Una mentira provocó la invasión de los chapetones
18/07/2010
- Opinión
La historia que aún se cuenta en las escuelas señala que Cristóbal Colón descubrió América un 12 de octubre de 1492, tras lograr que los reyes españoles le financiaran el viaje a las “Indias Occidentales” en busca de las preciadas especias y abrir una nueva ruta a los centros de producción.
Colón llegó a lo que hoy es América y no encontró lo que buscaba, así que a su regreso de este primer viaje y para no mostrar las manos vacías armó tremendo show con triunfales desfiles por las calles de Sevilla y Barcelona.
Llevó para justificar su “éxito” hombres de piel cobriza, animales raros, papagayos de colores multicolores, tapires, plantas y sobre todo frutos exóticos. El maíz, el tabaco y los cocos fueron vistos con asombro. Los reyes y sus cortesanos admiraron algunos cestos con oro que Colón les muestra.
Poco es lo que se llevó de la nueva “India”. Todo fue cambiado a los indígenas con objetos insignificantes como los ya tradicionales espejitos. Sin embargo, Colón cree lo que quiere creer para mantener el orgullo de la expedición en que se dice, la reina empeñó hasta sus joyas.
Para no ser defenestrado por los pedantes soberanos, Colón opta por mentirles y decir que lo llevado, no es más que una muestra de los tesoros de las nuevas posesiones de su majestad. Dice tener noticias sobre la existencia de inmensas minas de oro y que en algunos lugares el preciado metal se encuentra bajo una ligera capa de tierra.
Basta escarbar con una piedra o simplemente con la mano para descubrirlo, dice. Asegura que al sur de donde llegó, existen imperios donde los reyes beben en vasos de oro, pues allí el metal tiene menos valor que en España el plomo.
El monarca siempre endeudado y necesitado de dinero, escucha con ojos abiertos las mentiras de Colón. No le conoce bien como para desconfiar de sus promesas, así que de inmediato prepara una segunda expedición para el alivio del almirante, que no había descartado ser echado del palacio si sus noticias no convencían a los soberanos.
La truhanería se vino en masa
En este segundo viaje, no son necesarios agentes para reclutar la tripulación. Las mentiras de Colón se esparcieron como reguero de pólvora por toda España. Cientos y miles acuden dispuestos a partir hacia “El Dorado”, donde el oro está al alcance de la mano. Todas las villas, pueblos y aldeas, están enloquecidas.
Los puertos de Palos y Cádiz, no ven llegar para alistarse sólo rancios apellidos, osados aventureros o valientes soldados. Allí, acude sobre todo la truhanería y la escoria española. Ladrones, maleantes en busca de nuevos campos para sus andanzas. Deudores que huyen de sus acreedores, maridos que abandonan a sus insoportables esposas, fracasados y perseguidos por la justicia buscan un puesto en la segunda flota de Colón.
Las fantasías de Colón se transmiten de unos a otros. Todos esperan acumular oro con sólo rascar el suelo con una piedra. Los privilegiados admitidos en la flota, se llevan consigo servidumbre y mulos para acumular rápidamente el botín, para volver a disfrutar de la riqueza fácilmente adquirida. No tienen intención de quedarse en América.
Se arma la invasión
Miles de aventureros no son admitidos en la flota. Ni siquiera se preocupan de conseguir permiso. Fletan barcos para ir y acaparar el prometido oro en el nuevo Ofir. De pronto España se vio libre de gente indeseable y peligrosos rufianes.
En La Española, que después se dividiría en Santo Domingo y Haití, el gobernador se espanta al ver que año tras año, llegan los indeseables más peligrosos. La decepción llega con ellos, pues las mentiras de Colón son descubiertas. No hay allí el oro que buscaban y tampoco desean convertirse en agricultores o ganaderos.
No desean volver a España para enfrentar a sus acreedores, pues la mayoría se endeudó con la esperanza de llegar y acumular oro como si se tratara de tierra, porque así prometió el descubridor.
Al fin llegó una buena noticia. En 1510, los aventureros Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, lograron del rey Fernando el privilegio de fundar en Panamá y en la costa de Venezuela una colonia denominada Castilla del Oro.
Estos aventureros inventan otra mentira en base al nombre de la colonia y provocan que los miles de rufianes que holgazaneaban en La Española se lanzaran a la búsqueda definitiva del tan buscado oro en los imperios cuya existencia había llegado a sus oídos.
Así, en base a mentiras comenzó la invasión de toda la truhanería y rufianería salida de España, que luego destruirían completamente el Imperio de los Hijos del Sol. Pero esa es otra historia.
https://www.alainet.org/es/articulo/142852?language=en
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