Estado de bienestar, muerte anunciada
20/06/2011
- Opinión
Es claro. Los hombres ricos, aquellos que concentran la riqueza en pocas manos, no quieren perder un céntimo de lo que tienen; ni en tiempos de Jauja, menos en periodos de crisis económica, sin importar quién haya sido el causante y a cuántos se lleven entre las patas. Porque la ley de producción y reproducción del capital es ganar-ganar y hacia allá empuja la tasa de ganancia. No admite pausas ni pautas de retorno, y por ello cada que pueden los hombres del dinero presionan para pagar menos por concepto de salarios a los trabajadores o prolongan la jornada laboral más allá del periodo cuya conquista histórica es de ocho horas de trabajo. Al fin que para eso tienen al instrumento llamado Estado.
Es claro que entre más “desarrollados”, los países concentran mayor riqueza —las bondades del libre mercado de Adam Smith y David Ricardo, claro está— y guardan en su seno a los barones del dinero también más ricos. Y hacia abajo [hay sus excepciones con México que posee al hombre más rico del Mundo, Carlos Slim, siendo un país “en desarrollo”, pero está de lastre porque hacia allá lo han conducido los últimos cinco gobernantes neoliberales, de derecha o proempresariales paro el fin entreguistas a los lineamientos estadounidenses], los países que les siguen también andan tras las mismas huellas. Desde los que conforman el G-7, al BRIC y el grupo de los 20, hasta alcanzar a los menos desarrollados de Asia y Latinoamérica, y los más pobres de África.
Porque entiéndase, según lo estableció Carlos Marx, la dinámica del capital mundial tiene sus leyes, así sean muy intricadas y a ellas está sujeta la dinámica capitalista, por mucho que se pretenda maquillar su semblante “globalizador”, de ilusiones mercantil-publicitarias y de supremacía tras haber derrotado al esquema socialista soviético —el mayor contrapeso, generador de la Guerra Fría y opositor férreo de la égida imperial estadounidense, con todo y se haya hundido por sus propios errores—, y fundar así el Fin de la historia.
El capital-imperialismo global representa un lastre que empuja incluso hacia la destrucción del planeta, en su carrera por alcanzar mayores niveles de ganancias explotando todo lo explotable, lo imaginable e inimaginable convirtiéndolo simplemente en una mercancía. Pero sobre todo, utilizando todos los inventos a su alcance, que para eso sirve desarrollar los instrumentos con la ciencia y para la guerra.
Pero he ahí, que siempre que se cantalea el auge por voceros y pregoneros del libre mercado o crecimiento sin límites del capitalismo [pese a advertencias como la elaborada por el MIT, bajo encargo del Club de Roma en 1972, véase Los límites del crecimiento], viene la crisis. Porque las crisis son periódicas o cíclicas, de corto o de largo plazo [véase también Las ondas largas del crecimiento económico, de Ernest Mandel basado en la idea de Nikolai D. Kondratiev]. Y arremeten de vez en vez, cuando un período de desarrollo de la ciencia aplicada —o en el sentido clásico marxista de desarrollo de las fuerzas productivas que incluye a la mano de obra, ¡desde luego!— se agota por sus fueros.
Y así, crisis frente a crisis, los trabajadores son los que pierden para dar pie al nuevo ciclo de producción y reproducción de nuevo capital; o el mismo pero bajo nuevas actividades que regeneran procesos productivos. Es cuando se echan a caminar los inventos que traen aparejado un renovado periodo de producción y consumo. Pero igualmente es el resultado de la incorporación de nueva mano de obra o más especializada. Téngase en mente, para contar con un ejemplo cercano, el auge último de las telecomunicaciones, la computadora y el internet que comenzó en Estados Unidos y de ahí se propagó al resto del mundo desarrollado abriendo con fuerza la última etapa reciente de auge del capitalismo gringo y de otras partes del mundo desarrollado.
Desde luego que la industria tradicional sigue su curso, aunque no a la cabeza del nuevo ciclo, porque es el soporte de los viejos negocios y en los cuales las grandes empresas —las encargadas de los negocios globales— tienen su anclaje típico. Es el caso de las industrias de la energía en todas sus características —atómica, del petróleo y el gas para todos sus derivados—, del acero, del cemento, del transporte, automotriz, etc. etc.
El caso es que frente a cada nuevo periodo que surge tras una crisis, los que pierden hasta la camisa son los trabajadores, los obreros de todas las ramas de la producción y los empleados de todos los servicios aleatorios. Porque los dueños del capital se las gastan con que arriesgan sus capitales y de ahí sacan para invertir. Pero esa es una mentira. Sobre todo porque los grandes capitales nunca pierden. Más cuando cada vez se desentienden de su responsabilidad social. Porque el llamado Estado de bienestar ya no les interesa. Y por eso ahorcan mayormente a los administradores del gobierno, que a fin de cuentas resultan sus empleados.
Ya sea porque los dirigentes políticos, quienes tienen en sus manos las herramientas del Estado para operar gobernando como se debe, se resisten a los sobornos, las presiones, las imposiciones, la paga por el cargo, las complicidades, las corruptelas, las componendas, el entreguismo, la fidelidad al político o al partido que le dio la responsabilidad o el cargo para vivir del presupuesto u lo que sea. El caso es que todos se ajustan a las directrices del poder, y este ordena el abandono de cualquier prerrogativa dirigida a la sociedad en general.
Por eso, el Estado sufre una muerte anunciada. Se ve claramente ahora que el la vieja Europa, en la desUnión Europea donde para conseguir los rescates de los grandes bancos se pretende ajustar en todo sentido a la sociedad. Por eso las movilizaciones multitudinarias ahora organizadas por los jóvenes europeos, porque los estados cuyos países están en crisis son completamente doblegados por los países ricos que imponen condiciones imposibles, a cambio de que países como Grecia, España, Portugal o Irlanda no se declaren en quiebra.
Es la puesta en marcha de mecanismos avasalladores que arremeten contra la población a instancias de los Estados locales. Son los mismísimos administradores de los Estados en cuestión que están cediendo, a cuenta de ser salvos, para castigar a las sociedades y finalmente favorecer a los grandes manipuladores del mercado financiero internacional, entre quienes se llevan ahora las mayores ganancias a las arcas de los países ricos. Y los creadores de la riqueza, bien gracias.
https://www.alainet.org/es/articulo/150639
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