Complejidad y pluralidad de la familia cristiana

29/12/2011
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  • Opinión
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Hoy, 29 de Diciembre, como en años anteriores, se da en la Plaza Colón una gran concentración,  para reivindicar y ensalzar los valores de la  familia cristiana.   El fenómeno es nuevo por la notoriedad  del movimiento conservador  y el respaldo público otorgado por la jerarquía católica.
 
Pensamiento integrista sobre la familia cristiana
 
La mentalidad, que anima  este movimiento pro familia cristiana, parece estar poseída por las siguientes ideas:
 
 - La familia, basada en el matrimonio, tiene como finalidad primaria la procreación.  Ningún medio natural o artificial debe impedir la apertura de la relación sexual conyugal a la vida.
 
-  El matrimonio es absolutamente indisoluble, por lo que el  matrimonio civil entre bautizados es nulo.
 
-  El óvulo fecundado  tiene derecho a la vida, de modo que cualquier interrupción del embarazo es un asesinato.
 
- Cualquier relación  sexual entre personas  del mismo sexo o cualquier excitación en solitario es algo que va contra la naturaleza (La homosexualidad es un vicio nefando y la masturbación un vicio contra naturam).
 
- La educación de los hijos depende de la familia y no es competencia de la  Sociedad ni del Estado. La asignatura de educación para la ciudadanía propuesta por el Estado es ilegítima.  Las leyes democráticas que   legalizan  el divorcio, el aborto,  la educación no confesional  para la ciudadanía, la venta libre de anticonceptivos (aunque sea para evitar el contagio del sida)  y el matrimonio de personas  del mismo sexo son contrarias  a Derecho y resultan ilícitas.  El Estado debe proteger a la familia castigando a cuantos abandonan el hogar y a cuantos intentan cualquier tipo de aborto, aun aquel en que peligra la vida de la madre (aborto terapéutico).
 
Pensamiento moderno y conciliar sobre la familia cristiana
 
Frente a este modo de entender la  familia cristiana, exponemos otro con interpretación cristiana distinta.
 
- Basado en el matrimonio,  este modelo no tiene como finalidad primaria  la procreación,  sino que es “una comunidad íntima de vida y amor”, con plena razón de ser  aun cuando falte la descendencia. La paternidad responsable hace que los esposos puedan elegir medios contraceptivos (no abortivos) que les permitan  asegurar  su amor cuando éste es valor mayor y entra en conflicto con otros valores.
 
- La indisolubilidad  no aparece en el Nuevo Testamento como un valor  absoluto inderogable en toda pareja, sino como un ideal al que hay que tender. La economía salvadora de Dios sabe compaginar la misericordia con la fragilidad y limitación humanas, entendiendo que el ideal es muchas veces enemigo de lo mejor.  El matrimonio civil es el único que estuvo vigente en la Iglesia durante  siglos. La apropiación  que de él ha hecho la Iglesia para administrarlo entre católicos, no niega el matrimonio como realidad natural, creada por Dios,  del que derivan propiedades  que no desaparecen en el matrimonio cristiano. El amor, inspiración fundamental, es la misma en ambos y autoriza  a mantenerlo como cristiano cuando surgen fallos  irrecuperables y puede tener, entre contrayentes cristianos, significado cristiano aun cuando la ley lo relegue a  matrimonio civil.
 
- La cuestión del aborto, con  determinación del momento en que hay vida en el proceso de la concepción, no pertenece al dogma ni a la fe; es una cuestión humana que hay que dirimir con la ayuda de las ciencias. Todos estamos  a favor de la vida, pero observando los pasos necesarios antes de  concluir cuándo se da esa vida. Una hipótesis científica, hoy bastante generalizada, afirma que el  embrión no es  individuo humano sustantivizado hasta las ocho semanas.
 
- La homosexualidad es también un problema humano, sobre el que no hay normas cristianas específicas. Es, en todo caso, un hecho existente en todos los pueblos y culturas y, en la actualidad, ya no se la puede calificar de enfermedad, anomalía o  perversión, sino que puede ser considerada  una variante legítima, aunque minoritaria,  de la sexualidad humana.
 
- Una sociedad democrática, con gobierno democrático, tiene poder moral para debatir estos temas y darles democráticamente  un estatuto jurídico con leyes oportunas. El matrimonio entre homosexuales no  es equiparable ciertamente  - por su imposibilidad de tener hijos biológicos- al matrimonio tradicional, entendido éste  como matrimonio entre un hombre y  una mujer, pero sí  es un  proyecto de vida entre dos personas, que pueden ejercer una paternidad - maternidad fecundas en otros  aspectos.
 
- La condena de la masturbación se ha basado  en el supuesto precientífico de creer que el varón con el gameto masculino era la causa total de la vida, y frustrarlo equivalía a frustrar una nueva vida. La valoración de la masturbación parte hoy de otros planteamientos.
 
- Es una abstracción partir de que, en la educación de los hijos, el derecho pertenece en exclusiva a los padres. El derecho a ser educado es de los hijos y, en una Escuela, Sociedad y Estado democráticos, ese derecho es compartido de diversa  manera por unos y por otros. Tan es así que no son pocos los casos en que, ante el abuso o irresponsabilidad  de los padres, intervienen instituciones sociales o el mismo  Estado para asegurar la salvaguarda de ese derecho.
 
- En una sociedad democrática, plural, el contenido educativo se extrae  básicamente de la naturaleza de la persona,  que incluye   propiedades, objetivos y consecuencias que atañen a todos, independientemente de la religión que se profese o de  que no se profese ninguna. Las exigencias morales de una u otra religión no son materia para proponer a todos mediante leyes vinculantes.
 
- Un Estado democrático no podrá negar nunca el derecho a la libertad religiosa: ser creyente, serlo de una u otra religión,  no serlo de ninguna. Pero ningún creyente o ateo  podrán  exigir  que su fe sea impuesta a los demás por el Estado mediante  legislación concreta.
 
- Las leyes en una sociedad democrática se debaten, se aprueban en el Parlamento y se promulgan por el Gobierno. Atendiendo a la racionalidad y ética humanas civiles, esa sociedad democrática puede legislar  las leyes que considere más justas y oportunas sobre temas humanos, incluidos los del aborto, divorcio, etc. En la preparación de esas leyes,  los católicos tienen todo el derecho del mundo  a intervenir con cuantos argumentos crean conveniente.
 
 Bajo el peso de un modelo cultural heredado
 
En  la posición de quienes defienden un único modelo de familia cristiana con exclusión de otras modalidades, bullen ideas  repetidas en documentos y asertos eclesiásticos del pasado, hoy superadas por el Vaticano II:
 
-  La religión católica es la única verdadera: “Fuera de la Iglesia no hay     salvación”.- La libertad de conciencia es un error venenosísimo. - La libertad religiosa es un delirio.
 
- La libertad  de pensamiento, de prensa, de palabra, de enseñanza o de  culto no son derechos concedidos por la naturaleza del hombre. - La conciliación entre socialismo y catolicismo es imposible. No se puede ser socialista y  católico a la vez. El comunismo es intrínsecamente perverso. -  La existencia de clases en la sociedad es voluntad de Dios. - La Iglesia católica, depositaria de los valores espirituales y morales, está por encima de los valores temporales y humanos y tiene derecho a recabar la sumisión y subordinación de los Estados.
 
.. Estas pautas, - literalmente sacadas de  encíclicas o documentos  tales como Concilio de Florencia 1452,  Quod aliquantum 1791,  Mirari vos 1832,  Syllabus 1864,  Libertas 1888,   Vehementer 1906,  Quanta cura, etc -,  propias de un régimen de cristiandad y de un nacionalcatolicismo,   han sido revisadas profundamente por el concilio Vaticano II y  ya hoy no se pueden mantener por un buen católico
 
Lo expuesto  apunta a que más que de diversos modelos de familia, podemos  hablar sobre un único modelo que presenta grados y variantes diversas. Pienso que más que incompatibilidad hay diferencias, que surgen por tratarse de una  realidad  compleja, defectible y dialéctica, como es la humana. Averiguar los presupuestos de esta complejidad  nos acerca seguramente a la comprensión y solución del problema. Apunto algunos.
 
 Primero: Fuera de la Iglesia no hay salvación
 
En sentido estricto creo que podríamos reducir a una la causa fundamental de la incompatibilidad  que estamos viviendo, expresada en una mentalidad católica, que no comparte la laicidad como consecuencia de la  modernidad  y que sigue profesándose como única doctrina que puede entender al ser humano, guiarlo y salvarlo. El catolicismo se reserva la explicación y salvación del ser humano y descarta cualquier otra concepción. El hombre por sí mismo, desde su propia estructura y condición, sería impotente para realizarse éticamente, liberarse y salvarse. Esa liberación la  ofrece únicamente la religión católica.
Segundo: El estado no tiene poder moral para legislar
 
Si la religión católica se coloca en la sociedad como centro único capaz de dictar la  moral, está claro que no admitirá que el Estado, por más  democrático y  aconfesional que sea,  pueda    atribuirse el poder de enseñar, transmitir moralidad y  promulgar leyes que aseguren el bien y perfeccionamiento de los ciudadanos.
 
Este oficio se lo reserva para sí  la Iglesia católica , por varias razones:  porque el saber perfecto es el saber “revelado” o católico; porque el saber racional no puede desligarse ni independizarse del teológico; porque el hombre no se basta a sí mismo para realizarse y salvarse: la salvación humana es imposible sin la revelación cristiana;  porque la Iglesia católica institucionalmente hablando y en su área de influencia, se ha  aliado como guía y justificadora del poder civil, ( residente casi siempre en la derecha); porque un gobierno socialista proviene de  una tradición más bien  revolucionaria y atea, lo que le hace  incapaz  para formular  leyes moralmente  justas.
 
Tercero: Las realidades humanas no son admitidas en su autonomía y valor
 
Y, finalmente, la historia vivida, -larga historia-, demuestra que esa mentalidad católica, hasta el Vaticano II, no fue capaz  de reconocer la dignidad  e inviolable autonomía de las realidades terrenas. La Iglesia ejerció siempre una superior tutela y de ahí surge ahora espontánea la misma tendencia. No se ha liberado de ella, la añora y, al perderla, cree que el mundo se precipita a la ruina.
 
En vez de admitir como natural los cambios legítimos  del mundo moderno y de nuestra época, de discernirlos en lo que tienen de positivo y negativo, de  admitir la emancipación  en tantos y tantos lugares como fruto de la racionalidad, de  la justicia y de  la solidaridad humanas; en vez de   adaptarse y colaborar como prescribe el Vaticano II con los nobles anhelos, propósitos y metas de la sociedad actual, persiste en hacer valer su imperialismo religioso de antaño y en no admitir ni tratar evangélicamente la realidad  maravillosa pero débil y pecadora al mismo tiempo del ser humano, que le acompaña -¡cómo no!-cuando se casa.
 
En todo caso, el hombre es libre, tiene derecho a equivocarse, y no se lo puede entender, en buena teología católica, si se lo constriñe a buscar contra su conciencia  la  liberación y salvación.
 
Sí que se puede,  y ojalá sea el nuevo camino, a  partir de lo que  a todos nos une (dignidad, derechos y obligaciones), valorar luego  las propuestas que libremente y como oferta  hacen cada una de las religiones para lograr la realización y felicidad personales.
 
Algunas claves para entender el cambio
 
Sería irreal presuponer que, en la vida humana, los ideales propuestos han de ser  puntualmente conseguidos. La vida es  cambio, proceso, conflicto, fracaso, solución. Y es que la persona  es libre (no es conforme a su naturaleza que el bien y la verdad se le impongan; defectible (puede equivocarse y tiene derecho a rectificar); interdependiente ( se hace en una comunidad y es condicionada por la cultura).
 
 La perfección o plenitud es un bien, pero cuando se consigue desde dentro,  como resultado de una maduración y adhesión libre de la persona. Los estancamientos, los retrocesos, los fracasos son propios de la vida humana y no se pueden eludir a base de exigirle renuncias o sometimientos que la esclavicen. Una adecuación con la ley, conseguida con temor y opresión, es una ficción y resulta contraproducente.  En la vida humana el  trigo y la cizaña crecen juntos y corresponde a la sociedad y a las personas hacer la  criba y discernimiento con el menor atropello de lo  esencial.
 
¿Ha entrado en crisis la familia, la pareja, la moral sexual o un determinado modelo de familia, de pareja y de  moral sexual? ¿El modelo, que no pocos añoran,  respetaba los valores fundamentales de una pareja interpersonal, de la igualdad de la  mujer y de los hijos, de una sexualidad propiamente humana?
 
Nuevos conocimientos alimentan una nueva conciencia y ponen al descubierto el atraso y la insuficiencia de  determinados modos de pensar anteriores  que no hacían justicia a la realidad. El que la antropología, la filosofía, la ética y la teología  recalquen hoy la dignidad humana, sus derechos inviolables, es un progreso  legítimo, que nadie puede impugnar. E, indirectamente, están erosionando cantidad de actitudes, procedimientos y leyes contrarios a esa dignidad.
 
1. El ejemplo de los divorciados  en la Iglesia católica
 
 Es un hecho la existencia de miles y miles de parejas católicas divorciadas, en España y en el mundo entero. Entre esos miles, es innegable que muchos han llegado a una situación extrema de conflicto y fracaso, donde el sentido común y la razón aconsejan una separación  o un divorcio.
 
 ¿Qué ocurre con estos miles de parejas que, pese haber iniciado un proyecto con amor y haber luchado por mantenerlo, llega un momento en que fracasan y su convivencia es del todo imposible?
 
Para ellos, la respuesta es que, si se casaron con amor y libertad, no hay solución, no hay más solución que ponerse a convivir, remontar el fracaso y demostrar que siguen siendo marido y mujer. ¿Auque no vuelvan a amarse nunca?   Hablamos de situaciones  de fracaso, donde el amor ha muerto. Y si el amor ha muerto, ¿qué clase de matrimonio puede haber?
 
La solución jurídica para estos casos es inexistente. Deben seguir figurando públicamente  como matrimonio,  aunque nunca más lo sean. Y si se casan, por lo civil obviamente, ese matrimonio no les es reconocido  y se les califica muy negativamente.
 
Esta postura es, en primer lugar, impropia de la tradición católica. La absolutización  del valor de la  indisolubilidad no siempre fue así. La indisolubilidad es un valor-ideal, que ojalá todos vivieran como algo propio, desde dentro, un valor que corresponde al plan original de Dios, pero Dios no lo impone a todos, en todo lugar y circunstancia, sino que, en casos de fracaso e incapacidad humana, Dios actúa con la economía de  la comprensión, del perdón y de la misericordia.
 
Y esta economía misericordiosa encaja con la condición propia del matrimonio que, al estar basado en  personas libres, no excluye  que el proyecto corra riesgos, conflictos graves y acabe en fracaso y ruptura. La  defectibilidad es un propio del ser humano y, cuando se da, debe ser atendida, racional y amorosamente. La perfección  no siempre se logra en este mundo. El ideal es algo a lo que hay atender, pero hay situaciones en que, empeñarse en mantener el ideal, se convertiría en contraproducente. Siempre hay que procurar lo mejor, pero lo mejor no coincide siempre con el ideal. Son muchas las situaciones en que, sin renunciar al ideal, debemos procurar lo mejor. Lo mejor es muchas veces enemigo del ideal.
 
2. El caso emblemático de los  homosexuales
 
 No hablo de unión homosexual o de matrimonio homosexual, por una razón muy simple: porque es inútil hablar de uniones homosexuales, querer reconocerlas, y reconocerlas jurídicamente,  si previamente no se reconoce la validez de la homosexualidad. La batalla se plantea en este terreno: ¿se admite o no la homosexualidad, es decir, como una variante legítima  de la sexualidad humana, que la hace éticamente  válida?
 
Ciertamente, es un  progreso recomendar respeto a los homosexuales, con exclusión de todo lo que sea despectivo o vejatorio. Los homosexuales son personas y, como tales, merecen el mismo respeto que todos los demás.
 
Pero, la inculcación de ese respeto carece de base, es en cierto modo aparente, si luego se sigue manteniendo que la homosexualidad y la relación entre homosexuales es  desordenada, desviada, intrínsecamente perversa. Por más que se proclame, si yo  mantengo que el homosexual es un desviado y un perverso, en el fondo  seguiré abrigando distancia,  temor y desconfianza.
 
Se trata, por tanto, de averiguar si la homosexualidad, éticamente hablando, teológicamente hablando, es admisible o no.
 
 a)  La postura actual de la ciencia
 
La homosexualidad es un fenómeno ligado a la condición humana. “Los estudios médicos, psicológicos, antropológicos  y sociológicos  apuntan de modo inequívoco  hacia la descalificación  de la homosexualidad  como enfermedad, desviación psicosopática o perversión sexual. La homosexualidad va siendo reconocida como una orientación  sexual que la naturaleza permitió. En razón de ello , el Consejo de Europa  ha instado a los gobiernos  de sus países miembros  a suprimir cualquier tipo de discriminación  en razón de la tendencia sexual” ( C. Domínguez Morano, La homosexualidad en el sacerdocio y la vida consagrada, ST, 2202, nº 90, pp. 133-134).
 
 b)     La postura de la Iglesia Católica
 
Todavía hoy, dentro de la Iglesia católica, se da un firme rechazo  a admitir la homosexualidad como un hecho natural de validez ética. Existe, sin embargo, en ella una postura abierta y crítica  que muestra disentimiento y exige cambios hacia el futuro. Pues esta  norma, como otras, es deudora de unos presupuestos del pasado  que no concuerdan con los nuevos avances de las ciencias.  La fidelidad al Evangelio  no tiene por qué incluir la fidelidad a un modelo cultural heredado, hoy en buena parte  sobrepasado.  Cito, como muestra de esta postura, las palabras del teólogo Schillebeecks: “En lo que respecta a la homosexualidad, no existe una ética cristiana. Es un problema humano, que debe ser resuelto de forma humana. No hay normas específicamente cristianas para juzgar la homosexualidad” (Soy un teólogo feliz, Madrid, 1994, p. 109).
 
Por otra parte, y para una visión –seguramente sorprendente para muchos- remito a mi largo artículo “La ley de los matrimonios homosexuales” publicado en la revista Exodo (1906, págs. 18-27, nº 85). En él, cito la consistente  investigación realizada por John Boswel que llega a concluir que “La iglesia primitiva (siglos VI al XIII) no sólo era tolerante con las relaciones románticas  y eróticas entre varones, sino que las santificaba ceremonialmente”.
 
- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.
https://www.alainet.org/es/articulo/154975
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