Hijos de la desnutrición
03/03/2011
- Opinión
Su particular afición por los pirinchos tal vez nació de ver en ellos un espejo en el que mirarse. Con las alas entreabiertas, las tenues plumas revueltas en la cabeza y la mirada como perdida. Tan vulnerables como él. Cuando los veía posados sobre una rama cualquiera o arriba de un alambrado y de espalda al sol probablemente soñase con volar. Con alzar sus alas y lanzarse al cielo para devorarse la vida en un par de piruetas mágicas. O quizás no. A lo mejor lo suyo a los tres años era mucho más prosaico y simple. Tenía hambre y eso bastaba para devorarse los pirinchos que ante sus ojos aparecían como el manjar de los manjares. A esos tres años desnutridos y enclenques que parecían estar devorándole la vida y no le dejaban ponerse en pie y corretear por la tierra en un juego feroz y eterno como deben ser (no hay otro modo) esos años cortos por mandato ancestral.
Cuando su cuerpecito tenue llegó a manos del pediatra Basilio Malczewski, director de la UNR (Unidad de Recuperación Nutricional), en Oberá, el calcio era una ausencia sostenida. No habría dientes ni huesos saludables para él, sus músculos y nervios no funcionarían ya correctamente. No habría destino que lo acogiese de brazos abiertos a él con sus tres años y un ramillete de derechos conculcados. “Es que el peor derecho que pierde un niño por desnutrición es el de no poder desarrollar su potencial genético. Le estamos quitando algo así como su identidad y los daños que le generamos como sociedad si esa desnutrición se prolonga más allá de los tres años son irreversibles”, definió el doctor Malczewski en entrevista con Ape.
Ante esa moira terca que le negaba la vida, ese médico que en breve cumplirá 31 años en la profesión, hijo de padres ucranianos que llegaron deseosos de mañana a una Argentina prometedora de los años 30, recibió al niño con los brazos abiertos. Y por eso, porque le pudo pelear la batalla al hambre es que Malczewski siempre recuerda a ese niñito que alguna vez tuvo tres años como una de esas historias que lo dejaron marcado para siempre. “El llegó a nosotros con convulsiones provocadas por una hipocalcemia. Le tuvimos que aportar calcio indovenoso por más de una semana. No caminaba pero trabajamos mucho con él y con su mamá en lo que consideramos el binomio madre-hijo, mejoró increíblemente y luego siguió con controles ambulatorios hasta que nos cerraron el centro”.
Malczewski siente como una astilla dolorosa y punzante que ese centro de salud que hizo nacer en el que confluían enfermeros, médicos, nutricionistas, psicólogos fuera cerrado intempestivamente durante sus vacaciones de febrero de 2010. Como una puñalada inesperada que le segó la utopía que ya sentía como real.
Es que durante sus 14 años al frente de la UNR lograron plantarle la bandera de vida en el rostro al hambre devoradora de niños 500 veces. Y repite: “es como arrebatarles la identidad”.
Cuando en octubre ese gobernador joven, de prolija barba candado y con afición por los trajes y las camperas de cuero negro, contabilizó 206 niños muertos por hambre y ubicó en 6000 el total de pequeños desnutridos en su provincia, ya hacía ocho meses desde el cierre de la UNR. El mismo gobernador Maurice Closs que poco tiempo antes, en plena campaña electoral arengaba que había que resolver cuál camino tomar: “si el nuestro, o el de aquellos que quieren volver al espacio, a las ideas y al tiempo del pasado. No nos confundamos. Quienes gobernaron en la década del `90 representan un modelo ideológico, que no sólo gobernó a Misiones y al país, sino que también gobernó al mundo por aquellos tiempos, con sus ideas liberales, con la visión del sálvese quien pueda, con un Estado pequeño y casi ausente, con la prestación de servicios para unos pocos que eran dueños de los factores de la producción”. En una descripción perfecta del mismo modelo que hoy encara y por el que pretende ser reelecto.
Hoy los discursos oficiales arrinconan en “la obesidad y la talla baja” los dos problemas centrales de la infancia.
Cuando su cuerpecito tenue llegó a manos del pediatra Basilio Malczewski, director de la UNR (Unidad de Recuperación Nutricional), en Oberá, el calcio era una ausencia sostenida. No habría dientes ni huesos saludables para él, sus músculos y nervios no funcionarían ya correctamente. No habría destino que lo acogiese de brazos abiertos a él con sus tres años y un ramillete de derechos conculcados. “Es que el peor derecho que pierde un niño por desnutrición es el de no poder desarrollar su potencial genético. Le estamos quitando algo así como su identidad y los daños que le generamos como sociedad si esa desnutrición se prolonga más allá de los tres años son irreversibles”, definió el doctor Malczewski en entrevista con Ape.
Ante esa moira terca que le negaba la vida, ese médico que en breve cumplirá 31 años en la profesión, hijo de padres ucranianos que llegaron deseosos de mañana a una Argentina prometedora de los años 30, recibió al niño con los brazos abiertos. Y por eso, porque le pudo pelear la batalla al hambre es que Malczewski siempre recuerda a ese niñito que alguna vez tuvo tres años como una de esas historias que lo dejaron marcado para siempre. “El llegó a nosotros con convulsiones provocadas por una hipocalcemia. Le tuvimos que aportar calcio indovenoso por más de una semana. No caminaba pero trabajamos mucho con él y con su mamá en lo que consideramos el binomio madre-hijo, mejoró increíblemente y luego siguió con controles ambulatorios hasta que nos cerraron el centro”.
Malczewski siente como una astilla dolorosa y punzante que ese centro de salud que hizo nacer en el que confluían enfermeros, médicos, nutricionistas, psicólogos fuera cerrado intempestivamente durante sus vacaciones de febrero de 2010. Como una puñalada inesperada que le segó la utopía que ya sentía como real.
Es que durante sus 14 años al frente de la UNR lograron plantarle la bandera de vida en el rostro al hambre devoradora de niños 500 veces. Y repite: “es como arrebatarles la identidad”.
Cuando en octubre ese gobernador joven, de prolija barba candado y con afición por los trajes y las camperas de cuero negro, contabilizó 206 niños muertos por hambre y ubicó en 6000 el total de pequeños desnutridos en su provincia, ya hacía ocho meses desde el cierre de la UNR. El mismo gobernador Maurice Closs que poco tiempo antes, en plena campaña electoral arengaba que había que resolver cuál camino tomar: “si el nuestro, o el de aquellos que quieren volver al espacio, a las ideas y al tiempo del pasado. No nos confundamos. Quienes gobernaron en la década del `90 representan un modelo ideológico, que no sólo gobernó a Misiones y al país, sino que también gobernó al mundo por aquellos tiempos, con sus ideas liberales, con la visión del sálvese quien pueda, con un Estado pequeño y casi ausente, con la prestación de servicios para unos pocos que eran dueños de los factores de la producción”. En una descripción perfecta del mismo modelo que hoy encara y por el que pretende ser reelecto.
Hoy los discursos oficiales arrinconan en “la obesidad y la talla baja” los dos problemas centrales de la infancia.
El binomio
“Empezamos a ir a los barrios cuando terminaba la dictadura militar. Había mucho miedo todavía. Tuvimos mucha resistencia hasta conseguir un centro de salud en el que trabajar. Incluso un intendente nos prohibió porque decía que armábamos células terroristas. Pero después pudimos arrancar de nuevo y logramos estar presentes en nueve centros. Cada niño desnutrido con su mamá representan una unidad única. Y a la mamá le enseñábamos las pautas básicas de crianza, cómo bañarlo, cómo alimentarlo, cómo moverse para su real integración. En esos días había un 60 por ciento de desnutrición y nosotros logramos armar centros de salud rancho y trabajábamos con promotores de salud. Desde esos días hasta hoy uno se va dando cuenta de que hay muchas otras formas desde las que también se manifiesta la desnutrición como son hoy la baja talla y la obesidad. Y a todo esto están atados también los altísimos índices de repitencia y abandono escolar”, contó Malczewski desde Oberá.
De esa marca imparable está hablando el médico cuando describe déficits de hierro, de calcio, de magnesio. De eso está hablando cuando define esos cuerpos extremadamente delgados, de los transtornos en la piel, en las mucosas, en los ojos, en la conducta. Cuando cuenta de irritabilidades, de llanto imparable, de enfermedades que se repiten alude a un círculo que lo atrapa como telarañas que lo van aprisionando una y mil veces. Niñitos “hijos de la desnutrición”, dice Malczewski.
Lejos, muy lejos del gobernador que en junio estrenará sus 40 años y dijo que hay “6000 desnutridos, de los cuales 1000 de extrema gravedad”, el pediatra contraargumenta que “de una población de 80.000 que tiene Oberá, hay unos 3000 chicos desnutridos; de los 140.000 que tiene Posadas, ese número hay que multiplicarlo por tres. Las villas, la pobreza espantosa que no perdona y la falta de discusión real sobre estrategias. El futuro es incierto. Y somos una provincia muy rica pero los pobres no viven en la tierra fértil. Llegan nuevas familias diariamente a Oberá y se las relocaliza en los peores sitios. Viven en terrenos de seis por ocho, en una casilla con letrina y tierra de muy mala calidad”.
Son obreros rurales, pequeños colonos que ya no resisten a tanto embate de la inequidad y terminan malvendiendo sus pedacitos de tierra para tentar el sueño de la ciudad en la que con casitas endebles con madera de desecho pasan a compartir sus días con vinchucas y un ejército de enfermedades evitables.
Así, como tantos, con la casucha atravesada al medio por un arroyo vivía aquella mujer con sus cinco hijos que marcó a Malczewski tanto como el pequeño de los pirinchos. “Un día tuvimos que internar a la familia entera por desnutrición. La mamá y los cinco hijos. Vivían en la Villa Sargento Cabral, de Oberá, con el arroyo que pasaba por el piso de tierra. El marido diabético, casi ciego, postrado, murió. Trabajamos mucho con ella y desde el binomio madre-hijo. El Municipio le relocalizó la casa, ella consiguió trabajo en una pollería, mandó los chicos a la escuela y todos la terminaron. Ellos pudieron y nos venían a visitar siempre, a medida que crecían”, recuerda el pediatra.
Las historias aparecen como por asalto. Las de niños que pudieron y otros que cayeron vencidos ante la crueldad del hambre y de sus hacedores. Como Patricia. La nena de 12 años que ni siquiera pudo ya presentarle batalla a la muerte. Y que cuando el especialista anatomopatólogo analizó las causas más hondas de esa muerte dijo a Malczewski que se trataba de un parásito que hubiera sido derrotado a tiempo con pocos pesos.
¿Acaso es posible, entonces, desmentir que el hambre es un crimen? ¿Entonces es posible negar que las políticas gubernamentales no nutren, ni abrigan, ni abrazan a nuestros niños más pobres?
El porvenir -ese lugar hacia el que tercamente caminamos como humanidad- está predestinado a diluirse si nos aferramos a las teorías malthusianas de finales del siglo XVIII en las que el hambre era la hipótesis inevitable. “La potencia de la población -escribía en el Ensayo sobre el principio de la población- es infinitamente mayor que la potencia de la tierra para producir sustento para la humanidad”.
No hay porvenir posible si los trabajadores no cargamos sobre nuestros hombros a los niños en una ronda de domingo. Las variables biológicas nos llevarán irremediablemente a la destrucción como humanidad. No hay futuro en un país que los condena. No hay utopía en un país que los desaparece. Con ternura venceremos.
De esa marca imparable está hablando el médico cuando describe déficits de hierro, de calcio, de magnesio. De eso está hablando cuando define esos cuerpos extremadamente delgados, de los transtornos en la piel, en las mucosas, en los ojos, en la conducta. Cuando cuenta de irritabilidades, de llanto imparable, de enfermedades que se repiten alude a un círculo que lo atrapa como telarañas que lo van aprisionando una y mil veces. Niñitos “hijos de la desnutrición”, dice Malczewski.
Lejos, muy lejos del gobernador que en junio estrenará sus 40 años y dijo que hay “6000 desnutridos, de los cuales 1000 de extrema gravedad”, el pediatra contraargumenta que “de una población de 80.000 que tiene Oberá, hay unos 3000 chicos desnutridos; de los 140.000 que tiene Posadas, ese número hay que multiplicarlo por tres. Las villas, la pobreza espantosa que no perdona y la falta de discusión real sobre estrategias. El futuro es incierto. Y somos una provincia muy rica pero los pobres no viven en la tierra fértil. Llegan nuevas familias diariamente a Oberá y se las relocaliza en los peores sitios. Viven en terrenos de seis por ocho, en una casilla con letrina y tierra de muy mala calidad”.
Son obreros rurales, pequeños colonos que ya no resisten a tanto embate de la inequidad y terminan malvendiendo sus pedacitos de tierra para tentar el sueño de la ciudad en la que con casitas endebles con madera de desecho pasan a compartir sus días con vinchucas y un ejército de enfermedades evitables.
Así, como tantos, con la casucha atravesada al medio por un arroyo vivía aquella mujer con sus cinco hijos que marcó a Malczewski tanto como el pequeño de los pirinchos. “Un día tuvimos que internar a la familia entera por desnutrición. La mamá y los cinco hijos. Vivían en la Villa Sargento Cabral, de Oberá, con el arroyo que pasaba por el piso de tierra. El marido diabético, casi ciego, postrado, murió. Trabajamos mucho con ella y desde el binomio madre-hijo. El Municipio le relocalizó la casa, ella consiguió trabajo en una pollería, mandó los chicos a la escuela y todos la terminaron. Ellos pudieron y nos venían a visitar siempre, a medida que crecían”, recuerda el pediatra.
Las historias aparecen como por asalto. Las de niños que pudieron y otros que cayeron vencidos ante la crueldad del hambre y de sus hacedores. Como Patricia. La nena de 12 años que ni siquiera pudo ya presentarle batalla a la muerte. Y que cuando el especialista anatomopatólogo analizó las causas más hondas de esa muerte dijo a Malczewski que se trataba de un parásito que hubiera sido derrotado a tiempo con pocos pesos.
¿Acaso es posible, entonces, desmentir que el hambre es un crimen? ¿Entonces es posible negar que las políticas gubernamentales no nutren, ni abrigan, ni abrazan a nuestros niños más pobres?
El porvenir -ese lugar hacia el que tercamente caminamos como humanidad- está predestinado a diluirse si nos aferramos a las teorías malthusianas de finales del siglo XVIII en las que el hambre era la hipótesis inevitable. “La potencia de la población -escribía en el Ensayo sobre el principio de la población- es infinitamente mayor que la potencia de la tierra para producir sustento para la humanidad”.
No hay porvenir posible si los trabajadores no cargamos sobre nuestros hombros a los niños en una ronda de domingo. Las variables biológicas nos llevarán irremediablemente a la destrucción como humanidad. No hay futuro en un país que los condena. No hay utopía en un país que los desaparece. Con ternura venceremos.
Agencia de Noticias Pelota de Trapo Edicion 03/03/11
https://www.alainet.org/es/active/44827
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