Sin ejercicio pleno de ciudadanía será imposible combatir la pobreza

04/12/2010
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I. Pobreza y desigualdad social[1]
 
La pobreza se está convirtiendo en un tema obligado en la agenda política de los Estados, de los organismos internacionales, de la sociedad civil y la comunidad internacional. Esto ha desatado un debate reciente y cada vez más profundo sobre la calidad de nuestras democracias y el papel que deben jugar los gobiernos y las instituciones supranacionales en la urgente tarea de superar este flagelo que afecta a miles de millones de seres humanos alrededor del planeta.
 
La Universidad de Oxford y las Naciones Unidas aplicando el Índice de Pobreza Multidimensional, IPM, que incluye factores como salud, nutrición, educación, acceso a servicios públicos, etc., deducen que existen 1.700 millones de pobres en el mundo, de los cuales hay más de mil millones en extrema pobreza y sufriendo los embates de no poder sustentar un mínimo de necesidades humanas tan básicas como el alimento, el techo o el vestido[2].
 
Pobreza y miseria que afectan a países enteros y territorios completos, o que margina a la miseria a sectores de las ciudades de países desarrollados y que se sufre con mayor intensidad en las zonas rurales de países con un gran atraso y ausencia de políticas públicas para la población campesina, que queda de esta manera por fuera del acceso a la ciudadanía.
 
Pero el otro lado de la moneda, la desigualdad social, es menos tenida en cuenta y muchas veces pasa desapercibida en las grandes discusiones respecto a la pobreza y la miseria. A pesar, que la pauperización social de grandes cantidades de la población es directamente proporcional al enriquecimiento desproporcionado de unos pocos, situación que ha pasado de grave a criminal en muchos países latinoamericanos, donde patológicamente crecen sectores marginados con millones de personas en la miseria absoluta, al lado de archimillonarios[3] que han hecho que nuestra región ocupe el vergonzoso primer lugar en desigualdad social en el planeta.
 
Las cifras hablan por sí solas: el 20% más rico de la población mundial tiene más del 80% del producto bruto, el comercio, las exportaciones, las inversiones y más del 90% del crédito; mientras el 20% más pobre, menos del 1%. El 10% más rico de la población posee el 85% del capital acumulado, mientras el 50% más pobre de la población tan sólo el 1%.[4] La suma de las fortunas de Bill Gates, Paul Allen y Warren Buffett es superior al Producto Interno Bruto, PBI, de 42 naciones pobres en las cuales habitan más de 600 millones de personas[5].
 
Respecto al desarrollo histórico de la iniquidad social y la desigualdad económica podemos observar como la brecha entre ricos y pobres era de 3 a 1 en 1820, de 7 a 1 en 1870, de 11 a 1 en 1913, de 35 a 1 en 1950, de 44 a 1 en 1973, de 74 a 1 en 1997 y cerca de 100 a 1 en 2010. Lo que quiere decir que el problema de desigualdad y concentración de la riqueza en vez de disminuir aumenta de forma aberrante, a pesar del desarrollo político que trajo la democracia y del progreso económico y social que llegó de la mano con las nuevas tecnologías. Al respecto se han pronunciado diversas organizaciones de derechos humanos y líderes mundiales como Nelsón Mandela, quien al respecto manifestó: “La inmensa pobreza y la obscena desigualdad son flagelos tan espantosos de esta época –en la que nos jactamos de impresionantes avances en ciencia, tecnología, industria y acumulación de riquezas– que deben clasificarse como males sociales tan graves como la esclavitud y el apartheid”.
 
Como mencionamos, en América Latina las cifras de la desigualdad son aún más desalentadoras. A pesar de los grandes esfuerzos desplegados recientemente por muchos gobiernos en la región, seguimos siendo la zona con mayores desigualdades del planeta. Al respecto, el profesor argentino y experto en temas de pobreza, Bernardo Kliksberg, cuestiona el: “¿Por qué Latinoamérica, teniendo un tercio de las aguas limpias del planeta, algunas de las mayores reservas de materias primas estratégicas en su subsuelo, fuentes de energía barata, excepcionales posibilidades de producción agropecuaria y una inserción agroeconómica privilegiada. Sin embargo, más de un tercio de su población está por debajo de la línea de la pobreza (189 millones), mueren 30 niños de cada 1.000 antes de los 5 años frente a 3 en Suecia o en Noruega, perecen 90 madres por cada 100.000 nacimientos frente a 6 en Canadá. La pregunta es: ¿por qué tanta pobreza en un lugar potencialmente tan rico? [6]
 
II. Pobreza como ausencia de ciudadanía
 
Con el ánimo de avanzar hacia una definición de pobreza, más completa e integral que la minimalista concepción de ausencia de determinada cantidad de renta[7], podemos decir que la pobreza es: la negación social, económica, cultural y política de ciudadanía.
 
De esta manera ubicamos la pobreza como una discusión más profunda de negación de derechos y garantías para grandes franjas de población y, por ende, como una falla de los sistemas democráticos que urge solucionar, so pena de la derrota histórica de la democracia como el sistema que garantiza relaciones incluyentes, horizontales, de igualdad y de respeto y protección por los derechos humanos.
 
Tradicionalmente se piensa que combatiendo la pobreza se puede otorgar ciudadanía; pero, sin embargo, la historia de las luchas y reivindicaciones de los oprimidos y excluidos nos muestra lo contrario, que ha sido la conquista de ciudadanía la que ha permitido disminuir la brecha de pobreza económica, marginalidad social y falta de libertad política, en un proceso donde el ciudadano se convierte en el motor de su propio desarrollo por medio de su participación activa y organizada en los múltiples aspectos que lo afectan como individuo o como miembro de una determinada comunidad.
 
III. El reto de construir ciudadanía
 
En el sentido integral y moderno la palabra ciudadanía abarca la posibilidad de participación en la vida política, económica, social y diferencialmente cultural de un Estado y, contemporáneamente, la ciudadanía considerada a partir de la globalización y los avances de la ciencia y la tecnología -especialmente en la comunicación- se debe asumir en la comunidad mundial y en la redefinición de las relaciones internacionales de todo tipo, así como en la incidencia integral en los bloques políticos o económicos de países en los procesos de fusión regional o subregional.
 
A la par que deberíamos avanzar en consolidar una ciudadanía nacional tendríamos también que acceder a una ciudadanía global (ciudadanía cosmopolita) –donde es un elemento indispensable el acceso universal a la Internet- y una ciudadanía regional (como latinoamericanos) o subregional (como ciudadanos de la región andina o el Mercosur, por ejemplo). Ya que, un proceso de globalización o de integración sin desarrollo de ciudadanía, ósea sin la participación de los habitantes y pueblos de los países involucrados y sin la definición institucional y cultural de nuevos referentes, queda reducido a acuerdos estériles entre los gobernantes, que es lo que ha caracterizado nuestros débiles procesos de unión en Latinoamérica y el Caribe, que van de la mano con la cada vez más amplia franja de exclusión política, social y cultural y de desigualdad económica que ha traído el actual modelo globalizador.
 
Es por esto, que la historia de la construcción de la ciudadanía ha sido, y continúa siendo, la historia de la lucha de las personas marginadas, de las desposeídas, de las rechazadas por las distintas formas de organización social y política (incluidas las democráticas) y también la lucha de los países historicamente oprimidos y relegados del desarrollo, de las regiones o poblaciones discriminadas o, en términos de Manuel Castells, de los países, regiones o personas desconectadas de la nueva economía y del nuevo orden político y cultural mundial, que trajo un modelo de globalización depredador y excluyente.
 
La ciudadanía va a ser por esto directamente proporcional al modelo globalizador imperante, al tipo de Estado donde se desenvuelve y a la calidad de la democracia que se practica; donde el modelo económico -en choque con las culturas inmersas- y las relaciones políticas, definen las contradicciones y conflictos en los cuales se desenvuelve el sentido histórico de la ciudadanía, tanto en lo local como en los espacios globales de interacción. La ciudadanía debe por esto re-significarse desde una visión incluyente y democrática de la globalización y aterrizar en lo local con políticas públicas que la conciban por su condición de participación activa y multidimensional en la sociedad.
 
Cabe anotar aquí que la ciudadanía como inclusión política, social, económica y cultural no ha sido per se una consideración universal de la democracia, ni de los derechos humanos, sino una lucha constante al interior de los mismos, donde la presión ideológica de nuevas consignas progresistas, respecto a los derechos de los excluidos, se suma a los levantamientos sociales y a la creciente presión que ejerce hoy una informada sociedad civil planetaria (conectada por redes globales de interacción en la internet) y una progresista comunidad internacional (organizada a través de instituciones supranacionales, aun precariamente democráticas en su composición) para redefinir la filosofía y práctica democrática y los nuevos campos de acción de los derechos humanos. Proceso donde hoy es evidente que es un tema pendiente y una deuda histórica de la democracia el vencer la pobreza y la desigualdad social que nos agobia.
 
Tanto la historia del desarrollo de la democracia como la de los derechos humanos, es la historia de la inclusión de privilegios a unos sectores a la par de la negación de otras franjas de la población y la lucha constante por la definición de nuevas categorías de derechos y garantías para los sectores excluidos. Democracia y derechos humanos han sido discursos políticos en permanente construcción sobre la base de las luchas ideológicas y materiales de los excluidos y marginados.
 
IV. Democracia y ciudadanía
 
Como todos sabemos, etimológicamente democracia viene del griego demos (pueblo) y kratos (poder), poder del pueblo. “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, acuñaría Abraham Lincoln en el siglo XIX; o “El menos malo de los regímenes” como sarcásticamente la llamó Wiston Churchill en el siglo siguiente.
 
La conquista de tan disputado poder surge del anhelo de la civilización humana por superar los sistemas autoritarios y tiránicos, y de las discusiones políticas sobre cómo se ejerce dicho poder en la lucha constante por acceder al mismo y luego legitimarlo.
 
Por esto, la democracia tiende en su discurso a establecer relaciones más horizontales, y por ende, debería propender efectivamente a superar los sistemas verticales en las relaciones políticas, económicas y sociales; ya que, si hablamos de democracia en un sentido político a través de la organización de gobiernos cuya soberanía empieza, se soporta y termina en los ciudadanos, pues es un contrasentido que existan democracias donde la mayor parte de sus habitantes están sumidos en la pobreza y la miseria extrema, mientras unos pocos gozan de forma desmesurada de toda la riqueza del supuesto sistema democrático, con lo cual se configuraría una negación de la condición de ciudadanía para el grueso de la población.
 
Una democracia compuesta de grandes privilegios para unos pocos – que están además exentos de responsabilidad pública- y una gran cantidad de personas excluidas de las mínimas garantías económicas y sociales, es una democracia absurda y sin ciudadanos, una falacia de derechos disfrazada de principios y libertades formales, pero sin el menor contenido de igualdad o justicia que la sostenga.
 
V. Desarrollo histórico de la democracia y la ciudadanía
 
1. La democracia y la ciudadanía en Grecia
 
Desde los griegos, quienes por primera vez hablaron de democracia y ciudadanía, podemos ver como la construcción del ciudadano fue el resultado de un proceso educativo privilegiado, forjado por el acceso a la lectura y la aparición de la primera sociedad lectora: Atenas.
 
Es la historia de la escritura y la lectura la que explica el surgimiento de la cultura ateniense, en medio de la publicación de libros escritos dos mil años antes de que Gutenberg se iniciara en el oficio de la tipografía.
 
Por esto, para Karl Popper la cultura occidental comienza con la publicación y venta al público de las obras de Homero (La Ilíada y la Odisea) hacia el 550 antes de Cristo. Esta publicación, la primera en el mundo, fue hecha en Atenas por esclavos alfabetos sobre papiro importado de Egipto, bajo el gobierno del tirano Pisístrato, quien convirtió los mercados de libros en su afición principal. Homero se convirtió de esta manera en el primer libro de texto, a los que seguirían Hesíodo, Píndaro, Esquilo, entre otros.
 
Hacia el 446 antes de Cristo se publicó la primera obra científica “Sobre la Naturaleza” de Anaxágoras y treinta y siete años después la gran obra de Herodoto, padre de la historia, describiendo la historia de Persia y las guerras Médicas. Luego vendría la colosal obra de Platón.
 
Atenas giraba en torno a los libros y las discusiones que estos suscitaban en sus nacientes ciudadanos, el libro se convirtió por esta vía en el primer instrumento de educación. El pueblo de Atenas se volcó sobre la lectura, la escritura y la reflexión y fue precisamente en este proceso que llegaron a la democracia y a la consciencia de la participación en lo público, que terminó por desarrollar el concepto de ciudadano (perteneciente a la polis).
 
Surgió de esta manera en Grecia, hace dos mil quinientos años, la democracia como un proyecto inconcluso, en permanente construcción y perfeccionamiento. Democracia griega donde todos los ciudadanos tenían el poder de participar directamente en los asuntos públicos. Pero la construcción de la ciudadanía, pese al avance filosófico y material que representó el concepto, fue una categoría excluyente de la que estaban desprovistos los esclavos, los extranjeros, los menores y las mujeres.
 
2. La Democracia y la ciudadanía Liberal
 
Otro momento trascendental para la construcción democrática y ciudadana fueron la revolución americana y las revoluciones europeas, y en especial, la Revolución Francesa de 1789, de la cual surgió el Estado Liberal de Derecho y la democracia liberal como respuesta radical contra los abusos de la monarquía absolutista.
 
En este período nació el concepto de ciudadano (opuesto al de súbdito) como un individuo libre e investido de los primeros derechos humanos: los civiles y políticos.
 
Bajo la consigna de libertad, igualdad y fraternidad el liberalismo dotó a los nacientes ciudadanos de derechos y garantías frente al Estado, arrebató la soberanía del poder déspota de los monarcas y lo trasladó al pueblo por medio de la concepción del contrato social que debería ser concertado por parlamentos elegidos por el voto de ciudadanos libres e iguales. Pero nuevamente la ciudadanía fue un término construido bajo el estigma de la exclusión, ya que el liberalismo negó el ejercicio de los derechos a las mujeres y a los hombres desprovistos de propiedad privada. El capitalismo, en el marco del Estado liberal de derecho, generó una democracia de ciudadanos-propietarios, donde el discurso de la igualdad frente a la ley fue la consigna con la que se implantó un sistema de opresión, desigualdad y marginalidad social en medio del tan anunciado sistema político de libertad y oportunidades para todos.
 
Ya lo había advertido Juan Jacobo Rousseau en los inicios de la democracia liberal al acusar de falaz este proceso cuando dijo "el pueblo inglés piensa que es libre y se engaña: lo es solamente durante la elección de los miembros del Parlamento: tan pronto como éstos son elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada" [8]
 
Además, es muy significativo el hecho que, una vez se ganaron las guerras de independencia en América Latina, y se planteó la situación de declarar la libertad de los esclavos, los esclavistas, hacendados y mineros levantaron su voz de protesta porque consideraron que la medida era una violación a sus derechos humanos, especialmente, al sagrado e intocable derecho liberal de la propiedad privada.
 
Pero también podemos afirmar que la democracia liberal y la ciudadanía civil y política hacen parte de otro momento educativo guiado esta vez por la creación de la imprenta. Hubiera sido muy difícil imaginar la revolución europea sin la publicación masiva de libros ya que esta fue el motor del movimiento humanista, de la reforma, del renacimiento de la ciencia y de la aparición misma de la democracia liberal que se levantó sobre las monarquías absolutistas.
 
Sin los periódicos populares, sin los panfletos y sin las publicaciones masivas hubiera sido imposible generar comunidades amplias que discutieran la necesidad de superar la opresión, los agravios y conflictos de la época. Es sorprendente el daño que causó en la imagen de la monarquía la impresión de panfletos y caricaturas pornográficas en los que se ridiculizó a la reina de Francia. Y fueron estas publicaciones quienes entregaron lenguajes y temas en común a aristócratas y gente del pueblo para que posteriormente se organizaran y conspiraran juntos.
 
A partir del siglo XVIII los medios impresos y la alfabetización lograron que la gente de las ciudades y de las regiones apartadas estuvieran unidas en torno a actividades comunes, hasta convertirse en movimientos sociales de carácter nacional.
 
De esto fueron precursoras las 13 colonias norteamericanas de Gran Bretaña, organizadas en contra de la imposición de nuevos impuestos y en torno a la impresión y difusión de su lucha en panfletos y periódicos por medio de los cuales circularon información, discursos y acciones colectivas que los llevarían hasta la revolución e independencia en 1776. Por esto, es muy significativo que entre 1750 y 1776 se publicaron más de 400 panfletos relacionados con el conflicto americano.
 
En esta etapa, la Revolución Industrial y el desarrollo del capitalismo trajeron nuevos valores centrados en el consumismo, las ansias de acumulación y un correspondiente egoísmo y ambición que fracturaron la posibilidad de construir un sistema social basado en la solidaridad y la ayuda mutua.
 
Sistema que término por imponer relaciones de explotación, denunciadas previamente por Carlos Marx y a las que se siguieron revoluciones obreras y sociales, especialmente a lo largo de la primera mitad del siglo XX. El Estado Liberal y el capitalismo terminaron por reducir la libertad a libertad económica, la igualdad a igualdad ante la ley y a diluir la fraternidad en medio del desmonte de la solidaridad social que trajo consigo la imposición del mercado como fuente suprema de organización de las relaciones entre los hombres y con un concepto muy restringido de ciudadano-propietario.
 
3. La democracia y la ciudadanía social
 
En medio de la ruptura teórica de Carlos Marx y la ruptura material de las revoluciones obreras y sociales, el Estado y la democracia liberal comenzaron a sufrir grandes transformaciones, y con ellas, a re-configurarse la ciudadanía bajo formas más incluyentes por medio de las políticas sociales y la configuración de los derechos humanos bajo garantías económicas, sociales y culturales que le dieron al ciudadano una nueva dimensión.
 
Fue así, como la Revolución Mexicana (1910-1917) trajo consigo un contrato social que estipulaba por primera vez derechos a los trabajadores y a los campesinos.
 
La Revolución Bolchevique instauró un nuevo modelo de Estado opuesto radicalmente al Estado Liberal y al capitalismo, el Estado Socialista Soviético (1917-1989), con su modelo político de partido único y su control total de la economía, la sociedad y la cultura.
 
La aparición de la socialdemocracia en Europa que en una simbiosis entre capitalismo y socialismo dio origen a los Estados Bienestar, preocupados esencialmente por generar mejores condiciones de vida a los ciudadanos por medio de políticas sociales y económicas que el liberalismo se había negado a asumir.
 
El crack financiero de 1929 y la aparición de las políticas keynesianas del New Dale (nuevo trato) en Estados Unidos, que aplicando principios marxistas de justicia social -pero sin renunciar ni al liberalismo ni al capitalismo- propiciaron un proceso de redistribución de la riqueza, generación de empleo público y atención a los sectores más marginados de la sociedad.
 
De esta manera, surgió y se desarrolló en medio de estas luchas, transformaciones políticas y reivindicaciones sociales un nuevo modelo de Estado, el Estado Social de Derecho, y un concepto más amplio e integral de ciudadanía (económica, social y cultural). Estado interventor de la economía en pro de relaciones laborales y sociales más justas, Estado protector de los sectores más vulnerables de la sociedad y garantizador de los servicios públicos esenciales y Estado cuya principal función política sería la de promover y hacer efectiva la participación de la ciudadanía en la construcción de lo público.
 
Modelo de organización política que vería nacer una segunda categoría histórica de derechos humanos: los derechos económicos, sociales y culturales. Configurando un modelo de democracia que debería seguir siendo expresada a través de derechos civiles y políticos, pero sostenida sobre la garantía de los derechos económicos sociales y culturales, como condición esencial que definiría el acceso integral a la ciudadanía por parte de toda la población.
 
 Por este camino, la democracia comenzó su tránsito hacia un concepto de ciudadanía más amplio e incluyente que la simple ciudadanía política plasmada en el voto y la libre expresión. Por un lado, una extensión de la categoría de ciudadano que superaba la elitista concepción del ciudadano-propietario y que terminaría incluyendo a las mujeres y contemporáneamente a las expresiones étnicas, culturales, generacionales y sexuales, fruto de las luchas feministas y de los diversos movimientos sociales. Y por otra parte, una ampliación de la ciudadanía bajo aspectos económicos, sociales y culturales.
 
Proceso donde el individuo fue adquiriendo un creciente protagonismo en la construcción de lo público, por medio de su reconocimiento integral por parte del Estado y la creciente participación en la planeación, ejecución y control de las políticas públicas. La participación, es desde entonces, la esencia de la democracia y de la ciudadanía, y sin ella, la formalidad electoral es una simple relación vacía entre gobernantes y gobernados que ignora la diferencia y la heterogeneidad social y cultural. O como dijo Charles Bukowski: “La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia podes votar antes de obedecer las órdenes”.
 
Al igual que en los procesos de construcción democrática y ciudadana anteriores, esta etapa de ampliación de derechos y reivindicaciones sociales también fue posible gracias a un proceso educativo y de revolución cultural que terminó desarrollando un hito de participación ciudadana y movilización social y política sin precedentes.
 
En un ambiente particular de relaciones sociales, económicas y tecnológicas; en medio del fordismo-taylorismo; del desarrollo del Estado bienestar-social; de la popularización de la educación superior; de la politización de la guerra fría entre dos sentidos de poder antagónicos surgieron los nuevos movimientos sociales acompañados del sustento que trajo la industria de libro, que conoció su mayor auge en ventas y circulación de títulos y vio nacer una nueva generación de sociedades lectoras, críticas y militantes de causas ideológicas de diversas y diferentes matices. Es en esta época donde se revolucionó la concepción del cuerpo, de la familia, de las instituciones y del poder; y además, nace la juventud como una construcción social con reclamos y agenda política propia.
 
Los movimientos juveniles y estudiantiles, las mujeres, los grupos étnicos, los movimientos pacifistas, los movimientos de liberación nacional y las revoluciones nacionales, los curas por el tercer mundo, los hippies, el rock y la música protesta entraron de la mano con la oposición a la represión del pasado a la consolidación de una cultura transnacional. Y en todo este proceso, los libros, revistas y diversas publicaciones fueron fundamentales. En los círculos de debate y universitarios se leía a Sartre, Marx, Mao, Freud, Althusser, Marcuse, Galeano, Fuentes o Gabo mientras se reclutaban militantes para diversas causas sociales, políticas y armadas.
 
Nacen de esta forma los derechos colectivos y del medio ambiente, la ciudadanía global, las instituciones supranacionales y mundiales, en el marco de la consolidación del proceso de globalización y la conciencia mundial de búsqueda de la paz y protección del ecosistema del planeta, luego que la bomba atómica generara la posibilidad real del fin del mundo, o por lo menos del mundo vivido y construido por el hombre. Proceso que alcanzó, a finales del siglo XX, su punto máximo con el desarrollo de la tecnología de la información, en especial la Internet que posibilitó que, por primera vez, la humanidad estuviera conectada en tiempo real para producir sus diferentes e infinitos intercambios.
 
4. La deconstrucción de la democracia y la ciudadanía social
 
Con el fin de la guerra fría y la caída del bloque socialista en 1989, se abrió paso a una pretendida unanimidad en torno al neoliberalismo capitalista, a la propuesta unipolar estadounidense y a la democracia formal de “occidente”. Este proceso se vivió con especiales consecuencias en América Latina, donde se venían consolidando las tecnocracias gubernamentales, la visión empresarial del Estado y el sumiso alineamiento hacia las directrices de los Estados Unidos. Todo esto por medio de procesos democráticos que se estrenaron en gran parte de los países latinoamericanos en épocas recientes y en medio de la creciente mundialización de la economía, signada en Latinoamérica por procesos de apertura incondicionales.
 
Todo el proyecto de lucha y construcción de la izquierda latinoamericana se pretendió dar por terminado al acabar el Estado socialista soviético, que representaba el referente ideológico y político, que en mayor o en menor medida aglutinaba las diferentes expresiones de izquierda en la región. Parecía que se sepultaba todo un capítulo de la resistencia latinoamericana que se había desencadenado desde la revolución cubana de 1959, pasando por el gobierno en Chile de Salvador Allende a principios de los setenta, la revolución nicaragüense de 1979 y su posterior derrumbe con la derrota electoral sandinista en 1990.
 
Ante la caída del “socialismo real” en 1989, prematura y triunfalmente, autores como Francis Fukuyama sentenciaran el fin de la historia, la victoria final y definitiva del capitalismo y la democracia liberal sobre cualquier otro tipo de sociedad; así, como la imposición absoluta e incuestionable de los valores institucionales de occidente con la lógica del mercado, como las únicas alternativas viables y posibles[9].
 
De esta forma y ya sin obstáculos aparentes, en los años 90 se profundizaron como dogmas incuestionables las reformas de ajuste estructural que redujeron la capacidad de los Estados, se produjo un indiscriminado proceso de liberación de las frágiles economías latinoamericanas, se privatizaron empresas públicas y servicios sociales esenciales y se flexibilizó la política laboral en pos de la promesa de una mejor inserción a la globalización. Reformas que terminaron causando el resultado contrario a sus promesas de bienestar, riqueza y desarrollo ilimitado.
 
La mayoría de países de la región asistió a la crisis social y económica, a la pauperización de inmensas franjas de población, a la extensión de una mayor miseria e inequidad a lo largo y ancho de sus territorios, a la depredación criminal de los recursos naturales y al desencanto progresivo con la democracia, la política y lo político.
 
Pero esta arrogancia del triunfo definitivo del capitalismo y la sociedad de consumo no alcanzaron a durar mucho. Su primera ruptura se dio en el país más cercano al imperio estadounidense y ante el primer símbolo de su nueva expansión continental, cuando en enero de 1994, en el momento exacto de la entrada en vigencia del tratado de libre comercio entre México y Estado Unidos (NAFTA), explotó el levantamiento zapatista en Chiapas, que comenzaría a marcar el surgimiento de la nueva izquierda latinoamericana.
 
VI. La Revolución Democrática Latinoamericana
 
La irrupción de nuevos y fortalecidos movimientos sociales y culturales, la configuración de nuevas luchas y reivindicaciones ciudadanas, la llegada al poder de gobiernos alternativos o de izquierda en la Región, la aparición de nuevos partidos políticos a la vida local y nacional, han configurado un intenso debate sobre el papel de la democracia en la complejidad de todos estos procesos de cambio y transformación política y social que vive hoy Latinoamérica.
 
Por esta vía América Latina está ejerciendo una reivindicación de la democracia misma, como herramienta de lucha ante el degradamiento de la libertad y la igualdad en la región. La reconfiguración de la democracia Latinoamericana ha hecho que, por primera vez, se intenten formas propias de reinventar el Estado y su relación con ciudadanos pluri-étnicos y multi-culturales, a partir del fracaso de la democracia formal, del modelo desarrollista y de la modernidad. La democracia latinoamericana, con errores y aciertos, está creando nuevos paradigmas y de esta forma fracturando las relaciones de poder hacia nuevas conquistas sociales y ciudadanas.
 
Por eso la democracia en la región se ha levantado contra el sabor amargo de la inequidad, la miseria y la injusticia; contra la paradoja democrática que término con la elección de gobiernos dictatoriales, corruptos y asesinos, prueba fehaciente del fracasó del simple modelo representativo que termina degradando la democracia misma.
 
Parafraseando a Ricardo Arjona podemos decir que la democracia es verbo no sustantivo. La democracia se hace y sólo se hace actuando políticamente, cambiando realidades, y esto lo ha empezado a entender América Latina al negarse a repetir modelos desgastados.
 
La emblemática lucha de la izquierda por la igualdad renació a través de arroparse con la bandera de la democracia. Una democracia que se asumió como un proceso en construcción, el cual debía ser abordado desde la radicalización de las formas participativas de base en unos casos, como la configuración central de las relaciones del Estado y la sociedad civil en otros, y como una aspiración en constante conquista por parte de los nuevos movimientos sociales que entraron en escena a partir de sus necesidades específicas y su articulación de descontento social cada vez más creciente. Todo esto por encima del formalismo de la democracia representativa que esgrimía la derecha para justificar las desigualdades a través de la concesión vacía de ciudadanía política.
 
En la región se ha creado, lo que podríamos llamar, una Escuela Democrática Latinoamericana, formada por las posiciones de diversos intelectuales, las prácticas y desarrollos democráticos de movimientos sociales, las políticas públicas de gobiernos nacionales y locales para combatir la desigualdad y la pobreza, y a la irrupción de los nuevos movimientos en el ámbito de la comunicación contemporánea, que no sólo rompen con la democracia representativa y la igualdad formal, sino, que oponen los valores democráticos al neoliberalismo, a la cosificación humana del consumismo, al dogma incuestionable del libre mercado, a la competencia salvaje y al imperialismo norteamericano. Escuela que de diversas formas y por diferentes procedimientos exalta la labor de la sociedad civil como sujeto privilegiado de la democracia por medio de la participación activa.
 
Las marchas de los inmigrantes latinos en EEUU; las luchas de los Mapuches en el sur argentino y chileno, de los indígenas y campesinos en Bolivia, Ecuador y Colombia contra la mercantilización del agua; los levantamientos por la electricidad en Paraguay, Ecuador y Bolivia; los movimientos de los sin tierra de Brasil por su derecho a la propiedad desde donde construir un mundo más humana y ambientalmente justo; las reivindicaciones históricas de identidad cultural y respeto por la autodeterminación de los Zapatistas en México, del CONAIE en Ecuador, de los Aymaras y los Quechuas en los Andes de los Cunas de Panamá o de la guardia indígena en Colombia; los nuevos levantamientos obreros y sindicales ante el capitalismo más depredador e inhumano de la era digital y la mundialización; las protestas de los destechados, desempleados y desheredados del sistema económico mundial; las organizaciones pacifistas y humanistas que se oponen a la guerra y al consumo degradado; la voz de los movimientos femeninos contra las estructuras machistas de la sociedad y el mundo; la globalización de la resistencia propuesta por el Foro Social Mundial contra una globalización que no respeta la autodeterminación de los pueblos imponiendo su proyecto de uniformar al mundo; la exigencia de los derechos económicos sociales y culturales propuesta en la Carta de las Américas; la insubordinación frente a Washington y sus organismos financieros, la derrota del ALCA y la nueva integración latinoamericana tienen algo en común: la democracia entendida más allá del voto, como la voluntad de los pueblos de construir su propio destino en medio del antagonismo, la diversidad y la contingencia, elementos que definen el verdadero mundo libre.
 
- Gabriel Bustamante Peña es Asesor jurídico político Corporación Viva la Ciudadanía
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 235, Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org


[1] Ponencia inaugural del Foro Internacional de Desarrollo Territorial y Estrategias de Combate a la Pobreza Rural. Recife, Brasil, 24 a 26 de noviembre de 2010.
[2] Índice de Pobreza Multidimensional 2010.
[3] El Mexicano Carlos Slim es hoy el hombre más rico del mundo en un país pobre como México y en una región con los altos índices de miseria como América Latina.
[4]Kliksberg Bernardo, Depende: Pobreza, en Pensar el Futuro Tendencias para la Próxima Década, marzo de 2010.  
[5] Grito de los Excluidos 2.000
[6]Kliksberg Bernardo, Depende: Pobreza, en Pensar el Futuro Tendencias para la Próxima Década , marzo de 2010.
[7] El Banco Mundial, por ejemplo, define la pobreza como las personas que viven con menos de U$1,25 al día y con ese método calcula que existen 1.400 millones de pobres en el planeta.
[8] ROUSSEAU Juan Jacobo, El contrato social, Editorial Porrúa, S. A., México, 1982, p. 51.
[9] Francis Fukuyama, graduado de Harvard. y que trabajó para el Departamento de Estado de los Estados Unidos. En 1989 escribió un artículo llamado "El fin de la historia", que luego en 1992 dio origen al libro: "El fin de la historia y el último hombre",  donde se afirmaba que la caída del comunismo y el triunfo de las democracias liberales marcaban el comienzo de la "etapa final" en la que no había más lugar para largas batallas ideológicas.
https://www.alainet.org/es/articulo/146061
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