El difícil entendimiento entre una república y un imperio

02/02/2015
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El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y el acuerdo entre Cuba y EE.UU. del 17 de diciembre del 2014 anunciando la intención de ambos gobiernos de restablecer relaciones diplomáticas luego de 54 años de distanciamiento, marcan toda una etapa histórica.
 
En La Habana, Cuba, el autor de estas líneas pudo conocer recientemente las expectativas que dicho acontecimiento ha generado en esa nación.
 
Caracterizados en forma general por su amabilidad, elocuencia -políglotas en su mayoría-, profundos conocedores de su historia y sabedores de los destinos de su nación, los ciudadanos cubanos expresan acompañar plenamente a su gobierno en esa decisión política.
 
Para ello atribuyen principalmente razones de orden humanitario, como el hecho que por cada familia cubana de cinco personas, una de ellas esté residiendo en EE.UU.
 
Y lo anómalo que destacan de esta situación, es que disposiciones migratorias impuestas arbitrariamente por Washington, impiden el reencuentro entre esos familiares mientras que EE.UU. auspicia el libre tránsito mundial para mercancías y capitales.
 
Consideran además que para normalizar relaciones, la potencia debe acabar primeramente con el injusto bloqueo económico impuesto contra Cuba que afecta diariamente a sus vidas –así continúe agraviándolos-.
 
Luego de concluida la segunda ronda de conversaciones diplomáticas efectuadas el 21 y 22 de Enero en La Habana –la primera fue de carácter secreto en Canadá-, lo puntual para Cuba y EE.UU., es que ambos gobiernos habrían alcanzado los objetivos mínimos que se plantearon.
 
Para Cuba, aquél convertido en anhelo nacional y causa patriótica de liberar de cárceles estadounidenses a sus tres agentes anti-terroristas, injustamente acusados y condenados por espionaje -por presión de George Bush-.
 
Y para Washington el no menos importante, de excarcelar al agente sionista estadounidense Alan Gross descubierto en Cuba espiando para la USAID, delito por el que cumplía pena de prisión.
 
Por su finalidad ulterior, la devolución de Gross era esencial para el gobierno de Barack Obama; le permitía cumplir con imposiciones del gobierno de Israel, atenuar exigencias del partido republicano en el congreso –soporte del sionismo en EE.UU- y reducir presiones provenientes de los poderosos lobbies pro-israelitas.
 
Pero algo que se deben haber planteado ambos gobiernos antes de iniciar la segunda ronda de conversaciones, es por supuesto: ¿cuáles serían los objetivos diplomáticos máximos a ser alcanzados por cada país aprovechando esta aparente “distensión”?
 
A un simple entender el objetivo general del gobierno de EE.UU., sigue y seguirá siendo el mismo: cambiar el sistema político, económico y social de Cuba para restablecer el status quo existente antes de 1959.
 
No cabe otra deducción desde que Obama y su encargada diplomática para Cuba -Roberta Jacobson- han manifestado concluyentemente que “en relación a Cuba la estrategia de los EE.UU. sigue siendo la misma, pero ahora con diferentes tácticas”.
 
Por otro lado, el contexto global en que se iniciaron las conversaciones no parece ser el más apropiado, si se tiene en cuenta que EE.UU. se halla en la efervescencia de su agresividad imperial hacia el mundo.
 
Lo ha hecho saber el discurso de Obama que argumenta ahora la existencia de una pretendida y falaz (¿divina?) “excepcionalidad estadounidense”, para ‘sancionar’ y bombardear naciones –ya sin diferencia alguna con el Tercer Reich-.
 
En ese orden de cosas la maximización de las aspiraciones diplomáticas del Departamento de Estado estaría centrada en tres objetivos, sin otorgar muchas concesiones a Cuba.
 
El primero de ellos –por su inmediatez- impedir que se frustre la próxima “Cumbre de las Américas” en Panamá –auspiciada por EE.UU. para abril 2015- ante decisión del 78% de gobiernos latinoamericanos de no asistir, caso Cuba fuera impedida de participar por habituales censuras de Washington –que para este encuentro no aplicará-.
 
Ingenuamente el Departamento de Estado considera que ‘ello’ permitirá a EE.UU. “romper su propio aislamiento de Latinoamérica”, facilitándole “congraciarse” en esa cita con sus gobiernos.
 
Empero, el segundo objetivo máximo pretendido por Washington -altamente prioritario y su mayor aspiración- es introducir en Cuba un “caballo de Troya” con apariencia de “diplomacia” –la Embajada que propone-, para luego poder subvertir ese país con una nueva versión de sus ya conocidas “revoluciones de colores”.
 
Un tercer objetivo máximo –difícil de alcanzar- es pretender “desvincular ideológicamente a Cuba de gobiernos progresistas de América” –principalmente Venezuela-, a fin “que las izquierdas de Latinoamérica pierdan rumbo político” y que “sus gobiernos trastabillen en el poder”.
 
En cuanto al objetivo máximo de Cuba éste tendría connotación diferente, pues sin proponérselo, desnudaría el endeble andamiaje de ‘democracia’, ‘derechos humanos’ y ‘derecho internacional’, empleado por EE.UU. como argumento de imposición.
 
Se centraría en lograr reivindicaciones ante la arbitrariedad vecinal, ante la violación a las normativas del derecho internacional y al desconocimiento por parte de EE.UU. de los principios básicos de la soberanía cubana amparados por la ONU.
 
Ese gobierno habría dividido su objetivo máximo también en tres, lo que se ratificaría con lo expresado por el presidente cubano Raúl Castro en su discurso ante la III Cumbre de la “CELAC” efectuada en Costa Rica -28 y 29 de Enero pasados-.
 
El primer objetivo máximo de la diplomacia cubana -y principal- sería obtener que EE.UU. levante totalmente el bloqueo económico, comercial y financiero dispuesto contra Cuba desde hace 54 años –octubre 1960-.
 
El segundo -no menos importante- que EE.UU. devuelva a Cuba el territorio soberano usurpado en Guantánamo, que caracteriza al imperio como colonizador y torturador -por crímenes de lesa humanidad cometidos en dicho lugar-.
 
Y el tercero -materia de sucesivas tratativas- de establecer con EE.UU. relaciones económicas, comerciales, culturales, científicas y tecnológicas de provecho para Cuba, en la medida que ello no involucre exigencias estadounidenses para que abdique parcial o totalmente a su soberanía.
 

Monumento al Coronel Leoncio Prado Gutiérrez, héroe del Perú y prócer de Cuba.

En el contexto de las rondas de conversaciones que se deben producir más adelante, las ventajas en cuanto a capacidad diplomática de hecho parecen estar del lado cubano toda vez de la profesionalidad de su Cancillería -agigantada a partir de 1959-.
 
En contraparte el Departamento de Estado reestructurado desde 1997 en “Departamento de la Guerra” para agredir a Yugoslavia, ante su carencia de recursos diplomáticos se vislumbra apele al único planteamiento que conoce –la imposición o la coerción-.
 
El primer semestre del 2015 aclarará las inquietudes pre-existentes sobre el tema.
 
Como cierre de esta nota formulamos un reconocimiento al pueblo cubano por la gratitud que mantiene hacia dos peruanos notables identificados con sus luchas, como el Coronel Leoncio Prado Gutiérrez, héroe del Perú y prócer de Cuba, y el ex presidente Juan Velasco Alvarado (1968-1975), gobernante solidario con ese pueblo.
 
 
 
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