Desde la izquierda (I)
- Opinión
Presentación: nada humano (y otros asuntos afines) debe ser ajeno a la izquierda
Desigualdades sociales en salud, el naufragio del hombre, Galileo y la Inquisición, el compañero Presidente, ciencia y tecnología contemporáneas, la transición-transacción política española, Miguel Hernández y su segunda muerte, la aceptación inconsciente de valores de burgueses, Afganistán y el nuevo exterminio imperial, empresas sin alma ni principios, racionalismo y planificación económica, economistas ecologistas documentados, crisis civilizatorias, sindicalismo alternativo, desmanes farmacéuticos, muros caídos y muros levantados con diligencia, nuevas enfermedades que siguen sin ser conocidas ni reconocidas, periodismo crítico, el papel social de las denominadas nuevas tecnologías, ciudades deseadas. Etcétera, largo, muy largo etcétera en esta caso.
El conjunto puede parecer abigarrado pero no tiene por qué ser inconsistente. Está en la sal de la tierra de la tradición. Y por si fuera poco, en el clásico. El revolucionario de Tréveris, en las preguntas que le formulara su hija Laura Marx, también de imborrable recuerdo, no sólo eligió a Espartaco como héroe sino también a Kepler; no sólo habló del rojo como su color favorito sino de la modestia y de su deseo inagotable de aprender y leer; no sólo señaló, en una de las más grandes afirmaciones metódicas que me ha sido dado conocer, que era bueno y necesario dudar de todo, que no de todos, sino que apeló al clásico, a Publio Terencio Africano, y recordó aquel “Homo sum, nihil humani a me alienum puto”, ser humano soy, y nada humano me debe ser ajeno.
Nada nos debe ser ajeno si la izquierda quiere ser lo que siempre han aspirado a ser los comunes no entregados, los que ni han claudicado ni piensan claudicar (aunque estén dispuestos, innecesario es decirlo, a aprender, a dudar y a rectificar una, mil y un millón de veces): una fuerza social, que no anula la libertad individual sino que es más bien condición para ella (recordemos de nuevo el Manifiesto Comunista), que quiere abonar una transformación civilizatoria que no sitúe el beneficio económico (sólo el necio confunde precio y valor, nos enseñó don Antonio Machado) ni las interesadas posiciones de poder en lugar destacado, casi único muchas veces, de todas las relaciones sociales. ¿Y qué ponemos en su lugar? Por ejemplo, los valores ilustrados a la altura de nuestras circunstancias.
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