Las manos sucias

Sartre y las cacerolas

24/09/2012
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El debate "adentro" o "afuera" de un proyecto no parece ser abarcativo de resoluciones que, en última instancia, tienen que ver con el despojo de purismos y la aceptación del barro de la historia.
 
Desde hace cuatro años, los tres se juntan una vez a la semana en el mismo café y a la misma hora. Es una cita que jamás se posterga: los compromisos personales, cierta gripe pasajera o las inclemencias climáticas no interfieren en la meticulosa continuidad del rito.

El encuentro transcurre alrededor de la mesa 5, la única que está pegada a la ventana y a un costado de la puerta de ingreso. Es un sitio estratégico para salir a fumar sin más que un simple movimiento luego de cada ronda de café. Por lo general, son tres pocillos e igual cantidad de tabaco rubio. En total, la reunión se extiende por dos horas.

Uno es profesor de filosofía, otro es periodista y el restante es personal de planta en el departamento de cultura de un ministerio. Los tres se sienten parte del heterogéneo campo intelectual argentino. Aunque con matices, acuerdan en que cierta distancia crítica es condición indispensable para sostener esa pertenencia.

El primero participó de una agrupación de izquierda en su etapa de estudiante universitario. El segundo, de familia peronista, integró la comisión interna de un diario y disputó, sin éxito, la conducción del sindicato. El tercero se entusiasmó y se desencantó al compás de los vaivenes del llamado arco progresista. Los tres se incluyen dentro del 54 por ciento.

El autodesignado grupo “Las joyas de la abuela” no supera la edad promedio de 50 años. El nombre les pareció apropiado por dos razones. Es, por un lado, el nombre de fantasía de una vieja casa de empeño que se ubica frente al bar y cuya fachada se observa con total nitidez desde la ventana colindante a la mesa 5. Es, por otra parte, un modo irónico de diferenciarse del grupo “esmeralda”, aquel que diseñara las premisas filosóficas que guiaron los primeros años del gobierno alfonsinista. Hay una tercera acepción, esa que remite, de modo alegórico, a la deliberada subasta del patrimonio nacional organizada por el menemismo.

Allí están, sentados a la mesa en la misma disposición de siempre. Debaten un texto olvidado de Jean Paul Sartre: “Las manos sucias”. Cada semana trabajan sobre un autor diferente a propuesta rotativa de cada miembro del grupo. La obra teatral de Sartre, por caso, llegó hoy a la mesa por iniciativa del periodista para abrir -según explicó- una discusión sobre las posibilidades de una intelectualidad orgánica en el complejo escenario actual.

-Ya no hay lugar para medias tintas. O estamos con el proyecto o nos quedamos pegados al gorilaje- dijo cuando ingresó al bar mientras exhibía el libro con su mano derecha en alto. Los otros, ya sentados, acompañaron el saludo con una leve sonrisa.

El primer cigarrillo se hace esperar. El ritmo lo impone una pausada lectura en voz alta de algunos fragmentos prolijamente subrayados con lápiz: “¡Qué importancia le das a la pureza, chico! ¡Qué miedo tienes de ensuciarte las manos! ¡Bueno, pues sigue siendo puro! ¿A quién le servirá y para qué estás con nosotros? La pureza es una idea de faquir y de monje…”.

Llueve, se mojan, sin embargo el cigarrillo no puede esperar. En un mismo movimiento, el filósofo guarda el encendedor, expulsa la primera ventisca de humo y ensaya un desahogo: -No puedo creer que la derecha junte tanta gente. Es muy peligroso que ese montón de fachos gane la calle.

El empleado ministerial recoge el guante.

-Bueno… eso es relativamente cierto. No todos los que fueron a cacerolear son fachos; es más, arriesgaría una hipótesis: varios de los que salieron votaron a Cristina.

-Yo tengo otra hipótesis: estás completamente loco- retruca el periodista. -¿Qué motivo hay para votar a la presidenta y poco después participar de un golpe contra ella? 

El aludido intenta salir del embrollo: -Dejame terminar la idea; la marcha del otro día desnudó las dificultades de la oposición para conducir cualquier crítica al gobierno. Fue, desde mi punto de vista, una implícita marcha contra la oposición.

Reingresan al boliche para pedir la segunda vuelta de café. La cuarta silla, por lo general vacía o usada como depósito de algunos bártulos, está ahora ocupada por un tipo con aires de sabiondo. Lo reconocen de inmediato por sus anteojos gruesos, su mirada corva y, sobre todo, por el tono de su saludo: -Je peux accompagner?

La presencia de Jean Paul Sartre, imponente, sorprende al grupo. –¿A quién se le ocurre prohibir el cigarrillo en los bares?- pregunta el viejo para romper el hielo y sin esperar respuesta.

El filósofo existencialista, el autor de La Náusea y de Crítica de la Razón Dialéctica se toma el café en un solo sorbo y, con la boca aún empastada, dicta una primera sentencia: -Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros.

La frase, una de las preferidas por el grupo, resuena en la propia voz de su mentor como una invitación a complejizar el debate instalado en la mesa. Luego, un largo silencio.

El profesor de filosofía supera el pudor inicial y decide intervenir; al fin de cuentas, está frente a un colega: -¿Maestro, cómo podemos usar ese valioso aporte suyo para pensar el cacerolazo de la oposición?

- Ni idea- dijo el célebre pensador. –Yo lo decía por esta absurda prohibición de fumar en los bares.

Se produce un nuevo silencio. Sartre retoma la palabra: -Yo participé del Mayo Francés, cuando mi obra había quedado en el olvido. Sin embargo, esos miles y miles de jóvenes me provocaron un gran entusiasmo. Los estudiantes y los obreros, lo que nosotros llamamos “el pueblo” y ellos designan “La gente”, sabían a lo que se enfrentaban pero también sabían lo que querían. Eso sí que es ganar las calles. Unidad y organización, como gusta decir a la morocha argentina. Lo que pasó hace algunos días aquí, mis queridos amigos, es algo muy diferente. ¿De qué espontaneidad me hablan? Esto estuvo armado por los medios para desgastar al gobierno popular. Ni siquiera puede compararse al movimiento de indignados de España, lo sé porque de allí vengo.

El empleado del ministerio se anima a un comentario mientras señalaba el libro subrayado. 

–Pero, mi querido y admirado Sartre, entre los manifestantes que salieron con sus cacerolas había quienes levantaron reclamos justos que, es cierto, se mezclaron con otros inaceptables. En política, usted lo sabe, nada es puro.

Sartre prende un cigarrillo. Los demás se levantan al unísono para acompañarlo a la vereda pero, con un gesto, el invitado les pide que se sienten: –Tranquilos, a mí nadie me ve; ya lo dijo una tal Shakira que canta, o vocifera, algo así como que no cree en mí ni en Marx… Pobre Carlos… en fin.

Luego sigue: -Existen reclamos y punto. ¿Justos? ¿Injustos? La gran batalla es, precisamente, establecer qué es lo justo o lo injusto en cada momento de la historia. Por eso la justicia de un reclamo no está en su esencia ideal, individual, sino en las relaciones sociales que promueve. ¡Cuidado!, el idealismo puritano nos invita a enamorarnos de los principios y perder de vista las condiciones reales en las que se inscriben los conflictos políticos.

El pensador francés retoma: -Hoy y aquí, los manifestantes sirvieron a los objetivos de la peor derecha golpista y reaccionaria. La pureza… –reabre el libro y retoma un párrafo marcado -"La pureza, decía, a ustedes los intelectuales, los anarquistas burgueses, les sirve como pretexto para no hacer nada, permanecer inmóviles, apretar los codos contra el cuerpo, usar guantes. Yo tengo las manos sucias. Las he metido hasta los codos en sangre y mierda. ¿Y qué? ¿Creen que pueden gobernar y mantener el espíritu blanco?".

El grupo lo mira con atención, nadie lo interrumpe
-El principismo es socio de la antipolítica, una mezcla que, posmodernismo mediante, dejó a todo el pensamiento crítico culo para arriba. Ahora, por fin, hay otros aires y una nueva oportunidad. Ensuciarse las manos, meter las patas en el barro como dicen ustedes, es transformar sin asco, sin fruncir la nariz. Es entender que ningún cambio profundo se impone mediante el reemplazo de todo lo malo de un solo plumazo. Desconfío de aquel que nos habla en nombre de la pureza infinita, sobre todo cuando fue la lacra que sostuvo a los peores regímenes autoritarios. Desconfío de la pureza porque en el barro, compañeros, se libran las batallas de la historia.

Sartre se levantó de la silla, el resto hizo lo mismo. Les pidió que le pagaran el café porque andaba sin un peso. El grupo lo despidió con secreta complicidad. Antes de salir, se volvió sobre sus hombros y se dirigió con voz alta a los habitantes de la mesa 5:

- Si me explican cómo entender al peronismo me tomo un cafecito más.

- Ernesto Espeche es Doctor en Comunicación Social de la UNLP, docente e investigador de la UNCuyo, director de LRA 6 Radio Nacional Mendoza.
APAS | Agencia Periodística de América del Sur | www.prensamercosur.com.ar
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
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