De antiglobalizadores a “indignados”
22/10/2011
- Opinión
“Sería horrible que sintiésemos la opresión pero no pudiésemos imaginar un mundo diferente, soñar con él como proyecto y entregarnos a la lucha para su construcción”. Paulo Freire
El siglo XX parecía cerrar victorioso en cuanto a la implantación de la dictadura financiera global, hasta que en la ciudad de Seattle en Estados Unidos, se inició una protesta masiva en 1999, con más de 50 mil participantes que saboteó la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC). De allí en adelante se iniciaría un ciclo de una década de inconformismo social, que va a converger con los foros sociales mundiales -teniendo estos últimos su origen en Porto Alegre (Brasil) en el año 2001-.
Las consignas claves de los antiglobalizadores y quienes participaban en los foros sociales, eran, entre otras, el rechazo a las corporaciones monopolistas lambucias que estaban eliminando las soberanías de los pueblos, saqueándoles sus materias primas y provocando una relación comercial desigual. Otro punto era intentar frenar el endeudamiento avasallante que la estructura financiera neoliberal, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional imponía a los llamados países en “vías de desarrollos”. Se trataba de respuestas globales a planteamientos globales de aniquilamiento diseñados desde los centros de decisión político, financiero y militar a nivel de Europa y Estados Unidos.
El movimiento social durante esa década se movilizó en los cinco continentes, desde África a Asia, desde América a Oceanía. Fue incesante y desconocía cualquier tipo de autoridad, protagonismo y liderazgo impuestos, desde las esferas del poder o por la dictadura mediatica. A todo este movimiento de respuesta social mundial se sumaron los migrantes europeos provenientes de las antiguas colonias, quienes eran rechazados en Italia, Inglaterra, España y Francia. En este último país recordamos cuando fueron asesinados dos africanos musulmanes a manos de la policía, y el ahora presidente galo, Nicolás Sarkozy –quien en aquel entonces se desempeñaba como ministro del Interior-, llamó a los manifestantes “basuras, ratas, escoria”, expresiones que fueron indignantes, provocando que las protestas antixenófobas tomaran no solo París, sino que se expandieran a otras ciudades francesas. Por último, tenemos las manifestaciones en EE UU contra la guerra de Irak y Afganistán, realizadas a finales de la década pasada.
Entre 1999 y 2009, la característica predominante fue el cuestionamiento global, que luego el mismo sistema represivo-persuasivo fue disuasivamente diluyendo. Todo ese movimiento no consiguió un hilo conductor para amarrar una agenda con objetivos claros y precisos. Solo con la manifestación contra el cambio climático en Copenhague, el movimiento retomó algunas viejas consignas.
Pedagogía de la indignación
El comienzo de la segunda década del siglo XXI nos sorprende con la llamada primavera árabe, con los movimientos sociales en Túnez y Egipto que luego se extenderían hacia parte del norte de África, coyuntura que aprovechó la OTAN para provocar desordenes en Libia y deshacerse del presidente de esa nación, el coronel Muamar El Gadafi, a través de los bombardeos, cosa que no hizo con los otros países que estaban envueltos en casos de dictaduras prolongadas y con elites cerradas en el poder que no distribuían las riquezas del pueblo para el pueblo. Más de 50 mil millones de dólares en pérdidas es el costo de la primavera árabe, sin tomar en cuenta al casi un millón de desplazados y refugiados de Libia y Túnez. Aquí las consignas y los hechos que motivaron el desenlace fue el autoritarismo de los gobernantes, la aberrante y grosera jerarquía social de las elites encumbradas en el poder, la falta de democracia participativa, donde dos o tres mamarrachos decidían por la mayoría, y la represión hacia los que tenían criterios diferentes para construir un mundo mejor. La tercera fase de todo ese movimiento de movimiento hoy se articula en solo nombre, Los Indignados, que arrancó el pasado mes de mayo en Madrid contra la dictadura del bipartidismo PSOE-PP, el estrangulamiento de los bancos, el desempleo y las medidas de asfixia social del Estado Español.
Asi mismo, en EEUU, desde comienzo de año, los desempleados y migrantes harían algo parecido hasta llegar recientemente a la toma del centro financiero mundial: Wall Street en New York y su extensión a varias ciudades estadounidenses. Ojala que los indignados de Wall Street no sean absorbidos por el discurso persuasivo-disuasivo de Obama, quien para congelarlo expresó que el exlíder afronorteamericano, Martin Luhther King pudiera ser un indignado si estuviese vivo, y luego cerrando vergonzantemente su discurso expresó que había que “recomponer” a los mafiosos de Wall Street. Ojala que los indignados de España se atrevan a pedir que sus impuestos no sigan contribuyendo a gastos superfluos de ciertas elites con mucho tiempo en el poder, desde casi la edad media.
La indignación es hoy una pedagogía para la acción que se ha venido consolidando en la primera década del siglo XXI, como decía el pedagogo brasilero Paulo Freire: “sería horrible que sintiésemos la opresión pero no pudiésemos imaginar un mundo diferente, soñar con él como proyecto y entregarnos a la lucha para su construcción” (pedagogía de la indignación).
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