Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas

10/12/2010
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Para Ramón
 
Menudo problema. En su tarea cotidiana le corresponde día sí y día también hablar en público. Conferencias, discursos, debates, coloquios…. y siempre que tiene que decir dos palabras –una detrás de la otra- los ojos se le aceleran, el corazón le da una gran sacudida y la voz se le enmaraña. ¿Cómo hace entonces para no perder la compostura cada vez que dice ‘comunidades campesinas’? Pues nada hace, no hace nada, porque nada hay que deshacer.
 
Ese compromiso por el mundo rural le deparó una sorpresa y desde hace unos años, su labor es, desde los despachos gubernamentales, coordinar las políticas al respecto en su país. Una directriz debe orientar todas las decisiones. Otra vez dos palabras, una detrás de la otra y sin desordenar: ‘Soberanía Alimentaria’.
 
Los países vecinos, y los lejanos; los movimientos campesinos de allí, y de acá; los agentes de cooperación,… están bien atentos a los pasos que dan. En esto, como en otros asuntos, sus políticas son pioneras. Doctor -le preguntan- ¿y cómo se alcanza eso de la Soberanía Alimentaria? Y les habla de reforma agraria, de leyes, de participación campesina, de tecnología apropiada,… buff, todo ello clave, fundamental y muy costoso. Con contradicciones y contratiempos.
 
Aunque también hay pequeños logros. Cuenta que a los primeros días en el cargo fue a visitar una escuela pública rural cerca de la costa. A la hora de la comida vio como servían a las niñas y niños macarrones importados de España y pescado importado de Portugal. Así que sentó a sus colaboradores y les presentó una primera idea: la comida que el Estado compra para las escuelas debía de ser nacional. Unos meses después viajó hacia la Sierra, a más de 2.500 metros de altura, y aprovechó para visitar la escuela del pueblo. A la hora del desayuno sirvieron sardinas de lata. Que sí, que eran del país, pero a las niñas y niños de las montañas ni les gustaban, ni les sentaban bien. De regreso a la capital volvió a reunir a su equipo y fue más concreto: la comida que el Estado compra para las escuelas, que se compre a las propias familias de los niños y niñas.
 
Y ahí tenemos una sencilla fórmula para garantizar una alimentación apropiada cultural y nutritivamente, a la vez que generar ingresos para la clase campesina. Con papas, maíz, quínoa…
 
- Gustavo Duch Guillot es autor de Lo que hay que tragar y coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas. http://gustavoduch.wordpress.com/
https://www.alainet.org/es/articulo/146173?language=en

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