Portugal pueblo unido, España pueblo agredido…

27/09/2012
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… O de cómo las decisiones espontáneas de la ciudadanía si hacen política. Parece que podíamos caer ya en la rutina perversa de acostumbrar nuestra retina, inoculada con el virus de la desidia, a las múltiples, numerosas y multitudinarias muestras de protesta y descontento que pueblan continuamente los medios de comunicación patrios. Parecía, corrijo, pues entre todas una ha devuelto el color al gris que anticipaba el tedio de los espectadores, ciudadanía no menos implicada, aun en su calidad de espectador.
 
Y es que en estos días hemos podido ver cómo se instrumentalizan las protestas ciudadanas. Cómo es posible, desde la fina ingeniería política, convencer a un millón de manifestantes de que de su “mal” tiene culpa “otro”, cuya característica más significada es no ser de “allí”, de la tierra, pues en la capacidad de ejercer de gobernante recortador, demuestra más mérito el que lo es (y Mas), que no al que se culpabiliza, “el otro, el de la capital”.
 
Hemos visto protestas por la mala calidad de la democracia española, diagnóstico este que aunque pueda ser compartido por mí, no me conduce en su razonamiento más objetivamente lógico, a una necesaria reforma de la constitución como primera salida para conseguir la mejora de la calidad de la democracia y las instituciones españolas. Es curioso como dos protestas tan variopintas pueden alcanzar una misma conclusión: la constitución es el obstáculo, hay que reformar nuestra trasnochada carta magna pues es la piedra en el zapato, según unos y otros, que impide la mejora del malestar actual (en la línea deseada por cada uno de ellos, no coincidentes).
 
Parece pues que la ciudadanía consiga algo inaudito: “organizarse en su desorganización”. Y no quiero decir con esto que las protestas no sean dignas de seguimiento, o no estén justificadas, nada más lejos de mi intención, cada cual en un estado democrático ha de tener garantizado el derecho a la protesta pacífica, organizada o no. Lo que quiero decir es que parece que la ciudadanía esté dirigiendo su objetivo, desde varios flancos bien distintos, a la necesidad de reforma de la CE, como respuesta y alivio a los males colectivos (que esos si son idénticos para todos) en forma de recortes profundos del estado del bienestar que asolan de manera intensa a la población española (por si no lo sabían miren la portada del New York Times). Es evidente que para esto hará falta un ingente esfuerzo y que en caso de que se alcanzara el objetivo, finalmente sí, tendríamos una nueva y flamante CE. Esto es como decir que los ciudadanos en su conciencia colectiva son capaces de diseñar un plan, con objetivos intermedios, la nueva carta magna, previo al auténtico objetivo, la mejora del status ciudadano.
 
Varias cosas pueden decirse sobre esto: la primera es que parece colectivamente aceptado que el gobierno no va a modificar su política neoliberal. La segunda es que la excesiva “organización” de la protesta condena a que estas estén siempre parceladas y topadas en su éxito, puesto que unos días protestan los unos, otros los otros y los unos y los otros, al menos en apariencia, no comparten los mismos objetivos tan concretos y delimitados. Y una última cosa, la previa aceptación de la derrota sólo favorece a quien gobierna, un contrasentido a la hora de protestar.
 
Pues no, en medio de todo esto la ciudadanía portuguesa ha desorganizado la protesta. Han eliminado diferencias sectoriales, gremiales, grupales, ideológicas, constitucionales, territoriales y al sonido de un tremendo alarido, simple, sin ambages, sin elaboración, sin manifiestos, sin contenidos ideológicamente matizables más que la posibilidad de identificar la hartura sin límites de quien emite semejante bramido colectivo, ha gritado a la Troika (matiz importante pues no se ha conformado el pueblo con sólo dirigirse a su presidente): “hasta aquí hemos llegado”. Y esa decisión espontánea y unitaria del hasta ahora aparentemente sumiso pueblo portugués se ha convertido en política en ese mismo instante.
 
Ha hecho política ese grito colectivo, transformándose en leyes que cambian, volviendo a la pluma de donde nunca debieron salir. La dignidad de un pueblo que clama respeto a sus dirigentes, convenientemente administrada como se ha visto, hace política. ¿Por qué aquí no somos capaces de creerlo? ¿Por qué aquí no somos capaces de pensar que es posible frenar a este gobierno en su política de recortes del estado del bienestar? Quizás porque todavía las “magias” políticas de algunos miembros del gobierno continúen haciendo creer a muchos que su política no es el origen de su mal (que lo es, pregunten sino a un ciudadano portugués), que es este otro gobierno, o el de allá o el anterior, o el de tras las montañas el responsable. Y quizás porque muchos medios aún administran esa magia en forma de píldoras “desinformativas”, adormecedoras de conciencias, que bien administradas producen que hoy podamos, a mi pesar, decir que Portugal no es España. En Portugal actuó la coincidencia plena: ciudadanía, expertos, medios…todos en un mismo grito colectivo.
 
Porque lo único cierto en esto es que cuanto más organizamos nuestra protesta, mejor se organiza el poder en reprimirla ¿o es que alguien se cree a estas alturas que sólo por cambiar de legislatura la ciudadanía española se ha vuelto de golpe y reiteradamente violenta? Por mucha ley coactiva que se promulgue, por más desproporcionados que sean los golpes en la carne del manifestante, sólo hay una realidad cierta: no hay medios para contener a millones de ciudadanos pacíficos reclamando lo que es suyo en las calles. Comprobación empírica portuguesa. Con este ejemplo ¿a qué estamos esperando?
 
- Carmen Barrera Chamorro es Secretaría de Acción Sindical Federación de Servicios Públicos de UGT
https://www.alainet.org/es/articulo/161313

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