El Concilio Vaticano II: corta primavera, seguida por un largo invierno. Cincuenta años después
No me ha sido posible participar en el Congreso Continental Teológico a los 50 años del Concilio Vaticano II y a los 40 años de la publicación de Teología de la Liberación. Perspectivas, de Gustavo Gutiérrez, que se celebra del 7 al 11 de octubre en Sâo Paulo, Rio Grande do Sul (Brasil). Deseo expresar mi apoyo, solidaridad y sintonía con dicho evento y colaborar en el mismo con unas reflexiones en torno a la significación del Concilio Vaticano II a la luz de la Teología de la Liberación y al futuro del cristianismo ante los desafíos de nuestro tiempo, que iré escribiendo sucesivamente.
El Concilio Vaticano II fue una corta primavera, a la que siguió un largo invierno que dura ya más de cuarenta años, y va camino de prolongarse. No fue un punto de llegada, sino de partida, un “nuevo comienzo”, el “principio del principio”, en expresiones de Karl Rahner, uno de los teólogos que más influyó en el Concilio. Pero fue un punto de partida que enseguida se abandonó para seguir otra dirección. Llevó a cabo una reforma moderada de la Iglesia católica, sin llegar a ser una revolución, ni un cambio de paradigma. Y si se produjo una revolución o un cambio de paradigma, nunca se llevó a la práctica o se quedó a medio camino.
Hubo, ciertamente, cambios importantes. Negarlos, sería muestra de ceguera y falta de rigor en el análisis. He aquí algunos:
. De la Iglesia como sociedad perfecta a la Iglesia como comunidad de creyentes
. Del mundo como enemigo del alma, junto con el demonio y la carne, al mundo como espacio privilegiado donde vivir la fe cristiana.
. De la condena de la Modernidad, de la calificación de “hermanos separados” a los cristianos de las iglesias no católicas y de los anatemas contras las religiones no cristianas, al diálogo multilateral: con el mundo moderno, la cultura, el ateísmo, la ciencia, superando etapas anteriores de enfrentamientos y alejándose de las actitudes de los propios cristianos “que, seguidas de agrias políticas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe” (GS 36).
. De la condena de los derechos humanos como contrarios a la ley natural, a la ley de Dios y a los derechos de la Iglesia, al reconocimiento de la cultura de los derechos humanos proclamados en la Declaración Universal de la ONU en 1948 y asumidos por Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris y por el Concilio en la Constitución sobre la Iglesia en el Mundo Actual.
. De la condena de la secularización como contraria al cristianismo, a la defensa de la misma entendida como autonomía de las realidades temporales en cuyo clima es necesario vivir la experiencia religiosa. Dice el Vaticano II: “Todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad previas y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte” (GS 33)
. De la Iglesia “siempre la misma”, inmutable, a la Iglesia en permanente reforma, asumiendo implícitamente el principio luterano de “Ecclesia semper reformanda” (LG 8).
. Del integrismo católico, que considera a la Iglesia católica religión verdadera, al respeto a otras creencias y al reconocimiento de las otras religiones como caminos de salvación..
. Del autoritarismo de los papas anteriores al conciliarismo de Juan XXIII, que no impuso su modelo de Iglesia ni llevó a cabo su reforma con el consenso de los obispos de todo el mundo y el asesoramiento de los teólogos.. De la Contrarreforma a la Reforma
. De la Cristiandad como única forma de realización de la fe en Jesús de Nazaret al Cristianismo en sus plurales expresiones culturales, teológicas, organizativas, etc.
. De la pertenencia a la Iglesia como condición necesaria para la salvación, a la libertad religiosa como derecho humano fundamental.
Juan José Tamayo
Director de Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuria”. Universidad Carlos III de Madrid