Talón de Hierro de Jack London
10/04/2012
- Opinión
Hace ya más de un siglo que, el extraordinario novelista estadounidense Jack London, escribió la novela “Talón de Hierro” que parecía, entonces, la visión enfebrecida de un futurista de las desgracias. Hoy, el gobierno de Washington, con el primer presidente afrodescendiente, ha sobrepasado con creces las negras predicciones del novelista. Estados Unidos de Norteamérica está dominado por un régimen que, en poco más de una década, ha anulado todos los derechos y todas las libertades de las que tanto se ufanaba el pueblo norteamericano. Es más, lamentablemente; gran parte de la población de ese país sigue creyendo que tiene derechos y libertades.
Se inició con el atentado contra las Torres Gemelas que dejó un saldo de más de 6 mil muertos. Los aeropuertos fueron el primer lugar donde todos debieron olvidar sus derechos, sus libertades y hasta su dignidad. Luego, el complejo bélico-industrial que denunció nada menos que el General Dwight Eisenhower, puso en movimiento su maquinaria y se lanzó sobre Afganistán, con el pretexto de buscar al jefe de la célula islámica Al Qaeda, Osama bin Laden. Casi sin darse tiempo para una tregua y aunque el Consejo de Seguridad de la ONU no dio su visto bueno, el gobierno de George W. Bush se metió en Irak. Cada hombre, mujer, niño o anciano de los territorios atacados, era un enemigo y había que matarlo.
La guerra no dio los sustanciosos resultados económicos que esperaban las empresas del complejo bélico-industrial. Fue entonces que, aprovechando las protestas de uno y otro pueblo árabe, el Pentágono, la CIA, la señora Clinton y el propio presidente recién estrenado, Barak Obama, se lanzaron sobre Libia y ahora se preparan para hacer lo mismo en Siria y desplegarse para un enfrentamiento encarnizado con Irán.
Todo esto podría parecerle lejano y hasta desdeñable a los habitantes de esa nación. Ni siquiera se conmovieron conociendo las atrocidades cometidas en las cárceles instaladas por sus soldados. Tanto fue así que, la jefa del grupo de maleantes que humillaban y torturaban a los presos, fue recibida como heroína en su pueblo. Por eso es que les parece hasta jocoso que haya una cárcel estadounidense en Guantánamo (territorio cubano ilegalmente ocupado desde hace más de un siglo) donde no se respetan las leyes norteamericanas.
Ahora bien. Si seguimos el trayecto que traza Jack London en Talón de Hierro y recordamos a Bertolt Brecht diciendo: “mientras les tocaba a otros, no me importaba; ahora me toca a mí y ya no hay tiempo”. Si, siguiendo ese derrotero llegamos, sin transición, a la última disposición del gobierno de Obama, nos encontramos con el anuncio de que ya no hay derechos ni libertades.
De hecho, se trata de una nueva norma: Ley de Autorización de Defensa Nacional, o NDAA, autorizando que el gobierno niegue el derecho a un proceso judicial imparcial a todos quienes determine que son terroristas o simpatizantes de ese enemigo (musulmanes, castristas, chavistas o evistas) –incluidos ciudadanos estadounidenses– y a los que podrá mantener en detención indefinida. La legislación, que permite el uso de las fuerzas armadas para detener a cualquier civil en cualquier parte del mundo es tan ambigua, que puede calificar a casi cualquier ciudadano. Es que la definición de simpatizante del terrorismo es tan amplia que pone en riesgo a activistas, intelectuales y hasta periodistas.
Quienes vivimos en el mundo que, durante mucho tiempo, fue conocido como Tercero, estamos preparados para enfrentar a Talón de Hierro; de hecho, hemos tenido nuestros propios dictadores capaces de atroces crímenes. Los norteamericanos tienen que recuperar la memoria. El tiempo del “macartismo”, en la época del presidente Harry Truman, cuando fueron ajusticiados los esposos Rosenberg, acusados de ser espías soviéticos, sin haber tenido nunca contacto con Moscú ni sus aparatos de espionaje, ese tiempo, fue la primera llamada de atención. Hoy está en pleno desarrollo la dictadura a nombre de una democracia que nadie conoce. Si no se preparan, sufrirán duras consecuencias. Aunque, a decir verdad, hace ya más de una década que están perdiendo una a una sus libertades.
También nosotros, hombres y mujeres de Nuestra América debemos tomar recaudos. La Constitución Política del Estado boliviano manda que se revisen los tratados internacionales para adecuarlos a las disposiciones de la Ley Magna. Es oportuno que, en el proceso de acercamiento con Estados Unidos de Norteamérica, revisemos los tratados y reafirmemos que, por encima de cualquier otra consideración, las personas que habitan Bolivia, sean nacidas aquí o en cualquier parte del mundo incluyendo USA, están sujetas a las leyes bolivianas. No puede volver a ocurrir que, un comando de la CIA, la DEA o cualquier organismo de espionaje norteamericano, ubique a una persona, la capture y se la lleve a Washington. Así ocurrió con Luis Arce Gómez y, el entonces presidente Jaime Paz, para guardar apariencias, debió decir que él había autorizado el operativo, aunque todos sabemos que no tenía atribuciones para hacerlo.
La forma de poner coto a la larga mano imperialista es la promulgación de una ley que prohíba, expresamente, el secuestro por comandos de otro país. Una acción de ese tipo será impedida con todos los medios al alcance de nuestro gobierno. Si no es posible hacerlo, sentar de inmediato una denuncia ante tribunales internacionales y reclamar la devolución del o la secuestrada. En tanto eso no ocurra, las relaciones con aquel país prepotente deben quedar suspendidas.
No podemos perder nuestra soberanía y mucho menos al servicio de una potencia que se proclama ante sí, gendarme mundial.
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