Murdoch, el juicio de oropel
20/07/2011
- Opinión
¡Detente!, ¡detente! Por la actitud protectora, esas debieron ser las palabras de la señora Wendi Deng cuando un hombre trató de impactar la cara de su esposo, el magnate de los medios de comunicación britano-estadounidense, Rupert Murdoch, usando un plato con espuma este martes 19 durante su comparecencia ante el Parlamento británico. La actitud de este hombre que intentó ofender a Murdoch, resume el trato que muchos seguidores asiduos de medios como el amarillista News of the World recién cerrado, o el diario The Sun, quisieran propinarle en estos momentos.
El engaño a los lectores por la simple falta de un código de ética en el ejercicio profesional de medios [¡vaya tratándose de un consorcio mediático de la era globalizada o de países desarrollados!], de la mano de un comportamiento inmoral carente del mínimo respeto a la dignidad y hasta la vida de las personas, ese sí que le estalló en la cara al dueño de varios medios de comunicación —impresos más televisión— y hoy amenaza derribarlo, si es que la libra del proceso en su contra que apenas comenzó.
En el banquillo de los acusados preparado por el Comité de Cultura, Medio y Deporte de la Cámara de los Comunes, aparecieron también la exdirectora de News of the World, y el junior James Murdoch. El magnate de News International dijo, con la víscera aflorando que le caracteriza, que ese era “el día más humilde de toda mi carrera”. Pero prometió “trabajar sin descanso” en lo subsiguiente, para ganarse el perdón de las víctimas de la intercesión telefónica con la que sus reporteros escribían sus notas sin dejo de diligencia periodística.
Ah, pero eso sí, el señor Murdoch aceptó que “lo traicionaron”, pero que él era el “responsable”. Los empleados le jugaron chueco: “Se comportaron de manera vergonzosa, me traicionaron a mí y a mi compañía, pero soy el responsable de pagar el precio”. Y la mejor purga: “Soy la persona más indicada para limpiar esto”. Pero sabe que se juega el pellejo; la sobrevivencia de su emporio mediático.
Sin embargo, es casi seguro que lo logrará. ¿Por qué? Fácil. Murdoch se ufana de su emporio: 52 mil empleados, 57 años de actividad “profesional”, dueño de 200 periódicos que cotizan en bolsa, etcétera. Pero más allá, hace alarde de sus relaciones políticas con actores de primer orden en la política, la cultura y los espectáculos de la Gran Bretaña y los Estados Unidos. Y las relaciones en la política valen oro para un tipo de negocio como este. Por ello mismo las acciones del New Corp. se comportaron al alza en las bolsas de valores el mismo martes. Como si las actitudes de Murdoch, que a todas luces trata de camuflar un escándalo que lo mantiene en la tablita y hasta lo puede derribar, fuese la artimaña que le está dando los resultados esperados.
Luego los Murdoch le echaron la culpa a los asistentes jurídicos de la empresa, al bufet para asuntos legales Jon Chapman, por no avisarle de las prácticas criminales, quien conserva en sus archivos detalles del tipo de prácticas desde hace tres años. No así a sus directores. Luego Murdoch dio la cara para defender a Rebekah Brooks, de News of the World, y al director ejecutivo de la compañía, Les Hilton.
Murdoch reconoció tomar el té con Cameron por el apoyo electoral que le brindó, e igualmente lamentó el distanciamiento con Gordon Brown por tamaña batahola. También que el escándalo fue más allá del encarcelamiento de los acusados en 2007 por espionaje telefónico, Clive Goodman y Gleen Mulcaire. No aceptó los señalamientos referentes a la presunta intervención de teléfonos de las víctimas tras el 11/S en Estados Unidos, los atetados contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001. “No tenemos evidencia de ello”, dijo Murdoch.
Y luego rechazó estar en contacto permanente con sus editores. “Muy rara vez”, porque aludió tener una multitud de asuntos que tratar. Y porque News of the World era una parte muy pequeña dentro del esquema general de la compañía. La decisión de cerrarlo fue de él y su hijo James, que luego consultarían con Rebekah, los más altos directivos.
Por supuesto que, seguramente abusando del desconocimiento de los parlamentarios de cómo funciona un diario, una revista o un semanario, acá o en China —más cuando representa un elevado número de ejemplares y la subsecuente publicidad que recaba los ingresos para el medio en cuestión—, se ignora que los directivos cuidan siempre si no los contenidos sí la línea, previa definición de las políticas y las prácticas profesionales a seguir de manera cotidiana. Que no siempre responden a la ética cuanto a los dineros.
Y en ese sentido, un medio no podría soltarse nunca en las manos de unos directivos ignorantes o que no responden a los intereses mediáticos del emporio en cuestión. Mucho menos si no sabe qué hacen los reporteros para conseguir las noticias que luego alcanzan la jerarquía suficiente para destacarse en la portada. Peor tantito si se anticipa que generarán escándalos, o cuando son primicias. Más porque los señalamientos contra los medios de Murdoch son varios y despertado escándalos que por todos los medios se han tratado de ocultar.
La prensa amarillista es como la de nota roja; busca dar en el blanco, ser el primero en ofrecer la noticia de que se trate y presentarla de la mejor manera, o la más atractiva para el lector. Por lo que se ve, Murdoch está tratando de camuflar muy bien su estilo de ofrecer periodismo, presentado notas que se obtienen únicamente por canales ilegales. El espionaje telefónico, ni más ni menos que el tipo de prácticas orquestadas por organismos como la CIA u otras instituciones de inteligencia de EU o del mundo.
Si de todas maneras la libra y triunfa la impunidad —todavía el interrogatorio no pasa a manos de la policía— el emporio de Murdoch irá en picada paulatina por dos motivos principales: 1) Pronto se percatará que ha perdido credibilidad entre sus asiduos lectores de antes; 2) La web está invadiendo los terrenos de los medios tradicionales y pronto hasta la publicidad se trasladará a la red. Los intereses de por medio son cuantiosos. Pero los lectores son más y ellos sabrán determinar el futuro de un emporio que ahora pasa por un juicio de oropel. La señora Murdoch no estará siempre presente para defenderlo.
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