economía del creciente como pujante capitalismo europeo, pretendía mayores conexiones mundiales. Nada mejor que un corte por el istmo colombiano, necesidad que no habría de hacerse esperar mucho tiempo más. La presión de las fuerzas productivas, el comercio internacional y de los transportadores marino mercantes fue tan poderosa, como nuevamente –o aún con más fuerza– habría de serlo un siglo después con la Nicaragua del Siglo XXI.
El éxito obtenido por el indicado ingeniero Lesseps, bajo financiación de la empresa francesa La Societé Internationale du Canal Interocéanicque, fue aval suficiente de seriedad para que el gobierno de Colombia le preste plena confianza en tan audaz cometido. Fue entonces cuando surgieron problemas insospechados. Si bien la geología de Suez facilitó las excavaciones por haber sido efectuadas sobre superficies arenosas del desierto, las nuevas labores en las montañas –una pesadilla en vivo– descubrieron una inmensa estructura de complicada materia rocosa, además de su considerada elevación. De otro lado, el hecho de enfrentar y destruir una selva virgen, –inexistente en Suez– provocó la acción de las enfermedades tropicales, que acabaron con más de veintidós mil de sus trabajadores, originando quiebra a la compañía francesa que –de inmediato– comenzó a buscar a quien traspasar su proyecto.
La noticia le cayó muy bien al gobierno norteamericano, dada su estrategia de dominio. Una de sus compañías adquirió las acciones y bajo apoyo del temerario Presidente Teodoro Roosevelt, impuso condiciones críticas al gobierno colombiano, que hubo de ceder pese a ser lesivas a sus intereses económicos y atentar contra su propia soberanía. Ante el rechazo del propio parlamento colombiano, de inmediato EE.UU. provocó y logró la independencia de su provincia de Panamá –estamos en 1904– enviando tropas para respaldar la secesión y asegurar el levantamiento. Como todo favor tiene un costo, impuso al flamante gobierno dócil, condiciones aún más críticas y más humillantes contra la soberanía, referentes a las cesiones de áreas de uso y particularmente a sellar el derecho de intervención militar norteamericana, que se materializó en la primera Constitución panameña.
La construcción del canal, tampoco fue óptima. Los trabajadores de base eran permanentemente afectados, tanto por la fiebre amarilla como por la malaria y arriesgaban su vida en condiciones críticas de seguridad, sin poder renunciar ni abandonar el trabajo dado que fueron traídos de distintas partes del mundo. Muchos de aquellos trabajaban dentro el agua de los dos océanos; también en lagos y lagunas, sufriendo la acción de diminutas especies acuáticas mordedoras, anguilas eléctricas y sanguijuelas. Otros trabajaban al aire libre, sufriendo de insolación, fiebres y calor tropical. En las montañas se padecía por la acción de corrientes frías de aire. Muchos trabajadores se descolgaban en cestas o canastas para efectuar labores laterales en los barrancos, solo con la aleatoria seguridad de la soga de soporte. Particularmente los chinos resultaron los más sufridos ya que apenas se alimentaban con un puñado de arroz al día y dormían en barracas sujetas a la acción de los mosquitos, percibiendo 30 centavos al día. En la época de mayor labor, el canal llegó a emplear cerca de 50.000 trabajadores.
El impacto ambiental fue desastroso. Se arrasó con la exuberante selva primaria; exuberante por encontrarse la humedad selvática bajo la acción influyente de las corrientes de aire de los dos océanos más grandes del mundo. Una variedad increíble de árboles de distinto tipo, plantas desconocidas y plantitas medicinales fue quemada por el fuego incendiario y la tala. Infinidad de especies animales salvajes, aves raras y peces, desapareció por completo. Se suma a esto la enorme acción masiva de los insecticidas que se usaban para proteger las grandes extensiones de campamentos, contra las enfermedades tropicales. La acción de los explosivos fue atronadora y destructiva, actuando negativamente su química, bajo la acción del agua y las lluvias.
Finalmente el Canal de Panamá fue inaugurado el año 1914 seguido de un fantástico como creciente mercado circulatorio por ambos lados.
No corresponde al presente artículo la parte política posterior, surgida por las disensiones entre aquellos dos países, virtualmente rivales, ni como Panamá recobró su soberanía. Lo evidente es que aquél canal –cien años después– se va convirtiendo en obsoleto para el servicio y, aunque este tema no es materia específica de este trabajo, interesa saber que barcos de calado más grande, ya no lo pueden cruzar. Tal es una muestra patente del desarrollo de la tecnología. Así como, desde su invención, los aviones aumentaron gradualmente de tamaño, igual cosa habría de esperarle a las embarcaciones sobre agua, llegando la marina mercante, la marina turística de inmensos hoteles flotantes y aún la marina de guerra a construir verdaderos monstruos flotantes.
Ante la necesidad de un canal más ancho, y –por supuesto– con más y mejores facilidades para la eficiencia de su funcionamiento, las circunstancias ahora claman por uno mejor y actualizado a la tecnología. Aquí saltó para aquellas, como realidad necesaria, un canal que cruce Nicaragua.
Lo anterior tampoco es nada nuevo. A fines del Siglo XIX y comienzos del XX, el gobierno de los EE.UU. ya había elaborado un proyecto de canal interoceánico sobre este país, como ruta alternativa, dadas algunas facilidades naturales y ventajas, pese a que su longitud excedía demasiado al proyecto lineal sobre Panamá. Dicho proyecto también fue utilizado como chantaje, primero contra Colombia, y después contra la población de la provincia del istmo, como acicate para su secesión final y formación de un país nuevo: la República de Panamá.
Las tentativas para un nuevo canal por Nicaragua ya han dado los pasos políticos y económicos que su gobierno considera suficientes tanto en lo técnico como en lo financiero, para su construcción. Sin embargo han surgido una serie de cuestionamientos que precisan de un cuidadoso examen.
El más fuerte de aquellos, –porque golpea más duro– es de orden político. Existe un gobierno revolucionario en Nicaragua cuyo antecedente histórico más notorio es el de haber desplazado dos veces –primero con guerra y después por elecciones– a la añeja oligarquía tradicional de su país, arraigada a las dictaduras del despreciado clan Somoza. Se suma a lo anterior el abierto respaldo del gobierno norteamericano –aliado de los sectores desplazados– para contribuir al derrocamiento del gobierno sandinista.
En estas condiciones cualquier acto del gobierno nicaragüense es sujeto de cualquier crítica y de mala propaganda, movida por intenciones de provocarle aversión, tanto en la opinión pública nacional como en la internacional. Para los efectos anteriores –y en las actuales circunstancias– se ha encontrado que el mejor argumento es el problema ecológico del canal, que conviene explotarlo en toda forma, no obstante que cuando el dictador Somoza ya quiso construirlo, ni sus partidarios, ni la oligarquía nacional dijeron nada de lo que ahora dicen. Guardaron absoluto silencio, aunque ahora se auto proclaman como defensores de la Tierra.
Lo expuesto hasta el momento –el tema de las adversidades políticas– de ninguna manera implica liberar de responsabilidad a quien debe demostrarla.
2. Circunstancias ecológicas de ambos canales. Una objetiva visión del problema muestra que el desastroso impacto ecológico-ambiental del Canal de Panamá –que se produjo hace un siglo– pasó simplemente desapercibido, dadas las condiciones especiales del momento histórico que le tocó existir. En aquél lugar y momento –1904-914– nadie pensaba en el daño que sufría la tierra las comunicaciones estaban reducidas al telégrafo, la imprenta modesta (aún sin linotipo) y los periódicos y publicaciones con bajo tiraje. En estas condiciones, cualquier noticia desde Panamá era vaga y cuyo único interés para el mundo era saber si las obras avanzaban.
Gracias a esta situación nadie le acusó a la constructora norteamericana, y menos al gobierno estadounidense, por aquella bárbara obra de destrucción de la naturaleza. No existían tribunales ambientales, los valientes ecologistas de hoy ni los intelectuales del planeta Tierra. Menos la Organización de Naciones Unidas.
De otro lado, hace un siglo, el referido Planeta Tierra mismo en su integridad, no tenía los problemas, que surgieron aceleradamente en el Siglo XX, por culpa del agigantamiento y voracidad de la administración capitalista de desarrollo. En estas condiciones, la naturaleza entera –o más propiamente, el laboratorio de la naturaleza– se hallaba en condiciones de resolver por sí la crisis sufrida y auto restaurar semejante tragedia y padecimiento (enfermedad, es el término adecuado)
Como los tiempos han cambiado y las circunstancias del mundo, involuntariamente con su silencio, han otorgado perdón a semejante obra –por muy necesaria que aquella haya sido– lo evidente es que el nuevo canal de Nicaragua no va a salvarse de la crítica internacional, si no se cumplen una serie de condiciones de seguridad. Con mayor razón si ahora vivimos el siglo de la ecología, donde hay ojos en todas partes hacia cualquier cosa que provoque daño al planeta.
No creo equivocarme si sostengo una fatalidad. Quiérase o no, el Canal de Nicaragua pagará también los pecados perdonados por la humanidad al Canal de Panamá. Como bien se dice: justos pagan por pecadores. Todavía no se ha movido nada significativo, pero el mar de críticas –prescindiendo del lado político del problema– es también considerable. El lado ecológico no deja de tener razones, y las tiene poderosas.
Hagamos una visión panorámica del problema.
- Nicaragua tiene un enorme lago central de agua dulce, que corre el riesgo de contaminarse, no solo alterando, sino destruyendo el ecosistema existente y algunos ecosistemas circundantes. Se habla de problemas varios que ya acusa con la sedimentación de sus aguas; situación que habrá de empeorar con los nuevos aportes del agua salada marina. La contrainformación destaca que aquél lago ya está contaminado con aguas negras de sus poblaciones ribereñas, incluyendo los desechos sólidos.
- Las excavaciones comprenden una longitud de 278 Km. –el triple o más que Panamá– las mismas que deberán atravesar –inevitablemente– selvas vírgenes primarias, bosques y humedales con su consiguiente destrucción física. El diseño unitario de la naturaleza acabará partido en dos. Construido el canal aislará flora y fauna, sin que estas puedan cruzar hacia ambos lados. Las áreas de desove de tortugas igualmente se verán afectadas, destruyendo su reproducción.
- La deforestación quitará el hábitat de muchas especies del reino animal. Se habla de 22 especies vulnerables y en peligro de extinción, entre las que se cuentan tortugas, tapires, fieras salvajes como el jaguar, sin contar con otras aves y pájaros. Además habrá tala de árboles madereros y destrucción de arrecifes de coral y manglares. Los ecologistas aseguran que el megaproyecto, destruirá cerca de 400 mil hectáreas de selvas y humedales.
- Técnicos entendidos en la materia han destacado una variedad numerosa de daños ecológico ambientales adicionales, aún con el canal terminado en funcionamiento. También se ha hecho saber de conflictos humanos, económicos y sociales a surgir en contra de las aldeas aborígenes y pueblos establecidos. Los daños a la potabilidad del agua, al aprovechamiento de la pesca, el riego y el turismo, también han sido detectados. Hay peligro de riesgos sísmicos por existir volcanes activos,
Después de adquirir un criterio más o menos suficiente sobre el problema, por la mejor fuente de información –que es ahora el Internet– he podido apreciar que la mayoría de las opiniones que subsiguen a los trabajos técnicos, noticias y artículos, –tal como me temía– sigue siendo de matiz político, o sea la protesta política. He leído una infinidad de insultos directos, visibles motivaciones partidistas opuestas, otras también encubiertas. Me sorprendió leer que si estuviera en el dictador Somoza, los hoy desplazados del poder no gritarían consignas contra el Canal como lo hacen ahora. También le leído crítica seria y sensata, nacional e internacional, que acusa haberse adjudicado la obra sin proyecto ejecutivo, sin licitación, sin estudios de impacto ambiental ni factibilidad económica, exponiendo dudas sobre el prestigio del adjudicado.
Me ha causado profunda inquietud el lado ecológico- ambiental del problema. Lo demás consideré baratijas. No creo mucho en las licitaciones, porque aquellas también son amañadas; menos creo en los estudios económicos –del tipo que se reclama– porque estos sólo son aproximados y se llenan después de reajustes pecuniarios. Igual cosa sucede con los estudios técnicos, que siempre sufren variaciones en trabajos de alta monta como el presente. Por supuesto no estimo ser un aventurero que piense en una obra a la deriva. Acepto la idea de un proyecto general inicial avanzado, que deberá irse ajustando a medida que avanzan los trabajos.
Picado por la curiosidad traté de ser saber quién es y como es el vapuleado adjudicatario: una empresa china capitalista de Hong Kong de fuertes lazos con capitales y técnicos chinos e ingleses. Conseguí la información suficiente y no me dio la sensación de que vayan las cosas en forma irresponsable. Conocí igualmente la otra cara de la medalla; la que muestra necesidades nacionales económico políticas para que se hagan las obras, a cuyo efecto aparecieron ventajas de maravilla, que ofrecen sacar a Nicaragua del subdesarrollo. No cabe duda que toda propaganda o información también tiene su propia cara de exageración. Sin embargo es bueno saber que –aún sin Canal– la deforestación continúa destruyendo y haciendo barbaridades en Nicaragua, por culpa de los países ricos, quienes provocan tal daño al comprar madera y sin que nadie les prohíba hacerlo.
Aunque para cualquier ecologista racional no existe la pura imparcialidad, porque primero se halla la conservación del planeta Tierra y la lucha para evitar desastres, consideré que ha llegado el momento en que el movimiento ecologista enfrente algunas situaciones en función de las realidades que se le presentan. La estrategia de la pura crítica, exposición de argumentos y denuncia ya no resulta suficiente. Ha llegado el momento de utilizar la táctica de la acción, para demostrar que existen irrenunciables luchadores o soldados de la Tierra, cuya labor precisa de orientaciones, pero debe ser firme frente a los ecologistas de escritorio y muchos habladorcillos que, bajo el pretexto de “ambientalismo”, ocultan finalidades inconfesables.
La realidad del momento es que las obras ya han comenzado y no se percibe ningún poder supranacional que pueda evitarlas. Es peor si los organismos políticos internacionales guardan silencio, probablemente porque el Canal va a provocar movimiento de la economía.
¿Qué hacer ante semejantes adversidades? Seguir denunciándolas por prensa, radio, televisión y otros los medios de comunicación ya no resulta efectivo. Mientras unos se desgañitan en protestas, otros avanzan las obras con comodidad y seguridad. Además se corre el peligro de que la protesta repetida produzca cansancio, aburrimiento o desaliente a una gran masa humana, a la que se debe mover positivamente.
Las sugerencias más adecuadas al momento presente es constituir un movimiento efectivo de acción popular de labor inmediata, permanente e incesante en base a la ejecución de las siguientes labores:
1. Constituir un movimiento nacional organizado de vigilancia y control, con filiales y brazos de ejecución, precisamente donde las obras vayan avanzando. Se deberá ejercer reporte y semanal o mensual –de acuerdo a las circunstancias– a un organismo central de procesamiento para efectos de auditorías parciales de la situación.
2. El indicado control debe ser convenido con el Supremo Gobierno y la empresa ejecutora de los trabajos, cuya función –hablamos del grupo ecologista fiscalizador– deberá esclarecer que no tiene el propósito de convertirse en obstructor ni dificultador de las labores. Empero si existe resistencia, habrá que denunciarla mundialmente, aclarando que nadie ni nada podrá evitar que el control sea efectuado en forma unilateral.
3. Fracasarían el plan y la labor, desnaturalizando sus objetivos, si se permite la intromisión político partidista local. Entrabaría y perjudicaría la genuina operación ecológica, que necesariamente deberá contar con amplio apoyo técnico y asesoramiento internacional.
4. El reconocimiento de la verdad natural debe ser la base de la acción, sin forzar las cosas, minimizarlas ni maximizarlas. Implica lo anterior el reportar técnicamente lo que se ve y lo que no se ve, lo que se destruye y lo que se pierde, para efectos de su cuantificación física y probable costo pecuniario. Para la efectividad de los trabajos se deberá preparar un programa informático como instrumento efectivo de control, para ser difundido a través del Internet, creando una propia página Web, actualizada permanentemente.
5. El propósito fundamental será establecer un balance anual de los árboles perdidos, las especies desaparecidas, la superficie deforestada, las enfermedades descubiertas, el grado de contaminación de las aguas lacustres, las temperaturas, el grado del cambio de clima, humedad, vientos, flora de plantas que se pierde. Solo a nivel enunciativo y no limitativo se sugiere control de animales a extinguirse (cocodrilos), estado de las especies animales inferiores (oficios, conejos, ardillas, aves de piso (perdices), aves de bandada incluyendo las exóticas, fieras y otras especies salvajes.
6. Como el proceso de extinción irá avanzando permanentemente, el control audital previo tendrá la finalidad de lograr compromisos escritos, más leyes específicas, tanto del Poder Ejecutivo, como del Legislativo de Nicaragua, para no emplear un centavo de las utilidades económicas que brinde el Canal, –una vez concluido éste y puesto en acción– mientras no sea reparado completamente el daño ecológico. Aunque se sabe que van a surgir daños irreparables, deberán efectuarse otras compensaciones en favor del medioambiente, estudiadas por expertos en la materia. Por ejemplo, criaderos de animales, restauraciones, prohibiciones definitivas de exportar madera, y muchas otras a las cuales tendrá que ajustarse la deuda ambiental.
Las palabras del fallecido luchador Tomas Borge, fundador del movimiento sandinista de Nicaragua, parecieron proféticas en hacer lo que deba hacerse y pagar el precio que se tenga que pagar.
https://www.alainet.org/es/articulo/167791?language=es
Del mismo autor
- A 100 años de la revolución rusa 10/11/2017
- Desacierto climático del presidente norteamericano 05/06/2017
- Homenaje a Fidel 08/12/2016
- TIPNIS: Hacia el uso comunitario de la naturaleza 05/01/2016
- Una entrevista en Chile sobre el mar 02/10/2015
- Si Chile juega con el Derecho Internacional, éste podría y debería sancionar a Chile 24/09/2015
- Desgracias planetarias o acción enérgica de la próxima Cumbre Climática 31/08/2015
- La Carta del Papa Francisco y los ecologistas 22/07/2015
- Otra vez la peligrosa petrolera en Alaska 28/05/2015
- Del canal de Panamá al canal de Nicaragua 26/02/2015