La humanidad ha visto muchas veces el levantamiento de un pueblo ante un ejército imperial o nacional, pero muy pocas veces el de un pueblo frente a dos ejércitos poderosos. Lo que ocurre por estos días en el departamento del Cauca es eso: un pueblo machacado y diezmado durante centenares de años se está enfrentando a dos ejércitos al mismo tiempo. Las Fuerzas Militares de Colombia son un poderoso aparato bélico entrenado, asesorado y dirigido por el Pentágono y el Comando Sur de los Estados Unidos con una experiencia de más de seis décadas de combate contrainsurgente. Mientras que las FARC son, allí en el Norte del Cauca, un ejército guerrillero con fuerza, experiencia y adaptación al territorio al que dicho aparato no ha podido doblegar ni desplazar.
Pero la asimetría que enfrentan los indígenas respecto a sus dos rivales es más escandalosa aún: el Ejército del Estado es uno de los principales actores que definen y ejecutan la política económica y social en la región a través del Plan de Consolidación del Territorio, heredero del Plan Colombia; esto significa que los recursos estatales para los municipios son administrados y entregados directamente por los militares desde sus batallones; es decir, que la política allí está al servicio de la guerra y no se distingue de ésta, lo cual les da otra ventaja adicional. Las FARC, por su parte, se presentan como representantes y depositarias de las luchas populares con lo que pretenden deslegitimar las luchas indígenas y suplantar sus organizaciones, sus autoridades propias, lo cual es un agregado del que extraen otras ventajas. Y frente a ellos, el Nasa es un pueblo que ha sido declarado en estado de extinción física y cultural, tal como la mayoría de los pueblos originarios de Colombia.
A esos dos Goliat, la comunidad Nasa les ha dicho: “váyanse de mi casa”. “No más guerra, no más grupos y ejércitos armados sea quien sea, no más atropellos, no más violaciones, no más invasiones a nuestros territorios.” Y enseguida, en multitud y en medio de bombardeos, ataques y enfrentamientos en los cuales ellos son las víctimas han comenzado a desmantelar las trincheras de la Policía y el Ejército, a desmontar campamentos de la guerrilla, a exigirles cara a cara a cada uno que se retiren de las posiciones que están ocupando en sus territorios. La fotografía de los indígenas levantando de las piernas y los brazos a un sargento armado para retirarlo ha dado la vuelta al mundo. Otras fotografías han mostrado la Guardia Indígena rodeando y expulsando de su posición a grupos de soldados o deteniendo a guerrilleros ¿Puede verse un ejemplo más contundente de valor civil y de coraje? ¿Un caso más aleccionador de independencia y autonomía?
La paradoja de los Nasa, la de un pequeño inerme aparentemente débil que se enfrenta a semejantes aparatos de violencia, sólo es posible por dos condiciones. La una es que ellos encarnan otro proyecto de vida y de sociedad que todos los días se esfuerzan por materializar. Ellos defienden una cosmovisión milenaria de unidad con la Madre Tierra, de reciprocidad y armonía con la naturaleza y con los demás seres humanos, una autonomía cultural y territorial y un autogobierno. Y muchas de sus ideas, que durante siglos fueron excluidas y sepultadas por el colonialismo, ahora vuelven a mostrar su valor ante las crisis que viven la modernidad y la civilización occidental.
Paradójicamente, ellos representan el futuro, el camino de las transformaciones sociales y políticas hacia las cuales marcha la humanidad; los otros, el pasado, el colonialismo, el estatismo, el autoritarismo y esto es lo que suscita la creciente solidaridad internacional con su causa.
La otra condición es que sus acciones muestran el camino hacia la paz: que son los movimientos sociales y la sociedad civil quienes deben tomar en sus propias manos el trabajo por la paz. Si el conflicto armado se continua degradando, si sus víctimas son las poblaciones civiles, si al Estado y las empresas extractivas transnacionales les es funcional la guerra para su depredación de los recursos naturales, si el país está hastiado de la guerra,
si la guerrilla no tiene la audacia de hacer otras cosas distintas a la reiterada confrontación armada, y si la vía militar ha demostrado que es incapaz de resolver el conflicto, entonces es apenas lógico pensar que sólo una gran movilización nacional, tejida desde abajo, es lo que puede remover los grandes poderes que están detrás de la guerra y presionar su final. Es lo que ellos se han puesto a hacer de manera consecuente y esto los conecta con el clamor soterrado que existe en Colombia por la paz; con esa necesidad que se expresa en las asambleas municipales y regionales constituyentes de paz, en las diversas iniciativas y propuestas de diálogos y acuerdos humanitarios, en las infinidad de actividades comunitarias y ciudadanas que todos los días trabajan por la paz.
Dados los poderosísimos intereses nacionales e internacionales de quienes se lucran de la guerra, es posible que los indígenas del Cauca no logren por ahora liberar a sus territorios de la “enfermedad del militarismo” de sus adversarios. Pero esas dos condiciones o factores de donde brotan su atrevimiento y su osadía se continuarán moviendo a su favor. Hasta ahora, su levantamiento ha despertado al país, ha puesto sobre el tapete la urgencia de la paz, ha movilizado una parte de la opinión pública en su favor y ha logrado que se autoconvoque un encuentro nacional para avanzar en “una ruta social común” hacia un Congreso por la paz.
Si a partir de esto se desata una cascada de acciones y movilizaciones por la paz, si los ciudadanos y ciudadanas de manera individual y colectiva toman mayor conciencia de que la paz está en sus propias manos, si florecen aún más las iniciativas y asambleas constituyentes de paz, y si, producto de todo ello, la solución del conflicto armado se convierte en una causa nacional irreversible que fuerce al Gobierno y a la guerrilla a dar pasos concretos en esa dirección, entonces el impensable pulso del pueblo indígena contra sus victimarios habrá sido un triunfo. Los tiempos de los indígenas son diferentes a los nuestros: otras Mingas, otras intifadas, otros levantamientos, otras movilizaciones, otras solidaridades vendrán no sólo en Colombia sino en todo el planeta.
Barcelona, 22 de julio de 2012
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