Identidad global y la última lingua franca

31/03/2011
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En 1987, el historiador británico Paul Kennedy dio a conocer su libro Auge y caída de las grandes potencias, donde argumentaba que Estados Unidos estaba llamado a cumplir un ciclo de ascenso y descenso como superpotencia, de manera análoga a lo ocurrido con grandes poderes que le antecedieron. Kennedy sostenía que el declive de Estados Unidos no era inmediato y que podía rehacer su hegemonía en la medida en que recordara que el sustento de su poder residía en una base económica floreciente. A continuación, una pléyade de intelectuales, en su mayoría estadounidenses, se dieron a la tarea de refutar el planteamiento de Kennedy. Los argumentos iban desde los que sostenían que no se vislumbraba en el horizonte un país o conjunto de países –a propósito de las Comunidades Europeas– que estuvieran en condiciones de tomar el lugar de Estados Unidos. Otros, como Joseph Nye, decían que el mundo había cambiado y que el poder es relativo, por lo que no era cierto que Estados Unidos estuviera perdiendo influencia en el mundo, sino que otros países se habían vuelto más pujantes y que ello generaba una sensación de “efecto declive”, aunque, a pesar de ello, Washington seguía siendo la única superpotencia capaz de influir decisivamente en el curso de los acontecimientos globales. Claro, unos cuantos años después de que Kennedy publicara su libro, la Unión Soviética se colapsó, hecho que numerosos estudiosos de la política mundial refirieron como la prueba fehaciente de que el historiador británico estaba equivocado. Un poco en son de burla, Francis Fukuyama hablaba del “fin de la historia”, para referirse a un mundo en el que, tras la desaparición de la URSS, Estados Unidos era el vencedor indiscutible, y quedaba como una superpotencia solitaria. Este sentir influyó fuertemente en la clase política estadounidense, como quedó de manifiesto en la administración Clinton, cuando el mandatario demócrata afirmó que Estados Unidos era “la única nación indispensable”.
 
Sin embargo, a 24 años de la publicación de Auge y caída de las grandes potencias, cuesta trabajo negar que Kennedy tenía razón y que Estados Unidos efectivamente muestra evidencias de sus limitaciones para manejar todos “los hilos” del mundo. En los inicios del siglo XXI, el vecino país del norte, humillado por su incapacidad para evitar ataques terroristas en su propio territorio, se muestra frágil y errático. ¿Cómo podría EEUU ser el policía mundial, si ni siquiera podía cuidarse a sí mismo? A continuación se echó a cuestas dos guerras, una en Afganistán y otra en Irak, con resultados desastrosos en el primer caso, y muy cuestionables en el segundo. A ello hay que sumar la imposibilidad de estabilizar la economía mundial, la que da tumbos sin que Washington pueda liderar la recuperación tan anhelada por la comunidad de naciones. Así, Estados Unidos tiende a convertirse en un país ordinario, claro, con mucho poder, pero ese poder no le alcanza para establecer un orden mundial “a modo.” Ahora Estados Unidos debe negociar más y concertar con países con los que mantiene importantes rivalidades estratégicas, como la República Popular China y, por si fuera poco, tiene que aceptar que naciones con niveles de desarrollo más bajos tienen influencia –como algunos de los que participan en el Grupo de los 20(1)– y que debe incluirlos en la gestión de los grandes problemas globales.
 
Este debate es relevante porque tiene connotaciones en ámbitos que van más allá de la economía y la política, por ejemplo, el cultural. Históricamente, las grandes potencias imponen su lengua a los demás. El inglés, por ejemplo, goza del estatus de lingua franca en el planeta, gracias a que las dos grandes potencias más recientes han sido angloparlantes. Por lo tanto, desde el punto de vista de la primacía del idioma inglés tras el declive de la Gran Bretaña como potencia mundial, no hubo mayor problema toda vez que su sucesor, Estados Unidos, es también angloparlante. La propagación de un idioma, constituye, para los países, un instrumento de poder, e inclusive de estatus. El país que domina, impone a los demás su lengua para efectos de comunicación, negociaciones, comercio, turismo, etcétera. Por eso resulta tan interesante la estrategia de la República Popular China con sus Institutos Confucio, dado que, a propósito del nacionalismo, los chinos se resisten a aprender lenguas extranjeras –entre ellas, por supuesto, el inglés–, de manera que quienes quieran tener tratos con el país más poblado del mundo –hoy y a futuro–, deberán hablar su idioma. Hoy hay unos 100 millones de personas en todo el planeta aprendiendo mandarín, con todo lo que eso implica. Esto coincide con el auge espectacular de la economía china y su creciente influencia en el planeta. Por lo tanto, si Estados Unidos se encuentra en problemas y presencia un escenario donde su poder se encuentra crecientemente acotado: ¿contribuye esta situación a la pérdida de influencia global del inglés, su lengua nativa? Y, de manera análoga, los países con economías pujantes que ganan más y más influencia en el mundo ¿están en condiciones de dotar de vigor a su idioma, como ocurre con la República Popular China y el mandarín? Lo que es más: ¿el mandarín está en condiciones de convertirse en la lingua franca en el mundo, en sustitución del inglés?
 
El inglés, lingua franca (al menos por ahora)
 
El inglés es, por lo pronto, una lingua franca, a pesar de figurar en tercer lugar, detrás del mandarín y el español, por el número de personas que la hablan como lengua materna (el mandarín es el idioma que usan más de 800 millones de seres humanos, en tanto el español es empleado por 329 millones y el inglés por 328 millones). Por lo tanto, el inglés es una lengua minoritaria, puesto que los angloparlantes nativos representan apenas el 5% de la población mundial. Estos datos apoyan la idea que una lingua franca es, sobre todo, una lengua de élites. Nicholas Ostler, autor de uno de los estudios más completos sobre la historia lingüística del mundo, explica que el estatus del inglés como lingua franca no es un fenómeno inédito ni contemporáneo. En otros momentos, el griego y el latín gozaron de un dominio incuestionable, impulsados por los imperios del momento, las rutas comerciales globales y/o el proselitismo religioso. Hoy, sin embargo, el griego no es hablado más allá de Grecia y su pequeña diáspora, en tanto el latín es considerado lengua muerta. Ante esto Ostler considera que el inglés correrá la misma suerte, es decir, que su uso declinará con el tiempo. Empero, la propuesta más atrevida de Ostler es que el inglés constituye la última lingua franca, dado que en el mundo “las tecnologías electrónicas modernas están cambiando la necesidad de una sola lingua franca. Los discursos y los textos impresos muy pronto se convertirán en medios virtuales, accesibles en cualquier idioma que el escucha o el lector prefiera y/o necesite. En ese mundo, el inglés podría no tener –ni necesitar– un sucesor como la única lengua de un mundo conectado masivamente”.(2)
 
Al lado de la disponibilidad de nuevas tecnologías para facilitar la traducción a las lenguas autóctonas, hay otro factor a ponderar de cara a la globalización: el nacionalismo. Contrario a lo que algunos suponen, la globalización creadora de estándares, sea para el comercio, la diplomacia, el turismo, buena parte de la ciencia y la tecnología, el tráfico aéreo, las formas de esparcimiento, la manera de vestir y otros patrones de consumo, exacerba el nacionalismo y el reforzamiento de la identidad. Se estima que mil millones de personas en todo el mundo hablan inglés, pero, como se advertía líneas arriba, menos de la tercera parte de ellas son nativas. Lo que es más: la adopción del inglés como segunda lengua en el mundo, tiene serios tropiezos y ya no está creciendo, amén de que ningún país haría que una lengua extranjera se convirtiera en idioma oficial. Ahí está el caso de Países Bajos, donde se desarrolló un acalorado debate en 1990 a propósito de la propuesta de instituir el inglés como la lengua que se utilizaría en las universidades holandesas (algo que de facto ocurre desde hace mucho tiempo). La iniciativa fue rechazada por consideraciones nacionalistas, si bien en localidades tan internacionalescomo Ámsterdam, se mantiene el debate.(3) Aunado a la anterior figura el rechazo al inglés en territorios que lo habían adoptado como resultado del dominio colonial británico. Es el caso, por ejemplo, de Sri Lanka y Tanzania, donde el inglés inducido por la Gran Bretaña, cedió ante los embates del sinhala y el swahili, respectivamente. Inclusive en ex colonias británicas como India y Paquistán, el inglés debe compartir el escaño de “lengua oficial” con el hindi y el urdu, respectivamente. Así, el nacionalismo hace su parte, en el mundo globalizado, para sellar el destino del inglés: todo parece indicar que Babel ocupará su lugar.
 
¿Por qué existen tantos idiomas?
 
La explicación bíblica, que se encuentra en el libro del Génesis, capítulo 11, es que, tras el diluvio, los hombres llegaron a Shinar donde decidieron asentarse y desafiaron a dios construyendo una ciudad y una torre cuya cúspide llegaría hasta el cielo, para residir ahí, mantener su nombre y no esparcirse sobre la Tierra. En ese momento, “toda la Tierra continuaba siendo de un solo lenguaje y de un solo conjunto de palabras”.(4) Entonces, dios bajó para ver la construcción y se dio cuenta, por lo ambicioso del proyecto, de que si los hombres concluían la obra, ya no habría nada que estos no pudieran lograr. Ante semejante desafío a su autoridad, dios decidió esparcir a todos ellos sobre la faz de la Tierra y confundió su lenguaje, de manera que ya no se pudieran entender entre ellos. “Por eso se le dio el nombre de Babel, porque allí había confundido Jehová el lenguaje de toda la Tierra y de allí los había esparcido Jehová sobre toda la superficie de la Tierra”.(5) Con todo, el nombre torre de Babel no aparece en el Génesis. En distintas culturas hay relatos similares para explicar la diversidad lingüística imperante en el planeta. Sin ir más lejos, en México existe la leyenda que gira en torno a la gran pirámide de Cholula o Tlachihualtépetl. Xelhua, uno de los siete gigantes en la mitología azteca, escapó al diluvio subiendo a la montaña de Tláloc y más tarde construyó la gran pirámide. Los dioses, molestos, al constatar que la edificación pretendía llegar al cielo, incendiaron la construcción y confundieron la lengua de los lugareños. Al final, el proyecto de la edificación fue abandonado y en su lugar el monumento fue dedicado a Quetzalcóatl.
 
En un plano más terrenal, sustentado en investigaciones arqueológicas, paleontológicas, de biología molecular y de reconstrucción anatómica, es posible afirmar que los primeros seres humanos en hablar una lengua como se le conoce hoy día, vivieron en África oriental hace unos 150 mil años.(6) Esa primera lengua por razones geográficas, sociológicas e históricas es la base de los 6 mil idiomas que existen en la actualidad. Con todo, las lenguas son dinámicas, por lo que además de evolucionar, corren el riesgo de desaparecer. Según McWhorter, “en el pasado las lenguas se extinguieron cuando un grupo conquistó a otro o cuando un grupo optó por una lengua a la que percibió como capaz de dotarlo de un mayor acceso a los recursos que asumió como necesarios para sobrevivir. A menudo, una generación de hablantes de cierto idioma se tornan bilingües [aprendiendo] otro que era el que hablaba el grupo políticamente dominante (…) Este bilingüismo puede subsistir a lo largo de varias generaciones (…) Con el tiempo las nuevas generaciones asocian el idioma foráneo con cierto estatus y el ascenso social, en tanto a la lengua nativa la relacionan con el “retroceso.” Este es sobre todo el caso de una lengua dominante procedente del primer mundo (…) y que se asocia al dinero, la riqueza y que florece en los medios, en tanto la lengua autóctona es un idioma oscuro hablado sólo por aldeanos”.(7)
 
Hoy día muy pocas personas negarían el hecho de que el idioma inglés es hegemónico a nivel mundial en ámbitos como el político y sobre todo el económico. Las tecnologías de la información lo emplean cada vez con mayor frecuencia: gran parte de las páginas disponibles en la red, por ejemplo, se encuentran en la lengua de Shakespeare y las redes sociales así como los flujos de noticias preferentemente circulan en ese idioma. Además del papel desempeñado por la Gran Bretaña y Estados Unidos como difusores de ese idioma, la globalización y la interdependencia han incidido en el uso del inglés, dado que las grandes corporaciones del planeta (a quienes muchos consideran “agentes” de la transnacionalización) lo emplean en todo momento, sea a la hora de hacer negocios, en sus campañas publicitarias, etcétera.
 
Inglés, identidad y la brecha lingüística (y digital)
 
De cara a la globalización cabe preguntar si el inglés es un idioma que posibilita una identidad global. A juzgar por los hábitos de consumo imperantes en el planeta, fuertemente influenciados por el American way of life, podría pensarse que efectivamente esa lengua es el eje de un proceso que algunos denominarían de estandarización en los patrones de consumo, por ejemplo. Sin embargo, no todo el mundo se encuentra globalizado, ni todas las personas del orbe tienen acceso a la red y ese es un aspecto no analizado por Nicholas Ostler. Tener acceso a la red global de Internet supone, de entrada, la existencia de cierta infraestructura para posibilitar el establecimiento de líneas telefónicas y fibras ópticas. Requiere, además, la posesión de computadoras, servidores y de mano de obra calificada para operarlos de manera apropiada, así como de personas con ciertos niveles educativos que efectivamente puedan encender la computadora, usar el teclado y conectarse a la red utilizando diversos paquetes de software. Esto que para muchos resulta cotidiano, para otros es desconocido y/o ajeno a su realidad. Muchos de los lectores no se imaginan cómo podrían sobrevivir sin la telefonía celular, Internet y/o el acceso a las redes sociales. Una encuesta realizada vía telefónica por la empresa Intel en diciembre de 2008 a 2 mil mujeres, reveló que el 46% de ellas preferían la abstinencia sexual durante dos semanas a permanecer sin acceso a Internet por el mismo período (la cifra para los hombres fue solamente del 30%).(8) Con todo, la llamada brecha digital subsiste y lo que es más, la vida para una buena parte de la población mundial transcurre en el mundo real, no en el virtual.
 
Esta reflexión vale igualmente a propósito del idioma inglés, que, como se explicaba líneas arriba, es la lengua empleada solamente por una parte de la población mundial. La República Popular China, que en 2010 se convirtió en la segunda economía del planeta, desplazando a Japón, es la fábrica en la que el mundo elabora prácticamente cualquier producto, pese a lo cual, el inglés no es la lengua materna de sus poco más de mil 300 millones de habitantes. Por lo que, el interés por el aprendizaje del mandarín en diversas latitudes, no es un hecho fortuito. El aprendizaje de una lengua extranjera –o segunda lengua– obedece a diversos factores que pueden incluir necesidades profesionales, familiares y afectivas e inclusive, la admiración por cierta cultura. La República Popular China posee una cultura milenaria y sus autoridades han buscado difundirla ampliamente, no sólo como una manera de atraer turistas y de fomentar las inversiones, sino también como parte de una estrategia encaminada a erradicar la imagen de “amenaza” que subsiste en diversos círculos occidentales. Empero, y a pesar de los 100 millones de personas que en estos momentos aprenden mandarín, sería difícil afirmar que este idioma será la próxima lingua franca. En las circunstancias actuales, el mandarín podría aspirar a ser un idioma importante, pero coexistiendo con los demás. Evidentemente la pobreza y las desigualdades imperantes en el mundo son el mayor impedimento para que se configure una identidad global, dado que el concepto mismo de identidad supone la existencia de intereses comunes que en las condiciones actuales no existen. Lo que es más: la globalización exacerba esas diferencias. Hay una inmensa mayoría de personas viviendo en situación de pobreza y marginación, y una minoría que tiene la posibilidad de acceder a una calidad de vida que le permite educarse, tecnologizarse, o bien internetizarse y aprender otros idiomas.
 
¿Significa lo anterior que los habitantes del planeta llegarán a un punto en que no podrán entenderse en un mundo globalizado, donde, por un lado hay tendencias que buscan estandarizarlo todo –en particular por razones de mercado–, y por el otro hay un fuerte rechazo a la unificación, que se traduce en la reivindicación de la diversidad –tan notable en el tema de los 6 mil idiomas existentes–? No necesariamente. Pasará algún tiempo antes de que el inglés pierda el estatus de lingua franca mientras Babel regresa por sus fueros. Pero para que eso ocurra, primeramente será necesario resolver problemas de supervivencia más elementales de millones de personas, antes de que puedan acceder a los medios de comunicación y a las tecnologías de la información que les permitan reivindicar su cultura y lenguas.
 
Notas
1 El Grupo de los 20 o G20 se integra por México, Canadá, Sudáfrica, Estados Unidos, Argentina, Brasil, la República Popular China, Japón, Corea del Sur, India, Indonesia, Saudi Arabia, Rusia, Turquía, la Unión Europea, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia y Australia.
2 Nicholas Ostler (2010), The Last Lingua Franca. English Until the Return of Babel, New York, Walker & Company, p. xix.
3 Dutch News (8 August 2008), “Make English Second Official Language”, disponible en http://www.dutchnews.nl/news/archives/2008/08/make_english_second_official_l.php
4 Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, New York, Watchtower Bible and Track Society of New York, Inc., 1987, p.18. Esa afirmación se encuentra en el versículo 1.
5 La mención específica a Babel se encuentra en el versículo 9.
6 John McWhorter (2003), The power of Babel, New York, Times Books, pp. 4-5.
7 John McWhorter (2003), Op. cit., p. 253.
8 En la encuesta se hizo una distinción por grupos a partir de las edades, de manera que el porcentaje de mujeres “abstinentes” es mayor entre quienes tienen de 35 a 44 años (52%), que en el grupo de 18 a 34 años (49%). Véase Nicholas Carlsson (12 December 2008), 46% of Women prefer internet to sex, says Intel survey, disponible en http://www.businessinsider.com/2008/12/46-of-women-prefer-internet-tosex-says-intel-survey#comment-df7a6c793fa24349c0b20600
 
- María Cristina Rosas esProfesora e investigadora en laFacultad de Ciencias Políticas y Sociales de laUniversidad Nacional Autónoma de México

http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=7153 

https://www.alainet.org/es/articulo/148681
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